viernes, 7 de julio de 2017

Aquel día en el que ETA perdió la calle


La rebelión cívica que generó el asesinato de Miguel Ángel Blanco es uno de los hitos del final del terrorismo
Los familiares del asesinado por ETA , Miguel Ángel Blanco, en el Ayuntamiento de Ermua (Vizcaya).

“La tarde del 10 de julio de 1997, cuando regresaba de realizar una gestión en Mondragón (Gipuzkoa), me anunciaron que ETA había secuestrado a un joven concejal de nuestro Ayuntamiento: Miguel Ángel Blanco. A mis acompañantes les dije: ‘¡A ETA no le va a salir gratis!’ Inmediatamente convoqué un pleno y llamé a la policía municipal para que anunciara, megáfono en mano, una manifestación para las ocho”. Quien así habla es Carlos Totorika, alcalde socialista de Ermua (Bizkaia) desde 1991, la localidad del joven edil del PP que a las 15.30 de aquel día había sido secuestrado en el apeadero del tren por un comando de ETA.


La manifestación fue espectacular. Miles de personas abarrotaron Ermua, una localidad de 17.000 habitantes, exigiendo a ETA la libertad de Blanco. La noche siguiente hubo una vigilia con participación de miles de personas. Totorika se tomó el secuestro de Blanco como un pulso de ETA y creyó que Ermua lo aguantaría. “Sabía que la respuesta iba a ser potente porque había mucho hartazgo. Las convocatorias de Gesto por la Paz eran muy concurridas. Hubo respuestas contundentes al asesinato de Francisco Tomás y Valiente y a los secuestros de [los empresarios] Julio Iglesias Zamora y José María Aldaya y del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. A Batasuna le habíamos quitado la calle. Un día aparecieron dianas con nombres de vecinos. Convoqué un pleno en un cine para que participara la gente. Pusimos a los concejales de Batasuna a la defensiva. En Ermua primaba el respeto a la vida y los derechos humanos sobre el etnicismo patriótico. Se vivía la pluralidad”.
Mientras Ermua se movilizaba, el lehendakari Ardanza convocaba a todos los partidos democráticos vascos reunidos en el Pacto de Ajuria Enea. José Luis Zubizarreta, asesor del lehendakari, recuerda: “ETA condicionaba la liberación de Blanco al acercamiento de todos sus presos a cárceles vascas en 48 horas. El Pacto de Ajuria Enea le replicó que liberara a Blanco porque sus condiciones eran imposibles de cumplir y convocó una manifestación en Bilbao para el sábado al mediodía, pocas horas antes de que expirara el plazo”.
Ardanza acudió a Ermua para apoyar a la familia Blanco, asistida por el Ayuntamiento. “Cedimos a la familia dependencias municipales para que estuvieran juntos y atendieran a sus visitas. Tuvieron un enorme apoyo. Se montó una red solidaria para atender y abastecer a tantos visitantes que acudieron a Ermua. Había mucha emoción”, recuerda Totorika.
La manifestación de Bilbao del 12 de julio fue la mayor de la historia contra ETA.“Acudió mucha gente que nunca se había manifestado para contribuir a salvar a Miguel Ángel, un joven de familia humilde con el que se identificaba. Los medios de comunicación difundieron aquella emoción durante 48 horas y la gente se sintió protagonista”, señala José María Calleja, activista de los movimientos sociales de la época.
Por ello, cuando dos horas después aparece Blanco herido mortalmente en Lasarte (Gipuzkoa), se desató una ola de indignación. En Ermua su alcalde lo anunció en el balcón del Ayuntamiento, acompañado de la familia Blanco. La emoción se desbordó. Millares de personas se manifestaron al grito de “¡asesinos!”. Al regreso, un grupo incendió la sede de Batasuna y Totorika lo apagó extintor en mano. “Había bastante gente que pensaba que, tras las manifestaciones, ETA lo liberaría, pero comprobó su infinita crueldad y la indignación se sobrepuso al miedo. Mucha gente se manifestó ante las sedes de Batasuna y los grupos especiales de la Ertzaintza se descubrieron el rostro. En Ermua numerosas mujeres se arrodillaron al grito: “¡ETA aquí tienes mi nuca!”. El levantamiento democrático de los vascos contra ETA contagió a toda España y nació el lema “vascos sí, ETA no”, recuerda Calleja. Se multiplicaron las manifestaciones en España en apoyo a la rebelión cívica vasca.

A la defensiva

“ETA perdió el pulso. El terrorismo pretende crear miedo y paralizar a la gente. Pero la indignación superó al miedo. La gente se sentía segura al estar unida y apoyada institucionalmente”, señala Totorika. “A partir de Ermua, los de Batasuna se colocaron a la defensiva y algunos agachaban la cabeza al vernos por la calle”, añade Calleja. La rebelión cívica repercutió en Batasuna y uno de sus dirigentes, Patxi Zabaleta, condenó el asesinato y más adelante encabezó la escisión de Aralar. Ex dirigentes de ETA encarcelados, como Joseba Urrusolo y José Luis Álvarez, Txelis, lo condenaron.
El ministro del Interior, Jaime Mayor, aseguró entonces que “Ermua es para ETA lo que el proceso de Burgos fue para el franquismo, el anuncio de su deslegitimación”. Algo similar dijo Txema Montero, ex dirigente de Batasuna: “Con el asesinato de Blanco tuve la misma sensación sobre ETA que la que tuve sobre el franquismo cuando Franco ordenó los fusilamientos de 1975, que cavaban su propia tumba”.
Sin embargo, tras la rebelión cívica vasca, los responsables políticos no estuvieron a la altura al romper la unidad antiterrorista. El presidente Aznar quiso capitalizar partidistamente la oleada antiterrorista y el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, firmó un pacto soberanista con Batasuna, asustada por la rebelión: el pacto de Lizarra. Fue un retroceso de varios años. Pese a ello, el impulso de la rebelión cívica —que generó plataformas como el Foro de Ermua y Basta Ya— propició la Ley de Víctimas, de 1999, y la de Partidos, de 2003. El PNV regresó a la unidad en 2003 con la llegada a su dirección del tándem Imaz-Urkullu coincidiendo con la salida de Aznar de La Moncloa.
El lehendakari Ardanza reconoce el impacto de la rebelión cívica al señalar que “Ermua marcó un antes y un después en la sociedad vasca”. Totorika y Calleja lo precisan: “En los años noventa, con las movilizaciones del lazo azul contra los secuestros de Iglesias Zamora y Aldaya, se empezó a visibilizar a las víctimas de ETA y a disputar la calle a Batasuna. Pero, tras la rebelión cívica de Ermua, se colocó a las víctimas en el centro de la escena y Batasuna perdió definitivamente la calle porque la gente se sacudió el miedo; se respondió a cada asesinato masivamente y pensamos que podíamos ganar a ETA, que empezó a caer cuesta abajo y sin frenos”.
La banda asesinó aún a 67 personas más hasta cesar definitivamente 15 años después. Uno de sus colectivos más acosados fue el de los protagonistas de la rebelión cívica y dos de ellos fueron abatidos: José Luis López de Lacalle y Joseba Pagazaurtundua. Pero se le ganó a ETA y no cabe duda de que la rebelión ciudadana de Ermua fue uno de los hitos que propició la derrota.


LA DECADENCIA DE LA BANDA


Los etarras autores del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco fueron Javier González Gaztelu, Txapote, Irantzu Gallastegi y José Luis Geresta. Los dos primeros fueron detenidos tres años después del asesinato y cumplen condena de decenas de años. Están en la “línea dura”. Geresta se suicidó en 1999.
El responsable político fue Mikel Antza, detenido en 2004. Su detención fue clave para la lucha antiterrorista porque, según el jefe de Información de la Guardia Civil, Pablo Martín Alonso, era responsable de la estrategia de “socialización del sufrimiento” y tenía un potente arsenal. Está encarcelado en Francia. Su sustituto, Javier López Peña, Thierry, protagonizó la decadencia definitiva de ETA y murió en prisión en 2013.

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