¿Quién defiende a España?
Frente a las proclamas secesionistas hay
que pelear por los valores que nos unen, por la igualdad, la lealtad entre
conciudadanos y la inmutabilidad de los artículos fundamentales de nuestra
Constitución
Rosa Díez 7 OCT 2013 - 00:00 CET.- El
País
“Amo demasiado a mi país para ser
nacionalista”
Albert Camus
Cualquier nacionalista vasco o catalán
tacharía de traidor a todo vasco o catalán que no proclamara su voluntad de
defender a Cataluña o al País Vasco.
Pero esos mismos ciudadanos que veneran
los símbolos y las banderas de su comunidad arrojarán al infierno a cualquiera
que se atreva a expresar la necesidad de defender a España.
Creo que merecería la pena reflexionar
sobre cómo se explica que una transición modélica haya devenido, en apenas 30
años, en una crisis política e institucional tan profunda que defender en
España lo común, lo que nos une, el Estado, merezca casi siempre la
descalificación o el adjetivo de “centralista”, cuando no de “carca”. En suma,
cómo hemos llegado a esto.
Hoy nadie duda de que la crisis
económica y financiera internacional —y española— tuvo su origen en que se
relajaron los mecanismos de control sobre el riesgo; de igual modo, el origen
de nuestra crisis política hay que encontrarlo en que se relajaron los
mecanismos de control sobre la democracia y se rompieron los vínculos con los
que se estaba constituyendo nuestra incipiente ciudadanía española.
Y es que si bien hemos sido capaces de
transitar de la dictadura a la democracia, de conformar instituciones
democráticas e impulsar leyes homologables con las de cualquier país del
entorno europeo en el que nos hemos integrado, en España no hemos hecho
pedagogía democrática.
Nuestra nación no tiene ciudadanos que
la defienda porque nadie nos ha explicado que el único proyecto político que
merece la pena, el más digno de todos ellos, es la defensa de la ciudadanía,
que no es otra cosa que defender una integración social basada en compartir los
mismos derechos al margen de la parte de la nación en la que se viva o se haya
nacido, al margen de la etnia, de la religión, de la tradición cultural…
¿Puede haber algo más progresista, en el
verdadero sentido de la palabra, que la cerrada defensa de la igualdad entre
ciudadanos?
¿Puede haber algo más reaccionario, también
en su auténtica dimensión, que afirmar que la pertenencia debe primar sobre la
participación política, y que es más defendible la identidad étnica que la
igualdad entre ciudadanos?
Ciertamente, el deterioro de la
convivencia y el abandono de la defensa de lo común —esa contraposición de la
diversidad frente a la unidad, de la pluralidad por encima de la igualdad (como
decía Savater, no es lo mismo el derecho a la diversidad que la diversidad de
derechos)— que se ha producido en España sin que apenas nadie reaccionara,
hubiera resultado imposible en cualquier democracia de nuestro entorno. Porque
si bien ningún país está a salvo de que llegue al poder un gobernante iluminado
ni de que a este le suceda en el cargo un pusilánime, los países serios tienen
contrapoderes democráticos que actúan en defensa del interés general cuando los
responsables de defender los valores comunes pierden la cabeza o, simplemente,
dejan de cumplir con su obligación. Piensen en Francia, en Alemania, en Reino
Unido, en EE UU…
E imagínense que llega al Gobierno
alguien dispuesto a romper la tradición republicana, la unión de las dos
Alemanias, el atlantismo, los principios de la Constitución norteamericana… Ni
con mayorías absolutas en las cámaras hubieran podido hacerlo; porque tras
todos esos nombres propios de país existen ciudadanos alemanes, franceses,
norteamericanos, británicos… Una ciudadanía vertebradora que exige respeto a
los derechos de todos y cada uno de los que la componen.
El origen de nuestra crisis política está
en el relajo de los mecanismos de control democrático
Es por esa debilidad de nuestra
democracia, por esta falta de voces que defiendan el Estado —a lo que se suma
la ausencia de un discurso nacional en los dos partidos que históricamente se
han alternado en el poder— por lo que hoy resulta imprescindible explicar lo
que significa defender a España. Defender a España es defender la igualdad de
todos los españoles; defender a España es defender el mantenimiento de los
vínculos de lealtad entre nuestros conciudadanos; defender a España es defender
la inmutabilidad de los artículos fundamentales de nuestra Constitución, que
son aquellos que proclaman que la soberanía reside en el pueblo español; que
todos somos iguales ante la ley; que los titulares de derechos son los
ciudadanos y no la tribu o el territorio. Defender a España es defender a los
ciudadanos españoles, lo que nos obliga a establecer unos límites
infranqueables en la acción política: nada, ni la historia milenaria, ni la
lengua, ni las tradiciones, está por encima de los derechos de los ciudadanos.
Pero no debemos afrontar esta cuestión
como si fuera un debate abstracto o teórico, porque lo que está ocurriendo
tiene consecuencias en la vida de los ciudadanos. En esta España que se
debilita quienes más riesgos asume son las clases sociales más débiles, las más
desfavorecidas, los ciudadanos que más necesitan de la protección del Estado.
La gente más sencilla necesita un Estado que le garantice el ejercicio efectivo
de sus derechos en condiciones de igualdad; o el derecho a elegir ser educado
en su lengua materna; o el derecho a acceder a una plaza en la Administración
dentro del territorio nacional en igualdad de condiciones con cualquiera de sus
conciudadanos. Porque conviene recordar que quienes tienen recursos, quienes
pueden moverse dentro y fuera de España, no sufren las consecuencias de las
barreras que imponen quienes en nombre de “su” patria quieren convertir a una
parte de sus conciudadanos en extranjeros en su propia tierra.
El patriotismo es cosa seria, ni
necesita “enemigos” ni excluye a nadie; el patriotismo, en el sentido
republicano y democrático del término, consiste en defender los valores comunes
y la lealtad entre conciudadanos, lo que es un concepto esencial para la
democracia; pero el patriotismo requiere de patriotas y en España no parece
haberlos, al menos entre los que tienen capacidad y poder para actuar. Por eso
en nuestro país es común oír proclamas en nombre de los vascos, de los
catalanes, de los gallegos, de los andaluces… Pero, ¿quién habla en nombre de
todos los españoles? ¿Quién defiende a España? Quién nos iba a decir que,
tantos años después, iba a seguir teniendo validez aquella sentencia de Emilio
Castelar en su discurso de dimisión el 2 de enero de 1874: “Aquí, en España,
todo el mundo prefiere su secta a su patria”.
Frente a quienes apelan a su sagrado (o
histórico) derecho a decidir basándose en la pertenencia a un grupo vinculado
por la sangre, la religión, la herencia, la tradición cultural, la lengua...,
nosotros defendemos una democracia de ciudadanos unidos por una lealtad mutua.
El patriotismo, que vela por lo común,
necesita patriotas y en España no parece haberlos
Frente a quienes quieren construir una
“patria” pequeña rompiendo la lealtad entre conciudadanos españoles, nosotros
defendemos la unidad de la nación española como un instrumento imprescindible
para garantizar la igualdad de todos los ciudadanos, unidos por vínculos de
solidaridad y propietarios de todo el país.
Frente a quienes quieren privarnos del
derecho a decidir nuestro futuro entre todos y de legarles a nuestros hijos un
país fuerte y unido, frente a quienes quieren monopolizar la ciudadanía de una
parte del territorio nacional, defendemos el derecho de todos los españoles a
mantener la pertenencia al conjunto del país.
En los seis años de vida de nuestro
partido hemos explicado muchas veces que nacimos para defender el Estado,
aportando a la vertebración del país el discurso y el compromiso de un partido
inequívocamente nacional y laico, nada dogmático ni fundamentalista, que
defiende el protagonismo de la ciudadanía en la tarea de regenerar la
democracia. También he explicado más de una vez nuestra vocación de reconstruir
esa tercera España que tan bien representaron un liberal como Marañón y un
socialista como Besteiro, hombres cabales ambos, españoles sin complejos. Hoy,
resquebrajados y golpeados por la pulsión secesionista los vínculos entre
conciudadanos, debilitado el Estado por el silencio cobarde o cómplice de
quienes debieran defender lo que nos une, creemos que construir esa tercera
España resulta más necesario que nunca. Defender esa tercera España, que es la
de la mayoría, es nuestro compromiso.
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