domingo, 7 de abril de 2013

De Ribbentrop al «Azor»



De Ribbentrop al «Azor»
06 de abril de 2013. 17:22h César Vidal .
A inicios de 1941, un enviado de Don Juan se puso en contacto con Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores del III Reich, para convencerlo de que Franco podía ser derribado por una conjura anglófila y que la única manera de mantener a España como amiga era que Don Juan fuera rey.
El Reich no tardó en comunicar a Franco lo sucedido, confirmando informaciones que señalaban que Victoria Eugenia, la madre de Don Juan, simpatizaba con Alemania.
El 30 de septiembre de 1941, Franco escribió a Don Juan asegurando que la Monarquía era el «único camino» y él su «único y legítimo representante».
Don Juan, un tanto crecido, instó a Franco a desarrollar una regencia «orientada clara y públicamente hacia la Monarquía».
En la reunión del Consejo Superior del Ejército del 15 de diciembre de 1941, los generales monárquicos Kindelán y Orgaz expusieron a Franco la necesidad de separar la jefatura del Estado de la del Gobierno.
Para lograrlo, algunos apostaban por el respaldo nazi. Así, el mariscal Goering recibió un mensaje solicitando ayuda para la restauración a cambio de la entrada de España en guerra y el general Yagüe en 1942 escribió a Don Juan: «Debemos acercarnos a los nuestros y, en concreto, a Hitler».
El 12 de abril de 1942, Franco escribió a Don Juan que en breve tendría la «Jefatura total del pueblo y sus Ejércitos» para entroncar con la «monarquía totalitaria» de los Reyes Católicos. En paralelo, sin embargo, impidió los viajes del general Vigón y de Serrano Suñer, pensados para tratar el tema de Don Juan en Alemania e Italia.
La restauración no era sólo un proyecto relacionado con los nazis.
En abril de 1941, el Alto Mando británico aprobó el plan de invasión de las Canarias, que debía ser seguido por la proclamación de Don Juan como rey.
El plan contaba con el apoyo de los generales Aranda, Orgaz, Kindelán y García Escámez, a la sazón capitán general de Canarias. La respuesta de Franco fue cambiar a los generales de destino. Sin embargo, en 1942, ante las victorias alemanas, el plan británico fue desechado.

Muñoz Grandes dice no
En agosto, Don Juan intentó sumar a Muñoz Grandes a la restauración, pero el general respondió que la única salida era una monarquía pronazi que realizara la «revolución pendiente».
Tras el traslado de Yagüe a Marruecos y el desembarco aliado en Italia, Don Juan se situó en una tesitura menos comprometida.
En declaraciones al «Journal de Genève», el 11 de noviembre de 1942, se declaró neutral. Por esas fechas, el general Kindelán visitó a Franco en El Pardo para exigirle que restableciera la Monarquía... y fue destituido de su puesto de capitán general en Barcelona.

Durante el año 1943, Don Juan no dejó de insistir ante Franco para que le cediera el poder, un envite al que se sumaron el 8 de septiembre de ese año los generales Orgaz, Dávila, Varela, Solchaga, Kindelán, Saliquet, Monasterio y Ponte, y el 28 del mismo mes, Gil Robles, desde Estoril. Franco se limitó a asegurar que pronto se promulgaría una ley de Sucesión para establecer la Monarquía y a finales de 1943 comenzó a dar pasos para resituar a España en una situación de neutralidad.

El 19 de marzo de 1945, el Manifiesto de Lausana, firmado por Don Juan, fue entregado en la embajada española en Berna. Su tono era agresivo asociando a Franco con el Eje, insistiendo en el sacrificio de Alfonso XIII y ofreciendo una monarquía constitucional con partidos políticos y autonomías regionales
El Manifiesto fue repudiado especialmente por los sectores católicos del Régimen, desde Martín Artajo, verdadero portavoz de los Propagandistas de Acción Católica, que se ganó ser nombrado ministro de Asuntos exteriores, hasta el primado Plá y Deniel, que siguió sosteniendo que la Guerra Civil había sido una cruzada.

La condena del Régimen de Franco por la ONU y el cierre de la frontera con Francia, el 22 de junio, llevaron a pensar que la Restauración estaba cerca.
La respuesta de Franco consistió en acentuar los aspectos católicos del Régimen y en enarbolar el estandarte de la Guerra fría.
Frente a un Don Juan instalado en Estoril, Franco consiguió en 1947 que se aprobara en referéndum una Ley de Sucesión que colocaba en sus manos la vuelta de la monarquía.
Fue entonces cuando Julio Danvila, secretario diplomático de Don Juan, sugirió un acuerdo con Franco sobre la base de que la monarquía asumiera los ideales del Movimiento y aceptara suceder al general.
El 17 de junio de 1948, Danvila envió un memorándum que implicaba que el Conde de Barcelona y los
suyos cesarían en sus actividades; que Franco permitiría que Don Juan pudiera estudiar técnicamente los problemas nacionales y sus soluciones; que el conde de Barcelona no colaboraría con el Régimen y que Don Juan y Franco habían de ser «figuras... completamente sagradas para unos y otros».
Franco aceptó reunirse con Don Juan el 25 de agosto a las doce del mediodía en «Azor», el yate de recreo de la Marina española, cinco millas mar adentro, al norte del monte Igueldo.

Don Juan, recibido con honores de almirante, se entrevistó con Franco a solas durante tres horas sin que se levantara acta.
Quizá sólo se acordó que el Príncipe Juan Carlos y su hermano estudiarían bachillerato en España y que en la Prensa se abriría una línea informativa monárquica en «Abc» y el «Diario de Barcelona».
Tras el encuentro, la oposición monárquica quedó desactivada e incluso hubo monárquicos que se quejaron de que Don Juan los había «borboneado».
Franco había afianzado en sus manos el mecanismo de sucesión, ya que sería un príncipe educado en su España –y no en el exilio– el llamado a sucederlo.
Don Juan había intentado asegurar la continuidad dinástica navegando entre Hitler y los aliados, pero, al fin y a la postre, había sido el vencedor de la Guerra Civil el que había llevado la nave al puerto que más le complacía.

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