El 1 de agosto de 1937,
George Orwell escribió a Amy Charlesworth: «Cuando salí de España, el 23 de
junio, el partido con cuyas milicias estuve combatiendo, el POUM, acababa de
ilegalizarse, la Policía se dedicaba a echar el guante a todo aquel que hubiera
tenido alguna relación con el partido, incluso a los heridos de los sanatorios,
y los encerraba en la cárcel sin juicio previo.
Yo fui muy afortunado por
poder salir de España, pero muchos amigos y conocidos míos siguen en la cárcel
y mucho me temo que serán fusilados, no por haber cometido un delito concreto,
sino por haberse opuesto al Partido Comunista...».
Tras los «hechos de mayo»,
las cárceles «estaban tan abarrotadas que tuvieron que encerrar a muchísimos
detenidos en comercios y otros calabozos provisionales», apunta Orwell en
«Homenaje a Cataluña».
Barcelona era una colmena de
chekas estalinistas que escapaban al control de la Generalitat.
Irónicamente denominado
«Gobierno de la Victoria», el gabinete Negrín, sellaba la hegemonía soviética.
El comunista Jesús Hernández
asumió las carteras de Instrucción Pública y Sanidad, mientras que la Dirección
General de Seguridad quedó en manos de otro comunista, Ortega.
Alexander Orlov les exigió
varias órdenes de arresto contra dirigentes del POUM, ninguneando al ministro
de la Gobernación, el socialista Zugazagoitia. «Era un hombre de casi dos
metros de estatura, elegante y fino en sus maneras. Hablaba el español con
cierta soltura. No tendría más de 45 años. A primera vista nadie hubiera
sospechado que tras de aquella aparente distinción se ocultaba uno de los más
intransigentes inkavedistas...».
Hernández vio así a Orlov en
«Yo, ministro de Stalin en España», libro publicado en 1953, tras la muerte del
zar rojo. El mismo año de la «Historia secreta de los crímenes de Stalin» que
Orlov publicó por entregas en la revista «Life».
Tras dirigir el asesinato de
Nin, Orlov escapó a los Estados Unidos y pidió asilo político. En sus memorias
relata minuciosamente las purgas estalinistas pero no dice una sola palabra de
su siniestra misión en la España del 1937.
Jesús Hernández sí supo lo
que hizo Orlov en aquellas fechas y su plan para matar a Nin, construido sobre
mentiras: identificar al POUM con una red de espionaje falangista que se
comunicaba con tinta simpática.
Orlov jugueteaba con su
encendedor mientras explicaba los pormenores de la operación. Hernández
advierte que Negrín debiera conocer un asunto tan delicado, pero a Orlov le
trae sin cuidado la opinión del Gobierno: «Ahora es el momento ideal para
descargar un golpe aniquilador sobre esa banda de contrarrevolucionarios...
Tenemos una montaña de pruebas, de pruebas aplastantes», exclama.
Hernández no lo ve claro:
«Tengo la impresión de que todas esas pruebas son un fotomontaje hábilmente
preparado, pero dudo que resistan la prueba de un tribunal legal».
La estrategia soviética era
irreversible. Hacía meses que Slutsky, jefe de la División extranjera de la
GPU, organizaba la policía secreta según el modelo soviético, especialmente en
Cataluña, donde el POUM abanderaba el antiestalinismo.
La atmósfera de Barcelona
devino tan asfixiante como el Moscú de las purgas. Escasez de alimentos,
rumores activados por el agit-prop, censura de prensa, delaciones y más de
cuatrocientas detenciones... «Era como si alguna poderosa inteligencia maligna
pesara sobre la ciudad», anota Orwell.
Con Orlov como director, el
teniente coronel Ortega y el jefe de policía Burillo ejecutarán la macabra
partitura. Cuando Hernández se entera de la detención de Nin le acompaña José
Díaz.
Un Ortega «cohibido y
pálido» les dice que Togliatti, Codovila, Pasionaria y Checa se encontraron con
Orlov: «Me ordenaron que transmitiera por teletipo al camarada Burillo la orden
de arresto de Nin, Gorkin, Andrade, Gironella, Arqué y todos cuantos elementos
del POUM fueran indicados por Antonov Ovseenko (cónsul ruso en Barcelona)».
Hernández y Díaz se
trasladan al Comité Central e inquieren sobre tan turbio asunto. A Ibárruri le
parece políticamente intrascendente: «¿Qué importancia puede tener la detención
por la policía de un puñado de provocadores y espías?», se pregunta con sorna.
La suerte estaba echada.
Miles de comunistas repetían los eslóganes que propagaba «Mundo Obrero»: Atacar
a Stalin es atacar a la Unión Soviética, el pueblo amigo de la República.
La GPU pasaba por encima del
ministro Zugazagoitia.
El SIM (Servicio de
Investigación Militar) realizaba nombramientos sin consultar al ministerio de
Defensa, como denunció Indalecio Prieto.
A partir de 1937, por
oportunismo político o terror cerval, el antaño minúsculo PCE y su versión
catalana, el PSUC, tuvieron 50.000 nuevos afiliados en tres meses. La
propaganda hacía el resto.
Tras eliminar a sus
antagonistas españoles y cobrarse con lingotes de oro del Banco de España el
armamento defectuoso, al Stalin de 1938 le importaba poco la República.
En 1939 llegó la derrota y
el pacto germano-soviético. Cuando Hitler invadió Polonia, los comunistas
siguieron el guión moscovita con la misma docilidad con que callaron ante el
asesinato de Nin: «Declararon la contienda como una guerra entre potencias
imperialistas y, entre los dos bloques, optaron por el del fascismo al cesar de
combatir a éste y presentar a ingleses y franceses como «incendiarios de
guerra»», concluye Hernández. «La ignorancia es la fuerza» (Orwell, «1984»).
¿Quién era Nin?.
De orígenes anarquistas, fue
funcionario sindical en la URSS al término de la revolución. Llegado Stalin al
poder, tuvo que abandonar Moscú para salvar la vida. De regreso a España, fundó
partidos trotskistas. Su asesinato en 1937 ejemplifica la profunda brecha que
se abrió en la izquierda.
Cuando los agentes secretos
soviéticos, dirigidos por Orlov, y sus sicarios españoles, entre los que
destacaba el coronel Ortega, secuestraron, torturaron y asesinaron a Andrés o
Andreu Nin López, en junio de 1937, algo en la II República se rompió para
siempre.
No se explica el final de la
guerra sin la fosa que se abre, con el cuerpo de Nin dentro, entre los que
estaban dispuestos a todo al servicio de Stalin y los que, desde entonces,
miraron a Moscú como un peligro más que como un aliado. Si Moscú era capaz de
mandar asesinar a un hombre inofensivo políticamente como, de hecho, lo era
Nin, ¿qué podía esperarse de bueno que viniera de Moscú? Ni armas siquiera, que
por entonces, además, empezaron a llegar de forma harto irregular, a pesar de
estar pagadas de antemano y de sobra con el oro del Banco de España enviado a
Odessa.
Formado en el anarquismo,
con gran facilidad para los idiomas -daba clases de catalán y de español entre
presión y prisión, y pronto se ganó la vida como traductor en las épocas de
clandestinidad- Nin era, con Pestaña, una de las jóvenes promesas del
movimiento libertario, cuando triunfó el golpe de Estado leninista y fue
enviado a Moscú para averiguar las características del régimen y después
decidir si la CNT se sumaba a la naciente III Internacional.
Nin hizo algo más que
mostrarse favorable, se quedó en Moscú. Allí empezó a trabajar en la
organización de la Profintern, la Sindical Obrera de la III Internacional, y
recorrió Europa como agente soviético buscando su implantación, tarea dificilísima
porque los socialistas y los anarquistas tenían el control absoluto de ese
terreno y pronto se mostraron opuestos al sectarismo leninista.
Nin tardó poco en
desengañarse de la revolución. Dos años después de instalarse en su despacho de
la Profintern ya le contó a Gorkin sus dudas sobre la evolución de la URSS y,
en especial, sobre la sucesión de Lenin. Su favorito era Trotski, con el que
mantenía muy buena relación Fue precisamente lo que, años después, le costó la
vida.
Y es que Trotski, además de
crear el Ejército Rojo y de forjar, mano a mano con Lenin, el régimen de terror
que, a través de la cheka, dirigió desde los primeros meses de la revolución
Félix Dzerzhinski, tenía debilidad por los escritores e intelectuales, a los
que adoctrinaba y con los que se entretenía en largas veladas.
Nin tenía un lugar
importante aunque relativamente marginal en la naciente nomenklatura y
pertenecía al círculo de los Maiakovski, Esenin, Bábel, Lili Brik, Lieniak y
otros que, con Gorkin en la distancia, y Meyerhold en las tablas, sin olvidar a
Dziga Vertov, Pudovkin y Eisenstein en el cine, formaron una especie de Corte
de Camelot en la naciente revolución soviética.
Nin tradujo al catalán y al
español varios libros de Lenin, de Trotski y de los pocos teóricos que por
entonces tenía el partido bolchevique, pero complementaba su sueldo y su afán
lliterario con la traducción de narraciones de todos aquellos brillantes
escritores, entre las que destaca Caballería Roja, de Isaak Bábel.
La lucha sorda entre Trotski
y Stalin por la sucesión leninista, la tuvo ganada Stalin desde el principio,
pero tardó algún tiempo en tomar represalias. Así pudo censar a todos los que,
en un momento dado, podían serle hostiles, y se dispuso a deshacerse de ellos.
Entre los trotskistas, que
eran simplemente los que se oponían a Stalin o a ciertas formas del terror
soviético que no tenían sentido después de ganar la Guerra Civil, figuró desde
el principio Andrés Nin.
Trotski pudo salir vivo de
la URSS pero sus amigos se quedaron y, en la práctica, se convirtieron en
prisioneros del naciente estalinismo. Nin tuvo además la gallardia de no
esconder nunca sus diferencias con Trotski pero también de ayudarlo cuantas
veces pudo, porque consideraba injusta su persecución. Esto lo llevaba de cabeza
a la cheka y al tiro en la nuca, cuando su mujer. Olga Tareeva, le impuso la
huida de la URSS como única forma de salvar la vida, Las autoridades negaron el
visado.
Entonces, Olga se presentó
en la sede del KGB -entonces GPU- diciendo que si no les dejaban salir, se
pegaría un tiro en la puerta de la Lubianka. Y sacó la pistola para
demostrarlo. La vieron tan decidida que les dejaron salir.
Cuando Nin regresa a España
está naciendo la II República y él funda un grupo claramente trotskista,
Izquierda Comunista, que, sin embargo, tropieza con dos obstáculos
infranqueables: el dogmatismo de Trotski y la existencia de un grupo, el Bloque
Obrero y Campesino, dirigido por el aragonés afincado en Barcelona Joaquín
Maurín, cuyo liderazgo en el comunismo antiestalinista era indiscutido e
indiscutible. Nin no fue capaz de conseguir que su organización creciera
mientras veía cómo la de Maurín se iba haciendo cada vez más fuerte.
Después de muchas peleas
teóricas y después de la participación del BOC en las alianzas obreras y la
revolución de Asturias, también de la rebelión de la Generalitat que, dirigida
por Dencás, terminó en un espantoso ridículo, la IC y el BOC deciden unir sus
fuerzas convencidos de la inminencia, por no decir necesidad, de la Guerra
Civil. Nace así el POUM, Partido Obrero de Unificación Marxista, en el que Nin
ocupa una presidencia honorífica pero en el que manda Maurín.
Su política es comunista,
dictatorial, pero antisoviética, lo cual les enemista con la CNT -que no
perdona ni la antigua defección de Nin ni la represión de Ttrotski contra Makno
y otros anarquistas en la URSS- y con Stalin, que ha puesto en marcha, con
Yagoda y Yehzov, lo que Conquest ha llamado «el gran terror», una depuración
masiva de todos los antiguos bolcheviques, con especial atención a los
anarquistas, troskistas y «socialtraidores» en general.
El comienzo de la Guerra
Civil pilla a Marín en Galicia, donde consigue escapar con nombre falso, pero
es detenido al tratar de pasar a Francia por Jaca, y remitido a la cárcel. Nin
queda entonces como jefe nominal del POUM, pero el partido sigue siendo
maurinista y, salvo Andrade, todos los dirigentes, con Gorkin a la cabeza, le
guardan respeto pero no obediencia.
Cuando empieza la guerra, el
POUM moviliza sus efectivos como los demás partidos revolucionarios, ero el
PCE-PSUC, es decir, Moscú, por boca de Koltsov, ya ha ordenado la caza y
captura de los trotkistas, a los que se asimila con los nazis y el Gobierno de
Burgos.
Tras los Hechos de Mayo, en
los que el POUM se alía desganadamente a la CNT contra el PSUC, se desata la
persecución contra los poumistas.
En junio, Negrín, que ha
sustituido a Largo Caballero porque éste se niega a ilegalizar la organización
dirigida por Nin, hace la vista gorda para que el coronel Ortega y los agentes
de la NKVD, el servicio secreto soviético que en la España republicana ya
campaba a sus anchas, detengan a la plana mayor del POUM.
Se llevan a Nin a Madrid,
pasando por Valencia, y allí intentan convencerle a golpes de que confiese su
condición de agente franquista y nazi. Nin, hombre de salud frágil y carácter
blando, no transige. Comienzan entonces las torturas: lo llevan de Madrid -una
cheka en la Castellana- a Alcalá de Henares y allí, en un chalé, lo golpean
hasta darlo por muerto. Pero vive. Entonces lo llevan al Pardo, a un garito
donde las Brigadas Internacionales solían depurar a los antifascistas que no
rendían culto a Stalin. Nin quedó en Manos de una troika venida de la URSS
“asuntos mojados en sangre”.
Por las declaraciones de un
agente soviético a Jesús Hernández, número dos entonces del PCE, Nin fue
desollado vivo, o desollado hasta que murió, Pero nunca firmó nada contra sus
compañeros. Mundo Obrero publicó entonces que un grupo de agentes de la Gestapo
habían cruzado las líneas y rescatado al «traidor Nin» llevándoselo a Burgos.
El POUM respondió desde la clandestinidad pintando en todas las paredes que
tuvo a mano: « Gobierno Negrín: ¿dónde está Nin?. A lo que los del PCE-PSUC
añadireron: «En Salamanca o en Berlín». Se unió así el asesinato a la calumnia.
Pero entre los que no eran comunistas, la muerte de Nin significó una ruptura
de fondo con Moscú que desembocó en la rebelión de Casado al final de la
guerra. «Antes con Franco que con los que mataron a Nin», se dijeron Besteiro y
los suyos. Lo que prueba hasta qué punto Nin era uno de los nuestros.
¿Está Nin entre los restos
de la Fosa recientemente hallada en Alcalá de Henares?
En Alcalá de Henares, el
ministerio de Defensa quiso ocultar la aparición de los restos, porque el
hallazgo se realizó en "en plena precampaña" electoral.
En estos momentos, la fosa
de Alcalá está tapada por unos plásticos para protegerla de las inclemencias
meteorológicas y queda evidente que "todavía hay mucho por investigar"
en ella. Está confirmado que los restos humanos exhumados en un cuartel de
Alcalá de Henares a finales de febrero datan de la Guerra Civil (a esta
conclusión ha llegado la Policía Científica tras un primer análisis de los
huesos) y la Guardia Civil está segura de que aparecerán más restos en una zona
que fue de dominio republicano y donde se estima que el líder del POUM, Andreu
Nin, fue asesinado por agentes de Stalin ante la pasividad del Gobierno
republicano.
Encontrada en una zona que
siempre estuvo bajo domininio republicano durante toda la Guerra Civil.
La Policía Científica ya ha
llegado a una primera conclusión, después de practicar un análisis preliminar a
los restos humanos: se trata de una fosa de la Guerra Civil. La Guardia Civil
está convencida de que "se pueden encontrar muchos más".
En la zona se produjeron
asesinatos en masa por parte del bando republicano, que controló Alcalá de
Henares durante toda la Guerra.
Es la misma zona donde se
encontró el aeródromo de la República al que fue conducido Andreu Nin, líder
del POUM, tras su detención por agentes de Stalin.
Aquí fue torturado y
asesinado, ante la pasividad del Gobierno de la República, lo que ha suscitado
expectativas de que, entre los huesos hallados o que puedan hallarse en la
zona, se encuentren los restos de Nin.
La Policía Científica cree
que aparecerán más restos. "Es casi seguro, que no estamos ante una fosa
única, así lo apunta el número de restos encontrados. Es muy probable que
aparezcan más, de ahí que las diligencias previas se mantengan a la espera de
que se ordene continuar con las excavaciones".
El hallazgo se produjo
durante unas obras en el acuartelamiento, hasta hace poco sede de la Brigada
Paracaidista, y en la actualidad establecimiento de la Brigada Ligera del
Ejército de Tierra.
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