¿En qué punto está el proceso?
Durante dos años han alimentado un
sueño que de golpe han visto que era irreal
FRANCESC DE CARRERAS 6 ENE 2015 - 18:57
CET57
En Cataluña, a las maniobras políticas
en favor de la independencia se les suele llamar “el proceso”, para unos
ilusionante, para otros kafkiano. Pues bien, ¿en qué punto está el proceso?
Recordaba hace unos meses Pau Luque que hace años, Ennio Flaiano, famoso
guionista de cine, al ser preguntado por la situación política de Italia,
respondió con ironía: “La situación es grave aunque no es seria”. Algo parecido
sucede en Cataluña.
Los independentistas no saben
por dónde tirar, se sienten fracasados y divididos
La principal característica del momento
actual es que los independentistas no saben por dónde tirar, se sienten
fracasados y divididos. Durante dos años, desde septiembre de 2012, han
alimentado un sueño que de golpe han visto que era irreal. El sueño era que una
gran mayoría de catalanes eran partidarios de la independencia. Despertaron el
9 de noviembre: menos del 30% se apuntaron a ella. No lo quieren reconocer
abiertamente, pretenden seguir en la ficción, pero el entusiasmo ha decrecido,
el cansancio comienza a notarse y los signos de desilusión también.
Artur Mas ha demostrado ser un
brillante táctico y un mal estratega. Ahora empieza a darse de bruces con la
realidad. Y la realidad es que disolvió un Parlamento porque su partido sólo
tenía 62 diputados, quería la mayoría absoluta —seis más— y acabó con 50.
Ahora, según los sondeos, perdería otros diez o quince. Es un líder que ha
conducido su partido a la derrota y a su país a una fractura interna que será
difícil de suturar.
El gran error de Mas fue
confundir una manifestación con Cataluña. En el momento en que dijo que aquella
multitud que atiborraba el centro de Barcelona eran la expresión de toda
Cataluña, se vinculó al partido y a las asociaciones que la habían organizado:
ahora está atado a lo que manden.
Artur Mas sabe que la táctica adecuada
para sus intereses partidistas es demorar al máximo las elecciones
Artur Mas, consciente de la debilidad
de su partido, con el líder histórico ante la Justicia y la sede embargada por
corrupción política, sabe que la táctica adecuada para sus intereses
partidistas es demorar al máximo las elecciones. Pero quienes le dan soporte
popular quieren que éstas sean lo antes posible y de un claro signo
plebiscitario. Mas debe escoger entre enfrentarse a la calle y aguantar, o
suicidarse políticamente convocando elecciones. Se pueden encontrar caminos
intermedios: elecciones en octubre y no en marzo. Pero en este lapso de tiempo
es muy probable que el escenario sea peor.
Se le acabó la táctica, está
regateándose a sí mismo porque carecía de estrategia. Sólo tiene una ventaja:
que el bando contrario está sin ideas, sólo esperando que la tormenta escampe.
A menos que esta falta de ideas sea la gran y única idea, errada a mi modo de
ver porque la situación no es seria pero sí es grave.
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