Entrevista inédita a Adolfo Suárez: «Soy
un hombre completamente desprestigiado»
En 1980 Suárez concedió una entrevista a
Josefina Martínez del Álamo que se salía de lo habitual. Fue una conversación
tan franca que sus consejeros decidieron vetarla. «Un presidente no puede ser
tan
POR JOSEFINA MARTÍNEZ DEL ÁLAMO
Actualizado 23/09/2007 - 19:10:27
En 1980 Suárez concedió una entrevista a
Josefina Martínez del Álamo que se salía de lo habitual. Fue una conversación
tan franca que sus consejeros decidieron vetarla. «Un presidente no puede ser
tan sincero», dijeron. D7 rescata esas históricas confesiones con motivo de su
75 aniversario
En 1980 Adolfo Suárez erael presidente
del Gobierno. Llevaba cuatro años gobernando, y las múltiples críticas le
tenían acorralado. La inflación se disparaba, el paro aumentaba, las autonomías
de doble velocidad despertaban los agravios comparativos. Todos sus actos y
declaraciones pasaban por la criba de los prejuicios políticos. La derecha no
le perdonaba la ruptura con el régimen anterior. La izquierda lo acusaba de no
imponer la ruptura con el régimen anterior. Dentro de su partido le crecían los
traidores. La prensa, la gran mayoría de la prensa, estrenó ¡por fin! su
libertad de expresión haciendo verdadera leña de un presidente a punto de caer.
Pero Suárez, a muchas trancas y
barrancas, intentaba la convivencia de todos, el respeto entre las corrientes
opuestas, la aceptación «sin ira» de unas normas nuevas y de un nuevo futuro.
Estaba practicando el diálogo sin patentes ni micrófonos.
Hoy todo son parabienes y medallas para
esa figura tristemente quebrada. Como advertía Mihura sólo nuestras desgracias
nos hacen perdonar nuestros éxitos. Pero bastaría con consultar las hemerotecas
para dejarnos helados los aplausos.
Por aquellas fechas -julio del 80-
Suárez estaba a punto de perder su confianza en Abril Martorell; algunos
militares manifestaban ya ostensiblemente su descontento. El político más
popular era quizás Francisco Fernández Ordóñez; y el presidente huía de la
prensa -exceptuando la revista Hola- casi al grito de «vade retro»... Pero
muchos de nosotros soñábamos con conseguir esa entrevista imposible.
Hacía seis meses que solicité la
entrevista. Tres meses después me la concedieron. Sólo faltaba elegir el
momento adecuado; fijarle fecha; esperar que el presidente tuviera dos horas
libres para sentarme frente a él. Pero en la agenda de Suárez debe de haber
anotaciones hasta en las tapas. Desde mayo sigo atentamente las idas y venidas
del Jefe del Gobierno. Y me confieso desalentada: nunca encontrará el momento
adecuado.
Por eso, cuando el Gabinete de
Presidencia me envió la sorprendente oferta de acompañarlo en un viaje oficial
a Perú, con la condición -eso sí- de que el resto de los periodistas invitados
ignoren que yo estaba allí para hacerle una entrevista, me quedo perpleja. Y
claro, acepto.
Y por fin, un mes después, nos sentamos
en un sofá turquesa del Hotel Bolívar de Lima. A 10.000 kilómetros y a siete
meses de distancia de mi primera solicitud.
Es la una de la madrugada. Adolfo Suárez
acaba de volver de la cena ofrecida en el palacio del Gobierno. Ha llevado un
día muy movido: tedeum, recepciones, investiduras... Está cansado. Marcelino
Oreja se acerca a recordarle que mañana se tendrá que levantar a las siete.
Cuando nos dejan solos, el presidente se
vuelve hacia mí: «¿Ve cómo por fin hablamos?... Yo cumplo lo que prometo. Podía
usted confiar».
-Nunca lo dudé. Siempre pensé que
haríamos esta entrevista.
«¿Sí?....» -me mira fijamente,
sorprendido- «¡Pues es toda una prueba de fe!»
No sonríe. Parece asombrado de que
alguien confíe en su palabra. Conecto la grabadora. Abro el cuaderno con las
cien preguntas preparadas, y lo miro... Pero en vista de su gesto agotado,
intento alguna conversación relajada para que olvide su prevención hacia la
prensa.
-¿Sabe por qué quería entrevistarlo?
Creo que es usted el gran desconocido. Los españoles no sabemos nada de Adolfo
Suárez persona. Cómo se siente, cómo piensa.
«Yo soy el primer convencido de ello.
No. No me conocen».
-Pues tienen derecho a conocerle. Si le
votan, y si se ponen en sus manos, necesitan saber con quién se juegan el
porvenir.
«Sí. Ellos tienen derecho; y yo tengo la
obligación de explicarme. Estoy de acuerdo. Y voy a procurar remediar ese
desconocimiento; a darles una respuesta. Quiero utilizar más los medios de
comunicación. La televisión sobre todo... porque en televisión soy responsable
de lo que digo, pero no soy responsable de lo que dicen que he dicho... Tengo
muchísimo miedo de cómo escriben después las cosas que he dicho.»
«Soy reacio a las entrevistas»
-¿Por eso evita usted hablar con la
prensa?
«Es que soy muy reacio a la
entrevistas... Muy reacio».
Recuerdo que en el avión he presenciado
cómo un periodista increpaba muy indignado al presidente por alguna información
no recibida. Y cómo Adolfo Suárez endureció la mirada, borró la sonrisa, enseñó
unos dientes afilados y calló al ofendido.
-Quizás el problema es también nuestro,
de la prensa. Últimamente parece que algunos nos sentimos demasiado inclinados
a ser protagonistas.
«Sí. Yo noto ese afán de protagonismo.
Algunos periodistas me preguntan sobre un tema político para tratar de
convencerme de sus posturas. Entonces les digo: ¿Ustedes, qué quieren: saber mi
opinión o convencerme de la suya?... Porque si vienen a hacerme una entrevista,
les interesará conocer mi criterio, supongo. Y tendrían que escucharlo libre de
prejuicios. Después, ustedes lo estudian, se informan y, si no les gusta, lo
critican... Después, todo lo que ustedes quieran».
«Pero sólo se tienen presentes a ellos
mismos. Escriben para ellos mismos... Los comentarios políticos suelen ser
mensajes que no entiende casi nadie. De ahí que la prensa tenga cada vez menos
lectores. De ahí que los políticos estén cada día más separados del pueblo... Porque
han acabado todos cociéndose en la gran cloaca madrileña... Y molesta mucho que
yo hable de una gran cloaca madrileña. ¡Pero es verdad! No existe la
preocupación de sobrevolar por encima. Nadie intenta hacer una crítica objetiva
de las actuaciones políticas, con independencia del partido que realiza la
acción».
«La prensa persigue intereses concretos
-políticos o personales del político que le informa-. Defiende las
conveniencias de alguien que instrumentaliza a ese periodista. Y los
periodistas se han convertido en correas de transmisión de los intereses de
grupos determinados».
«Hay excepciones, desde luego. Pero, por
desgracia, esa es la tónica general».
«Esta tarde les decía a unos
periodistas: ¿pero cómo es posible que tengan ustedes el más mínimo respeto a
una persona que les cuenta lo que ha ocurrido, lo que se ha tratado en un
consejo de ministros o en alguna reunión de naturaleza totalmente reservada?
¡Para mí, ese señor se habría acabado! Porque no me ofrecería ninguna imagen de
seriedad, ni de responsabilidad, ni de nada. Pero ustedes colocan a esa persona
en la punta de lanza de la popularidad... quizás por pagarle el precio de una
información... Eso es deleznable... Y se está dando mucho en la política
española».
-Supongo que tiene usted razón. Aunque
yo no soy ninguna experta.
«¡No... no! Yo tampoco soy un experto.
Simplemente observo una realidad que me parece muy grave, porque nadie intenta
remediarla. No se entrevé ningún síntoma de corrección. Y la gente se está
apartando de todo. De todo».
«...Y noto, además, que algunos
periodistas no intentan obtener los datos necesarios para hacer una información
exacta. He hablado de Autonomías con un grupo de periodistas. Y les he dicho:
¿ustedes se dan cuenta de que han desprestigiado totalmente el estatuto
gallego? Les pregunto: ¿lo ha leído alguno de ustedes? Y no... ¿Y han leído
ustedes el título octavo de la Constitución?... Y no».
Esos que opinan y no saben
«Y es más: me reuní con los
intelectuales gallegos que habían criticado el Estatuto de Galicia. Los he
llamado reservadamente. Los he invitado a almorzar. He ido con el estatuto y lo
he puesto encima de la mesa: «Señores, vamos a mirar artículo por artículo
dónde está la ofensa a Galicia...» ¡Y me confesaron que no lo habían leído!...
Cuando todos ellos se habían manifestado públicamente en contra... Sólo porque
Alfonso Guerra había dicho que aquello era una ofensa a Galicia. Y Fraga había
dicho que aquello era una ofensa a Galicia... Así que funcionaban simplemente
por el ruido del tam-tam de la selva. Yo repito a menudo que en España está
ocurriendo un fenómeno muy grave: las cosas entran por el oído, se expulsan por
la boca y no pasan nunca por el cerebro... casi nunca pasan por la reflexión
previa».
«Pero es un hecho que está ahí; que
sucede. Y luchar contra ello es muy difícil... Yo he intentado combatirlo
muchas veces... ¡Y así me va!»
«... Así me va... Soy un hombre
absolutamente desprestigiado. Sé que he llegado a unos niveles de desprestigio
bastante notables... he sufrido una enorme erosión».
-¿Y por qué no intenta arreglarlo? Debe
tener una solución.
«Si. Pero la tiene utilizando los mismos
procedimientos; y no me gusta. No quiero convertirme en un hombre que busca
sectores que lo cuiden, que lo mimen... ¡En absoluto no va conmigo!. Yo sólo
digo que me juzguen por mis obras. ¡Dios mío... que no son todas deleznables!».
La hora, el vacío del salón, el
silencio... El presidente se ha vuelto de perfil y mira a un punto perdido en
la cristalera del salón. Baja la voz casi hasta el murmullo. A veces inclina la
cabeza y la balancea lentamente. Fuma y se pasa la mano por la frente...
mientras, enlaza los pensamientos hilvanados con alguna pausa. Sólo cuando el
ensimismamiento amenaza con prolongar su silencio yo intervengo, apenas, con
alguna frase corta; como dándole el pie para que avance en su monólogo. Nada
más. Y la voz de Adolfo Suárez continúa al margen de mi presencia.
«Desde luego, el 80 por ciento de lo que
se escribe de mí no responde a la realidad... ¿Y qué voy a hacer? ¿Usted sabe
lo que supone pasarse el día rectificando? ¡Es horrible! «Quién calla, otorga
presidente», suelen decir los periodistas. Pero ustedes comprenderán que si
alguieninventa una cosa, y la prensa la recibe como noticia y no la contrasta y
la publica, yo no puedo dedicarme a desmentirla... Me faltarían horas para
eso».
-Cuando se ocupa un primer puesto, se
reciben más críticas que parabienes.
«Sí -admite en voz baja-. Es verdad.
Parto de esa base y la acepto. Pero también es verdad que no se puede luchar
contra la irreflexión. Es muy difícil que una persona asuma sus propios
defectos. Y cuando se los dice alguien que además es presidente del Gobierno,
creen que está buscando unos niveles importantes de aprobación personal».
«No se le puede advertir a nadie: usted
se equivoca porque no lee; usted se equivoca porque no estudia; no se informa
de los hechos... Decir eso es muy grave».
-A cualquiera le resulta difícil de
aceptar ¿no?
«Nadie lo admite casi nunca. Consideran
que es una ofensa personal. Y aumenta todavía el grado de irritación contra mí.
He llegado a la conclusión de que es mejor callar. Y es lo que suelo hacer».
La voz es ya un susurro. El gesto y el
tono son de fatalidad.
«Yo sé que me he equivocado en muchas
cosas. Pero el resultado final es favorable. Si creyera que es cierto en un 80
por ciento lo que dicen de mí, tendría que corregirme. Pero de tantas
acusaciones, sólo un 30 por ciento tiene alguna base real... Es verdad que he
cometido errores. No hay persona que no los cometa. Pero la mayoría de las veces,
no tanto por lo que me acusan: excesiva concentración de poder. Al revés: mi
error ha sido no ejercer el poder que legítimamente me corresponde».
-No crea. Quizás los políticos y la
prensa le acusen de excesiva concentración de poderes. Pero la gente de la
calle se queja de lo contrario: de que no lo ejerce.
«Pues ésa es una acusación cierta. Sobre
todo este último año... Y tenía razones para obrar así. Aunque quizás eran
justificaciones personales, porque a la vista del resultado no pueden ser
justificaciones institucionales...»
«Lo que ocurrió es que hice una
delegación de poder y durante siete u ocho meses, en algunos aspectos, no he
tenido los hilos de la información. Los he conservado en política exterior, en
seguridad ciudadana... pero se me han escapado otros; fundamentalmente en el
Parlamento. Ahora, los estoy recuperando a marchas forzadas».
«Reconozco que he cometido un error
grave que quiero corregir... Que no sé si seré capaz de corregir... Bueno,
¡estoy seguro que lo corregiré! Tal vez tengo excesiva confianza en mí mismo. Y
eso no es bueno...».
-¿Por qué? Estar dispuesto a superar
errores y circunstancias adversas es una buena cosa.
«Yo creo estar especialmente dotado para
eso... cuando me siento acosado, salgo hacia delante. Pero no es tan bueno. Lo
deseable sería mantener siempre el mismo nivel de exigencia personal... Tengo
muchos defectos... Muchos. Pero soy consciente de ellos y lucho por
corregirlos, no crea. Pero los asumo -sonríe- sé mis limitaciones, pero conozco
también mis posibilidades. Y combinando ambas cosas se obtiene un producto más
o menos aceptable... visto lo que abunda en la clase política española y en la
internacional».
-¿En la internacional también?
«Pues verá... Al principio, en mis
primeros contactos internacionales, me impresionaba conocer a aquellos
políticos que siempre había admirado...»
-Y se deslumbró.
«!No...! -niega, lentamente, con la
cabeza-... No me deslumbré. En absoluto. Al revés: fui creciéndome yo mismo. Y
empecé a sentir una gran preocupación por el destino del mundo, en función de
las personas que lo dirigen... Al final, he llegado a la conclusión de que los
políticos son hombres como los demás. En el fondo, las cualidades que
verdaderamente cuentan son las humanas».
«Un político no puede ser un hombre frío.
Su primera obligación es no convertirse en un autómata. Tiene que recordar que
cada una de sus decisiones afecta a seres humanos. A unos beneficia y a otros
perjudica. Y debe recordar siempre a los perjudicados... Gracias a Dios, yo no
lo he olvidado nunca. Pero se sufre porque no puedes tomar decisiones
satisfactorias a corto plazo para todos los españoles. Aunque esperas que sean
positivas en el futuro y asumes el riesgo... Hay personas que no ven a los
gobernados uno a uno... Yo los sigo viendo. ¡les veo hasta las caras!»
«Otro requisito indispensable en un
político es la capacidad para aceptar los hechos tal y como vienen, y saber
seguir hacia delante. Nunca puede sentirse deprimido. Tiene que continuar
luchando. Confiar en lo que siempre ha defendido y en los objetivos programados
a largo plazo... Pasar por encima de las coyunturas. Porque, a veces, las
circunstancias pueden desvirtuar el destino histórico de un país. Y es
preferible decir sí a la Historia que a la coyuntura. Yo lucho, intento luchar,
contra esas coyunturas».
-Supondrá una gran tensión... Como nadar
contra corriente.
«Sí -baja más la voz-. Una tensión
tremenda... hay que estar dispuesto a aceptar un grado enorme de impopularidad
-como en una confesión hecha a sí mismo, arrastra las palabras-. Pero yo estoy
dispuesto a eso. Lo estuve desde el primer día en que fui presidente».
«Hubo una primera época en que el
ambiente jugaba a mi favor. Y yo no opino, como muchos, que el pueblo español
estaba pidiendo a gritos libertad. En absoluto, El ansia de libertad lo sentían
sólo aquellas personas para las que su ausencia era como la falta de aire para
respirar. Pero el pueblo español, en general, ya tenía unas cotas de libertad
que consideraba más o menos aceptables... Se pusieron detrás de mí y se
volcaron en el referéndum del 76, porque yo los alejaba del peligro de una
confrontación a la muerte de Franco. No me apoyaban por ilusiones y anhelos de
libertades, sino por miedo a esa confrontación; porque yo los apartaba de los
cuernos de ese toro...»
«Cuando en el año 77 se consolida la
democracia y las leyes reconocen libertades nuevas, pero también traen
aparejadas responsabilidades individuales y colectivas, empieza lo que llaman
el desencanto... ¡El desencanto! Yo no creo que el pueblo español haya estado
encantado jamás. La Historia no le ha dado motivos casi nunca».
«Tuvimos que aprender que los problemas
reales de un país exigen que todos arrimemos el hombro; exigen un altísimo
sentido de corresponsabilidad. Y sin embargo, los políticos no transmitimos esa
imagen de esfuerzo común... La clase política le estamos dando un espectáculo
terrible al pueblo español».
-Bueno, yo escucho a la gente ¿sabe? y
cada día se siente menos representada por sus políticos. Tienen la sensación de
que en el Parlamento sólo se juega a hacer política de partidos... Y no se
refieren sólo a usted, sino a la clase política en general.
«... Y yo también. Yo también». Balancea
la cabeza afirmativamente. Su voz es ahora un murmullo casi indescifrable.
«Es verdad. Somos todos. Somos los
políticos. Los profesionales de la Administración... La imagen que ofrecemos es
terrible... Vivimos una crisis profunda que no es, en absoluto, achacable al
sistema político. Pero la democracia exige a todos una responsabilidad
permanente. Si nosotros fuéramos capaces de transmitir al pueblo ese sentido de
responsabilidad, si lo tuviéramos perfectamente informado, el pueblo español
asumiría todo lo que supone la soberanía ciudadana».
«Pero le hemos hecho creer que la
democracia iba a resolver todos los grandes males que pueden existir en
España... Y no era cierto. La democracia es sólo un sistema de convivencia. El
menos malo de los que existen».
Se ha hecho el silencio. Por fin, Adolfo
Suárez está solo con su pensamiento.
-Señor Suárez, usted ha hablado de
actuar siempre con perspectivas históricas, de sacrificar el presente en aras
del futuro... ¿Espera también encontrar su compensación en la Historia?
«No. Yo no tengo vocación de estar en la
Historia. Además, creo que ya estaré; aunque sólo ocupe una línea. Pero eso no
compensa... Hoy, ahora, tengo la satisfacción de poder seguir haciendo lo que
debo hacer... Y no siempre ha sido así... Mi mayor preocupación actual es la
convivencia. La democracia puede ser más o menos buena, pero lleva en sí unos
altos niveles de perfeccionamiento. Y la perfección máxima consiste en la
convivencia perfecta. Hay que crear las condiciones necesarias para que los
españoles convivan por encima de sus ideas políticas; que las ideologías no
dañen las relaciones de amistad, de vecindad».
«Sé que es un objetivo posible; estoy
convencido. Y si lo conseguimos, habremos hecho una labor histórica de primera
magnitud. Por fin habríamos acabado con todas las previsiones de
enfrentamientos históricos. La transición española dará un ejemplo al mundo».
«El símbolo, para mí, es que sean amigos
personas de partidos diferentes, pero amigos. Que por la mañana puedan ir a
votar juntos, y después sigan charlando y discrepen, pero civilizadamente. Que
no traslademos al país nuestro rencor personal. Que no ahondemos con
diferencias políticas las diferencias regionales y económicas que ya existen.
Diferencias que, además, tampoco son insalvables... ese es mi auténtico
objetivo. Esa sería mi compensación».
-Pero como usted ya forma parte de la
Historia... ¿Qué le gustaría que escribieran en esa línea que le corresponde?
«Creo que la Historia de esta época sólo
será objetiva cuando pase mucho tiempo. Pero ahora, de inmediato, se verá
afectada por las propias posiciones personales. Yo escucho y leo muchas cosas
que se han escrito en los últimos cuatro años... !Y hay una cantidad de
inexactitudes y de errores de perspectiva!... Cualquiera sabe lo que dirá la
Historia dentro de 30 o 40 años... Por lo menos, pienso que no podrá decir que
yo perseguí mis intereses.
Admitirá que luché, sobre todo, por
lograr esa convivencia; que intenté conciliar los intereses y los
principios..., y en caso de duda, me incliné siempre por los principios».
-¿Qué pesa más: las insatisfacciones o
la alegrías?
«Es muy difícil de calcular. Los hechos
no son tan simples. Si examino una situación y pienso que algunas cosas van por
el camino que pretendía... entonces tengo una alegría enorme. Tuve una gran
satisfacción en el año 76; y la he tenido con algunos textos legales que han
salido como queríamos; y con esa convivencia que, pese a todo, se está dando en
el Parlamento...»
«Insatisfacciones... muchas.
Ingratitudes, más bien diría que muchísimas... Bueno, ingratitud no es la
palabra exacta, aunque las he recibido. Lo malo es la incomprensión. ¿Usted
sabe las cosas que han dicho de mí? Personalmente me afecta poco lo que
digan... pero me preocupo por mi hijos. Por si un día llegan a creer que su
padre era todo eso que se escribe en la prensa...
-¿La incomprensión le ha resultado
alguna vez insoportable?
«Sí. Me ha producido ratos amargos,
cansancios. Ha habido momentos terribles».
-Y los superó...
«Pero resisto. Yo suelo decir que me he
empeñado en un combate de boxeo, en el que no estoy dispuesto a pegar un solo
golpe. Quiero ganar el combate en el quince round por agotamiento del
contrario... ¡Así que debo tener una gran capacidad de aguante!... »
«Es una imagen que refleja bien mi
postura. Si en mis decisiones públicas hubiera un pequeño ingrediente personal
-el más mínimo- derivado de las ofensas que he recibido, en ese mismo instante
me marcharía. Porque estaría cometiendo los mismos errores que se han cometido
históricamente. Caería en las equivocaciones de esos políticos que, por razones
personales, llevaron a España a enfrentamientos muy graves».
«A veces cuesta un gran esfuerzo
mantener esta actitud... A mí me han estado insultando de una forma tremenda...
Y yo he seguido saludando con el mismo gesto, con la misma intención, hasta con
el mismo afecto, a la persona que me insultaba...»
-Pues eso tiene su mérito.
«Eso es tener un cierto sentido de
responsabilidad -de nuevo su voz se vuelve hacia sí mismo-... de
responsabilidad histórica... que la da el cargo. Yo he sido siempre un hombre
responsable».
«Y también me influye la ilusión que
conservo. La ilusión de que es posible conseguir lo que me había propuesto. Los
políticos se rinden, a menudo, porque no ponen todo el esfuerzo necesario para
alcanzar la meta; porque priman los objetivos a corto plazo. Pero yo todavía tengo
una enorme ilusión. La misma que tuve toda mi vida».
-¿Toda su vida?... ¿Cuándo pensó que
sería jefe de Gobierno?
«Siempre. Lo comentaba incluso con los
amigos».
-¡Qué curioso!... Es raro que se cumplan
los sueños.
«Sí. Pero eso satisface el primer año.
Después, no te llena lo suficiente, porque entran en juego otras cosas más
importantes».
«Se me acusa de ser un hombre
ambicioso... ¡Pero ¿es que nadie se ha parado a pensar que ya se han cumplido
todas mis ambiciones personales? Todas. No me falta ni una... ¿Y usted cree que
el poder, por sí mismo, satisface a quienes lo poseen?»
-Pues si no satisface, por lo menos
apasiona ¿no?
«Desde luego es apasionante...
apasionante». Su afirmación queda flotando en el aire.
«...Y no digo que el poder no satisfaga,
lo que quiero explicar es que por sí mismo no puede justificarse. El poder sólo
se justifica en función del cumplimiento de unos objetivos, por supuesto no
personales. Además, yo no he disfrutado las compensaciones personales que el
poder comporta. Nadie puede negar que soy un hombre volcado en mi trabajo; no
se me ve en cócteles ni en cenas, ni en ninguna de esas facetas agradables de
la vida pública... Paso el día estudiando documentos, leyendo expedientes,
analizando acontecimientos. Despacho los asuntos urgentes... Recibo visitas; me
entrevisto con economistas, con especialistas en los temas que me preocupan.
Procuro hablar con las personas que tienen una opinión diferente a la mía para
ahondar en sus razones... Son muchos deberes. Mi primera obligación es
convencer. Tengo un partido político que apoya mi gestión. Y no puedo decir:
esto se hace así porque yo lo he decidido. Vivo convenciendo...»
«Ni siquiera estoy demasiado tiempo
sentado. Me levanto y paseo muy a menudo. Necesito moverme».
«Soy un hombre inquieto»
-¿Por qué? ¿Por una constante tensión
nerviosa?
«Bueno, yo soy un hombre inquieto,
vital... Pero me domino muy bien».
Lo observo. La mirada, directa. El
apretón de manos, firme. Las palabras, ahora que ha vuelto de su mundo
interior, decididas. Es un hombre segurísimo, convencido.
«Lo he pasado muy mal. Pero cuando uno
ha sido cocinero antes que fraile, y ha conocido muchas situaciones, aprende a
dominarse».
De nuevo vienen a advertirle de la hora.
Les preocupa el programa de mañana: «presidente, tiene que madrugar...»
-Si está cansado lo dejamos, señor
Suárez.
Se pasa la mano por los ojos.
«Estoy un poco cansado... Sí».
-Seguiremos en otro momento, ¿no? En
realidad me quedan por hacerle todas la preguntas....
«Por supuesto -me tranquiliza-. Además,
hemos quedado en que esta entrevista la haremos en varias ocasiones».
Un día después, en el vuelo de vuelta a
Madrid, lo miro mientras habla con los periodistas. Tiene algo de pez
escurridizo. Con la cara de frente, los ojos miran de perfil. Parece inmóvil,
pero se escapa.
En cambio, la noche anterior el
cansancio, el silencio y la soledad sacaron a flote otro hombre agotado. Me
faltó preguntarle si al final de la jornada siempre repasa los buenos y los
malos momentos, si reflexiona y hace autocrítica.
Todavía en el avión, en un momento de
distracción general, me promete bajito: «Seguiremos hablando. Habrá otra
ocasión».
Sin embargo, la ocasión no se presentó o
sus adjuntos la impidieron. A saber. No obstante las insistencias de mis idas y
llamadas a La Moncloa. Y cuando yo, por compromiso y deferencia, le envié la
trascripción de la conversación mantenida en la madrugada de Lima, sus
consejeros dilucidarony discreparon si se debería o no publicar. A pesar de
Josep Meliá o del apoyo de Chencho Arias, triunfó el no «porque el presidente
no puede ser tan sincero».
Pero el hecho es que lo había sido.
Demasiado sincero. Y la entrevista quedó encerrada en un cajón y en mi «debe»
indignado. Ahora, releída con la serenidad sabia que dan los años, reconozco
que un presidente no podía ser públicamente tan sincero. Pero ahora también,
cuando le llueven los homenajes y las nostalgias, creo que es bueno que quienes
lo criticaban tanto, de los que se dolía, o todos los demás que apenas lo han
conocido sepan cómo pensaba y cómo se sentía.
Por aquella época, y al final de algún
segundo encuentro, Adolfo Suárez, todavía presidente, me dijo: «Es usted la
única persona en España con la que estoy en deuda. Le debo una entrevista».
-Y si no, publico ésta.
«Y si no, en su día, publica ésta...»
Dos meses después dimitió.
Palabras para la Historia
Quien habla en esta entrevista es un
hombre de Estado a ratos amargo, harto de encajar golpes, atacado con una saña
desmedida, desengañado con la clase política y duro con la Prensa. Una insoportable
tensión política y emocional que vuelca en una conversación sin ataduras. Tanta
sinceridad, por lo visto, pareció inconveniente a algunos de sus consejeros,
que pidieron que se archivara la entrevista. Pero, cuando se cumple el 75
aniversario del hombre que lideró la transición, creemos que no hay mayor
homenaje que la publicación de estas confesiones. El lector va a sentir una
cierta nostalgia ante un presidente que asegura no tener «vocación de estar en
la historia», pero que levanta el vuelo por encima de sectarismos y políticas
chusqueras. Suárez se sitúa en la «Historia», porque, como él mismo dice, no le
interesa «la coyuntura», sino los principios. Y sus palabras pueden enseñarnos
mucho en estos tiempos de «coyuntura»
A pesar de no vivir en España me gusta saber sobre la historia de distintos países por eso en general en historia es la materia que mejor me ha ido. Con educatina suelo repasar los conceptos importantes que necesito de historia
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