miércoles, 24 de diciembre de 2014

ASÍ HABLA PABLO IGLESIAS

JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Solo le queda una bala, aunque de plata: la envidia, el resentimiento, el cabreo eterno de los españoles convencidos de que no se les trata como merecen

*.- AHORA sabemos por qué Pablo Iglesias evita los platós de televisión que le lanzaron y solo concede entrevistas con preguntas acordadas de antemano: porque lo único que dice son palabras huecas, conceptos indefinidos, eslóganes publicitarios.
Lo demostró en Barcelona, donde no ha dejado satisfecho a nadie, excepto a los que, como él, están contra todo.
En este sentido, es el español perfecto, que en la barra del bar o jugando la partida dice, como no dando importancia a la cosa: «Yo arreglaría esto en diez minutos: echándolos a todos».
O sea, quedándose él como dueño del tinglado.

Su oratoria tiene tanta truculencia como incongruencia: «No quiero que Cataluña se vaya, pero la casta la ha insultado».
Llama casta a Rajoy y a Mas, «a quien no abrazaría», sin decirnos a quién abrazaría. Le basta con abrazarse a sí mismo.
Pide iniciar un proceso constituyente que «abra candados», pero ¿cómo se abre un proceso constituyente sin los conservadores y se rechaza unirse a las otras fuerza de la izquierda?
Con este tipo de arengas, más propias del chavismo o castrismo que de las democracias occidentales,
Pablo Iglesias insulta la inteligencia de los demás y descubre la pobreza de la suya.
«Soberanía fue otra de sus perlas– quiere decir que el poder no representa a los fondos de inversión»
¿Cómo va entonces a convencer a esos fondos de que inviertan en España para poder pagar, entre otras cosas, su sueldo de profesor universitario?
«Que la ley persiga a los evasores fiscales».
Y a los que, como él, se olvidaron de declarar las bicocas de programas de televisión, o a los que, como su segundo, se embolsaron indebidamente bolsas de estudios, ¿también hay que perseguirlos?
Otro de sus acertijos: «Derecho a decidir implica decidir sobre las cosas, no solo sobre la independencia».
Sobre qué cosas hay que decidir, al haber millones?, y ¿está la independencia entre ellas?
Aunque lo más brillante fue lo de «España es un país de países», copia del archiconocido «nación de naciones», pues nación sabemos más o menos lo que es, pero país puede ser cualquier cosa, nación, patria, Estado. Un timo de las estampitas político que, si cuela, es porque el timado quiere timar a su vez.

A Pablo Iglesias, que nunca habla de deberes, solo le queda una bala, aunque de plata: la envidia, el resentimiento, el cabreo eterno de los españoles convencidos de que no se les trata como merecen. Hay en este país una gran bolsa de partidarios de «dar la vuelta a la tortilla» no importa en qué sentido, por si la suerte, al fin, les sonríe y, ya que no les ha tocado el Gordo, están entre los que cortan el bacalao. Si no ellos, un familiar, compadre o conocido, con lo que se acabarían sus problemas. A eso lo llamamos los españoles revolución. Nada de extraño que sea tan popular entre nosotros.

Y que siga pendiente.

No hay comentarios: