El
escritor y periodista John Carlin inicia este miércoles una serie en la que
explora el fenómeno Podemos, por qué ha logrado convencer a tanta gente en tan
poco tiempo, cómo son sus dirigentes y, sobre todo, a qué aspira
Segunda
entrega: La casta somos todos
Tercera
entrega: La religión por otros medios
Gestión de la deuda. Auditoría ciudadana de la deuda pública y privada
para delimitar qué partes de éstas pueden ser consideradas ilegítimas para
tomar medidas contra los responsables y declarar su impago. Reestructuraciones
del resto de la deuda y derogación del artículo 135 de la Constitución española
[...].
Renta básica. Derecho a una renta básica para todos y cada uno de los
ciudadanos por el mero hecho de serlo y, como mínimo, del valor correspondiente
al umbral de la pobreza con el fin de posibilitar un nivel de vida digno [...].
Jubilación. Reducción de la jornada laboral a 35 horas semanales y de
la edad de jubilación a 60 años como mecanismos para redistribuir
equitativamente el trabajo y la riqueza, favoreciendo la conciliación familiar.
BORRADOR
DE PLAN ECONÓMICO PARA LAS GENERALES
Gestión
de la deuda. La única salida posible a este auténtico círculo vicioso es la
reestructuración lo más ordenada posible de la deuda europea y de la española,
y la cuestión, por tanto, no es si se desea o no llevarla a cabo sino en qué
condiciones se va a dar porque es materialmente inevitable que antes o después
se lleve a cabo, salvo que se quiera provocar una convulsión de consecuencias
inimaginables.
Renta
básica. Puesta en marcha de planes de urgencia destinados a proporcionar
ingresos mínimos de subsistencia a familias y personas en exclusión o en riesgo
de estarlo por encontrarse en paro o en grave precariedad laboral.
Jubilación.
Restablecer la edad legal de jubilación a los 65 años pero flexibilizando dicho
criterio en función de la naturaleza del trabajo.
EL
PAÍS TV Carlin: "Para escribir de Podemos intenté combatir mi
escepticismo"
JOHN
CARLIN 27 ENE 2015 - 19:44 CET
Domingo,
doce de la mañana, horario de misa. Faltan cuatro días para Navidad y el
recinto está repleto; el ambiente, festivo; el fervor ante la inminente llegada
del elegido, in crescendo. Gente de todas las edades, de los dos años a los
ochenta, la mayoría de pie, con los ojos puestos en una puerta al fondo de la
sala por donde saldrá el hombre llamado a señalarles el camino. Pasan los
minutos —doce y cinco, doce y diez, doce y cuarto— y aún no aparece. Pero la
multitud no se desanima. Se deleita con la sensación de estar participando en
un momento histórico y corea una consigna tras otra, todas cargadas de ilusión,
aunque de origen diverso.
“¡Sí, se puede!”, eco del “Yes, we can” de la campaña
electoral del presidente de Estados Unidos; “¡El pueblo, unido, jamás será
vencido!”, importada de América Latina, de las luchas antiimperialismo yanqui;
“A por ellos, ¡oé!”, de la liturgia futbolera; y “¡Paaablooo! ¡Paaablooo!”, al
ritmo que marcan los fieles del vecino Camp Nou —“¡Meeessiii! ¡Meeessiii!”—
cuando aclaman a su ídolo.
El
lugar, el Palau Municipal d’Esports de Vall d’Hebron, barrio obrero de
Barcelona; la fecha, el 21 de diciembre del año recién concluido.
Podemos
representa cambio, futuro y modernidad, pero la coleta larga que luce Iglesias
le da un aire rockero años setenta
Falta
casi un año para las elecciones generales españolas pero ya huele a victoria
aquí en el Vall d’Hebron. Es el primer acto multitudinario de Podemos, el
partido político líder según las encuestas nacionales, en tierras catalanas.
Unas 2.500 personas dentro del pabellón y otras mil afuera aclaman a Pablo
Iglesias, profesor de Ciencias Políticas de 36 años que, justo un año antes,
con otros cuatro docentes de la Universidad Complutense de Madrid, decide
fundar Podemos. Ahora es su secretario general, primus inter pares y cara
pública de la nueva formación, el líder de la primavera española que hoy agita
a la vieja Europa.
Viste
camisa blanca, vaqueros azules, zapatos deportivos negros con rayas blancas,
marcando la diferencia con la encorbatada burguesía. Podemos representa cambio,
futuro y modernidad, pero la coleta larga que luce le da un aire rockero años
setenta.
La
simbología es algo confusa, como las consignas, como las palabras del propio
Iglesias. Es catedrático pero el plato fuerte de su discurso es un cuento para
niños, una fábula sobre gatos y ratones de fácil digestión para todas las
edades: los gatos son los malos, los representantes de la casta dominante, y
los ratones son el pueblo, los buenos. Dice —su tono urgente, disparando
palabras como balas— que ni él ni ninguno de los fundadores de Podemos son
Podemos: “¡Podemos sois vosotros!”, para luego agregar: “Hay cientos de miles
que dicen ‘El de la coleta soy yo”. Declara: “Yo soy de izquierdas”, pero al
instante matiza: “El poder no teme a la izquierda sino a la gente”. Y afirma:
“No he venido a Cataluña a prometer nada a nadie. No me fío de los políticos que
hacen promesas”.
“No
me fío de los políticos que hacen promesas”, manifestó el líder de Podemos
Pablo
Iglesias, candidato a la presidencia por Podemos en Barcelona, el diciembre
pasado. / CONSUELO BAUTISTA
El
público en el pabellón de Vall d’Hebron no deja de aplaudir, pero queda por ver
si, a la hora de votar, una mayoría de españoles estará dispuesta a fiarse de
un partido político que no hace promesas. Quedan muchas preguntas por
contestar. ¿Qué ha hecho Podemos para convencer a tantos en tan poco tiempo?
¿Cómo son sus dirigentes, sus activistas, los nuevos conversos a la causa? Y,
ante todo, ¿qué quiere Podemos?
En
la sede del partido, en la plaza de España en Madrid, reina el ambiente
despacho-garaje de una start-up californiana. Unos diez jóvenes en vaqueros y
camisetas trabajan intensamente en una ambiciosa misión: conquistar los
corazones y las mentes del público votante español. Sus armas, ordenadores
portátiles y teléfonos móviles, las herramientas digitales con las que Podemos
ha logrado amplificar el mensaje del partido con tan frenética efectividad.
Aquí
no gusta el concepto de jefe pero Miguel Ardanuy, de 25 años, es el cerebro del
sector de Podemos que en otros tiempos se hubiera denominado “propaganda” pero
que ellos llaman “participación”.
“Sin las redes sociales no estaríamos donde estamos hoy en las
encuestas”, dice el encargado de participación
“Sin las redes sociales no estaríamos donde estamos hoy en las
encuestas”, cuenta Ardanuy, que estudió Ciencias Políticas en la Complutense,
habla como si tuviera prisa como Iglesias y luce dos colas rastas, largas y
finitas. “En otra época uno transmitía su mensaje yendo de puerta en puerta”,
dice. “Hoy todo ocurre al instante”.
Gracias
a Internet los simpatizantes de Podemos, 300.000 de ellos suscritos a la página
web Plaza Podemos, son todos vecinos. A través de esta plataforma, de Twitter y
de una aplicación para móviles llamada Appgree han armado foros de debate que
aportan ideas al proceso de decisiones del partido y a la vez funcionan como un
servicio de datos, ofreciendo la materia prima con la que el liderazgo afina
los mensajes que tienen mayor resonancia entre la población.
Así
Podemos ha ido destilando las claves de su vendedora “narrativa” y de ahí
también las frases hechas que Ardanuy y sus compañeros oficinistas-militantes
salpican en la conversación: “Nosotros representamos la ilusión”; “el PP y el
PSOE están osificados”; “adiós a la casta corrupta que nos gobierna” (la casta,
la palabra más utilizada en el lexicón de Podemos), y la frase que repiten una
y otra vez, “no somos ni de izquierda ni de derecha”.
La frase que repiten una y otra vez es “no somos ni de izquierda ni de
derecha”
Esta
última es a la vez la consigna que más polémica genera y la que más alcance
tiene. Indigna a la izquierda tradicional, de la que se han distanciado, pero
al mismo tiempo, apelando a lo que Podemos llama el “sentido común”, despeja
miedos y despierta entusiasmo en un amplio sector de la población. Es la
fórmula para construir lo que Pablo Iglesias llama “una marca ganadora”.
No todos los rebeldes de Podemos son jóvenes. Jesús Montero, de 51 años, es el recién electo
secretario municipal del partido en Madrid. Trabaja en la Complutense (todos
los caminos de Podemos se originan aquí) en un alto cargo de administración.
De
tez y físico delgados, luce una ligera barba blanca y una pequeña gorra de
cuero, lo que le proporciona un aspecto medio Quijote, medio Lenin. Pero, a
diferencia de Iglesias y Ardanuy, habla de manera medida y serena, seguramente
más pausado que cuando inició su trayectoria política a los 14 años como
organizador de una huelga en el colegio. Influido por “curas politizados”, a
tal punto que durante un tiempo pensó que él mismo iba para cura, se incorporó
a las Juventudes Comunistas y fue elegido secretario general cuando tenía 20
años. De ahí pasó a ser uno de los fundadores de Izquierda Unida en 1986,
partido que dejó en 1997 tras una crisis interna, pero el año siguiente acudió
con entusiasmo a Chiapas, en México, a observar de cerca la revolución
zapatista del subcomandante Marcos. “Ahí surgió la idea de que otro mundo es
posible, en contra de la globalización y la revolución conservadora de Reagan y
Thatcher”, dice. Pero el zapatismo tampoco prosperó y la izquierda española “naufragó
por falta de audacia”. En 2003 abandonó toda militancia organizada.
“Hay dos culturas empresariales. Una es casta, la otra quiere
contribuir al bienestar social, como la familia Botín en el Banco Santander”,
dice Jesús Montero, electo secretario municipal del partido en Madrid
Once
años después, la vida le ha ofrecido una segunda oportunidad. “He recuperado la
ilusión. Venimos a democratizar el poder y remoralizar la vida pública, a sacar
el discurso de los bares a la plaza, a restaurar el vínculo entre la gente y el
gobierno, que ha tratado a la gente como si fueran menores de edad”.
Para
restaurar el vínculo hay que acabar con el paternalismo de los partidos
tradicionales, dice. En otro momento de su vida quizá hubiera dicho que había
que acabar con el capitalismo también. Ya no.
“No todos los empresarios son iguales”, afirma. “Hay dos culturas
empresariales. Una es casta, la otra quiere contribuir al bienestar social,
como la familia Botín en el Banco Santander”. ¿Habla en serio? “¡Sí! Yo estoy
convencido de que hay empresarios de buena voluntad. Hay sectores del
capitalismo emprendedor que saben que necesitan un país con menos desigualdad
social, que entienden que así expanden su mercado. Seguro que Ana Botín
[presidenta del Banco Santander] se vería con Pablo Iglesias y hablarían de
estas cosas”.
Menos matizado fue el populista mensaje —prácticamente el único
mensaje— que se lanzó durante un acto de Podemos que presidió Montero unas
horas más tarde en el barrio céntrico obrero de Madrid, Lavapiés. “Vamos a
echar a la mafia económica y política, vamos a echar a los golfos, vamos a recuperar
Madrid para los ciudadanos”, y “vamos a acabar con el austericidio”, y “vamos a
acabar con la vieja política y vamos a crear una democracia participativa”
fueron las consignas más coreadas.
La sabiduría de las masas es un concepto cuestionable, muchas veces
basado en la ignorancia o en la histeria colectiva
La democracia participativa es más posible hoy que nunca gracias a la
revolución digital, dice Montero cuando le toca su turno de hablar, y anuncia
que Podemos va a lanzar una campaña para que todo el mundo tenga acceso a la
web y pueda así tener un impacto directo sobre las políticas de Podemos. Como
ha propuesto Pablo Iglesias, “cada vez que haya que tomar una decisión en
Podemos que sea compleja y difícil propondremos que vote la gente”.
*.-
Primero, se parte de la base de que las
grandes mayorías comparten o pueden llegar a compartir la pasión por la
política de los politólogos y sociólogos que han creado Podemos, cuando quizá
la realidad sea que en España, como en todos lados, la política es un deporte
minoritario.
*.-Segundo,
se opera según la premisa, alimentada hoy por el fenómeno de referendos
virtuales permanentes que ofrecen las redes sociales, de que la opinión del
pueblo debe ser escuchada.
Pero,
como se vio en Alemania en su día, la sabiduría de las masas es un concepto
cuestionable, muchas veces basado en la ignorancia o en la histeria colectiva.
En temas delicados y complejos de economía, o de política extranjera, las ideas
que aporta la masa tuitera a las grandes cuestiones del día pueden resultar de
poco más valor que las de los pasajeros al piloto cuando un avión atraviesa
aires turbulentos.
Alguien
que conversa sobre política con la desenvoltura y pasión de un fanático del
Real Madrid sobre el fútbol es Íñigo Errejón. Señalado por algunos como el
verdadero genio de Podemos, tiene el aspecto de un chico de 16 años, aunque
tiene 31. Como los otros cinco fundadores de Podemos, Errejón es profesor en la
Complutense.
“Si
ganamos las elecciones, empieza el partido de verdad y el cambio revolucionario
que deseamos no se va lograr sin que Europa, o al menos la parte sur de Europa,
esté con nosotros”, admite Errejón
El
secretario de Política de Podemos, Íñigo Errejón, el pasado noviembre, en Madrid.
/ HUGO ORTUÑO (EFE)
Sus
gafas le dan un aire Harry Potter, motivación adicional para preguntarle por el
truco mágico que ha transformado a militantes de izquierda como él en políticos
pragmáticos todoterreno.
“La
mayor parte de la gente no se ve representada hoy ni en los dos partidos
políticos dominantes, ni en la vieja izquierda”, responde. “Izquierda y derecha
son metáforas, son nombres nada más, y no son eternos. Nosotros representamos
el sentido común contenido en una identidad transversal y popular, frente a la
oligarquía”.
Errejón emana una enorme confianza en sí mismo unida a
una casi agotadora hiperactividad mental. Pero esa palabra, oligarquía, chirría
un poco en alguien que pretende alejarse de los tópicos de la vieja izquierda,
como también chirría la asociación de los líderes de Podemos con la Venezuela
de Hugo Chávez, según Pablo Iglesias, “una de las democracias más saludables
del mundo”.
¿Cómo encaja la admiración por el chavismo venezolano,
que tras 15 años de gobierno ha llevado al país latinoamericano al borde de la
ruina, con el ecumenismo que profesa Podemos? Errejón no responde ¿Vene...
qué?, pero casi. Descalifica cualquier noción de que Podemos piense en replicar
el modelo de Venezuela. “España no es un país como Venezuela, con petróleo. Es
otra cosa. El Estado funciona, el PIB es mucho más alto, no viven pobres en la
montaña sin luz”.
“Si desaparecemos mañana le habremos dado una buena
lección a los poderosos. Se les habrá metido miedo”, afirma Íñigo Errejón
Pero
entonces, ¿cuál es el programa? Es la pregunta que todos los sectores opuestos
a Podemos hacen, pero Errejón insiste en que el partido es un recién nacido y
es prematuro exigir “mañana mismo” muchos detalles al respecto.
Lo
que sí tiene Podemos es lo que más necesita un partido que pretende ganar
elecciones: una narrativa identitaria al alcance de todos. Se presentan al
imaginario colectivo como los caballeros de la Mesa Redonda que, junto al
pueblo enardecido, pretenden atacar, despoblar y ocupar el castillo negro donde
se atrinchera la despiadada casta. Errejón no discrepa de la metáfora pero
matiza que “aún falta mucho para llegar a las murallas”.
En
caso de que lleguen, Errejón no menosprecia la enormidad del reto al que
Podemos se enfrentaría. Sueña, pero con los ojos abiertos. “Si ganamos las
elecciones, ahí empieza el partido de verdad. Ahí competimos en Champions y el
cambio revolucionario que deseamos, debemos reconocerlo, no se va a lograr sin
que Europa, o al menos la parte sur de Europa, esté con nosotros. Esto no es la
apología de la utopía. Vamos a empujar tantito, pero el cuánto dependerá de
otros en Europa también”.
Es
decir, en una Europa en la que la soberanía nacional es limitada, en un mundo
más económicamente interdependiente que nunca, un Gobierno como el español poco
puede hacer solo para, por ejemplo, aumentar el gasto público o reducir el
paro. Como decía hace poco en una entrevista a la BBC el presidente saliente de
Uruguay e ídolo de Podemos, José Mújica: “El problema es la realidad porque no
hacemos lo que queremos, hacemos lo que podemos dentro del margen de la
realidad”.
¿Qué pasaría si Podemos desapareciera del mapa tan rápidamente como
emergió? ¿Para algo habría servido?
Errejón
es listo y lo sabe pero posee la suficiente humildad para no descartar esta
posibilidad. “Si desaparecemos mañana le habremos dado una buena lección a los
poderosos. Se les habrá metido miedo. Con su sola existencia Podemos ha
demostrado el deseo de la gente de regeneración democrática, ha destapado como
nunca la necesidad de que los gobernantes rindan cuentas”.
Guardar
De
si es verdad que la revolución tendrá que esperar, o de si cabe la posibilidad
de que Podemos pase a la historia como un mero revulsivo social, no parecen
haberse enterado los militantes de Podemos en un acto público en Vallecas, el
clásico barrio obrero del sur de Madrid. “¡Estamos a punto de derribar los
muros del castillo!”, exclama uno de los oradores. Tampoco se respira mucha
diversidad ideológica. El acto se inicia con una consigna, aclamada con júbilo:
“¡Un brindis por la revolución cubana!”.
El
acto se celebra en el Ateneo Republicano de Vallecas, una especie de club
social para vecinos de tendencia izquierdista. Pero ahora hay algo nuevo que
les une: la sensación de que sí, se puede ganar.
“Estamos
viviendo un momento histórico, un momento de ilusión”, declara un asistente.
“El pueblo obrero y guerrero de Vallecas se prepara para el cambio”, proclama
otra. Se repiten disciplinadamente las consignas de la dirección: “Combatir la
casta y a la gentuza que nos ha declarado la guerra a los ciudadanos”, a “los
banqueros responsables de los desahucios”, a “los poderes ocultos que han
secuestrado la democracia”, a “los políticos podridos” que se llenan los
bolsillos mientras los niños pasan hambre en los colegios. “La batalla contra
la desigualdad es lo que Podemos representa, ante todo”, y cuando llegue al
poder “los peces pequeños se comerán a los peces grandes”.
Propuestas
concretas sobre cómo se acabaría con la desigualdad no hay, y espíritu de
transversalidad, poco. Pero entusiasmo, sí. Y lo que queda constatado es que
aunque los números que acumula Podemos provengan de un amplio sector, la
energía política, el petróleo que alimenta el motor Podemos, es de izquierdas.
Como lo es un diario en venta en una mesa a la entrada del Ateneo llamado El
Otro País. En la página cuatro hay un artículo muy crítico con la formación
cuyo argumento central es que Podemos, “desideologizado”, ha imitado el modus
operandi político de las potencias capitalistas. “Para entender el éxito
electoral (presente y futuro) de Podemos”, dice el artículo, hay que recurrir a
lo que “los publicistas estadounidenses resumen en: 1) contar una historia; 2)
ser breve; 3) ser emocional”.
Maribel
Cabrera tiene 36 años, los mismos que Pablo Iglesias, su vecino en Vallecas.
Maby, como sus amigos la conocen, vende ropa deportiva en El Corte Inglés,
donde gana 850 euros al mes. A sus espaldas tiene una agitada trayectoria como
sindicalista y activista local, curtida en el movimiento indignado 15-M; hoy
forma parte del equipo de 25 personas que representa a Podemos en el municipio
de Madrid.
“Cuando
no tenía pareja quería a Brad Pitt”, cuenta Maby, que hoy sí tiene pareja y una
hija. Irradia energía y buen humor y ya no sueña más con hacerle la competencia
a Angelina Jolie. Es su manera de explicar cómo su asociación con Podemos le ha
rebajado las expectativas políticas, adaptándolas al mundo como es, no como
quisiera que fuera.
“He
sido de izquierdas toda la vida porque quería igualdad social, pero veo que los
partidos de izquierda no han conseguido nada, que las ideas utópicas de
izquierdas no pueden más. Eso fue hace dos siglos. Podemos es intentar adaptar
la sociedad a lo que se puede hacer hoy, es decir, con mucho trabajo y poco a
poco, ni de izquierdas ni de derechas”.
A
diferencia de Maby, Manu Báez, de 32 años, y Rafa Arias, de 52, ambos también
de Vallecas, carecen de trayectoria en la militancia política. Manu, que se
gana la vida como profesor de música, no había votado nunca. Pablo Iglesias
empezó a convencerle desde su programa de televisión, La Tuerka. “Me gustó
desde un principio”, dice, “porque no me trataba como imbécil”.
Aunque
los números que acumula Podemos provengan de un amplio sector, la energía
política, el petróleo que alimenta el motor, es de izquierdas
Rafa
Arias, celador en un hospital además de camarero ocasional, destaca lo mismo.
“Siento que Iglesias y los otros profesores universitarios que dirigen Podemos
me tratan con respeto, que hacen caso a gente como yo”.
Andrés
Serrano, jefe de unidad en la Policía Municipal de Madrid, comparte con Maby
una dilatada trayectoria de izquierdas. Llegó a militar en Izquierda Unida,
pero su prioridad hoy no es llegar a la dictadura del proletariado. “He bajado
el listón”, dice durante una conversación en un bar céntrico de la capital. “Me
conformo por ahora con un país más decente, un país donde el trabajo bien hecho
tenga recompensa. Que salga el mejor, no el amigo de alguien”.
¿Aboga,
entonces, por un capitalismo decente? “De momento, sí. Yo firmo ahora un
capitalismo donde mis hijos se esfuercen y les vaya bien. Ahora queremos lo
básico, que es regenerar el país, modernizarlo, acabar con las redes de
complicidades y los clientelismos, que ha sido lo nuestro desde el franquismo”.
Pero
¿no teme que la ilusión se convierta en decepción en caso de que Podemos llegue
al poder y descubra que las arcas del Estado están vacías? “Hay que apostar por
algo”, responde Andrés, “y yo he elegido apostar por Podemos. Pero, sí,
decepcionará, inevitablemente. El paro no se acabará mañana. Si hay cambio será
poco a poco. Pero con tal de que se apliquen las leyes y se dé ejemplo de
honestidad, un ejemplo que ayude a cambiar la forma de ser de la sociedad, veré
justificado mi voto”.
Alfonso
tiene un perfil diferente de los anteriores simpatizantes de Podemos, pero
comparte la idea de que las corruptas costumbres de la casta se filtran por
toda la ciudadanía. Alfonso, que prefiere no revelar su verdadero nombre, tiene
48 años. Estudió en una universidad inglesa y ha sido director financiero en
varias grandes empresas, entre ellas Telefónica. Ha votado al PSOE y también al
PP. Hoy piensa votar a Podemos. Incluso ha donado dinero al partido.
Su
principal atracción para el electorado radica no en la fuerza de sus ideas,
sino en la de su visión moral
Como
Andrés Serrano, Alfonso piensa sobre todo en el futuro de sus hijos. “Sus
posibilidades a día de hoy son mucho peores que las de mi generación y todos,
no solo los políticos, hemos sido cómplices de esta situación”, dice. El
problema es, en esencia, moral. O, por decirlo de otra manera, los hábitos
amorales de la famosa casta se extienden a todos. “El 95% de los españoles
piensa que ‘si hago esto y no me pillan, bien’. Yo veo a Podemos como una
posibilidad, la única que veo en el panorama político, de cambiar y regenerar
el sistema en general”.
Alfonso
insiste en que es el sistema; no es que los españoles sean gente corrupta por
determinismo biológico. Cuando llega un inglés a España se suma alegremente a
la cultura del “con IVA o sin IVA”; se compra un porcentaje de su casa en la
Costa del Sol con dinero negro. Todo tiene que ver con el sistema ético, que
viene de arriba, según Alfonso. Por eso él, como Andrés Serrano, considera que
con tal de tener un Gobierno que insista en la aplicación de las leyes y dé
ejemplo con su manera de administrar el poder, España ya ganaría mucho. “Con
tal de que al menos tengan como prioridad combatir el paro y, ante todo, que
impongan su modelo de transparencia, ya hay más que suficiente razón para
votarles”.
Curiosamente,
siendo Podemos un partido formado por profesores universitarios, su principal
atracción para el electorado radica no en la fuerza de sus ideas, sino en la de
su visión moral. Podemos lo sabe y todo indica que va a tener como estrategia
de aquí a las elecciones de fin de año eludir todo lo que pueda hablar de
proyectos concretos —cosa bastante habitual en los partidos tradicionales que
tanto critican— y hará lo posible para centrarse en donde son más fuertes y
creíbles, en su misión de transformación política y social.
Durante
una conversación de 45 minutos Juan Carlos Monedero, uno de los profesores
fundadores, parece sentirse más cómodo hablando de transformación que de
proyectos concretos, pese a que él ha sido señalado como el encargado en
Podemos de formularlos.
Esa
España es a la que apunta Podemos, ese sector de la población aparentemente
creciente que se mira de repente con cierta vergüenza
¿La
transformación se aplicaría también a la universidad, el mundo del que todos
los dirigentes de Podemos provienen? “La universidad en España es muy
franquista en su forma de ser”, contesta Monedero. “Es endogámica, no tolera la
desobediencia. Dime cinco grandes obras de la universidad española de los
últimos 20 años. No hay”. ¿Quiere decir que la universidad también es casta?
“Totalmente. El que le lleva el maletín al catedrático es el que asciende. No
es ninguna metáfora”.
Y
si España es un país donde hasta un tercio de los desempleados trabaja en negro
y a la vez muchos cobran como desempleados, donde saltarse la ley para provecho
propio es más la regla que la excepción, ¿no se podría decir, entonces, que
todos son cómplices de la casta?
“Claro”, responde Monedero. “Pero con un
matiz. Si son corruptos los políticos es porque la gente los tolera, pero se ha
roto la identificación del pueblo con los políticos y hay una España ahora que
no se ve reflejada en esa manera de ser”.
Esa
España es a la que apunta Podemos, ese sector de la población aparentemente creciente
que, como dice Monedero que le ocurrió a él en sus viajes al extranjero, se
mira de repente con cierta vergüenza y siente un fuerte deseo de modernizar el
país. “Somos conscientes”, abunda Monedero, “de que si no cambiamos la cultura
política del país no cambiamos nada”.
¿Cómo
se hace eso? “Haciendo que nadie pueda tener impunidad, que se cambien algunas
leyes, que los partidos no decidan los puestos judiciales y haya independencia
del Poder Judicial”. Entonces, ¿a lo que apunta Podemos, como lo ve Andrés
Serrano, es a un capitalismo decente? Monedero se toma un par de segundos antes
de responder. “No existe”, dice. “No existe el capitalismo con rostro humano.
Si te lo ofrecen te están mintiendo. Una renta básica, por ejemplo: eso no te
lo puede ofrecer el mercado”. ¿Eso no suena bastante a vieja izquierda? “No. En
el momento que vivimos las ideologías son una autoindulgencia”.
La
casta somos todos
Política
Sociedad
De
si es verdad que la revolución tendrá que esperar, o de si cabe la posibilidad
de que Podemos pase a la historia como un mero revulsivo social, no parecen
haberse enterado los militantes de Podemos en un acto público en Vallecas, el
clásico barrio obrero del sur de Madrid. “¡Estamos a punto de derribar los
muros del castillo!”, exclama uno de los oradores. Tampoco se respira mucha
diversidad ideológica. El acto se inicia con una consigna, aclamada con júbilo:
“¡Un brindis por la revolución cubana!”.
El
acto se celebra en el Ateneo Republicano de Vallecas, una especie de club
social para vecinos de tendencia izquierdista. Pero ahora hay algo nuevo que
les une: la sensación de que sí, se puede ganar.
“Estamos
viviendo un momento histórico, un momento de ilusión”, declara un asistente.
“El pueblo obrero y guerrero de Vallecas se prepara para el cambio”, proclama
otra. Se repiten disciplinadamente las consignas de la dirección: “Combatir la
casta y a la gentuza que nos ha declarado la guerra a los ciudadanos”, a “los
banqueros responsables de los desahucios”, a “los poderes ocultos que han
secuestrado la democracia”, a “los políticos podridos” que se llenan los
bolsillos mientras los niños pasan hambre en los colegios. “La batalla contra
la desigualdad es lo que Podemos representa, ante todo”, y cuando llegue al
poder “los peces pequeños se comerán a los peces grandes”.
Propuestas
concretas sobre cómo se acabaría con la desigualdad no hay, y espíritu de
transversalidad, poco. Pero entusiasmo, sí. Y lo que queda constatado es que
aunque los números que acumula Podemos provengan de un amplio sector, la
energía política, el petróleo que alimenta el motor Podemos, es de izquierdas.
Como lo es un diario en venta en una mesa a la entrada del Ateneo llamado El
Otro País. En la página cuatro hay un artículo muy crítico con la formación
cuyo argumento central es que Podemos, “desideologizado”, ha imitado el modus
operandi político de las potencias capitalistas. “Para entender el éxito
electoral (presente y futuro) de Podemos”, dice el artículo, hay que recurrir a
lo que “los publicistas estadounidenses resumen en: 1) contar una historia; 2)
ser breve; 3) ser emocional”.
Maribel
Cabrera tiene 36 años, los mismos que Pablo Iglesias, su vecino en Vallecas.
Maby, como sus amigos la conocen, vende ropa deportiva en El Corte Inglés,
donde gana 850 euros al mes. A sus espaldas tiene una agitada trayectoria como
sindicalista y activista local, curtida en el movimiento indignado 15-M; hoy
forma parte del equipo de 25 personas que representa a Podemos en el municipio
de Madrid.
“Cuando
no tenía pareja quería a Brad Pitt”, cuenta Maby, que hoy sí tiene pareja y una
hija. Irradia energía y buen humor y ya no sueña más con hacerle la competencia
a Angelina Jolie. Es su manera de explicar cómo su asociación con Podemos le ha
rebajado las expectativas políticas, adaptándolas al mundo como es, no como
quisiera que fuera.
“He
sido de izquierdas toda la vida porque quería igualdad social, pero veo que los
partidos de izquierda no han conseguido nada, que las ideas utópicas de
izquierdas no pueden más. Eso fue hace dos siglos. Podemos es intentar adaptar
la sociedad a lo que se puede hacer hoy, es decir, con mucho trabajo y poco a
poco, ni de izquierdas ni de derechas”.
A
diferencia de Maby, Manu Báez, de 32 años, y Rafa Arias, de 52, ambos también
de Vallecas, carecen de trayectoria en la militancia política. Manu, que se
gana la vida como profesor de música, no había votado nunca. Pablo Iglesias
empezó a convencerle desde su programa de televisión, La Tuerka. “Me gustó
desde un principio”, dice, “porque no me trataba como imbécil”.
Aunque
los números que acumula Podemos provengan de un amplio sector, la energía
política, el petróleo que alimenta el motor, es de izquierdas
Rafa
Arias, celador en un hospital además de camarero ocasional, destaca lo mismo.
“Siento que Iglesias y los otros profesores universitarios que dirigen Podemos
me tratan con respeto, que hacen caso a gente como yo”.
Andrés
Serrano, jefe de unidad en la Policía Municipal de Madrid, comparte con Maby
una dilatada trayectoria de izquierdas. Llegó a militar en Izquierda Unida,
pero su prioridad hoy no es llegar a la dictadura del proletariado. “He bajado
el listón”, dice durante una conversación en un bar céntrico de la capital. “Me
conformo por ahora con un país más decente, un país donde el trabajo bien hecho
tenga recompensa. Que salga el mejor, no el amigo de alguien”.
¿Aboga,
entonces, por un capitalismo decente? “De momento, sí. Yo firmo ahora un
capitalismo donde mis hijos se esfuercen y les vaya bien. Ahora queremos lo
básico, que es regenerar el país, modernizarlo, acabar con las redes de
complicidades y los clientelismos, que ha sido lo nuestro desde el franquismo”.
Pero
¿no teme que la ilusión se convierta en decepción en caso de que Podemos llegue
al poder y descubra que las arcas del Estado están vacías? “Hay que apostar por
algo”, responde Andrés, “y yo he elegido apostar por Podemos. Pero, sí,
decepcionará, inevitablemente. El paro no se acabará mañana. Si hay cambio será
poco a poco. Pero con tal de que se apliquen las leyes y se dé ejemplo de
honestidad, un ejemplo que ayude a cambiar la forma de ser de la sociedad, veré
justificado mi voto”.
Alfonso
tiene un perfil diferente de los anteriores simpatizantes de Podemos, pero
comparte la idea de que las corruptas costumbres de la casta se filtran por
toda la ciudadanía. Alfonso, que prefiere no revelar su verdadero nombre, tiene
48 años. Estudió en una universidad inglesa y ha sido director financiero en
varias grandes empresas, entre ellas Telefónica. Ha votado al PSOE y también al
PP. Hoy piensa votar a Podemos. Incluso ha donado dinero al partido.
Su
principal atracción para el electorado radica no en la fuerza de sus ideas,
sino en la de su visión moral
Como
Andrés Serrano, Alfonso piensa sobre todo en el futuro de sus hijos. “Sus
posibilidades a día de hoy son mucho peores que las de mi generación y todos,
no solo los políticos, hemos sido cómplices de esta situación”, dice. El
problema es, en esencia, moral. O, por decirlo de otra manera, los hábitos
amorales de la famosa casta se extienden a todos. “El 95% de los españoles
piensa que ‘si hago esto y no me pillan, bien’. Yo veo a Podemos como una
posibilidad, la única que veo en el panorama político, de cambiar y regenerar
el sistema en general”.
Alfonso
insiste en que es el sistema; no es que los españoles sean gente corrupta por
determinismo biológico. Cuando llega un inglés a España se suma alegremente a
la cultura del “con IVA o sin IVA”; se compra un porcentaje de su casa en la
Costa del Sol con dinero negro. Todo tiene que ver con el sistema ético, que
viene de arriba, según Alfonso. Por eso él, como Andrés Serrano, considera que
con tal de tener un Gobierno que insista en la aplicación de las leyes y dé
ejemplo con su manera de administrar el poder, España ya ganaría mucho. “Con
tal de que al menos tengan como prioridad combatir el paro y, ante todo, que
impongan su modelo de transparencia, ya hay más que suficiente razón para
votarles”.
Curiosamente,
siendo Podemos un partido formado por profesores universitarios, su principal
atracción para el electorado radica no en la fuerza de sus ideas, sino en la de
su visión moral. Podemos lo sabe y todo indica que va a tener como estrategia
de aquí a las elecciones de fin de año eludir todo lo que pueda hablar de
proyectos concretos —cosa bastante habitual en los partidos tradicionales que
tanto critican— y hará lo posible para centrarse en donde son más fuertes y
creíbles, en su misión de transformación política y social.
Durante
una conversación de 45 minutos Juan Carlos Monedero, uno de los profesores
fundadores, parece sentirse más cómodo hablando de transformación que de
proyectos concretos, pese a que él ha sido señalado como el encargado en
Podemos de formularlos.
Esa
España es a la que apunta Podemos, ese sector de la población aparentemente
creciente que se mira de repente con cierta vergüenza
¿La
transformación se aplicaría también a la universidad, el mundo del que todos
los dirigentes de Podemos provienen? “La universidad en España es muy
franquista en su forma de ser”, contesta Monedero. “Es endogámica, no tolera la
desobediencia. Dime cinco grandes obras de la universidad española de los
últimos 20 años. No hay”. ¿Quiere decir que la universidad también es casta?
“Totalmente. El que le lleva el maletín al catedrático es el que asciende. No
es ninguna metáfora”.
Y
si España es un país donde hasta un tercio de los desempleados trabaja en negro
y a la vez muchos cobran como desempleados, donde saltarse la ley para provecho
propio es más la regla que la excepción, ¿no se podría decir, entonces, que
todos son cómplices de la casta?
“Claro”,
responde Monedero. “Pero con un matiz. Si son corruptos los políticos es porque
la gente los tolera, pero se ha roto la identificación del pueblo con los
políticos y hay una España ahora que no se ve reflejada en esa manera de ser”.
Esa
España es a la que apunta Podemos, ese sector de la población aparentemente
creciente que, como dice Monedero que le ocurrió a él en sus viajes al
extranjero, se mira de repente con cierta vergüenza y siente un fuerte deseo de
modernizar el país. “Somos conscientes”, abunda Monedero, “de que si no
cambiamos la cultura política del país no cambiamos nada”.
¿Cómo
se hace eso? “Haciendo que nadie pueda tener impunidad, que se cambien algunas
leyes, que los partidos no decidan los puestos judiciales y haya independencia
del Poder Judicial”. Entonces, ¿a lo que apunta Podemos, como lo ve Andrés
Serrano, es a un capitalismo decente? Monedero se toma un par de segundos antes
de responder. “No existe”, dice. “No existe el capitalismo con rostro humano.
Si te lo ofrecen te están mintiendo. Una renta básica, por ejemplo: eso no te
lo puede ofrecer el mercado”. ¿Eso no suena bastante a vieja izquierda? “No. En
el momento que vivimos las ideologías son una autoindulgencia”.
La
religión por otros medios
No
hay ideologías, no hay programas, no hay ni siquiera, como declaró Pablo
Iglesias en Vall d’Hebron, promesas. ¿Entonces qué hay? Hay una narrativa. Hay
una historia digerible, un mensaje breve —tuiteable— y un llamamiento a las
emociones. ¿Qué quiere Podemos? Lo ha dicho Pablo Iglesias más de una vez: “De
lo que se trata es de ganar”. O como declaró en una entrevista reciente: “La
obligación de un revolucionario siempre, siempre, siempre es ganar... y para
ganar tienes que trabajar con los ingredientes que tienes”.
O,
por decirlo de otra manera, con los ingredientes que se ha visto que funcionan:
el llamamiento a una cruzada moral; la calculada confusión ideológica; la
deliberada ambigüedad en cuanto al programa económico.
Para
que Podemos siga escalando en las encuestas los militantes no deben desviarse
del guión. Hasta ahora se ha mantenido la disciplina. Prácticamente todo lo que
han dicho —en las redes sociales, en las tertulias televisivas, en los
discursos, en las entrevistas con los reporteros— se subordina a una astuta
estrategia dirigida desde arriba, nutrida por el contacto directo con la
ciudadanía a través de Internet, cuyo objetivo es conquistar votos. Lo cual no
significa que sean robots o que no sean sinceros. Lo que les motiva en el fondo,
desde Miguel Ardanuy en la torre de control digital de Plaza de España hasta
Maby Cabrera en Vallecas, es la ilusión de poder crear una sociedad más
honesta, más justa, menos desigual. Y dice mucho de ellos y de España que no
apelan al miedo sino a la esperanza.
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escaleta de Podemos
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infraestructura de Podemos vive en Internet
Podemos:
el rápido viaje ideológico hasta la socialdemocracia
Podemos
es la expresión de un fenómeno generalizado en Europa occidental. Ha ocupado el
vacío creado por el descrédito, acelerado por la crisis económica, en el que
han caído los partidos políticos tradicionales. En las antiguas democracias de
Francia y de Gran Bretaña, en Suecia, en Finlandia, incluso en Alemania, el
vacío lo están llenando partidos de extrema derecha, antiinmigración, poco disimuladamente
racistas. España es diferente. Ni Podemos ni ningún otro partido político
español buscan chivos expiatorios entre los musulmanes, los africanos, los
sudamericanos, los polacos o los rumanos. Los impulsos del partido que ha
irrumpido como un huracán en el terreno político español no son mezquinos.
La
suerte de Podemos ha sido tener como rival a alguien del calibre de Mariano
Rajoy, el jefe de Gobierno más gris de la democracia española. Lo cual no
significa que el carisma sea el punto fuerte de Pablo Iglesias. Es un hábil
tertuliano pero no es un gran orador. Quedó claro durante el discurso de Vall
d’Hebron que no es ningún Martin Luther King, o Felipe González. Su lenguaje
corporal lo delató. Durante la mayor parte de los 20 minutos que duró su
discurso tenía las dos manos puestas en las caderas, como un cowboy desafiante
pero inseguro. El desafortunado cuento de los ratones tampoco indica que posee
el oído o el sentido del humor necesarios para poder conectar visceralmente con
las grandes masas. Pero Iglesias piensa rápido, maneja datos y da la cara. Sus
carencias se diluyen frente a las del evasivo Rajoy y las de la bovina clase
política española, en general.
Muchos,
sin embargo, se debatirán entre la tentación de emitir un voto de castigo contra
el desacreditado establishment y el temor a las posibles consecuencias de votar
a favor de Podemos. Iglesias despertará dudas a la hora de colocar el papelito
en las urnas. El fantasma de Hugo Chávez —el cuestionable juicio que demostró
Iglesias al identificarse tan efusivamente con él— le perseguirá hasta las
elecciones generales de noviembre. Habrá también gente que se preguntará cómo
actuaría Iglesias en respuesta a un atentado yihadista en las calles de Madrid,
o en la mesa de la OTAN con Obama, Merkel y Cameron para estudiar posibles
medidas contra el régimen de Vladímir Putin. ¿Estaría a la altura? Quizá no,
pero otra vez surge la pregunta: ¿lo está Rajoy?
Las
carencias de Iglesias se diluyen frente a las del evasivo Rajoy y las de la
bovina clase política española
Sería
un error, sin embargo, para aquellos que pretenden derrotar a Podemos apuntar
las balas a la figura de su líder. La fuerza de Podemos no reside en él, reside
en el repudio al statu quo y al anhelo de cambio de la ciudadanía. Iglesias
tiene razón en el fondo cuando dice que Podemos no es él. Podemos es, como él
mismo acertó al decir en su discurso de Vall d’Hebron, “miles de personas,
decenas de miles que quieren cambiar”. Hay diferentes opiniones sobre cómo se
debería cambiar la economía pero donde hay consenso, y por eso es aquí donde
Podemos centra su mensaje, es en el deseo de cambiar la forma de hacer política
en España.
Se
les acusa de querer engañar al pueblo, de tener una agenda oculta. Es innegable
que la energía de Podemos proviene de la izquierda, pero si de una cosa parecen
ser conscientes es de los límites de lo posible. Cuando dicen que representan
una nueva idea de política transversal quizá lo que están haciendo, en vez de
engañar, es reconocer la realidad de que el mundo es como es, de que no hay
recetas simples para lograr más crecimiento y menos paro, y pretender imponer
desde un Gobierno moderno la antigua utopía marxista leninista sencillamente no
es factible. Serán jóvenes los principales impulsores del partido, pero han
digerido la lección de José Mujica en cuanto a lo reducidos que son los
márgenes de maniobra en un mundo globalizado. Tienen el candor y la madurez
suficientes para entender lo aplicable que es a la situación económica de
España el viejo chiste: “¿Cómo hacer que Dios se ría? Cuéntale tus planes”.
El
mensaje de Podemos contiene permanentes alusiones cristianas. Lo que venden, en
el fondo, es el mensaje de Cristo
Hablando
de Dios, el mensaje de Podemos contiene permanentes alusiones cristianas. Lo
que venden, en el fondo, es el mensaje de Cristo, el de aquel Cristo indignado
que cuando llegó al templo denunció a los mercaderes y, en las palabras del
evangelio, “echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo, y
volcó las mesas de los cambistas… Y les dijo: ‘Escrito está: mi casa será
llamada casa de oración pero vosotros la estáis haciendo cueva de ladrones”.
Incluso
el método de Podemos es de inspiración cristiana. El taquillero concepto “ni
izquierdas ni derechas” representa la evolución contemporánea de la fórmula
ganadora, “Me hice todo para todos”, patentada hace dos mil años por el primer
gran propagandista cristiano, San Pablo, en una de sus cartas a los corintios.
En
la era posideológica y posreligiosa en la que vivimos, los ecos de aquellos
textos aún resuenan en las mentes de los habitantes de un país de larga
tradición católica como España. En los evangelios, a los malvados los llamaban
fariseos, en la narrativa de Podemos los llaman casta. Es un mensaje que apela
más a los sentimientos que al raciocinio, a nociones atávicas de la lucha del
bien contra el mal. Abundarán motivos para el escepticismo respecto a la
posibilidad de que Podemos sea capaz de mejorar las condiciones de vida de los
españoles. Habrá, incluso, miedo al caos que podrían llegar a ser capaces de
sembrar. Pero los dirigentes lo saben y por eso seguirán invirtiendo su energía
retórica en el proyecto de higiene moral que tantos desean. Seguirán a la caza
de idealistas y soñadores, de hombres y mujeres de fe que se arriesguen a
incorporarse a su cruzada popular contra la malvada casta; apelarán menos a las
mentes que a los corazones, donde los mensajes políticos calan más hondo y, si
los profesores logran que el combate político se dispute no en el terreno
intelectual, sino en el emocional, sus adversarios lo tendrán difícil para
ganarles la contienda.
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No
hay ideologías, no hay programas, no hay ni siquiera, como declaró Pablo
Iglesias en Vall d’Hebron, promesas. ¿Entonces qué hay? Hay una narrativa. Hay
una historia digerible, un mensaje breve —tuiteable— y un llamamiento a las
emociones. ¿Qué quiere Podemos? Lo ha dicho Pablo Iglesias más de una vez: “De
lo que se trata es de ganar”. O como declaró en una entrevista reciente: “La
obligación de un revolucionario siempre, siempre, siempre es ganar... y para
ganar tienes que trabajar con los ingredientes que tienes”.
O,
por decirlo de otra manera, con los ingredientes que se ha visto que funcionan:
el llamamiento a una cruzada moral; la calculada confusión ideológica; la deliberada
ambigüedad en cuanto al programa económico.
Para
que Podemos siga escalando en las encuestas los militantes no deben desviarse
del guión. Hasta ahora se ha mantenido la disciplina. Prácticamente todo lo que
han dicho —en las redes sociales, en las tertulias televisivas, en los
discursos, en las entrevistas con los reporteros— se subordina a una astuta
estrategia dirigida desde arriba, nutrida por el contacto directo con la
ciudadanía a través de Internet, cuyo objetivo es conquistar votos. Lo cual no
significa que sean robots o que no sean sinceros. Lo que les motiva en el
fondo, desde Miguel Ardanuy en la torre de control digital de Plaza de España
hasta Maby Cabrera en Vallecas, es la ilusión de poder crear una sociedad más
honesta, más justa, menos desigual. Y dice mucho de ellos y de España que no
apelan al miedo sino a la esperanza.
La
suerte de Podemos ha sido tener como rival a alguien del calibre de Mariano
Rajoy, el jefe de Gobierno más gris de la democracia española. Lo cual no
significa que el carisma sea el punto fuerte de Pablo Iglesias. Es un hábil
tertuliano pero no es un gran orador. Quedó claro durante el discurso de Vall
d’Hebron que no es ningún Martin Luther King, o Felipe González. Su lenguaje
corporal lo delató. Durante la mayor parte de los 20 minutos que duró su
discurso tenía las dos manos puestas en las caderas, como un cowboy desafiante
pero inseguro. El desafortunado cuento de los ratones tampoco indica que posee
el oído o el sentido del humor necesarios para poder conectar visceralmente con
las grandes masas. Pero Iglesias piensa rápido, maneja datos y da la cara. Sus
carencias se diluyen frente a las del evasivo Rajoy y las de la bovina clase
política española, en general.
Muchos,
sin embargo, se debatirán entre la tentación de emitir un voto de castigo
contra el desacreditado establishment y el temor a las posibles consecuencias
de votar a favor de Podemos. Iglesias despertará dudas a la hora de colocar el
papelito en las urnas. El fantasma de Hugo Chávez —el cuestionable juicio que
demostró Iglesias al identificarse tan efusivamente con él— le perseguirá hasta
las elecciones generales de noviembre. Habrá también gente que se preguntará
cómo actuaría Iglesias en respuesta a un atentado yihadista en las calles de
Madrid, o en la mesa de la OTAN con Obama, Merkel y Cameron para estudiar
posibles medidas contra el régimen de Vladímir Putin. ¿Estaría a la altura?
Quizá no, pero otra vez surge la pregunta: ¿lo está Rajoy?
Las
carencias de Iglesias se diluyen frente a las del evasivo Rajoy y las de la
bovina clase política española
Sería
un error, sin embargo, para aquellos que pretenden derrotar a Podemos apuntar
las balas a la figura de su líder. La fuerza de Podemos no reside en él, reside
en el repudio al statu quo y al anhelo de cambio de la ciudadanía. Iglesias
tiene razón en el fondo cuando dice que Podemos no es él. Podemos es, como él
mismo acertó al decir en su discurso de Vall d’Hebron, “miles de personas,
decenas de miles que quieren cambiar”. Hay diferentes opiniones sobre cómo se
debería cambiar la economía pero donde hay consenso, y por eso es aquí donde
Podemos centra su mensaje, es en el deseo de cambiar la forma de hacer política
en España.
Se
les acusa de querer engañar al pueblo, de tener una agenda oculta. Es innegable
que la energía de Podemos proviene de la izquierda, pero si de una cosa parecen
ser conscientes es de los límites de lo posible. Cuando dicen que representan
una nueva idea de política transversal quizá lo que están haciendo, en vez de
engañar, es reconocer la realidad de que el mundo es como es, de que no hay
recetas simples para lograr más crecimiento y menos paro, y pretender imponer
desde un Gobierno moderno la antigua utopía marxista leninista sencillamente no
es factible. Serán jóvenes los principales impulsores del partido, pero han
digerido la lección de José Mujica en cuanto a lo reducidos que son los
márgenes de maniobra en un mundo globalizado. Tienen el candor y la madurez
suficientes para entender lo aplicable que es a la situación económica de
España el viejo chiste: “¿Cómo hacer que Dios se ría? Cuéntale tus planes”.
El
mensaje de Podemos contiene permanentes alusiones cristianas. Lo que venden, en
el fondo, es el mensaje de Cristo
Hablando
de Dios, el mensaje de Podemos contiene permanentes alusiones cristianas. Lo
que venden, en el fondo, es el mensaje de Cristo, el de aquel Cristo indignado
que cuando llegó al templo denunció a los mercaderes y, en las palabras del
evangelio, “echó fuera a todos los que compraban y vendían en el templo, y
volcó las mesas de los cambistas… Y les dijo: ‘Escrito está: mi casa será
llamada casa de oración pero vosotros la estáis haciendo cueva de ladrones”.
Incluso
el método de Podemos es de inspiración cristiana. El taquillero concepto “ni
izquierdas ni derechas” representa la evolución contemporánea de la fórmula
ganadora, “Me hice todo para todos”, patentada hace dos mil años por el primer
gran propagandista cristiano, San Pablo, en una de sus cartas a los corintios.
En
la era posideológica y posreligiosa en la que vivimos, los ecos de aquellos
textos aún resuenan en las mentes de los habitantes de un país de larga
tradición católica como España. En los evangelios, a los malvados los llamaban
fariseos, en la narrativa de Podemos los llaman casta. Es un mensaje que apela
más a los sentimientos que al raciocinio, a nociones atávicas de la lucha del
bien contra el mal. Abundarán motivos para el escepticismo respecto a la
posibilidad de que Podemos sea capaz de mejorar las condiciones de vida de los
españoles. Habrá, incluso, miedo al caos que podrían llegar a ser capaces de
sembrar. Pero los dirigentes lo saben y por eso seguirán invirtiendo su energía
retórica en el proyecto de higiene moral que tantos desean. Seguirán a la caza
de idealistas y soñadores, de hombres y mujeres de fe que se arriesguen a
incorporarse a su cruzada popular contra la malvada casta; apelarán menos a las
mentes que a los corazones, donde los mensajes políticos calan más hondo y, si
los profesores logran que el combate político se dispute no en el terreno
intelectual, sino en el emocional, sus adversarios lo tendrán difícil para
ganarles la contienda.
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