Resulta que sobre lo que ha votado el pueblo soberano se impone la
decisión de los líderes políticos metidos de lleno en el chalaneo y los
cambalaches. Mariano Rajoy disponía de una mayoría absoluta que le hubiera
permitido eludir la escombrera. Prefirió no hacer nada. Una ley electoral como
la francesa, en la que el que gana en las elecciones municipales o regionales
es el que gobierna, resulta fácilmente exportable a España. También se podría
haber concordado que los dos partidos con más votos en las elecciones autonómicas
y municipales pasaran a una segunda vuelta. La fórmula tenía riesgos para el
PSOE pero también y muy razonados para el PP. Rajoy pensó que los ciudadanos
recapacitarían y ahuyentarían a los partidos emergentes y se ha encontrado con
que no. El pueblo español, harto de la corrupción, de la altivez, de la
soberbia, del desdén, del no hacer nada de muchos dirigentes del PP, ha dejado
al presidente del Gobierno sin una sola de las mayorías absolutas obtenidas en
las elecciones de 2011, en las que se votó contra Zapatero y con la esperanza
puesta en modificar la tenebrosa situación legada por el presidente socialista.
Mariano Rajoy no ha sabido aprovechar la ventaja sustancial que suponía
la mayoría absoluta y ni siquiera se atrevió a emprender la reforma de la ley
electoral, cuando los partidos minoritarios emergentes llamaban a la puerta con
alta probabilidad de conseguir concejales y diputados. Todavía el PP puede
tomar medidas que recompongan el cuadro electoral ahora fracturado. Veremos lo
que hace Mariano Rajoy, para elogiarle si acierta, criticarle si se equivoca,
denunciarle si abusa. Las espadas están en alto y las navajas cachicuernas
centellean por los bajos de la política. Nadie sabe en qué quedará el actual
aquelarre que se ha hecho patente por la debilidad de algunos políticos y su
indeclinable tendencia a no hacer nada.
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