LA OPINIÓN DE Antonio Burgos
Suárez Illana
Día 26/03/2014 - 13.30h
Me acuso, padre, que al principio no lo
comprendí. Creí que sobraba la rueda de prensa que convocó urgentemente Adolfo
Suárez Illana para anunciar que a su padre le quedaban 48 horas de vida. Creí
que con ello Suárez Illana inauguraba la agonía como genero periodístico, al
ver que se agolpaban a la puerta de la clínica Cemtro las camionetas de las
televisiones con la antena parabólica en el techo para retransmitir aquello en
directo, vamos, como si fuera el parto de la niña de la Pantoja. Me olvidaba
que la agonía como género periodístico se inventó en los días finales de
Franco. No pensé que era como una pescadilla que se mordía la cola: que la vida
del que desmontó el franquismo acababa retransmitida en directo, igual que la
del dictador que lo creó. Suárez Illana era, en una sola pieza, el equipo
médico habitual y la lucecita del Pardo.
Estaba más equivocado que una corbata en
el ropero de Cayo Lara. Si la Transición fue obra de Suárez, el reconocimiento
general y unánime de los méritos de su autoría ha sido obra de su hijo, de
Suárez Illana. ¿Se imaginan cómo habría sido el fallecimiento de Suárez de no
haber ejercido su hijo de García Márquez con la rueda de prensa de una muerte
anunciada? A las televisiones les habría cogido con el pie cambiado y los
periódicos, quizá en la hora de cierre, le habría pegado a la noticia un
sartenazo. Habría, a lo mejor, incluso coincidido con el Clásico, que el
clásico ya no es Cervantes ni Quevedo, ahora es el Madrid-Barcelona. ¿Se
imaginan la repercusión que hubiera tenido la muerte de Suárez? Hubiera sido en
este plan:
— Oye, ¿te has enterado que se ha muerto
Suárez?
— ¿Y ése quién era?
— Uno que fue presidente del Gobierno...
En España, «la de los grandes entierros»
que decía Pemán, hasta que no te mueres no eres nadie. Suárez, antes de la
crónica de su muerte anunciada y retransmitida en directo, no era ya nadie para
muchos, y los muchachos de la ESO me parece que siguen sin conocerlo...como
nosotros no conocíamos a Cánovas. Gracias a su hijo, en la agonía de Suárez ha
habido tiempo para hacer como una colectiva meditación cuaresmal sobre el ser y
la esencia de España. Por ejemplo, sobre cuanto consiguió Suárez de
reconciliación y concordia y lo que tardó el maldito Zapatero en coger la pala
de Juan Simón para desenterrar las dos Españas y desmontar la Transición.
Zorrilla se dio a conocer leyendo un
poema en el entierro de Larra y Suárez se ha dado a conocer a sí mismo cuando
su hijo Adolfo anunció la llegada de su muerte, como un tren por la megafonía
de Atocha. Ni el sociólogo más versado podía haberlo hecho mejor para este
vuelco de la opinión pública. Me parece además que lo ha hecho todo él solo,
sin consultores, sin arriolas ni arriolillas. Pienso en Suárez Illana y evoco
el catecismo de Ripalda: «Honrarás padre y madre». Tanto ha honrado Suárez
Illana a su padre, con devoción filial, que ha conseguido que lo honre España
entera. Que lo ponga en su sitio, lo que es tela difícil en esta nación cruel y
olvidadiza. Que le reconozcan los méritos que en vida le negaron los mismos que
le dieron la puñalá. Hay mucho amor de hijo en este hombre. Se le vio a
chicorros con la foto de la visita del Rey, me parece que para entregarle el
Toisón a domicilio, como quien lleva una telepizza. Esa foto de un desmemoriado
Suárez de espaldas, con el Rey echándole el brazo por encima, demuestra sobre
todo una cosa: mucho amor de hijo. Así que enhorabuena, torero, aficionado
práctico Suárez Illana. Esta vez no has quedado como Cagancho, como cuando te
presentaste a presidente de la autonomía donde está Almagro. Has conseguido que
la cruel España ponga a Suárez en su sitio. Por una sola vez y sin que sirva de
precedente, la Historia no la han escrito los vencedores que lo traicionaron y
lo echaron a su casa, harto de coles.
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