JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Solo le queda una bala, aunque de plata: la envidia,
el resentimiento, el cabreo eterno de los españoles convencidos de que no se
les trata como merecen
*.- AHORA sabemos por qué Pablo Iglesias evita los platós
de televisión que le lanzaron y solo concede entrevistas con preguntas
acordadas de antemano: porque lo único que dice son palabras huecas, conceptos
indefinidos, eslóganes publicitarios.
Lo demostró en Barcelona, donde no ha dejado
satisfecho a nadie, excepto a los que, como él, están contra todo.
En este sentido, es el español perfecto, que en la barra del
bar o jugando la partida dice, como no dando importancia a la cosa: «Yo
arreglaría esto en diez minutos: echándolos a todos».
O sea, quedándose él como dueño del tinglado.
Su oratoria tiene tanta truculencia como incongruencia: «No
quiero que Cataluña se vaya, pero la casta la ha insultado».
Llama casta a Rajoy y a Mas, «a quien no abrazaría», sin
decirnos a quién abrazaría. Le basta con abrazarse a sí mismo.
Pide iniciar un proceso constituyente que «abra candados»,
pero ¿cómo se abre un proceso constituyente sin los conservadores y se rechaza
unirse a las otras fuerza de la izquierda?
Con este tipo de arengas, más propias del chavismo o
castrismo que de las democracias occidentales,
Pablo Iglesias insulta la inteligencia de los demás y descubre la
pobreza de la suya.
«Soberanía fue otra de sus
perlas– quiere decir que el poder no representa a los fondos de inversión»
¿Cómo va entonces a
convencer a esos fondos de que inviertan en España para poder pagar, entre otras
cosas, su sueldo de profesor universitario?
«Que la ley persiga a los evasores fiscales».
Y a los que, como él, se olvidaron de declarar las bicocas de
programas de televisión, o a los que, como su segundo, se embolsaron
indebidamente bolsas de estudios, ¿también hay que perseguirlos?
Otro de sus acertijos: «Derecho a decidir implica decidir
sobre las cosas, no solo sobre la independencia».
Sobre qué cosas hay que decidir, al haber millones?, y ¿está
la independencia entre ellas?
Aunque lo más brillante fue lo de «España es un país de
países», copia del archiconocido «nación de naciones», pues nación sabemos más
o menos lo que es, pero país puede ser cualquier cosa, nación, patria, Estado.
Un timo de las estampitas político que, si cuela, es porque el timado quiere
timar a su vez.
A Pablo Iglesias, que nunca habla de deberes, solo le
queda una bala, aunque de plata: la envidia, el resentimiento, el cabreo eterno
de los españoles convencidos de que no se les trata como merecen. Hay en este
país una gran bolsa de partidarios de «dar la vuelta a la tortilla» no importa
en qué sentido, por si la suerte, al fin, les sonríe y, ya que no les ha tocado
el Gordo, están entre los que cortan el bacalao. Si no ellos, un familiar,
compadre o conocido, con lo que se acabarían sus problemas. A eso lo llamamos
los españoles revolución. Nada de extraño que sea tan popular entre nosotros.
Y que siga pendiente.
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