MAYTE ALCARAZ / MADRID
Día
20/01/2015 - 14.03h
Donde
antes había periodistas sabelotodos ahora hay sabelotodos que van de
periodistas.
La
mañana se presenta agitada.
Donde
antes había periodistas sabelotodos ahora hay sabelotodos que van de
periodistas.
Aviso
a primera hora de la mañana de los asuntos que cebarán la tertulia matinal de
una cadena a la que me invitan de higos a brevas.
En
la lista, ni una mención a las facturas falsas de UGT; a los chanchullos de los
Pujol; al implacable sumario de los ERE; o a la capoeira de Tania Sánchez.
La
lista de la compra, como en la canción, viene con manchas de grasa del atún en
aceite vegetal y en oferta. Cómo manchas, grandes lamparones en la camisa. En
la camisa, claro, del peor estudiante que es, no puede ser otro, Mariano Rajoy.
La
nómina de asuntos para desgañitarse van de Bárcenas, a la Gürtel, a la Púnica,
pasando por el aborto, un redivivo Gallardón (al que durante el programa le
crece la nariz en un alarde de grafismo y talento), Montoro y el Rey Juan
Carlos. Pero siempre bajo un mantra incansable: la casta política que quiere
privarnos hasta del caldo del asilo.
Miedo
da preguntar al siempre eficiente profesional que organiza las mesas de debate
por el nombre de los compañeros de viaje que me amenizarán el rato.
Hace
unos años, entre col y col, había lechuga. Ahora definitivamente no hay
lechuga.
En
escasísimas ocasiones a la mesa se sienta un compañero de profesión que, aunque
en las antípodas de mis ideas, defienda las suyas lo mejor que puede.
Esos
no abundan. Ahora, lo normal es cruzar tu destino con sor Lucía, Juan Carlos
Monedero, de Podemos, Cayo Lara, de IU o un bienintencionado joven con mochila
que dice pertenecer a un ente llamado «Oficina Precaria» y representar, sin que
nadie se lo haya pedido, a los ciudadanos maltratados por la casta, así, a lo
grande.
Comienza
la fiesta.
Antes,
un recuento: uno, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis. No, no es que seamos
seis a la mesa. Es que son seis contra uno. Y entre los seis, el moderador que solo
modera tus intervenciones.
Es
decir, evita que hables más de una sexta parte del tiempo del programa. Y eso,
cuando no te ofrece la palabra veinte minutos después de haberse iniciado el
espacio. Cuando eso ocurre, ya te han dado ganas de levantare 137 veces. Pero,
por fin, la cámara repara en ti, especimen poco recomendable que osa sacarle
los colores a la demagogia, la salsa que espesa estos prometedores programas
que se hacen con un ojo en la cámara y el otro en el plasma donde el competidor
de la cadena rival hace lo propio. Tan calientes son estos debates que ni
siquiera saben sus responsables la hora del comienzo y del final. Todo está al
pairo de lo que decida el competidor. Y hasta los bloques publicitarios se
colocan en sincronía con la cadena enemiga. El «share» no puede descuidar ni el
más mínimo detalle. Los propietarios, poco dados a empatizar con la lucha de
clases y el reparto de beneficio de Podemos, quieren una cuenta de resultados.
Los
dúplex trufan las intervenciones en plató. Siempre, al otro lado de la
pantalla, una desgracia: estudiantes que tienen que emigrar para buscarse la
vida; respetables jubilados a los que la policía española (a la que se dibuja
como si fuera hija de la norcoreana) han roto el húmero por portar una bandera
republicana, madres que no tienen comedores escolares donde alimentar a sus
hijos... Todo un fresco de la realidad española que no admite contradiscurso.
Porque ¿quién es el guapo que afea ese retablo social que, sin duda, existe
pero que no representa en absoluto a la sociedad española? De un plumazo, un
puñado de tuits, una entrevista a vuela calle, o una llama telefónica se
convierte en una demoscopia inapelable. Hay hambre, hay represión, hay fascismo
en España. Lo dice todo el mundo.Y sanseacabó.
De
abonar semejantes axiomas se ocupa Pablo Iglesias. Parte indisociable del
programa, el líder de Podemos entra en liza allí dónde se encuentre.
Toca
Atenas. Allí ha acudido invitado por el partido Syriza.
En
sus sede se halla Iglesias, con su pinganillo y su micrófono, como si hubiera
echado los dientes (¿no fue así?) en la tramoya de la televisión.
Hoy
devenido en sociólogo de largo alcance que también ha hecho en las calles (no
aclara cuáles) de la capital griega su particular trabajo de campo: «Los
griegos me preguntan por la razón por la que aquí se elige a un jefe de Estado
por su sangre y no en las urnas».
A
esta pobre periodista se le ocurre preguntar si también ha sido interpelado
sobre las trolas que la respetable República helena le metía al FMI y a la
Comisión Europea para seguir horadando el Estado griego sin que la encorbatada
Bruselas se enterara. Pero eso no importa. Vuelta la burra (con perdón) al
trigo: en esta película el papel de malo siempre se lo diputan la Monarquía y
el presidente del Gobierno. Luego hay figurantes; ahí vale desde el roto de
Esperanza Aguirre hasta el descosido de Pedro Sánchez. La casta, ya saben.
La
última moda de estos encuentros televisados es que los periodistas recibamos
clases aceleradas de buena praxis en la profesión. Ahí Juan Carlos Monedero,
por lo demás un interlocutor simpático y amable, lo borda. El dirigente de
Podemos reparte estopa a profesionales, becarios y senior. De El País a ABC,
nadie se libra. Pero siempre nos quedará «El Universal» de Venezuela.
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