Miguel de Unamuno. El Sol, 12 de mayo de
1931
(…) Lo que puede prometer la nueva
España, la España republicana que acaba de nacer, sólo cabe conjeturarlo por el
examen de cómo se ha hecho esta España que de pronto ha roto su envoltura de
crisálida y ha surgido al sol como mariposa.
El proceso de formación empezó en
1898, a raíz de nuestro desastre colonial, de la pérdida de la últimas colonias
ultramarinas de la corona, más que de la nación española.
En España había la conciencia de que
la rendición de Santiago de Cuba, en la forma en que se hizo, no fue por
heroicidad caballeresca, sino para salvar la monarquía, y desde entonces, desde
el Tratado de París, se fue formando sordamente un sentimiento de desafección a
la dinastía borbónicohabsburgiana.
Cuando entró a reinar el actual ex
Rey, don Alfonso de Borbón y Habsburgo Lorena, se
propuso reparar la mengua de la Regencia y soñó en un Imperio ibérico, con
Portugal, cuya conquista tuvo planeada, con Gibraltar y todo el norte de
Marruecos, incluso Tánger.
Y todo ello bajo un régimen imperial
y absolutista.
Sentíase, como Habsburgo, un nuevo
Carlos V.
Se le llamó «el Africano».
Atendía sobre todo al generalato del
Ejército y al episcopado de la Iglesia, con lo que fomentó el pretorianismo
-más bien cesarianismo- y el alto clericalismo.
Y en cuanto el pueblo proletario hizo
que sus Gobiernos, en especial los conservadores, iniciasen una serie de
reformas de legislación social, con objeto de conjurar el movimiento socialista
y aun el sindicalista, que empezaban a tomar vuelos.
Y no se puede negar que a principio
de su reinado gozó de una cierta popularidad, debida en gran parte al juego
peligroso que se traía con sus ministros responsables, de quienes se burlaba
constantemente, y por encima de los cuales dirigía personalmente la política, y
hasta la internacional, que era lo más grave.
Surgió la Gran Guerra europea cuando
España estaba empeñada en la de Marruecos, guerra colonial para establecer un
Protectorado civil, según acuerdos internacionales desde el punto de vista de
la nación, pero guerra de conquista, guerra imperialista, desde el punto de
vista del reino, de la corona.
En un documento dirigido al Rey por
el episcopado, documento que el mismo Rey inspiró, se le llamaba a esa guerra
cruzada, y así llamó el Rey mismo más adelante, en un lamentable discurso que
leyó ante el pontífice romano.
Cruzada que el pueblo español
repudiaba y contra la cual se manifestó varias veces.
Y al surgir la guerra europea, don
Alfonso se pronunció por la neutralidad -una neutralidad forzada-, pero
simpatizando con los Imperios centrales.
Era, al fin, un Habsburgo más que un
Borbón. Su ensueño era el que yo llamaba el Vice-Imperio Ibérico; vice, porque
había de ser bajo la protección de Alemania y Austria, y que comprendería, con
toda la Península, incluso Gibraltar y Portugal -cuyas colonias se apropiarían
Alemania y Austria-, Marruecos.
Fueron vencidos los Imperios
centrales, y con ellos fue vencido el nonato Vice-Imperio Ibérico, y entonces
mismo fue vencida la monarquía borbónico-habsburgiana de España.
Entonces se remachó el divorcio entre
la nación y la realeza, entre la patria española y el patrimonio real.
A esto vinieron a unirse nuestros
desastres en África, que reavivaban las heridas, aún no del todo cicatrizadas,
del gran desastre colonial de 1898.
*.- El de
1921, el de Annual, fue atribuido por la conciencia nacional al Rey mismo, a
don Alfonso, que por encima de sus ministros y del alto comisario de Marruecos
dirigió la acometida del desgraciado general Fernández Silvestre contra
Abd-el-Krim, a fin de asegurarse, con la toma de Alhucemas, el Protectorado -en
rigor, la conquista, en cruzada- de Tánger.
*.- Alzóse en toda España un clamoreo
pidiendo responsabilidades, y se buscaba la del Rey mismo, según la
Constitución, irresponsable. Fui yo el que más acusé el Rey, y le acusé
públicamente y no sin violencia.
*.- Y el Rey mismo, en una entrevista
muy comentada que con él tuve, me dijo que, en efecto, había que exigir todas
las responsabilidades, hasta las suyas si le alcanzaran.
*.- Y en tanto, con su característica
doblez, preparaba el golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923, que fue él
quien lo fraguó y dirigió, sirviéndose del pobre botarate de Primo de Rivera.
Es innegable que el golpe de Estado del
13 de septiembre de 1923 fue recibido con agrado por una gran parte de la
nación, que esperaba que concluyese con el llamado antiguo régimen, con el de
los viejos políticos y de los caciques, a los que se hacía culpables de las
desdichas de la política de cruzada.
Fuimos en un principio muy pocos,
pero muy pocos, los que, como yo, nos pronunciamos contra la Dictadura, y más
al verla originada en un pronunciamiento pretoriano, y declaramos que de los
males de la patria era más culpable el Rey que los políticos.
Nuestra
campaña -que yo la llevé sobre todo desde el destierro, en Francia, a donde me
llevó la Dictadura- fue, más aún que republicana, antimonárquica, y más aún que
antimonárquica, antialfonsina.
Sostuve que
si las formas de gobierno son accidentales, las personas que las encarnan son
sustanciales, y que el pleito de Monarquía o República es cosa de Historia y no
de sociología.
Y si hemos
traído a la mayoría de los españoles conscientes al republicanismo, ha sido por
antialfonsismo, por reacción contra la política imperialista y patrimonialista
del último Habsburgo de España. En contra de lo que se hacía creer en el
extranjero, puede asegurarse que después de 1921 don Alfonso no tenía
personalmente un solo partidario leal y sincero, ni aún entre monárquicos, y
que era, sino odiado, por lo menos despreciado por su pueblo.
La Dictadura ha servido para hacer la
educación cívica del pueblo español, y sobre todo de su juventud
La generación que ha entrado en la mayor
edad civil y política durante esos ocho vergonzosos años de arbitrariedad
judicial, de despilfarro económico, de censura inquisitorial, de pretorianismo
y de impuesto optimismo de real orden; esa generación es la que está haciendo
la nueva España de mañana.
Es esa generación la que ha dirigido las
memorables y admirables elecciones municipales plebiscitarias del 12 de abril,
en que fue destronado, incruentamente, con papeletas de voto y sin otras armas,
Alfonso XIII. Y han dirigido esas elecciones hasta los jóvenes que no tenían
aun voto.
Son los hijos los que han arrastrado a
sus padres a esa proclamación de la conciencia nacional. Y a los muchachos, a
los jóvenes, se han unido las más de las mujeres españolas, que, corno en la
guerra de la Independencia de 1808 contra el imperialismo napoleónico, se han
pronunciado contra el imperialismo del bisnieto de Fernando VII, el que se
arrastró a los pies del Bonaparte.