Por Salvador Sánchez-Terán,
presidente del Consejo Social de la Universidad de Salamanca (ABC, 01/12/07):
Se celebra en este año el centenario
del nacimiento del Cardenal Vicente Enrique y Tarancón y el decimotercer
aniversario de su muerte en Valencia, el 29 de noviembre. Entre las muchas
facetas de su excepcional figura deseo glosar en este artículo su decisiva
aportación a la Transición española a la democracia.
De todas las grandes instituciones
presentes en la vida española -Gobierno, Justicia, Ejército, Fuerzas de
Seguridad, Banca, grupos o partidos políticos, Iglesia… etc.-, seguramente la
Iglesia Católica era la mejor preparada para afrontar al advenimiento de la
Monarquía, la Transición a la democracia. Y ello por dos motivos fundamentales:
el primero, porque bastante antes de la transición política, la Iglesia había
hecho ya su propia «triple transición» -religiosa, cultural y política- tal
como la ha definido José María Martín Patino, y el segundo porque tuvo un líder
de excepcional calidad, el Cardenal Tarancón, plenamente compenetrado en la
línea eclesial a seguir con el Papa Pablo VI y muy bien ayudado por el
excelente Nuncio de Su Santidad, Monseñor Dadaglio.
La transición religiosa tiene su
fundamento esencial en el Concilio Vaticano II, que fue calando lentamente en
la Iglesia española. En la década de los sesenta la defensa de los derechos
humanos es ya considerada parte integrante del discurso religioso. La
transición cultural se produjo al acentuar la Iglesia su presencia en el mundo
y, muy especialmente, en el mundo obrero a través de las organizaciones de la
Acción Católica -HOAC y JOC- y con la presencia de las nuevas promociones de
jóvenes sacerdotes en las parroquias de los barrios de trabajadores.
En cuanto a la transición política,
la Iglesia al principio de los setenta mantenía una actitud crítica ante el
Régimen por la falta de democracia y de las libertades básicas. «La misma
Iglesia española -ha dicho Adolfo Suárez- al impulso del Concilio Vaticano II,
se mostraba en sus sectores más jóvenes y mayoritarios, partidaria de una
apertura hacia las libertades y de una democratización de la vida política. El
nacional catolicismo había pasado y se producían serios conflictos
Iglesia-Estado».
El momento en que se conjugan las
«tres transiciones» es el 23 de febrero de 1973 -día clave en la Historia de la
Iglesia española, pues el pleno de la Conferencia Episcopal elige Presidente,
por mayoría, al Cardenal Tarancón, Arzobispo de Madrid-. Esto cambió el signo
de la mayoría de la Conferencia Episcopal. Y este hecho fue esencial en la
cooperación de la Iglesia a la Transición.
Cuatro hitos fundamentales marcan la
presencia de la Iglesia en la Transición:
*.- La homilía de los Jerónimos;
*.- la renuncia del Rey al derecho
de presentación de los Obispos;
*.- la apertura a todos los partidos
políticos democráticos y
*.- la ausencia de compromiso con un
partido político concreto de «signo cristiano»;
*.- y la definición del Estado
aconfesional pero cooperante con la Iglesia en la Constitución del 78.
En estas cuatro cuestiones Tarancón
tiene protagonismo decisivo.
La homilía que Tarancón pronuncia
en los Jerónimos tras el juramento del Rey contiene en sus afirmaciones
esenciales el espíritu de la Transición.
Las palabras del Cardenal
sorprendieron a los dignatarios extranjeros, recibieron el pleno apoyo de los
demócratas y disgustaron al todavía poderoso «búnker» del Régimen.
Tarancón constata en sus
«Confesiones» la mejora de las relaciones del primer Gobierno de la Monarquía
con la Iglesia a través de los ministros de Exteriores -Areilza- y de Justicia
-Antonio Garrigues-.
En esta etapa, se produce un hecho
decisivo: el almuerzo de Tarancón con los Reyes en la Zarzuela el 3 de marzo de
1976 -Miércoles de Ceniza-.
En dicha entrevista el
Cardenal explicó al Rey -que estaba sometido a presiones contrapuestas en este
delicado tema- las razones eclesiales y políticas que hacían necesaria la
renuncia al privilegio histórico de presentación de Obispos, que ya no tenía
razón de ser y rebatió los argumentos en contra.
En definitiva no era una petición
del Cardenal sino del Concilio Vaticano II y del Papa Pablo VI. Además se
establecería el derecho de prenotificación. El resultado de este almuerzo fue
positivo.
El Rey tomó la iniciativa de
anunciar su decisión, tras constituirse el Gobierno Suárez, mediante carta al
Papa de 14 de julio del 76.
Así se abría el camino al «Convenio
Marco» que significaba la superación del Concordato del 53 y la normalización
de las relaciones Iglesia-Estado. El nuevo ministro de Exteriores, Marcelino Oreja, firmará
el Convenio el 28 del mismo mes en Roma, abriendo así una compleja negociación
que culminaría año y medio más tarde con la aprobación de los cuatro Acuerdos
Iglesia-Estado.
(…) Después de 40 años de
«nacionalcatolicismo» no queríamos constituir un partido cuasi confesional.
Esta cuestión estuvo clara desde los primeros pasos de la Transición.
La definición de la naturaleza del
Estado y su implicación con la realidad socio-religiosa en España es la cuarta
y decisiva aportación de la Iglesia Católica a la Transición.
Desde el primer momento la Iglesia
renunció, de acuerdo con la doctrina del Vaticano II, a solicitar -como había
en el Régimen de Franco- un Estado confesional, pero aclaró que el Estado podía
ser aconfesional pero no laico.
La Conferencia Episcopal había
declarado: «la Constitución debe reconocer la presencia real de los católicos
en la sociedad».
El texto propuesto por la Iglesia
que Tarancón gestionó con Suárez y el arzobispo Yanes con otros dirigentes
cualificados de UCD, se plasmó en el artículo 16 de la Constitución.
(…) Siempre defendió la apertura de
la Iglesia al mundo moderno, las libertades de los ciudadanos, la autonomía
respecto al Régimen de los movimientos obreros y juveniles del apostolado
seglar; la entrega de la Iglesia a los más necesitados.
(…) Sin él no hubiera sido posible
el cambio de rumbo metodológico y de acción que tomó la Acción Católica en los
años 60. Luchó hasta el límite de sus fuerzas por evitar la «crisis de la
Acción Católica» decretada por sus hermanos en el Episcopado, nos defendió a
los dirigentes de los ataques de «filomarxismo» lanzados desde el Régimen y
«afirmó que en los movimientos de A. C. hay una voluntad firme de aplicar el
Concilio y que el Papa Pablo VI está con ellos».
Acompañé a Tarancón muchas veces en
momentos importantes de su vida.
Era un hombre clarividente, cordial,
con sentido del humor, muy fumador.
Pero recuerdo especialmente aquella
tarde del 21 de diciembre de 1973, en el entierro de Carrero Blanco, cuando el
Príncipe Don Juan Carlos marchaba detrás del féretro y el Cardenal vivía su
particular «vía dolorosa» rodeado de jóvenes «ultras» enloquecidos que
vociferaban «Tarancón al paredón».
Yo iba a escasos metros suyos.
Su cara era una emotiva síntesis de
profundo dolor, resignación y perdón.
El cardenal que hizo
llorar a Franco.
Varias instituciones
celebran el centenario de Tarancón, el prelado que liberó a la Iglesia del
nacionalcatolicismo franquista
Juan G. Bedoya Madrid 13
SEP 2007
"Tremenda historia.
Para que no entren dos en un siglo. Todo el mundo me llamaba Tarancón y, por lo
visto, a algunos les vino bien para rimar con paredón y otras cosas
peores", escribió el cardenal Vicente Enrique y Tarancón (Burriana,
Castellón, 1907-1994) sobre sus conflictos con la dictadura franquista y los
anticlericales de derechas. Varias instituciones organizan homenajes por el
centenario de su nacimiento. Ayer lo hizo el Consell Valencià de Cultura, y el
Ayuntamiento de Burriana ha programado actos para todo 2007, porque su ilustre
vecino "marcó un antes y después en la Iglesia española", reza el
portal destinado a difundirlos. La Conferencia Episcopal, que Tarancón lideró
durante 10 años, ha dejado pasar la efeméride sin darse por enterada.
Obispo a los 38 años, la
dictadura le 'congeló' en Solsona 19 años por una pastoral muy crítica.
Un eclesiástico liberal
y naranjero
Cuando hacer pintadas en
las paredes de España costaba a sus autores torturas y aislamiento en las
mazmorras del régimen, proliferaron hasta letreros de madera y pancartas de
tela con la leyenda "Tarancón al paredón", la más espectacular
encabezando en 1973 una manifestación amparada por las fuerzas de seguridad y
al frente el famoso cura charlista de Radio Nacional, Vicente Marcos.
Obispo a los 38 años -el
más joven de España- de la minúscula diócesis de Solsona por decisión de Pío
XII y con la venia de Franco, Tarancón despuntó pronto por sus escritos, que le
elevaron en 1969 a la Real Academia. "Ese obispo de España que escribe
tanto", decía de él Juan XXIII. Pero ni el atrevido Papa del Concilio
Vaticano II, ni su sucesor Pablo VI, también antifranquista, lograron sacar de
Solsona a tan brillante prelado, para encargarle más altas funciones. Franco
tenía derecho de veto por el concordato, y lo ejerció con furia hasta 1964.
En 1975, con ocasión del
caso Añoveros, el obispo de Bilbao al que el régimen detuvo para mandarlo al
exilio a causa de una pastoral, Tarancón hizo llorar al decrépito dictador
-murió meses más tarde- cuando le comunicó que se le excomulgaría si ejecutaba
semejante orden de expulsión.
La inquina de la
dictadura contra Tarancón databa de 1950, por la pastoral El pan nuestro de
cada día. "Aquello sí que fue un escándalo", reconoció en sus jugosas
memorias, que tituló Confesiones (haciendo honor a san Agustín, pero también a
Rousseau).
1950 era todavía un año
de hambre y racionamiento, y sobre todo de prisión y represión, incluso de
continuos fusilamientos de opositores al régimen. Contra todo eso alza la voz
el futuro cardenal, también contra los gerifaltes enriquecidos con el
estraperlo en medio de tanto sufrimiento. Lamentaba, además, que "después
de la guerra, la guerra sigue".
Era la primera vez que
un obispo se atrevía a tanto en aquella España nacionalcatólica. La pastoral de
Tarancón rompía, además, con los prelados de la época, que tenían glorificado
el golpe de Estado militar y la posterior guerra incivil como "Cruzada
cristiana". Escribió en sus recuerdos Tarancón: "No me lo perdonaron.
Alguien le preguntó al nuncio Cicognani cómo yo seguía en Solsona después de 18
años, y el nuncio respondió: 'Mira, hijo, hasta que los del Gobierno no
digieran el pan...".
En la curia romana,
muerto Pablo VI, gran amigo de Tarancón, también se la juraron de verdad. Nada
más cumplir 75 años le jubilaron con una celeridad que a él mismo le
sorprendió. De su gran obra -por ejemplo, la sincera aceptación de la
democracia por la Iglesia católica y la decisión de no apoyar a partido alguno-
apenas queda nada.
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