miércoles, 3 de octubre de 2012

Esquema del funcionamiento del caciquismo en la Restauración.





Con esto llegamos como por la mano a determinar los factores que integran esta forma de gobierno y la posición que cada uno ocupa respecto de los demás.
Esos componentes exteriores son tres: 1º, los oligarcas (los llamados primates, prohombres o notables de cada bando que forman su “plana mayor", residentes ordinariamente en el centro); 2º, los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio; 3º, el gobernador civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento. A esto se reduce fundamentalmente todo el artificio bajo cuya pesadumbre gime rendida y postrada la Nación.
Oligarcas y caciques constituyen lo que solemos denominar clase directora o gobernante, distribuida o encasillada en “partidos". Pero aunque se lo llamemos, no lo es; si lo fuese, formaría parte integrante de la Nación, sería orgánica representación de ella, y no es sino un cuerpo extraño, como pudiera serlo una facción de extranjeros apoderados por la fuerza de Ministerios, Capitanías, telégrafos, ferrocarriles, baterías y fortalezas para imponer tributos y cobrarlos.
[...] En las elecciones […] no es el pueblo, sino las clases conservadoras y gobernantes, quienes falsifican el sufragio y corrompen el sistema, abusando de su posición, de su riqueza, de los resortes de la autoridad y del poder que para dirigir desde él a las masas  les había sido entregado.
Joaquín COSTA: Oligarquía y caciquismo, colectivismo agrario y otros escritos, [Madrid, 1901], edición de 1969, Alianza Editorial, pp. 28-30.




Los párrafos del texto pertenecen al ensayo “Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España” escrito por Joaquín Costa a principios del siglo XX.
En ellos, el político y jurista aragonés, denuncia la corrupción del sistema político establecido por el sistema político de la Restauración y la Constitución de 1876, el de la alternancia pacífica de los partidos dinásticos en los que se agrupan, según él, los dirigentes que subordinan los intereses de la nación a los suyos propios.
Unos dirigentes que ni representan a la nación ni, por extraños, forman parte de ella.




Para Costa, los “factores que integran esta forma de gobierno” son:
*.- Oligarcas (notables de cada bando que forman su “plana mayor", residentes ordinariamente en el centro.
*.- Caciques (jerarquizados en grados) y diseminados por el territorio nacional.
*.- El gobernador civil en su provincia, instrumento y enlace de oligarcas y caciques.
El  Gobernador Civil recibía del  Ministro de la Gobernación los resultados electorales que "debían"  salir en su provincia, siguiendo el "encasillado"  previamente pactado por los oligarcas de los partidos dinásticos.
Para conseguirlo, los caciques, en sus respetivos  territorios de influencia, siguiendo las instrucciones del Gobernador Civil consiguen los resultados  previstos: con violencia, amenazas, comprando los votos y, en última instancia, recurriendo al “pucherazo” (modificando los resultados obtenidos).
Costa critica que así, en “en las elecciones no es el pueblo, sino las clases conservadoras y gobernantes, quienes falsifican el sufragio y corrompen el sistema, abusando de su posición, de su riqueza, de los resortes de la autoridad y del poder que recibieron para servir a la sociedad y no para servirse de ella.
Oligarcas y caciques, distribuidos o encasillados en “partidos", aunque se les llame gobernantes no lo son, porque no son parte integrante de la Nación ni representación orgánica de ella.
Actúan como “una facción de extranjeros apoderados por la fuerza de instituciones y cargos que usan en beneficio propio.
Concluye que a esto se reduce el artificio bajo cuya pesadumbre gime rendida y postrada la Nación”.

Entre éstos, Joaquín Costa distingue entre:
*.- Los caciques (los personajes importantes en lo social y económico en un territorio y que, jerarquizados, se distribuyen por todo el territorio nacional) y
*.- los oligarcas (los políticos profesionales de la nación que necesitan del cacique para lograr sus fines). Residen en el Centro de la Nación (Madrid, sede de la Monarquía, de las Cortes, sede principal de los dos partidos dinásticos.
*.-El funcionamiento de este sistema, según refiere el texto, se apoya tanto en los oligarcas como en los caciques.
El Gobernador Civil de cada provincia, en cuanto representante e instrumento del Gobierno central en ella, sirve de nexo entre oligarcas y caciques.
*.- El Gobierno organiza las elecciones y decide su resultado.
*.- Los oligarcas, agrupados en partidos que les representan en las Cortes, se reparten regionalmente la nación en áreas de influencia política y por ello, según Costa, ni los partidos ni las Cortes representan al país y la nación no es libre ni soberana por estar prisionera de un régimen oligárquico y caciquil servido por instituciones aparentemente constitucionales y parlamentarias.
*.-Un sistema político en el que los intereses de los electores quedan subordinados a los de los que fraudulentamente han sido elegidos.
*.-Unos, abusando de su autoridad, y otros, aprovechándose de su posición y de sus riquezas, son los corruptores de un régimen que, pretendidamente representativo, ignora la voluntad de los que dice representar.
Así, falseando el sufragio de los electores, se reparten y adueñan de todas las instituciones administrativas y de gobierno para actuar a través de ellas en beneficio propio.

Algunas ideas para un comentario.
*.- En España coexistían dos realidades diferentes: una ficticia o aparente (de monarquía parlamentaria, constitución y elecciones), otra real (la del caciquismo oligárquico que establece el gobierno que representa a unos pocos, que atiende al interés exclusivo de oligarcas y caciques, la de un gobierno parlamentario sin electores y en el que las mayorías y minorías no dependen de la voluntad de los electores sino de lo que previamente acuerdan los partidos.
*.- Costa, por defender el régimen parlamentario condena su perversión oligárquica. Además considera que este sistema corrupto compromete la unidad de la nación y fomenta en ella el secesionismo político y territorial y perpetúa en ésta, y en los españoles, su secular atraso cultural, social y económico.

De hecho la función reservada al cuerpo electoral, en el Sistema de la Restauración, es completamente pasiva.
*.- Las líneas de acción no funcionan del electorado a las Cortes sino del Gobierno al electorado, previo acuerdo con unos notables rurales locales o provinciales («caciques») que simulan la elección.
*.- El mecanismo del sistema parlamentario previsto en la Constitución quedó sustituido por otro mecanismo real: el que establece el engranaje entre una estructura social real («caciquismo») y una estructura política formal (Gobierno-Cortes) que funciona independientemente de lo que el texto constitucional presentaba como clave: el cuerpo electoral.
*.- El Rey para designar Gobierno no se atiene a la opinión del cuerpo electoral manifestada en una mayoría parlamentaria.
Es al revés, el Rey designa un jefe de gobierno que propone los ministros al rey, que recibe un decreto de disolución de las Cortes y que convoca nuevas elecciones, pactando sus resultados con las diversas fuerzas políticas capaces de movilizar a sus respectivas clientelas («encasillado»). Se hacen unas elecciones que necesariamente proporcionan holgadas mayorías al gobierno que las convoca.
*.- La suprema decisión queda en manos del Rey, que (independientemente del cuerpo electoral) nombra o cesa, de acuerdo en esto con la Constitución, a cada jefe de Gobierno .
*.- Falto del indicador de las elecciones auténticas, ¿a qué indicador debe atender el Rey para dar el poder a uno u otro jefe, a uno u otro partido político?.

En la Restauración, tanto Alfonso XII como la regente María Cristina se atuvieron, más racionalmente, a la necesidad de mantener un amplio consenso para la monarquía, sobre la base de una práctica constitucional de formulación canovista: dualidad de partidos y de clientelas y el disfrute alternativo del poder que aleje la tentación de exclusivismo y el recurso a la conspiración o al pronunciamiento.
*.- En esas condiciones el Gobierno parlamentario es claramente una ficción, pero que dio un pasable juego y funcionó durante un cuarto de siglo.
Mientras Cánovas y Sagasta mantuvieron la hegemonía casi indiscutida de dos grandes partidos que aceptan las reglas del juego como un compromiso político de honor.

Todo lo anterior era una ficción desde el punto de vista del derecho constitucional, pero un realidad social y política en la España de finales del siglo XIX.


El Partido Conservador de Cánovas representaba a la antigua Unión Liberal  y sería también el partido de los antiguos Moderados. Defensor de la tradición, del orden y de las buenas relaciones con la Iglesia. Partidario del sufragio censitario y del recorte de las libertades individuales y colectivas.
Tenía sus feudos electorales en el medio rural del sur e interior peninsular.
Sus bases: la vieja nobleza, la aristocracia rural y terrateniente, la gran burguesía y las clases medias

El Liberal, liderado por el antiguo progresista Práxedes Mateo Sagasta, sería el heredero de los ideales de 1869 adaptados a los límites del sistema canovista.
Sus bases electorales estaban centradas en las ciudades, la periferia peninsular y el norte industrial: burguesía comercial e industrial, los profesionales liberales y la población urbana. Progresistas, radical-constitucionalistas, republicanos y descontentos de Cánovas.
Defendía el sufragio universal,  el aumento y desarrollo de las libertades y un cierto laicismo (incluso en determinados casos anticlerical).

Estos dos partidos controlaron inicialmente toda la vida política, se fueron turnando pacíficamente en la labor del gobierno y dieron apariencia democrática al sistema. Sus diferencias ideológicas no eran muy importantes. Habían pactado no realizar leyes que el otro partido necesitase derogar para gobernar. En la práctica, su alternancia en el poder no se hacía en función del resultado de las elecciones sino por decisión del Rey o por un pacto entre los líderes de los dos partidos. Las elecciones estaban adulteradas por el caciquismo. El sistema de turno  tuvo la gran virtud de garantizar la alternancia pacífica en el poder, poniendo fin durante un largo periodo al intervencionismo militar y a los pronunciamientos. Sin embargo, el turno fue un puro artificio político, destinado a mantener apartados del poder a las fuerzas que quedaban fuera del estrecho sistema diseñado por Cánovas.
El turno en el poder no era la expresión de la voluntad de los electores, sino que los dirigentes de los partidos lo acordaban y pactaban previamente. Una vez acordada la alternancia, y el consiguiente disfrute del presupuesto, se producía el siguiente mecanismo:
El Rey nombraba un nuevo Jefe de Gobierno y le otorga el decreto de disolución de Cortes
El nuevo gobierno convocaba unas elecciones completamente adulteradas, “fabricaba” los resultados mediante el  “encasillado”, la asignación previa de escaños en los que se dejaba un número suficiente a la oposición.
Este sistema de adulteración electoral no fue único de la España de la época, el “transformismo” en Italia y el “rotativismo” en Portugal fueron sistemas similares

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