El Santo Padre aborda
en este texto desde la acogida de los divorciados vueltos a casar hasta la educación
de los hijos, la maternidad o la relación entre los cónyuges
El Papa Francisco
bendice a un niño recién nacido durante una audiencia general
El Papa Francisco
aborda muchos de los problemas que afectan a la familia en su exhortación
apostólica «La alegría del amor». Desde la acogida de los divorciados vueltos a
casar en la Iglesia hasta las parejas de hecho, la maternidad, la
corresponsabilidad en el hogar o la educación de los hijos.
A continuación
extractamos los mejores párrafos del Santo Padre sobre cada uno de los temas
que aborda en este texto que incorpora muchas citas de los dos Sínodos de la
Familia y de algunas conferencias episcopales.
Autocrítica de la
Iglesia
Cuidar el trato de
las personas. «Tenemos que ser humildes y realistas, para reconocer que a veces
nuestro modo de presentar las convicciones cristianas, y la forma de tratar a
las personas, han ayudado a provocar lo que hoy lamentamos, por lo cual nos
corresponde una saludable reacción de autocrítica».
Excesivo enfoque en
la procreación. «Con frecuencia presentamos el matrimonio de tal manera que su
fin unitivo, el llamado a crecer en el amor y el ideal de ayuda mutua, quedó
opacado por un acento casi excluyente en el deber de la procreación».
Una Iglesia lejos de
la realidad. «Otras veces, hemos presentado un ideal teológico del matrimonio
demasiado abstracto, casi artificiosamente construido, lejano de la situación
concreta y de las posibilidades efectivas de las familias reales. Esta
idealización excesiva, sobre todo cuando no hemos despertado la confianza en la
gracia, no ha hecho que el matrimonio sea más deseable y atractivo, sino todo
lo contrario».
Respetar la propia
conciencia de los fieles. «También nos cuesta dejar espacio a la conciencia de
los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio
de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones
donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias,
pero no a pretender sustituirlas».
Diagnóstico de la
realidad
Cultura de lo
provisorio. «Las consultas previas a los dos últimos sínodos sacaron a la luz
diversos síntomas de la "cultura de lo provisorio". Me refiero, por
ejemplo, a la velocidad con la que las personas pasan de una relación afectiva
a otra. Creen que el amor, como en las redes sociales, se puede conectar o
desconectar a gusto del consumidor e incluso bloquear rápidamente. Se traslada
a las relaciones afectivas lo que sucede con los objetos y el medio ambiente:
todo es descartable, cada uno usa y tira, gasta y rompe, aprovecha y estruja
mientras sirva. Después, ¡adiós!».
Mejorar el acceso a
la vivienda digna. «La falta de una vivienda digna o adecuada suele llevar a
postergar la formalización de una relación. Hay que recordar que « la familia
tiene derecho a una vivienda decente, apta para la vida familiar y
proporcionada al número de sus miembros, en un ambiente físicamente sano, que
ofrezca los servicios básicos para la vida de la familia y de la comunidad».
«Es tan inalienable
el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de su madre, que de
ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio cuerpo la
posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida»
Mejorar la
conciliación laboral y familiar. «Muchos se han referido a la función
educativa, que se ve dificultada, entre otras causas, porque los padres llegan
a su casa cansados y sin ganas de conversar, en muchas familias ya ni siquiera
existe el hábito de comer juntos, y crece una gran variedad de ofertas de
distracción además de la adicción a la televisión».
El aborto no es un
derecho de la mujer. «No puedo dejar de decir que, si la familia es el
santuario de la vida, el lugar donde la vida es engendrada y cuidada,
constituye una contradicción lacerante que se convierta en el lugar donde la
vida es negada y destrozada. Es tan grande el valor de una vida humana, y es
tan inalienable el derecho a la vida del niño inocente que crece en el seno de
su madre, que de ningún modo se puede plantear como un derecho sobre el propio
cuerpo la posibilidad de tomar decisiones con respecto a esa vida, que es un
fin en sí misma y que nunca puede ser un objeto de dominio de otro ser humano».
Evitar la obsesión
por el placer. «En el matrimonio conviene cuidar la alegría del amor. Cuando la
búsqueda del placer es obsesiva, nos encierra en una sola cosa y nos incapacita
para encontrar otro tipo de satisfacciones. Las alegrías más intensas de la
vida brotan cuando se puede provocar la felicidad de los demás, en un anticipo
del cielo».
Compartir «tiempo de
calidad» entre los cónyuges. «Darse tiempo, tiempo de calidad, que consiste en
escuchar con paciencia y atención, hasta que el otro haya expresado todo lo que
necesitaba. Esto requiere la ascesis de no empezar a hablar antes del momento
adecuado. En lugar de comenzar a dar opiniones o consejos, hay que asegurarse
de haber escuchado todo lo que el otro necesita decir. (…) Muchas veces uno de
los cónyuges no necesita una solución a sus problemas, sino ser escuchado.
Tiene que sentir que se ha percibido su pena, su desilusión, su miedo, su ira,
su esperanza, su sueño».
El erotismo es «un
don de Dios». «Entonces, de ninguna manera podemos entender la dimensión
erótica del amor como un mal permitido o como un peso a tolerar por el bien de
la familia, sino como don de Dios que embellece el encuentro de los esposos».
Paternidad
responsable, «no procreación ilimitada». «Las familias numerosas son una
alegría para la Iglesia. En ellas, el amor expresa su fecundidad generosa. Esto
no implica olvidar una sana advertencia de san Juan Pablo II, cuando explicaba
que la paternidad responsable no es «procreación ilimitada o falta de
conciencia de lo que implica educar a los hijos, sino más bien la facultad que
los esposos tienen de usar su libertad inviolable de modo sabio y responsable,
teniendo en cuenta tanto las realidades sociales y demográficas, como su propia
situación y sus deseos legítimos».
La alegría de la
maternidad. «A cada mujer embarazada quiero pedirle con afecto: Cuida tu alegría,
que nada te quite el gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu
alegría. No permitas que los miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos
o los problemas apaguen esa felicidad de ser instrumento de Dios para traer una
nueva vida al mundo».
«No se puede olvidar
que en esta familia grande están también el suegro, la suegra y todos los
parientes del cónyuge. Una delicadeza propia del amor consiste en evitar verlos
como seres peligrosos»
La familia
«ampliada». «El pequeño núcleo familiar no debería aislarse de la familia
ampliada, donde están los padres, los tíos, los primos, e incluso los vecinos.
El individualismo de estos tiempos a veces lleva a encerrarse en un pequeño
nido de seguridad y a sentir a los otros como un peligro molesto (...) Esta
familia grande debería integrar con mucho amor a las madres adolescentes, a los
niños sin padres, a las mujeres solas que deben llevar adelante la educación de
sus hijos, a las personas con alguna discapacidad que requieren mucho afecto y
cercanía, a los jóvenes que luchan contra una adicción, a los solteros,
separados o viudos que sufren la soledad, a los ancianos y enfermos que no
reciben el apoyo de sus hijos, y en su seno tienen cabida "incluso los más
desastrosos en las conductas de su vida"».
Los suegros son parte
de la familia. «Finalmente, no se puede olvidar que en esta familia grande
están también el suegro, la suegra y todos los parientes del cónyuge. Una
delicadeza propia del amor consiste en evitar verlos como competidores, como
seres peligrosos, como invasores. La unión conyugal reclama respetar sus
tradiciones y costumbres, tratar de comprender su lenguaje, contener las
críticas, cuidarlos e integrarlos de alguna manera en el propio corazón, aun
cuando haya que preservar la legítima autonomía y la intimidad de la pareja».
Formación de
sacerdotes y seminaristas
Sacerdotes con poca
formación. «En las respuestas a las consultas enviadas a todo el mundo, se ha
destacado que a los ministros ordenados les suele faltar formación adecuada
para tratar los complejos problemas actuales de las familias. En este sentido,
también puede ser útil la experiencia de la larga tradición oriental de los
sacerdotes casados».
Equilibrio
psicoafectivo de los seminaristas. «Los seminaristas deberían acceder a una
formación interdisciplinaria más amplia sobre noviazgo y matrimonio, y no sólo
en cuanto a la doctrina. Además, la formación no siempre les permite desplegar
su mundo psicoafectivo. Algunos llevan sobre sus vidas la experiencia de su
propia familia herida, con ausencia de padres y con inestabilidad emocional.
Habrá que garantizar durante la formación una maduración para que los futuros
ministros posean el equilibrio psíquico que su tarea les exige (...) En ese
sentido, es saludable la combinación de algún tiempo de vida en el seminario
con otro de vida en parroquias, que permita tomar mayor contacto con la
realidad concreta de las familias. En efecto, a lo largo de su vida pastoral el
sacerdote se encuentra sobre todo con familias».
Preparación para el
matrimonio
Más formación para
los novios. «Conviene encontrar además las maneras, a través de las familias
misioneras, de las propias familias de los novios y de diversos recursos
pastorales, de ofrecer una preparación remota que haga madurar el amor que se tienen,
con un acompañamiento cercano y testimonial. Suelen ser muy útiles los grupos
de novios y las ofertas de charlas opcionales sobre una variedad de temas que
interesan realmente a los jóvenes. No obstante, son indispensables algunos
momentos personalizados, porque el principal objetivo es ayudar a cada uno para
que aprenda a amar a esta persona concreta con la que pretende compartir toda
la vida. Aprender a amar a alguien no es algo que se improvisa ni puede ser el
objetivo de un breve curso previo a la celebración del matrimonio».
«Muchos novios llegan
a la nupcia sin conocerse. Solo se han distraído juntos, pero no han enfrentado
el desafío de mostrarse a sí mismos y de aprender quién es en realidad el otro»
Celebrar San
Valentín. «Tampoco hay que olvidar los valiosos recursos de la pastoral
popular. Para dar un sencillo ejemplo, recuerdo el día de san Valentín, que en
algunos países es mejor aprovechado por los comerciantes que por la creatividad
de los pastores».
Acompañar el
noviazgo. «La preparación de los que ya formalizaron un noviazgo, cuando la
comunidad parroquial logra acompañarlos con un buen tiempo de anticipación,
también debe darles la posibilidad de reconocer incompatibilidades o riesgos.
De este modo se puede llegar a advertir que no es razonable apostar por esa
relación, para no exponerse a un fracaso previsible que tendrá consecuencias
muy dolorosas. El problema es que el deslumbramiento inicial lleva a tratar de
ocultar o de relativizar muchas cosas, se evita discrepar, y así sólo se patean
las dificultades para adelante. Los novios deberían ser estimulados y ayudados
para que puedan hablar de lo que cada uno espera de un eventual matrimonio, de
su modo de entender lo que es el amor y el compromiso, de lo que se desea del
otro, del tipo de vida en común que se quisiera proyectar. Estas conversaciones
pueden ayudar a ver que en realidad los puntos de contacto son escasos, y que
la mera atracción mutua no será suficiente para sostener la unión».
Muchos novios no se
conocen. «Lamentablemente, muchos llegan a las nupcias sin conocerse. Sólo se
han distraído juntos, han hecho experiencias juntos, pero no han enfrentado el
desafío de mostrarse a sí mismos y de aprender quién es en realidad el otro».
El desgaste de la
boda. «La preparación próxima al matrimonio tiende a concentrarse en las
invitaciones, la vestimenta, la fiesta y los innumerables detalles que consumen
tanto el presupuesto como las energías y la alegría. Los novios llegan
agobiados y agotados al casamiento, en lugar de dedicar las mejores fuerzas a
prepararse como pareja para el gran paso que van a dar juntos. Esta mentalidad
se refleja también en algunas uniones de hecho que nunca llegan al casamiento
porque piensan en festejos demasiado costosos, en lugar de dar prioridad al
amor mutuo y a su formalización ante los demás».
Expectativas
demasiado altas sobre el matrimonio. «Una de las causas que llevan a rupturas
matrimoniales es tener expectativas demasiado altas sobre la vida conyugal.
Cuando se descubre la realidad, más limitada y desafiante que lo que se había
soñado, la solución no es pensar rápida e irresponsablemente en la separación,
sino asumir el matrimonio como un camino de maduración, donde cada uno de los
cónyuges es un instrumento de Dios para hacer crecer al otro».
El amor necesita
tiempo. «Este camino es una cuestión de tiempo. El amor necesita tiempo
disponible y gratuito, que coloque otras cosas en un segundo lugar. Hace falta
tiempo para dialogar, para abrazarse sin prisa, para compartir proyectos, para
escucharse, para mirarse, para valorarse, para fortalecer la relación. A veces,
el problema es el ritmo frenético de la sociedad, o los tiempos que imponen los
compromisos laborales. Otras veces, el problema es que el tiempo que se pasa
juntos no tiene calidad. Sólo compartimos un espacio físico pero sin prestarnos
atención el uno al otro».
La crisis de los
matrimonios. «Hay crisis comunes que suelen ocurrir en todos los matrimonios,
como la crisis de los comienzos, cuando hay que aprender a compatibilizar las
diferencias y desprenderse de los padres; o la crisis de la llegada del hijo,
con sus nuevos desafíos emocionales; la crisis de la crianza, que cambia los
hábitos del matrimonio; la crisis de la adolescencia del hijo, que exige muchas
energías, desestabiliza a los padres y a veces los enfrenta entre sí; la crisis
del "nido vacío", que obliga a la pareja a mirarse nuevamente a sí
misma; la crisis que se origina en la vejez de los padres de los cónyuges, que
reclaman más presencia, cuidados y decisiones difíciles».
«Hay que reconocer
que hay casos donde la separación es inevitable. A veces puede llegar a ser
incluso moralmente necesaria»
Separaciones
inevitables. «En algunos casos, la valoración de la dignidad propia y del bien
de los hijos exige poner un límite firme a las pretensiones excesivas del otro,
a una gran injusticia, a la violencia o a una falta de respeto que se ha vuelto
crónica. Hay que reconocer que "hay casos donde la separación es
inevitable. A veces puede llegar a ser incluso moralmente necesaria, cuando
precisamente se trata de sustraer al cónyuge más débil, o a los hijos pequeños,
de las heridas más graves causadas por la prepotencia y la violencia, el
desaliento y la explotación, la ajenidad y la indiferencia". Pero
"debe considerarse como un remedio extremo, después de que cualquier
intento razonable haya sido inútil"».
Educación de los
hijos
No al control de los
hijos. «La obsesión no es educativa, y no se puede tener un control de todas
las situaciones por las que podría llegar a pasar un hijo. (…) Si un padre está
obsesionado por saber dónde está su hijo y por controlar todos sus movimientos,
sólo buscará dominar su espacio. De ese modo no lo educará, no lo fortalecerá,
no lo preparará para enfrentar los desafíos».
La alienación tecnológica.
«En este tiempo, en el que reinan la ansiedad y la prisa tecnológica, una tarea
importantísima de las familias es educar para la capacidad de esperar. No se
trata de prohibir a los chicos que jueguen con los dispositivos electrónicos,
sino de encontrar la forma de generar en ellos la capacidad de diferenciar las
diversas lógicas y de no aplicar la velocidad digital a todos los ámbitos de la
vida».
No descuidar la
educación sexual. «El Concilio Vaticano II planteaba la necesidad de "una
positiva y prudente educación sexual" que llegue a los niños y
adolescentes "conforme avanza su edad" y "teniendo en cuenta el
progreso de la psicología, la pedagogía y la didáctica (...) Deberíamos
preguntarnos si nuestras instituciones educativas han asumido este desafío».
«Con frecuencia la
educación sexual se concentra en la invitación a "cuidarse",
procurando un "sexo seguro". Esta expresión transmite una actitud
negativa hacia la finalidad procreativa natural de la sexualidad, como si un
posible hijo fuera un enemigo del cual hay que protegerse».
«Es posible que el
modo de ser masculino del esposo pueda adaptarse de manera flexible a la
situación laboral de la esposa. Asumir tareas domésticas o algunos aspectos de
la crianza de los hijos no lo vuelven menos masculino»
Corresponsabilidad en
el hogar. «También es verdad que lo masculino y lo femenino no son algo rígido.
Por eso es posible, por ejemplo, que el modo de ser masculino del esposo pueda
adaptarse de manera flexible a la situación laboral de la esposa. Asumir tareas
domésticas o algunos aspectos de la crianza de los hijos no lo vuelven menos
masculino ni significan un fracaso, una claudicación o una vergüenza. Hay que
ayudar a los niños a aceptar con normalidad estos sanos
"intercambios", que no quitan dignidad alguna a la figura paterna».
Iglesia abierta e
integradora
Nadie puede ser
condenado para siempre. El Sínodo se ha referido a distintas situaciones de
fragilidad o imperfección. Al respecto, quiero recordar aquí algo que he
querido plantear con claridad a toda la Iglesia para que no equivoquemos el
camino: (...) El camino de la Iglesia es el de no condenar a nadie para siempre
y difundir la misericordia de Dios a todas las personas que la piden con
corazón sincero (...) Porque la caridad verdadera siempre es inmerecida,
incondicional y gratuita».
«Se trata de integrar
a todos, se debe ayudar a cada uno a encontrar su propia manera de participar
en la comunidad eclesial, para que se sienta objeto de una misericordia
"inmerecida, incondicional y gratuita". Nadie puede ser condenado
para siempre, porque esa no es la lógica del Evangelio. No me refiero sólo a
los divorciados en nueva unión sino a todos, en cualquier situación en que se
encuentren. Obviamente, si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese
parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la
Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay
algo que lo separa de la comunidad».
Divorciados vueltos a
casar. «A las personas divorciadas que viven en nueva unión, es importante
hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que "no están
excomulgadas" y no son tratadas como tales, porque siempre integran la
comunión eclesial. Estas situaciones "exigen un atento discernimiento y un
acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga
sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la
comunidad"».
Los hijos no son
rehenes. «A los padres separados les ruego: "Jamás, jamás, jamás tomar el
hijo como rehén. Os habéis separado por muchas dificultades y motivos, la vida
os ha dado esta prueba, pero que no sean los hijos quienes carguen el peso de
esta separación, que no sean usados como rehenes contra el otro cónyuge. Que
crezcan escuchando que la mamá habla bien del papá, aunque no estén juntos, y
que el papá habla bien de la mamá"».
No ser rígidos. «Los
divorciados en nueva unión, por ejemplo, pueden encontrarse en situaciones muy
diferentes, que no han de ser catalogadas o encerradas en afirmaciones demasiado
rígidas sin dejar lugar a un adecuado discernimiento personal y pastoral.
Existe el caso de una segunda unión consolidada en el tiempo, con nuevos hijos,
con probada fidelidad, entrega generosa, compromiso cristiano, conocimiento de
la irregularidad de su situación y gran dificultad para volver atrás sin sentir
en conciencia que se cae en nuevas culpas».
«Jamás, jamás, jamás
tomar al hijo como rehén. Os habéis separado por muchas dificultades pero que
no sean los hijos quienes carguen el peso de esa separación»
Algunas
consideraciones. «La Iglesia reconoce situaciones en que "cuando el hombre
y la mujer, por motivos serios, —como, por ejemplo, la educación de los hijos—
no pueden cumplir la obligación de la separación". También está el caso de
los que han hecho grandes esfuerzos para salvar elprimer matrimonio y sufrieron
un abandono injusto, o el de "los que han contraído una segunda unión en
vista a la educación de los hijos, y a veces están subjetivamente seguros en
conciencia de que el precedente matrimonio, irreparablemente destruido, no
había sido nunca válido"».
No debe esperarse
nueva normativa general. «Acojo las consideraciones de muchos Padres sinodales,
quienes quisieron expresar que "los bautizados que se han divorciado y se
han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad
cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de
escándalo. Si se tiene en cuenta la innumerable diversidad de situaciones
concretas, como las que mencionamos antes, puede comprenderse que no debía
esperarse del Sínodo o de esta Exhortación una nueva normativa general de tipo
canónica, aplicable a todos los casos».
Caso por caso. «Sólo
cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y pastoral de
los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que "el grado de
responsabilidad no es igual en todos los casos", las consecuencias o
efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas».
Papel de los
sacerdotes. «Los presbíteros tienen la tarea de "acompañar a las personas
interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la
Iglesia y las orientaciones del Obispo. En este proceso será útil hacer un
examen de conciencia, a través de momentos de reflexión y arrepentimiento"».
Examen de conciencia.
«Los divorciados vueltos a casar deberían preguntarse cómo se han comportado
con sus hijos cuando la unión conyugal entró en crisis; si hubo intentos de
reconciliación; cómo es la situación del cónyuge abandonado; qué consecuencias
tiene la nueva relación sobre el resto de la familia y la comunidad de los
fieles; qué ejemplo ofrece esa relación a los jóvenes que deben prepararse al
matrimonio. Una reflexión sincera puede fortalecer la confianza en la
misericordia de Dios, que no es negada a nadie».
Se trata de un
itinerario de acompañamiento y de discernimiento que "orienta a estos
fieles a la toma de conciencia de su situación ante Dios. La conversación con
el sacerdote, en el fuero interno, contribuye a la formación de un juicio
correcto sobre aquello que obstaculiza la posibilidad de una participación más
plena en la vida de la Iglesia y sobre los pasos que pueden favorecerla y
hacerla crecer"».
Leyes morales y
situaciones irregulares. «La Iglesia posee una sólida reflexión acerca de los
condicionamientos y circunstancias atenuantes. Por eso, ya no es posible decir
que todos los que se encuentran en alguna situación así llamada
"irregular" viven en una situación de pecado mortal, privados de la
gracia santificante. Por ello, un pastor no puede sentirse satisfecho sólo
aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones "irregulares",
como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las personas. Es el caso de
los corazones cerrados, que suelen esconderse aun detrás de las enseñanzas de
la Iglesia "para sentarse en la cátedra de Moisés y juzgar, a veces con
superioridad y superficialidad, los casos difíciles y las familias
heridas".
Abrir camino a la
gracia de Dios. «El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos
de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que
todo es blanco o negro a veces cerramos el camino de la gracia y del
crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios.
Recordemos que "un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos,
puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien
transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades"».
Evitar la pastoral de
los fracasos. «(...) Comprender las situaciones excepcionales nunca implica
ocultarla luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que Jesús ofrece al
ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los fracasos es el esfuerzo
pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir las rupturas.(…) Invito
a los fieles que están viviendo situaciones complejas, a que se acerquen con
confianza a conversar con sus pastores o con laicos que viven entregados al
Señor».
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