OPA de Podemos a IU
Las luchas internas pueden llevar a la tercera fuerza política española
a la marginalidad
IU trata de frenar su ruptura en plena crisis por el efecto Podemos
EL PAÍS 31 ENE 2015 - 00:00 CET
La descarnada pugna por el poder en que se ha convertido el debate
interno de Izquierda Unida proyecta una imagen de ruptura y marginalidad de la
tercera fuerza política de ámbito estatal. Los cuadros de IU se desgarran entre
los que quieren converger con la opción promovida por Pablo Iglesias y los que
intentan mantenerse como una fuerza autónoma de la izquierda clásica.
IU se ha sostenido en forma de coalición de partidos, en la que cohabitan
el PCE e Izquierda Abierta.
Las federaciones territoriales más importantes (Madrid, Andalucía,
Valencia, Cataluña) tienen su propia personalidad y toman decisiones en
direcciones divergentes, ofreciendo el confuso mensaje de una fuerza que pacta
con el PSOE en Andalucía y no en Extremadura, donde gobierna el PP. Ahora
asistimos a otra lucha en el seno de la federación madrileña entre la vieja
guardia y jóvenes dirigentes que acusan a aquella de haber dejado de lado a los
grupos sociales y minusvalorado el 15-M; y les exigen responsabilidades
políticas por el caso de las tarjetas de Caja Madrid.
IU ha sido víctima de una paradoja.
La formación que más hablaba de
programa, por oposición al pragmatismo y al oportunismo que denunciaba en sus
rivales, lleva muchos años debatiéndose entre personalismos y hablando más de
quién que de qué.
A finales de los años 90, bajo el liderazgo de Julio Anguita,
logró convertirse en receptor de votos perdidos por el PSOE, pero fracasó en el
intento de lograr el sorpasso (rebasar a los socialistas como principal fuerza
de la izquierda). Y en el decenio pasado, la polarización política entre el
PSOE y el PP redujo al mínimo el espacio de Izquierda Unida.
Con Cayo Lara
podría haber buscado una nueva identidad al calor de la lucha contra las
consecuencias sociales de la recesión, pero el tímido repunte logrado no se ha
traducido en una mayor influencia.
Con todas sus limitaciones, IU ha jugado dignamente el papel de tercera
fuerza política en España. El sistema electoral la ha castigado una y otra vez:
siempre ha conseguido mayores porcentajes de votos para el Congreso que la
cuota de escaños alcanzada, sin que socialistas ni populares hayan movido un
dedo por corregir esa situación. La crisis en curso constituye una mala noticia
para los partidarios de un sistema político representativo de todas las
tendencias democráticas.
La vieja guardia puede exhibir pocos triunfos en su mano para defender
el mantenimiento de IU como un proyecto autónomo, frente a dirigentes jóvenes y
radicalizados como Tania Sánchez y Alberto Garzón, este último convertido en
candidato de IU a La Moncloa en unas primarias sin contrincantes. Pero la
presión de Podemos para hacerse con los cuadros de Izquierda Unida y con sus
bases electorales pasa por la dilución de la marca de IU. Los que permanecen en
sus filas deberían evitar el colapso de su propia formación.
Aquí nadie sabe nada
Tania Sánchez debe dar explicaciones mucho más convincentes
Tania Sánchez concedió un contrato de 425.000 euros a un funcionario
EL PAÍS 10 ENE 2015 - 00:00 CET
No son pocos los personajes de la vida pública que presentan la
ignorancia como una eximente de su comportamiento. El último caso es el de
Tania Sánchez, figura ascendente de Izquierda Unida, quien asegura desconocer
que su hermano era el administrador de la cooperativa Aúpa, a la que una junta
municipal de la que ella formaba parte autorizó 137.000 euros para actividades
culturales en Rivas-Vaciamadrid. Esa entidad ha facturado 1,2 millones al
ayuntamiento en seis años, suma nada despreciable para un municipio de 81.000
habitantes, la joya de IU en la Comunidad de Madrid.
La exconcejala y diputada autonómica niega todo trato de favor a su
hermano; simplemente, ella no sabía. Es una actitud parecida a la de Ana Mato,
cuando se declaraba ignorante sobre los regalos de la trama Gürtel. Y la
infanta Cristina desconocía de dónde provenían los fondos de Aizoon, la empresa
que poseía al 50% con su marido. El problema adicional de Tania Sánchez es que
pertenece a la nueva élite que aspira a debelar a la clase política
tradicional, esgrimiendo armas éticas para ello; y es preocupante que haya de
recurrir al no saber como argumento de honorabilidad. Obliga a preguntarse
cuáles son sus calidades para presidir la autonomía madrileña, el cargo al que
aspira tras ganar la batalla interna de las primarias en su partido.
IU y Podemos rivalizan en la campaña contra la vieja clase política,
que debería morder el polvo frente a nuevos dirigentes intachables. Pero no es
eso lo que enseñan algunos de ellos. Argumentar con la ignorancia es tomar por
tontos a los ciudadanos.
En lugar de dejar que sus seguidores denuncien la orquestación de
campañas contra Tania Sánchez —como hicieron otros presuntos corruptos o
abusadores del dinero público, pillados en posturas indelicadas—, los
ciudadanos merecen explicaciones mucho más convincentes.
Tsunami en la izquierda
La irrupción de Podemos arrasa con IU pero es una oportunidad para que
el PSOE encuentre su sitio
Podemos: Un partido de profesores
EL PAÍS 18 NOV 2014 - 00:00 CET
Las expectativas del nuevo partido Podemos y su relación con Izquierda
Unida (IU), sumado a la posibilidad de que el PSOE se afiance en los próximos
meses como alternativa de Gobierno tras el fuerte desgaste del PP, están dando
lugar a una gran agitación en el conjunto de la izquierda española.
Podemos es una ola que avanza desde la izquierda hacia el centro. Eso
explica que su primera víctima sea IU, que ante la perspectiva de ser arrollada
tiene una decisión nada fácil: sumarse a esa corriente y sacrificar su oferta
programática y siglas o intentar mantenerse como una fuerza política que
enarbole, aunque residualmente, las viejas banderas de la izquierda
poscomunista. La decisión se complica porque Podemos, aunque de origen y
liderazgo izquierdista, intenta cambiar el eje: desde el clásico izquierda
contra derecha al de un populista pueblo contra casta. Si IU se suma a Podemos
corre el riesgo de no beneficiarse electoralmente y acabar dejando huérfana a
la izquierda clásica; si intenta competir con Podemos —que tiene todo el viento
a favor— fracasará en el empeño y, debido al sistema electoral, fragmentará y
diluirá una vez más el voto de la izquierda.
El siguiente en notar el impacto del tsunami será el PSOE. Como
muestran las encuestas, aunque Podemos esté de momento vaciando —ante todo y
antes que nadie— a Izquierda Unida, es de los votantes socialistas de donde
puede lograr el impulso necesario para convertirse en una fuerza política
relevante, con capacidad de condicionar la agenda política del país. A Podemos
no le vale con alcanzar los mejores resultados electorales del PCE (10,7% en
1979) o de IU (10,5% en 1996), sino que necesita convertirse en tercera fuerza
política con capacidad de gobernar o, como señalaría Maquiavelo (tan admirado
por los líderes de Podemos), con capacidad de no dejar a los demás gobernar.
Para el PSOE, el ascenso de Podemos representa una amenaza, pero también
una oportunidad estratégica. Con un PP contra las cuerdas por la corrupción, la
incompetente gestión de la crisis catalana y los inciertos resultados
económicos, y un Podemos trufado de propuestas inviables o de costes
desastrosos de asumir para la economía, los socialistas podrían emerger como el
único actor con capacidad de unir y dar cohesión política y social al país en
lugar de separarlo y fragmentarlo.
Para ello el PSOE debe consolidar su nuevo liderazgo y encontrar el
tono preciso para hacer una propuesta a la sociedad española que debe tener en
lo esencial el mensaje que le llevó al poder en el pasado: frente al
inmovilismo de unos y las demandas de ruptura y de fin de régimen de otros, los
socialistas supieron representar un reformismo auténtico, una eficaz gestión
económica y una profundización de los derechos y las libertades de los
ciudadanos. El PSOE no tiene que imitar ningún discurso ajeno ni oportunista:
debe encontrar el equilibrio adecuado de razones y emociones que le conviertan
en una oferta atractiva y con voluntad mayoritaria.
Podemos se organiza
Cuanto más se les escucha, más suenan a lo mismo: populismo,
personalismo, manipulación
EL PAÍS 19 OCT 2014 - 00:00 CEST
Algunos de los diagnósticos de Podemos contra los problemas inherentes
al sistema político y la acomodación a la corrupción y al abuso pueden
compartirse por muchos sectores, y desde luego traducen la irritación ciudadana
con el statu quo. Pero a juzgar por los mensajes de sus figuras públicas,
actualizados este fin de semana, resulta muy oscura la forma en que este
partido se propone convertirse en “mayoría” y alcanzar “la centralidad del
tablero político”. Está claro que trata de salir del eje tradicional
derecha/izquierda, pero no deja de dar motivos para pensar que se trata de
populismo, entendido como la estrategia política que enfrenta al pueblo con las
instituciones, aunque estas sean democráticas.
Frente a la contundencia con que su principal portavoz, Pablo Iglesias,
reclama el objetivo de la victoria electoral “para echar” al Gobierno del PP y
derrotar al PSOE, los procedimientos para lograrlo están envueltos en la
confusión.
Frases como “el cielo no se toma por consenso, sino por asalto”
pueden interpretarse de muchas maneras, desde una simple ocurrencia del
repertorio marxista hasta la insinuación de estar dispuesto a operaciones que
no tienen que ver con el respeto a los principios democráticos y al juego
limpio en las urnas.
No es responsable lanzar un ataque generalizado al
sistema institucional de este país sin explicar cuál es su modelo alternativo,
cuál es su visión concreta de la crisis y cuál es la manera realista de salir
de ella.
Una opción que aspira a tanto ha de transmitir algo
más que un magma de vaguedades.
Tiene que aclarar su programa y explicarse mucho mejor. Se puede estar de
acuerdo en sus ataques a los que llegan a la política para aprovecharla en su
beneficio personal, pero Podemos no ha dejado claro aún que su propósito no sea
exactamente el mismo. Por lo demás, nadie puede atribuirse el papel de
vigilante de la ética general como si estuviese dotado de un poder superior.
Todo suena a lo mismo: personalismo, populismo, manipulación.
En la asamblea que se celebra ahora y en las votaciones posteriores se
decide el modelo organizativo, con dos concepciones en disputa.
La encabezada por Pablo Iglesias es partidaria de una
organización de corte más clásico, con un solo secretario general
—previsiblemente, él mismo— frente a la defendida por el también eurodiputado
Pablo Echenique, partidario de una dirección colegiada de tres secretarios
generales (llamados “portavoces”).
Es evidente que Iglesias y los suyos no aceptan esto y
que son partidarios del ejercicio de la disciplina, por más apelaciones al voto
ciudadano que hagan, lo cual les acerca al modelo de un partido clásico, por
mucho que pretendan rechazarlo.
La nueva opción se mueve, de momento, en términos demasiado simplistas
y acentúa su cautela en lo concreto. Sus figuras han dejado claro que quieren
el poder; ya veremos para qué.
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