domingo, 14 de abril de 2013

POR QUÉ CAYÓ ALFONSO XIII UN 14 ABRIL



Faltar a su juramento de hacer guardar la ley fue su condena.
Hoy, aniversario de aquel adiós, el autor de «El rey perjuro» lo analiza. «La monarquía está destruida», dijo Ortega

Hoy es 14 de abril y se cumple un nuevo aniversario de la caída de la monarquía de Alfonso XIII y la proclamación de la segunda República, un acontecimiento que muchos que no habíamos nacido en aquellas fechas hemos incorporado, por la vía de la razón, a nuestro imaginario afectivo.

¿Cómo es posible que el 14 de abril de 1931 unas simples elecciones municipales, celebradas la antevíspera, adquiriesen carácter de plebiscito y diesen al traste con una institución milenaria sin que se derramase una sola gota de sangre?
La razón última es la del perjurio del titular de la corona, que en septiembre de 1923, a fin de evitar sus responsabilidades en el Desastre de Annual ocurrido dos años antes, dio paso a la dictadura del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, y faltó a su solemne juramento prestado al inicio de su reinado de guardar la Constitución y las leyes.

La monarquía había sido restaurada en 1874, mediante un golpe de Estado, y desde aquella fecha hasta 1923 fue incapaz de resolver los diversos problemas, algunos antiguos, otros nuevos, con que tuvo que enfrentarse:
1) Una forma unitaria de Estado cerradamente centralista, en pugna con las reivindicaciones autonomistas de Cataluña y del País Vasco;
2) Un ejército viciado en todas sus capas por su intervencionismo en la vida pública del país;
3) Una Iglesia enfeudada al Estado (la alianza secular del Trono y del Altar), a las clases explotadoras de la sociedad y de espaldas a la tarea evangélica de solidaridad con los más desvalidos;
4) Unas desigualdades sociales explosivas, con una lucha de clases empecinada y muchas veces sangrienta;
5) Una situación en el campo más grave aún que en las escasas zonas poco y mal industrializadas;
6) Una pérdida de ilusión colectiva de la que el pesimismo del 98 fue un reflejo fiel. Añádase a aquellos males el analfabetismo endémico, la corrupción caciquil y la indefensión sanitaria.

CAÍDA DE LA DICTADURA.
Tras la caída de la dictadura, en enero de 1930, Alfonso XIII sustituyó a Primo de Rivera por el teniente general Dámaso Berenguer, jefe de su Cuarto Militar.
Tras una serie de indecisiones, que a aquellas alturas resultaban suicidas, Berenguer se propuso convocar elecciones a Cortes de acuerdo con la fenecida Constitución de 1876, pero el conde de Romanones, jefe de facto del diezmado Partido Liberal, que no estaba representado en el gabinete, impuso su propio calendario: primero, comicios municipales, después, provinciales, y finalmente, generales.

Berenguer dimitió y el 14 de febrero de 1931 le sucedió el almirante Juan Bautista Aznar, en cuyo gobierno Berenguer continuó como ministro de la Guerra.
Aznar convocó elecciones municipales para el 12 de abril, creyendo que el falseamiento inmemorial de los comicios daría una vez más la victoria al Gobierno que los convocaba, pero en esta ocasión las elecciones adquirieron carácter de plebiscito, y el resultado fue demoledor para el rey perjuro.

EL DERRUMBE.
En la etapa Berenguer-Aznar, la llamada dictablanda, se suceden seis hechos que determinan la caída de la monarquía y la proclamación de la República.

*.- Primero: la deserción de los monárquicos.
Los que, como Miguel Maura Gamazo, hijo del ex jefe del Gobierno Antonio Maura Montaner, o Niceto Alcalá-Zamora, ex ministro de la corona, se pasan al campo republicano.
Los que, sin abjurar de su monarquismo, renuncian a servir a señores que en gusanos se convierten, como José Sánchez Guerra.
Los que, como Ángel Ossorio y Gallardo, piden la abdicación del soberano, y conscientes de que la hemofilia que padece el príncipe de Asturias hace inviable su propuesta, se declaran monárquicos sin rey.
Son los nuevos republicanos, deseosos de salvar los intereses materiales -y los valores morales- de la derecha frente al cambio de régimen que consideran inevitable. La cúpula eclesiástica, a través del nuncio vaticano, Federico Tedeschini, pronto conecta con ellos.

*.- Segundo: la alternativa válida articulada por los dirigentes de la oposición antimonárquica en agosto de 1930 mediante el Pacto de San Sebastián, con el que garantizan que, a la caída de la Institución, no ha de producirse ningún salto sin red; la inmediata formación del Gobierno provisional ofrece, además, la seguridad de que el cambio que preconizan –la sustitución del régimen monárquico por el republicano- evitará que se produzca ningún vacío de poder en el momento de la ruptura.

*.- Tercero: la colaboración socialista, que dota al proyecto republicano de unos militantes de base -los sindicalistas de la UGT- de la que los republicanos históricos y nuevos carecen.
El PSOE es consciente de que la monarquía, como régimen político, ha agotado ya todas sus posibilidades.
Tres de sus dirigentes más destacados, Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto y Fernando de los Ríos, se integran en el Comité Revolucionario pactado en San Sebastián y serán ministros en el Gobierno provisional.

Cuarto: la división militar que cristaliza en las sublevaciones de Jaca (Huesca) y Cuatro Vientos (Madrid) el 12 y 15 de diciembre de 1930.
Su importancia radica en que una parte del ejército, convencida de que la regeneración de España es incompatible con el trono, no cuestiona un gobierno o un partido determinados, sino a la persona de Alfonso XIII.

Quinto: la movilización intelectual, con la creación, en febrero de 1931, de la Agrupación al Servicio de la República, presidida por Antonio Machado y liderada por José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Ortega sentencia: Delenda est Monarchia (la monarquía está destruida), y arrastra tras de sí lo mejor del mundo intelectual y universitario.

Sexto: el fiasco de los reformistas tardíos y su Centro Constitucional -marzo de 1931-, partido que intenta unificar la Lliga catalana de Francesc Cambó con los conservadores mauristas liderados por Gabriel Maura -hijo de don Antonio-, y que en Cataluña es desbordado por la recién creada Esquerra Republicana, que en las urnas cuenta con el voto, decisivo, de la Confederación Nacional del Trabajo.

EL MITO DEL PATRIOTISMO.
En su manifiesto de despedida Alfonso XIII afirma que podría mantener sus regias prerrogativas en eficaz forcejeo con quienes las combaten, y justifica su renuncia por el deseo de evitar lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil.
Estas palabras han sido siempre tremoladas por sus partidarios como una prueba irrefutable del patriotismo del rey, pero no responden en absoluto a la realidad de los hechos.
Alfonso XIII no abandona España por patriotismo: se limita a cumplir la orden de expulsión -antes de la puesta del sol- que formula Alcalá-Zamora, jefe del Comité Revolucionario -convertido ya en Gobierno provisional-, y la acata porque es su única alternativa. Nadie parece dispuesto a defender la monarquía.

SIN LA GUARDIA CIVIL.
La tarde del 12 de abril el Gobierno Aznar conoce el resultado adverso de las elecciones, y cuando se le pregunta al director general de la Benemérita, teniente general José Sanjurjo, cuál será la actitud de la Guardia Civil, responde que no puede contarse con ella.
La noche del 13 Sanjurjo cursa una orden a sus mandos para que no se opongan a la justa manifestación del triunfo republicano que pueda surgir del ejército y del pueblo. En la mañana del 14, en su condición de responsable máximo del Instituto, se ofrece al Comité Revolucionario en la persona de Miguel Maura, ministro de la Gobernación in péctore.

SIN EL EJÉRCITO.
Durante la madrugada del 12 al 13, cuando la dirección general de Seguridad ha comunicado ya que la derrota monárquica es completa, el ministro de la Guerra, teniente general Berenguer, cursa un telegrama a la cúpula militar del ejército y la Armada instándola a mantener absoluta confianza en el mando (…), garantía de que los destinos de la patria han de seguir, sin trastornos que la dañen intensamente, el curso lógico que les imponga la suprema voluntad nacional.

NI POLICÍAS NI POLÍTICOS.
En la mañana del 14, el director general de Seguridad, general Emilio Mola, comunica al ministro de la Gobernación que no cabe más que ponerse de acuerdo con Alcalá-Zamora.
¿Y la clase política monárquica?
El jefe del Gobierno, almirante Aznar, el día 13 declara a los periodistas que le preguntan si hay crisis: «¿Crisis? ¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta monárquico y se levanta republicano?».
Alfonso XIII constata, así, que la Guardia Civil, el ejército, las fuerzas de seguridad y la clase política monárquica lo han abandonado. No le queda otro remedio que acatar la orden de expulsión, pues sabe que todo intento de resistencia es utópico.

CITA CON MACHADO.
Hoy, en España, reivindicar la esperanza que supuso el 14 de abril de 1931, aunque fracasase, supone asumir el escándalo como bandera.
Pero como dejó escrito Antonio Machado, «Ni está el mañana / ni el ayer escrito». De los españoles depende que la lectura correcta del pasado nos permita afrontar el futuro manteniendo la ilusión aun cuando no nos hagamos ilusiones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Su frase relativa a las elecciones municipales de 1931"el resultado fue demoledor para el rey " induce a una conclusión falsa.

Todos los historiadores están de acuerdo en que las elecciones fueron ganadas abrumadoramente por los monárquicos en el conjunto de España. Los republicanos solo ganaron en las grandes ciudades, y por el metodo delpuro golpismo proclamaron la República.

Ramon Manuel Gonzalvo Mourelo dijo...

*.- la deserción de los monárquicos.
*.- la alternativa válida articulada por los dirigentes de la oposición antimonárquica en agosto de 1930 mediante el Pacto de San Sebastián.
Efectivamente los resultados electorales no suponían una mayoría republicana en términos de votos, sin embargo fueron los monárquicos los que interpretaron que los resultados no suponían un triunfo de la Monarquía y de los monárquicos que fueron los que se dividieron y, muchos de ellos, se quitaron del medio...