miércoles, 12 de julio de 2017

Fue hallado agonizante en un campo de Azokaba 48 horas después de su secuestro Alberto R. Roldán



Fue hallado agonizante en un campo de Azokaba 48 horas después de su secuestro
Alberto R. Roldán


12 DE JULIO DE 1997
El ex ministro del Interior recuerda que «el comportamiento de los padres fue más que ejemplar; pero no sólo esos días, sino los posteriores. El 10, el 11, el 12...? Eso no lo he podido olvidar y nos facilitó muchísimo que hiciéramos todo lo que teníamos que hacer, sin una presión por parte de sus padres».
El 12 de julio, por la mañana, antes de que ETA cumpla su sentencia de muerte, tiene lugar la manifestación en Bilbao. Mayor Oreja recuerda que hubo una pequeña duda de si Aznar debía ir en coche, pero él tenía claro que «más que nunca tenía que ir a pie». «No querían que estuviéramos en la cabecera de la marcha que habían convocado los partidos de Ajuria Enea y recuerdo que fue aclamado desde el primer segundo por los bilbaínos». «Todo eso al nacionalismo le inquietó porque se dio cuenta de que podía ser el final de ETA y, también, del nacionalismo».
A las 16:00 horas del 12 de julio, España entera contuvo el aliento. «¿Cómo voy a comer si están matando a mi hijo?», decía Consuelo Garrido, la madre. Las televisiones paraban su programación y atronaba el silencio con la imagen de lazos azules que marcaba la hora del ultimátum etarra. Pero ETA no paró el reloj. Los terroristas lo introdujeron en el maletero de un vehículo y lo llevaron a un descampado. Con las manos atadas le hicieron caminar por la zona boscosa, un paraje cerca de las antiguas vías del ferrocarril y de un puente que se levante sobre un arroyo, a un kilómetro del casco urbano de Lasarte. Allí, el etarra «Txapote» le hizo arrodillarse y le descerrajó dos tiros en la cabeza. Dos hombres que paseaban por el campo en Azokaba fueron los que descubrieron el cuerpo, aún con vida, de Miguel Ángel gracias al olfato de sus perros. El concejal de Ermua estaba tumbado boca abajo, con un zapato fuera y las manos atadas por delante con un cable eléctrico.
A la vuelta de la manifestación, Mayor Oreja vuelve al ministerio. En el despacho recibe una llamada que le anuncia que han encontrado a un chico con unos disparos cerca de Andoain, pero inicialmente no le dicen que es Miguel Ángel. «Al cabo de 20 minutos me confirman la identidad, que está en estado crítico, y que le llevan a la clínica de Nuestra Señora de Aranzazu». Cuando llega a la clínica, la misma donde había trabajado su padre como ginecólogo años atrás, ese día 12, su cumpleaños, el entonces ministro pudo aún ver a Blanco vivo. «Cuando vi a Miguel Ángel vendado y unido a un respirador fue muy duro. Fue la cruz que siempre te acompaña en vida», destaca. «Es evidente que en ese momento el diagnóstico es crítico».
Entonces tiene que volver a comparecer ante los medios. «Es cuando tengo ese pequeño rifirrafe con la portavoz de la familia, que me reprocha la actitud del Gobierno en los pasillos; entonces hago un aparte con ella». Cuando regresa al ministerio le confirman el fallecimiento. Según explicó el forense, el edil tenía la primera bala alojada en el hueso mastoideo, detrás del pabellón auricular derecho. Pero el sanguinario «Txapote» le ajusticia con un segundo disparo en la zona occipital. Esas dos balas resonaron en todo el mundo y despertaron el espíritu de Ermua. El País Vasco venció al miedo. Aquel día, Batasuna se sintió acorralada mientras les gritaban «asesinos» e «hijos de puta». Quemaron una sede de HB, la Ertzaintza se quitó las capuchas como símbolo de valentía y ETA quedó herida de muerte. Mayor Oreja considera que «todo lo que hizo la sociedad española no fue una pérdida de tiempo y a partir de entonces la política antiterrorista que hacemos ya está presidida por la determinación». «Que a partir de 2004 se hiciera la política contraria, asentada en una negociación, nos ha dejado lo que hoy vivimos, un proyecto político de ETA vivo –lamenta–. Pero eso no significa que lo que hicimos fuera inútil».








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