Faltar a su juramento de hacer guardar
la ley fue su condena.
Hoy, aniversario de aquel adiós, el
autor de «El rey perjuro» lo analiza. «La monarquía está destruida», dijo
Ortega
Hoy es 14 de abril y se cumple un nuevo
aniversario de la caída de la monarquía de Alfonso XIII y la proclamación de la
segunda República, un acontecimiento que muchos que no habíamos nacido en
aquellas fechas hemos incorporado, por la vía de la razón, a nuestro imaginario
afectivo.
¿Cómo es posible que el 14 de abril de
1931 unas simples elecciones municipales, celebradas la antevíspera,
adquiriesen carácter de plebiscito y diesen al traste con una institución
milenaria sin que se derramase una sola gota de sangre?
La razón última es la del perjurio
del titular de la corona, que en septiembre de 1923, a fin de evitar sus
responsabilidades en el Desastre de Annual ocurrido dos años antes, dio paso a
la dictadura del capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, y faltó a
su solemne juramento prestado al inicio de su reinado de guardar la
Constitución y las leyes.
La monarquía había sido restaurada en
1874, mediante un golpe de Estado, y desde aquella fecha hasta 1923 fue incapaz
de resolver los diversos problemas, algunos antiguos, otros nuevos, con que
tuvo que enfrentarse:
1) Una forma
unitaria de Estado cerradamente centralista, en pugna con las reivindicaciones
autonomistas de Cataluña y del País Vasco;
2) Un
ejército viciado en todas sus capas por su intervencionismo en la vida pública
del país;
3) Una
Iglesia enfeudada al Estado (la alianza secular del Trono y del Altar), a las
clases explotadoras de la sociedad y de espaldas a la tarea evangélica de
solidaridad con los más desvalidos;
4) Unas
desigualdades sociales explosivas, con una lucha de clases empecinada y muchas
veces sangrienta;
5) Una
situación en el campo más grave aún que en las escasas zonas poco y mal
industrializadas;
6) Una
pérdida de ilusión colectiva de la que el pesimismo del 98 fue un reflejo fiel.
Añádase a aquellos males el analfabetismo endémico, la corrupción caciquil y la
indefensión sanitaria.
CAÍDA DE LA DICTADURA.
Tras la caída de la dictadura, en enero
de 1930, Alfonso XIII sustituyó a Primo de Rivera por el teniente general
Dámaso Berenguer, jefe de su Cuarto Militar.
Tras una serie de indecisiones, que a
aquellas alturas resultaban suicidas, Berenguer se propuso convocar elecciones
a Cortes de acuerdo con la fenecida Constitución de 1876, pero el conde de
Romanones, jefe de facto del diezmado Partido Liberal, que no estaba
representado en el gabinete, impuso su propio calendario: primero, comicios
municipales, después, provinciales, y finalmente, generales.
Berenguer dimitió y el 14 de febrero de
1931 le sucedió el almirante Juan Bautista Aznar, en cuyo gobierno Berenguer
continuó como ministro de la Guerra.
Aznar convocó elecciones municipales
para el 12 de abril, creyendo que el falseamiento inmemorial de los comicios
daría una vez más la victoria al Gobierno que los convocaba, pero en esta
ocasión las elecciones adquirieron carácter de plebiscito, y el resultado fue
demoledor para el rey perjuro.
EL DERRUMBE.
En la etapa Berenguer-Aznar, la llamada
dictablanda, se suceden seis hechos que determinan la caída de la monarquía y
la proclamación de la República.
*.- Primero:
la deserción de los monárquicos.
Los que,
como Miguel Maura Gamazo, hijo del ex jefe del Gobierno Antonio Maura Montaner,
o Niceto Alcalá-Zamora, ex ministro de la corona, se pasan al campo
republicano.
Los que, sin
abjurar de su monarquismo, renuncian a servir a señores que en gusanos se
convierten, como José Sánchez Guerra.
Los que,
como Ángel Ossorio y Gallardo, piden la abdicación del soberano, y conscientes
de que la hemofilia que padece el príncipe de Asturias hace inviable su propuesta,
se declaran monárquicos sin rey.
Son los
nuevos republicanos, deseosos de salvar los intereses materiales -y los valores
morales- de la derecha frente al cambio de régimen que consideran inevitable.
La cúpula eclesiástica, a través del nuncio vaticano, Federico Tedeschini,
pronto conecta con ellos.
*.- Segundo:
la alternativa válida articulada por los dirigentes de la oposición
antimonárquica en agosto de 1930 mediante el Pacto de San Sebastián, con el
que garantizan que, a la caída de la Institución, no ha de producirse ningún
salto sin red; la inmediata formación del Gobierno provisional ofrece, además,
la seguridad de que el cambio que preconizan –la sustitución del régimen
monárquico por el republicano- evitará que se produzca ningún vacío de poder en
el momento de la ruptura.
*.- Tercero:
la colaboración socialista, que dota al proyecto republicano de unos
militantes de base -los sindicalistas de la UGT- de la que los republicanos
históricos y nuevos carecen.
El PSOE
es consciente de que la monarquía, como régimen político, ha agotado ya todas
sus posibilidades.
Tres de sus
dirigentes más destacados, Francisco Largo Caballero, Indalecio Prieto y
Fernando de los Ríos, se integran en el Comité Revolucionario pactado en San
Sebastián y serán ministros en el Gobierno provisional.
Cuarto: la
división militar que cristaliza en las sublevaciones de Jaca (Huesca) y Cuatro
Vientos (Madrid) el 12 y 15 de diciembre de 1930.
Su
importancia radica en que una parte del ejército, convencida de que la
regeneración de España es incompatible con el trono, no cuestiona un gobierno o
un partido determinados, sino a la persona de Alfonso XIII.
Quinto: la
movilización intelectual, con la creación, en febrero de 1931, de la Agrupación
al Servicio de la República, presidida por Antonio Machado y liderada por José
Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala. Ortega sentencia:
Delenda est Monarchia (la monarquía está destruida), y arrastra tras de sí lo
mejor del mundo intelectual y universitario.
Sexto: el
fiasco de los reformistas tardíos y su Centro Constitucional -marzo de 1931-,
partido que intenta unificar la Lliga catalana de Francesc Cambó con los
conservadores mauristas liderados por Gabriel Maura -hijo de don Antonio-, y
que en Cataluña es desbordado por la recién creada Esquerra Republicana, que en
las urnas cuenta con el voto, decisivo, de la Confederación Nacional del
Trabajo.
EL MITO DEL PATRIOTISMO.
En su manifiesto de despedida Alfonso
XIII afirma que podría mantener sus regias prerrogativas en eficaz forcejeo con
quienes las combaten, y justifica su renuncia por el deseo de evitar lanzar a
un compatriota contra otro en fratricida guerra civil.
Estas palabras han sido siempre
tremoladas por sus partidarios como una prueba irrefutable del patriotismo del
rey, pero no responden en absoluto a la realidad de los hechos.
Alfonso XIII no abandona España por
patriotismo: se limita a cumplir la orden de expulsión -antes de la puesta del
sol- que formula Alcalá-Zamora, jefe del Comité Revolucionario -convertido ya
en Gobierno provisional-, y la acata porque es su única alternativa. Nadie
parece dispuesto a defender la monarquía.
SIN LA GUARDIA CIVIL.
La tarde del 12 de abril el Gobierno
Aznar conoce el resultado adverso de las elecciones, y cuando se le pregunta al
director general de la Benemérita, teniente general José Sanjurjo, cuál será la
actitud de la Guardia Civil, responde que no puede contarse con ella.
La noche del 13 Sanjurjo cursa una orden
a sus mandos para que no se opongan a la justa manifestación del triunfo
republicano que pueda surgir del ejército y del pueblo. En la mañana del 14, en
su condición de responsable máximo del Instituto, se ofrece al Comité
Revolucionario en la persona de Miguel Maura, ministro de la Gobernación in péctore.
SIN EL EJÉRCITO.
Durante la madrugada del 12 al 13,
cuando la dirección general de Seguridad ha comunicado ya que la derrota
monárquica es completa, el ministro de la Guerra, teniente general
Berenguer, cursa un telegrama a la cúpula militar del ejército y la Armada
instándola a mantener absoluta confianza en el mando (…), garantía de que los
destinos de la patria han de seguir, sin trastornos que la dañen intensamente,
el curso lógico que les imponga la suprema voluntad nacional.
NI POLICÍAS NI POLÍTICOS.
En la mañana del 14, el director
general de Seguridad, general Emilio Mola, comunica al ministro de la
Gobernación que no cabe más que ponerse de acuerdo con Alcalá-Zamora.
¿Y la clase política monárquica?
El jefe del Gobierno, almirante
Aznar, el día 13 declara a los periodistas que le preguntan si hay crisis:
«¿Crisis? ¿Qué más crisis desean ustedes que la de un país que se acuesta
monárquico y se levanta republicano?».
Alfonso XIII constata, así, que la
Guardia Civil, el ejército, las fuerzas de seguridad y la clase política
monárquica lo han abandonado. No le queda otro remedio que acatar la orden de
expulsión, pues sabe que todo intento de resistencia es utópico.
CITA CON MACHADO.
Hoy, en España, reivindicar la esperanza
que supuso el 14 de abril de 1931, aunque fracasase, supone asumir el escándalo
como bandera.
Pero como dejó escrito Antonio Machado,
«Ni está el mañana / ni el ayer escrito». De los españoles depende que
la lectura correcta del pasado nos permita afrontar el futuro manteniendo la
ilusión aun cuando no nos hagamos ilusiones.
2 comentarios:
Su frase relativa a las elecciones municipales de 1931"el resultado fue demoledor para el rey " induce a una conclusión falsa.
Todos los historiadores están de acuerdo en que las elecciones fueron ganadas abrumadoramente por los monárquicos en el conjunto de España. Los republicanos solo ganaron en las grandes ciudades, y por el metodo delpuro golpismo proclamaron la República.
*.- la deserción de los monárquicos.
*.- la alternativa válida articulada por los dirigentes de la oposición antimonárquica en agosto de 1930 mediante el Pacto de San Sebastián.
Efectivamente los resultados electorales no suponían una mayoría republicana en términos de votos, sin embargo fueron los monárquicos los que interpretaron que los resultados no suponían un triunfo de la Monarquía y de los monárquicos que fueron los que se dividieron y, muchos de ellos, se quitaron del medio...
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