Viernes 10 de febrero de 2017, 12:34h
Luis María ANSON
En el diario El Mundo publicó Luis María Anson el artículo que por su interés reproducimos a continuación.
En cuatro ocasiones distintas se suspendió la autonomía de Irlanda del Norte para preservar el orden jurídico del Reino Unido. En el año 2001, y conviene que Puigdemont lea esto con atención, el primer ministro socialista Tony Blair acordó la suspensión autonómica precisamente para cancelar la convocatoria de elecciones anticipadas. Al mejor estilo trilero, Junqueras y sus cómplices proyectan engañar a Rajoy y a las Sorayas, sorprendiendo a todos con la convocatoria simultánea del referéndum soberanista y las elecciones autonómicas. Colocarían, no ya al Gobierno también al Estado, en una situación límite. Y no se trata de una finta sino de un propósito meditado y desafiante.
Algunos dirigentes secesionistas catalanes sienten sinceramente el independentismo. La mayoría, sin embargo, a lo que aspiran es, por un lado, a mandar más, controlando la distribución de las mamandurrias a parientes, amiguetes y paniaguados; y, por el otro lado, a paralizar la maquinaria de la Justicia que les ha cercado en su albañal de corrupción.
Cuentan los secesionistas con la debilidad de un Gobierno respaldado solo por 137 escaños, al que no le queda otro remedio que hincar la rodilla para sacar adelante, de hinojos, sus proyectos legislativos. La política catalana, por su parte, está haciendo equilibrios sobre los alambres del caos interno y si Rajoy negocia con los partidos constitucionalistas puede alinear un frente común que impida el descuartizamiento de España. Tal y como está la situación, salvo el milagro de que Soraya resucite el sentido común de Puigdemont, Junqueras y demás compinches, se hará inevitable, como en el Reino Unido de Blair, suspender total o parcialmente la Autonomía catalana, cumpliendo con el artículo 155 de la Constitución.
Y, por cierto, nada nuevo bajo el sol. Hace solo 140 años, España padeció también una cascada de despropósitos, asistiendo incluso a la proclamación de las independencias más insólitas como Jumilla o Cartagena. La República de Jumilla, por ejemplo, manifestó su deseo de buena relación con Murcia, advirtiendo a los murcianos de que si osaban agredirles traspasando sus fronteras, los jumillanos no dejarían en Murcia “piedra sobre piedra” .
De la misma manera que Junqueras pretende precipitar la doble convocatoria electoral, sorprendiendo a Rajoy, el Gobierno también cambiaría el pie a los secesionistas, anticipándose a suspender parcial o totalmente la Autonomía de Cataluña. Está claro que la solución a un problema que debió evitarse sería encontrar una fórmula negociada que devolviera a Puigdemont y a sus secesionistas al cauce constitucional. Como esa fórmula cada día parece más lejana, lo que conviene a la salud de España es que el Gobierno salga de su debilidad y, de acuerdo con los partidos constitucionalistas, cumpla con lo establecido en el artículo 155 de la Constitución. En el entorno de Moncloa se piensa que todavía se puede evitar el choque de trenes. Desconozco en qué se basa esa presunción. Habrá que tener todo dispuesto, en cualquier caso, para que no nos arrolle el vendaval secesionista catalán, a punto de desbaratar el espíritu de la Transición y de fracturar la unidad nacional mantenida desde hace cinco siglos. Estremece pensar que puedan caer otra vez ensangrentadas las páginas de la Historia de España.
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