miércoles, 1 de julio de 2015

Memoria e Historia de Andrés Nin

El 1 de agosto de 1937, George Orwell escribió a Amy Charlesworth: «Cuando salí de España, el 23 de junio, el partido con cuyas milicias estuve combatiendo, el POUM, acababa de ilegalizarse, la Policía se dedicaba a echar el guante a todo aquel que hubiera tenido alguna relación con el partido, incluso a los heridos de los sanatorios, y los encerraba en la cárcel sin juicio previo.
Yo fui muy afortunado por poder salir de España, pero muchos amigos y conocidos míos siguen en la cárcel y mucho me temo que serán fusilados, no por haber cometido un delito concreto, sino por haberse opuesto al Partido Comunista...».
Tras los «hechos de mayo», las cárceles «estaban tan abarrotadas que tuvieron que encerrar a muchísimos detenidos en comercios y otros calabozos provisionales», apunta Orwell en «Homenaje a Cataluña».
Barcelona era una colmena de chekas estalinistas que escapaban al control de la Generalitat.
Irónicamente denominado «Gobierno de la Victoria», el gabinete Negrín, sellaba la hegemonía soviética.

El comunista Jesús Hernández asumió las carteras de Instrucción Pública y Sanidad, mientras que la Dirección General de Seguridad quedó en manos de otro comunista, Ortega.
Alexander Orlov les exigió varias órdenes de arresto contra dirigentes del POUM, ninguneando al ministro de la Gobernación, el socialista Zugazagoitia. «Era un hombre de casi dos metros de estatura, elegante y fino en sus maneras. Hablaba el español con cierta soltura. No tendría más de 45 años. A primera vista nadie hubiera sospechado que tras de aquella aparente distinción se ocultaba uno de los más intransigentes inkavedistas...».
Hernández vio así a Orlov en «Yo, ministro de Stalin en España», libro publicado en 1953, tras la muerte del zar rojo. El mismo año de la «Historia secreta de los crímenes de Stalin» que Orlov publicó por entregas en la revista «Life».
Tras dirigir el asesinato de Nin, Orlov escapó a los Estados Unidos y pidió asilo político. En sus memorias relata minuciosamente las purgas estalinistas pero no dice una sola palabra de su siniestra misión en la España del 1937.

Jesús Hernández sí supo lo que hizo Orlov en aquellas fechas y su plan para matar a Nin, construido sobre mentiras: identificar al POUM con una red de espionaje falangista que se comunicaba con tinta simpática.
Orlov jugueteaba con su encendedor mientras explicaba los pormenores de la operación. Hernández advierte que Negrín debiera conocer un asunto tan delicado, pero a Orlov le trae sin cuidado la opinión del Gobierno: «Ahora es el momento ideal para descargar un golpe aniquilador sobre esa banda de contrarrevolucionarios... Tenemos una montaña de pruebas, de pruebas aplastantes», exclama.
Hernández no lo ve claro: «Tengo la impresión de que todas esas pruebas son un fotomontaje hábilmente preparado, pero dudo que resistan la prueba de un tribunal legal».
La estrategia soviética era irreversible. Hacía meses que Slutsky, jefe de la División extranjera de la GPU, organizaba la policía secreta según el modelo soviético, especialmente en Cataluña, donde el POUM abanderaba el antiestalinismo.
La atmósfera de Barcelona devino tan asfixiante como el Moscú de las purgas. Escasez de alimentos, rumores activados por el agit-prop, censura de prensa, delaciones y más de cuatrocientas detenciones... «Era como si alguna poderosa inteligencia maligna pesara sobre la ciudad», anota Orwell.

Con Orlov como director, el teniente coronel Ortega y el jefe de policía Burillo ejecutarán la macabra partitura. Cuando Hernández se entera de la detención de Nin le acompaña José Díaz.
Un Ortega «cohibido y pálido» les dice que Togliatti, Codovila, Pasionaria y Checa se encontraron con Orlov: «Me ordenaron que transmitiera por teletipo al camarada Burillo la orden de arresto de Nin, Gorkin, Andrade, Gironella, Arqué y todos cuantos elementos del POUM fueran indicados por Antonov Ovseenko (cónsul ruso en Barcelona)».
Hernández y Díaz se trasladan al Comité Central e inquieren sobre tan turbio asunto. A Ibárruri le parece políticamente intrascendente: «¿Qué importancia puede tener la detención por la policía de un puñado de provocadores y espías?», se pregunta con sorna.
La suerte estaba echada. Miles de comunistas repetían los eslóganes que propagaba «Mundo Obrero»: Atacar a Stalin es atacar a la Unión Soviética, el pueblo amigo de la República.
La GPU pasaba por encima del ministro Zugazagoitia.
El SIM (Servicio de Investigación Militar) realizaba nombramientos sin consultar al ministerio de Defensa, como denunció Indalecio Prieto.
A partir de 1937, por oportunismo político o terror cerval, el antaño minúsculo PCE y su versión catalana, el PSUC, tuvieron 50.000 nuevos afiliados en tres meses. La propaganda hacía el resto.
Tras eliminar a sus antagonistas españoles y cobrarse con lingotes de oro del Banco de España el armamento defectuoso, al Stalin de 1938 le importaba poco la República.

En 1939 llegó la derrota y el pacto germano-soviético. Cuando Hitler invadió Polonia, los comunistas siguieron el guión moscovita con la misma docilidad con que callaron ante el asesinato de Nin: «Declararon la contienda como una guerra entre potencias imperialistas y, entre los dos bloques, optaron por el del fascismo al cesar de combatir a éste y presentar a ingleses y franceses como «incendiarios de guerra»», concluye Hernández. «La ignorancia es la fuerza» (Orwell, «1984»).

¿Quién era Nin?.
De orígenes anarquistas, fue funcionario sindical en la URSS al término de la revolución. Llegado Stalin al poder, tuvo que abandonar Moscú para salvar la vida. De regreso a España, fundó partidos trotskistas. Su asesinato en 1937 ejemplifica la profunda brecha que se abrió en la izquierda.
Cuando los agentes secretos soviéticos, dirigidos por Orlov, y sus sicarios españoles, entre los que destacaba el coronel Ortega, secuestraron, torturaron y asesinaron a Andrés o Andreu Nin López, en junio de 1937, algo en la II República se rompió para siempre.
No se explica el final de la guerra sin la fosa que se abre, con el cuerpo de Nin dentro, entre los que estaban dispuestos a todo al servicio de Stalin y los que, desde entonces, miraron a Moscú como un peligro más que como un aliado. Si Moscú era capaz de mandar asesinar a un hombre inofensivo políticamente como, de hecho, lo era Nin, ¿qué podía esperarse de bueno que viniera de Moscú? Ni armas siquiera, que por entonces, además, empezaron a llegar de forma harto irregular, a pesar de estar pagadas de antemano y de sobra con el oro del Banco de España enviado a Odessa.

Formado en el anarquismo, con gran facilidad para los idiomas -daba clases de catalán y de español entre presión y prisión, y pronto se ganó la vida como traductor en las épocas de clandestinidad- Nin era, con Pestaña, una de las jóvenes promesas del movimiento libertario, cuando triunfó el golpe de Estado leninista y fue enviado a Moscú para averiguar las características del régimen y después decidir si la CNT se sumaba a la naciente III Internacional.
Nin hizo algo más que mostrarse favorable, se quedó en Moscú. Allí empezó a trabajar en la organización de la Profintern, la Sindical Obrera de la III Internacional, y recorrió Europa como agente soviético buscando su implantación, tarea dificilísima porque los socialistas y los anarquistas tenían el control absoluto de ese terreno y pronto se mostraron opuestos al sectarismo leninista.

Nin tardó poco en desengañarse de la revolución. Dos años después de instalarse en su despacho de la Profintern ya le contó a Gorkin sus dudas sobre la evolución de la URSS y, en especial, sobre la sucesión de Lenin. Su favorito era Trotski, con el que mantenía muy buena relación Fue precisamente lo que, años después, le costó la vida.

Y es que Trotski, además de crear el Ejército Rojo y de forjar, mano a mano con Lenin, el régimen de terror que, a través de la cheka, dirigió desde los primeros meses de la revolución Félix Dzerzhinski, tenía debilidad por los escritores e intelectuales, a los que adoctrinaba y con los que se entretenía en largas veladas.
Nin tenía un lugar importante aunque relativamente marginal en la naciente nomenklatura y pertenecía al círculo de los Maiakovski, Esenin, Bábel, Lili Brik, Lieniak y otros que, con Gorkin en la distancia, y Meyerhold en las tablas, sin olvidar a Dziga Vertov, Pudovkin y Eisenstein en el cine, formaron una especie de Corte de Camelot en la naciente revolución soviética.

Nin tradujo al catalán y al español varios libros de Lenin, de Trotski y de los pocos teóricos que por entonces tenía el partido bolchevique, pero complementaba su sueldo y su afán lliterario con la traducción de narraciones de todos aquellos brillantes escritores, entre las que destaca Caballería Roja, de Isaak Bábel.

La lucha sorda entre Trotski y Stalin por la sucesión leninista, la tuvo ganada Stalin desde el principio, pero tardó algún tiempo en tomar represalias. Así pudo censar a todos los que, en un momento dado, podían serle hostiles, y se dispuso a deshacerse de ellos.
Entre los trotskistas, que eran simplemente los que se oponían a Stalin o a ciertas formas del terror soviético que no tenían sentido después de ganar la Guerra Civil, figuró desde el principio Andrés Nin.
Trotski pudo salir vivo de la URSS pero sus amigos se quedaron y, en la práctica, se convirtieron en prisioneros del naciente estalinismo. Nin tuvo además la gallardia de no esconder nunca sus diferencias con Trotski pero también de ayudarlo cuantas veces pudo, porque consideraba injusta su persecución. Esto lo llevaba de cabeza a la cheka y al tiro en la nuca, cuando su mujer. Olga Tareeva, le impuso la huida de la URSS como única forma de salvar la vida, Las autoridades negaron el visado.
Entonces, Olga se presentó en la sede del KGB -entonces GPU- diciendo que si no les dejaban salir, se pegaría un tiro en la puerta de la Lubianka. Y sacó la pistola para demostrarlo. La vieron tan decidida que les dejaron salir.

Cuando Nin regresa a España está naciendo la II República y él funda un grupo claramente trotskista, Izquierda Comunista, que, sin embargo, tropieza con dos obstáculos infranqueables: el dogmatismo de Trotski y la existencia de un grupo, el Bloque Obrero y Campesino, dirigido por el aragonés afincado en Barcelona Joaquín Maurín, cuyo liderazgo en el comunismo antiestalinista era indiscutido e indiscutible. Nin no fue capaz de conseguir que su organización creciera mientras veía cómo la de Maurín se iba haciendo cada vez más fuerte.

Después de muchas peleas teóricas y después de la participación del BOC en las alianzas obreras y la revolución de Asturias, también de la rebelión de la Generalitat que, dirigida por Dencás, terminó en un espantoso ridículo, la IC y el BOC deciden unir sus fuerzas convencidos de la inminencia, por no decir necesidad, de la Guerra Civil. Nace así el POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, en el que Nin ocupa una presidencia honorífica pero en el que manda Maurín.

Su política es comunista, dictatorial, pero antisoviética, lo cual les enemista con la CNT -que no perdona ni la antigua defección de Nin ni la represión de Ttrotski contra Makno y otros anarquistas en la URSS- y con Stalin, que ha puesto en marcha, con Yagoda y Yehzov, lo que Conquest ha llamado «el gran terror», una depuración masiva de todos los antiguos bolcheviques, con especial atención a los anarquistas, troskistas y «socialtraidores» en general.

El comienzo de la Guerra Civil pilla a Marín en Galicia, donde consigue escapar con nombre falso, pero es detenido al tratar de pasar a Francia por Jaca, y remitido a la cárcel. Nin queda entonces como jefe nominal del POUM, pero el partido sigue siendo maurinista y, salvo Andrade, todos los dirigentes, con Gorkin a la cabeza, le guardan respeto pero no obediencia.
Cuando empieza la guerra, el POUM moviliza sus efectivos como los demás partidos revolucionarios, ero el PCE-PSUC, es decir, Moscú, por boca de Koltsov, ya ha ordenado la caza y captura de los trotkistas, a los que se asimila con los nazis y el Gobierno de Burgos.
Tras los Hechos de Mayo, en los que el POUM se alía desganadamente a la CNT contra el PSUC, se desata la persecución contra los poumistas.

En junio, Negrín, que ha sustituido a Largo Caballero porque éste se niega a ilegalizar la organización dirigida por Nin, hace la vista gorda para que el coronel Ortega y los agentes de la NKVD, el servicio secreto soviético que en la España republicana ya campaba a sus anchas, detengan a la plana mayor del POUM.
Se llevan a Nin a Madrid, pasando por Valencia, y allí intentan convencerle a golpes de que confiese su condición de agente franquista y nazi. Nin, hombre de salud frágil y carácter blando, no transige. Comienzan entonces las torturas: lo llevan de Madrid -una cheka en la Castellana- a Alcalá de Henares y allí, en un chalé, lo golpean hasta darlo por muerto. Pero vive. Entonces lo llevan al Pardo, a un garito donde las Brigadas Internacionales solían depurar a los antifascistas que no rendían culto a Stalin. Nin quedó en Manos de una troika venida de la URSS “asuntos mojados en sangre”.

Por las declaraciones de un agente soviético a Jesús Hernández, número dos entonces del PCE, Nin fue desollado vivo, o desollado hasta que murió, Pero nunca firmó nada contra sus compañeros. Mundo Obrero publicó entonces que un grupo de agentes de la Gestapo habían cruzado las líneas y rescatado al «traidor Nin» llevándoselo a Burgos. El POUM respondió desde la clandestinidad pintando en todas las paredes que tuvo a mano: « Gobierno Negrín: ¿dónde está Nin?. A lo que los del PCE-PSUC añadireron: «En Salamanca o en Berlín». Se unió así el asesinato a la calumnia. Pero entre los que no eran comunistas, la muerte de Nin significó una ruptura de fondo con Moscú que desembocó en la rebelión de Casado al final de la guerra. «Antes con Franco que con los que mataron a Nin», se dijeron Besteiro y los suyos. Lo que prueba hasta qué punto Nin era uno de los nuestros.

¿Está Nin entre los restos de la Fosa recientemente hallada en Alcalá de Henares?
En Alcalá de Henares, el ministerio de Defensa quiso ocultar la aparición de los restos, porque el hallazgo se realizó en "en plena precampaña" electoral.
En estos momentos, la fosa de Alcalá está tapada por unos plásticos para protegerla de las inclemencias meteorológicas y queda evidente que "todavía hay mucho por investigar" en ella. Está confirmado que los restos humanos exhumados en un cuartel de Alcalá de Henares a finales de febrero datan de la Guerra Civil (a esta conclusión ha llegado la Policía Científica tras un primer análisis de los huesos) y la Guardia Civil está segura de que aparecerán más restos en una zona que fue de dominio republicano y donde se estima que el líder del POUM, Andreu Nin, fue asesinado por agentes de Stalin ante la pasividad del Gobierno republicano.

Encontrada en una zona que siempre estuvo bajo domininio republicano durante toda la Guerra Civil.
La Policía Científica ya ha llegado a una primera conclusión, después de practicar un análisis preliminar a los restos humanos: se trata de una fosa de la Guerra Civil. La Guardia Civil está convencida de que "se pueden encontrar muchos más".
En la zona se produjeron asesinatos en masa por parte del bando republicano, que controló Alcalá de Henares durante toda la Guerra.
Es la misma zona donde se encontró el aeródromo de la República al que fue conducido Andreu Nin, líder del POUM, tras su detención por agentes de Stalin.
Aquí fue torturado y asesinado, ante la pasividad del Gobierno de la República, lo que ha suscitado expectativas de que, entre los huesos hallados o que puedan hallarse en la zona, se encuentren los restos de Nin.

La Policía Científica cree que aparecerán más restos. "Es casi seguro, que no estamos ante una fosa única, así lo apunta el número de restos encontrados. Es muy probable que aparezcan más, de ahí que las diligencias previas se mantengan a la espera de que se ordene continuar con las excavaciones".

El hallazgo se produjo durante unas obras en el acuartelamiento, hasta hace poco sede de la Brigada Paracaidista, y en la actualidad establecimiento de la Brigada Ligera del Ejército de Tierra.

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