Una profesora de Derecho Constitucional advierte a sus alumnos, el primer día de curso, y lo repite cuando puede o se tercia, que ella es republicana, no cree en la Monarquía y milita en la izquierda.
Un alumno suyo dice: «pero es muy buena persona, muy simpática».
Esta profesora también afirma que España no es una nación, y, en cambio, se refiere a Cataluña o el País Vasco como «Comunidades históricas».
Nadie puede poner en duda que en el siglo X la Córdoba de los Califas celebraba so-lemnemente la fiesta de san Isidoro, obispo hispalense y salvador de la cultura occiden-tal, cuyo ejemplo no tenía todavía imitadores en los reinos del norte, que por esa época andaban a palos unos con otros, y cuyas historias tan solo comenzaban a dibujarse y que no eran más que un pálido bosquejo de lo que llegaron a ser varios siglos después los reinos de Aragón (Cataluña nunca fue un reino) y de Castilla.
Ferrán Soldevila, el historiador de Cataluña, escribe que en esa época -la de los Ramón Berenguer y Mío Cid-, cuando en lo que hoy es Andalucía ya llevaban varios siglos de cultura e historia, «és tot el panorama de la nostra història, que comença a dibuixar-se».
Además, que los reyes, condes o caudillos castellanos, navarros, leoneses, ilerdenses o de Barcelona eran en esa época bastante puercos, visto con nuestra higiénica visión oc-cidental de comienzos del siglo XXI, y en comparación con los califas cordobeses o monarcas nazaríes, es algo que, por evidente, no debería molestar a nadie.
¿Alguien se ofendería en Francia y organizaría un problema de Estado, por ejemplo, si les recordásemos que no se instaló un cuarto de baño completo en el Palacio del Elíseo hasta, si no recuerdo mal, la presidencia de Clemenceau?.
lunes, 12 de septiembre de 2011
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