miércoles, 1 de julio de 2015

«Con el puño cerrado no se puede dar un apretón de manos»..

ÁNGEL ALONSO PACHÓN
Señora Carmena, alcaldesa de Madrid: existe un dicho anónimo muy acertado para la ocasión: «Al adquirir una casa, piensa en el vecino que adquirirás con ella». 
Quizás a usted no le diga nada este dicho, porque los que adquirieron el Ayuntamiento de Madrid fueron los que usted decía que iban a ser sus vecinos.
Ellos, los podemitas, sí la conocían a usted y sabían que podrían utilizarla como la plastilina los niños.
Usted es una persona preparada; ha nacido, más o menos, cuando España era un erial que muchos, con gran esfuerzo, convertimos en una tierra habitable, donde los principios de reconciliación superaron los odios.
Usted, ahora, no puede decir que todo se lo debe a las nuevas generaciones.
Usted, a estas alturas, debería conocer el dicho de Indira Gandhi: «Con el puño cerrado no se puede dar un apretón de manos».
Ahora, los madrileños que no votaron a sus vecinos de Podemos nos tenemos que tragar la herencia de los que no han tenido pasado; herencia que consiste en quemar los contratos que firmaron personas de todo tipo de ideología, herencia de nuevos horizontes de enfrentamientos.
Señora alcaldesa de Madrid, a usted no la machacó Franco. A usted aquel sistema y sus progresivos cambios le han dado una calificación profesional y un respeto institucional.
Usted no puede pasear con los de la hoz y el martillo simplemente porque le han comprado un ayuntamiento. Eso es arrastrarse.
Los principios parece que van desapareciendo. Ahora, para Podemos, lo urgente no es el paro, la pobreza, la sanidad, el futuro paraíso, no, lo urgente es que los alcaldes no presidan las fiestas religiosas de sus municipios, dejen de lado el Corpus de Toledo y no celebren la Compostelana ante la catedral de Santiago.
Eso es lo urgente para Podemos. La limpieza ética que predicaban Pablo Iglesias y sus monaguillos se la pasan por donde les sale en ganas.


OKUPAS CONSISTORIALES
IGNACIO CAMACHO
Y pretenden ser insurrectos con sus estrambotes. Nada hay menos subversivo en política que un pesebre de concejal
EL cargo de concejal es lo menos que se despacha en política pero tiene toda la dignidad que a su función confiere la representación legítima de los ciudadanos. A tal efecto la democracia suele proveer sencillas ceremonias inaugurales en las que los electos efectúan una promesa simbólica de acatar la Constitución para solemnizar un poco el rango, puesto que la obediencia de la ley es algo a lo que de todos modos están obligados. No se trata de una imposición autoritaria sino de un rito cívico que rodea a la toma de posesión de cierta formalidad honorable.
Con esta mentalidad de okupas que traen imbuida de su reciente pasado de asaltatapias, muchos nuevos ediles de la izquierda podémica y cimarrona han dado en considerar que su llegada a los Ayuntamientos constituye un hito revolucionario comparable a la toma del Palacio de Invierno. Una suerte de golpe antisistema en vez de un acto de integración en él, que es en lo que efectivamente consiste. 
Y han escenificado sus tomas de posesión con discursitos de rebeldía que no se atreverían a pronunciar ni en la graduación del Bachillerato, en el supuesto de que lo hayan terminado. Es una historia antigua que viene de la famosa muletilla batasuna del «imperativo legal», enriquecida por esta tropa adanista con matracas y estrambotes presuntamente subversivos para enmascarar su evidente abandono de la insurgencia y su ingreso en la nómina del pesebre presupuestario. No hay nada menos sedicioso ni más rutinario en política que convertirse en concejal; ese cielo que pretenden asaltar está tan bajo que hasta gente de esta estatura moral lo tenía al alcance de la mano.
Ahora bien. La democracia son principios y formas: con las unas se respetan los otros. Y si hay un formulismo preceptivo para aceptar el cargo es menester cumplirlo en su integridad, en condiciones de igualdad con el resto. Lo del imperativo legal está avalado por la jurisprudencia pero habrá que ver si encaja en el orden jurídico este florilegio de infantiles proclamas de amotinamiento de salón: declaraciones de autodeterminación, decálogos feministas, expresiones de lealtad republicana, mugidos independentistas y hasta bandas consistoriales usadas como cintas de pelo. Una parodia democrática, un sainete procaz, una caricatura, un remedo. A esto se presenta uno voluntario; si no te gustan sus compromisos implícitos puedes seguir ocupando corralas.
El Estado, o sea, la ley, ha de actuar para desenmascarar esta farsa. La Fiscalía y la Junta Electoral están tardando en investigar la posible invalidez de la pantomima feriante. Si la fórmula no es legal la toma de posesión ha de ser revocada. Y si lo es, si para asumir la condición representativa basta con firmar y recoger el acta, óbviese la burla y suprímase el rito. Ahorrémosle a la ya muy maltratada Constitución al menos el escarnio explícito de una vejatoria abolición de palabra.

LOS HEMOS ELEGIDO
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Más escandaloso es que la nueva alcaldesa, al aceptar la dimisión de Zapata, hable de «la importancia de la libertad de expresión»
¿DE qué se asombran? ¿De qué se extrañan? Se lo veníamos diciendo unos pocos –que estos jóvenes venían a por todas y se lo decían ellos mismos: que estaban dispuestos a «asaltar el cielo», si era preciso a bofetadas. Que su objetivo era desalojar a la «casta» PSOE incluido y acabar con el sistema. Pero no lo creímos. No quisimos creerlo, mejor dicho, porque los españoles negamos la realidad que no nos gusta y luego nos echamos las manos a la cabeza cuando la realidad nos arrolla.
Lo escandaloso no es que Guillermo Zapata contara en esa cloaca que es Twitter sus chistes negros, que en Alemania y otros países serios le hubieran llevado a la cárcel por racista y ofender a las víctimas. Lo escandaloso es que, pese a ello, se le eligiera concejal, ¡de Cultura, nada menos!, en el nuevo Ayuntamiento de Madrid, sabiéndolo todo el mundo. Y más escandaloso todavía es que la nueva alcaldesa, al aceptar su dimisión, hable de «la importancia de la libertad de expresión» y de «nuevas tareas» para el afectado. ¿Qué tareas, señora Carmena? ¿Tal vez ponerle al frente de la Policía Municipal? Porque ya advirtió Freud que los chistes revelan el subconsciente de quien los cuenta, y el subconsciente de este individuo sólo le capacita para ser capo de un campo de concentración. También Anna Arendt habló de la «banalidad del mal», es decir, de los individuos aparentemente inofensivos que terminan cometiendo las mayores infamias, obedeciendo órdenes, amparados por una ideología totalitaria y de la forma más normal del mundo: regando flores, coleccionando sellos o contando chistes a los amigotes. Lo que no podíamos imaginarnos era que tuviésemos un ejemplo en el Madrid de 2015.
Y ya lo que resulta vergonzoso es la actitud de quien ha ayudado a ambos a ocupar el cargo, Antonio Miguel Carmona, que se muestra «medianamente satisfecho» con la semi salida de Zapata, pero dispuesto a continuar, «leal y vigilante», apoyando al consistorio. Con vigilantes así, sólo cabe trancar puertas y ventanas. Porque la reacción de Podemos fue la esperada: alabar la «responsabilidad y generosidad» de su conmilitón y advertir que esto «no va a parar el cambio». Por ellos, desde luego. Ni por la señora alcaldesa, que se cree que yendo en metro ha solucionado los problemas de Madrid.
Me quedan sólo unas líneas que aprovecho para decir que ésta es una historia vieja y predecible. Quienes llegan presentándose como limpios y puros, son los más de temer, al ser incapaces de ver sus carencias, que tienen como todo ser humano. Encandilan a los más simples e indignados, para hacerse con lo único que les interesa y han elegido como nombre: el poder. Lo malo es que, ya en él, hacen lo que quieren y obligan a hacerlo a los demás, empezando por quienes les han ayudado a obtenerlo, que merecido lo tienen. Tenemos.

No me da la lata
LUIS VENTOSO
Ofrezcan buenos servicios municipales y no me aburran con la lírica guerracivilista del año treinta
LOS ejemplos locales constituyen la mejor parábola universal. Así que les voy a contar que mi ciudad natal, La Coruña, de 250.000 vecinos y un área metropolitana de casi 400.000, acaba de ser liberada de la casta, ni más ni menos. Nuestro nuevo alcalde forma parte de una amalgama que se presentó como Marea Atlántica, paraguas que agrupa a pequeñas formaciones nacionalistas con Podemos, IU y hasta el Partido Humanista, que tiene más moral que el Alcoyano.
Nuestro nuevo alcalde, un profesor universitario de 40 años que se llama Xulio Ferreiro y antes era del BNG, no ganó las elecciones. Empató a diez concejales con el PP, que en realidad lo superó, aunque fuese solo por 28 votos. El señor Ferreiro gobierna por cortesía del PSOE, culpable absoluto de que formaciones radicales que no han ganado los comicios se estén enseñoreando de muchas instituciones, con una prepotencia y una superioridad moral de un sectarismo empalagoso.
Aunque se ha quedado a cuatro concejales de la mayoría absoluta, el señor Ferreiro estará al frente de un gobierno monocolor, por gentileza del PSOE, y se dirige a sus vecinos como si hubiese conquistado de una tacada la Champions, la Liga y la Copa. En su toma de posesión, que concluyó con algo tan parcial y extemporáneo como el himno de la Revolución de los Claveles de Portugal, el alcalde Ferreiro, desde la atalaya de su segundo puesto, proclamó que con su llegada mi ciudad recupera «la ilusión y la dignidad», que vamos a ser «protagonistas de nuestras propias vidas» y dejaremos nuestra condición de «patio trasero de la desigualdad».
Toda esta lírica ramplona ofende a mi inteligencia y es contraria al talante liberal abierto y avanzado que ha distinguido a mi ciudad desde las revoluciones del XIX. Según este tío, las vidas de mis padres, de mis amigos y de mis afectos coruñeses eran «indignas» hasta su llegada. Sin su tutela providencial, transitaban como zombis pastoreados por la casta, incapaces de protagonizar sus propias vidas.
Me da igual que mi alcalde use corbata o vaya en chancletas. Lo que me interesa es que me cuente qué va a hacer para atraer más industrias y capitales y que haya más trabajo. O qué medidas tomará para que Inditex, la multinacional local que da oxígeno a la ciudad, se sienta cómoda y siga allí muchas décadas. También me gustaría que mejorase la limpieza y el mantenimiento de lo público, el urbanismo y las zonas verdes. Que divulgue en el exterior los indudables encantos de La Coruña, que apoye su conexión aérea directa con Londres, que la abre al mundo; que active un programa social que logre (y es fácil) que no haya un solo sin techo condenado a dormir en la calle. Que controle el botellón, aunque le parezca retrógrado, porque los vecinos quieren dormir, que piense en fórmulas para fusionar la ciudad con pueblos vecinos y hacerla más grande, que mantenga la magnífica red de bibliotecas y almuerzos sociales que inventó el alcalde Paco Vázquez. Que no me dé la paliza con la Guerra Civil de mis abuelos y que no convierta una ciudad cordial y cosmopolita en una urbe ensimismada en un nacionalismo parroquiano y hostil.
Estimado alcalde: Respete a los que no piensan como usted (que son mayoría), dedíquese a dar buenos servicios, que es la función estelar de los ayuntamientos, mantenga las cuentas en orden y no me aburra con homilías cargantes que no arreglan ni un solo problema práctico. Gobierne. Pruebe que sabe hacer cosas y deje de dar la lata. Los ciudadanos somos adultos libres, no criaturas infantiles sin criterio que necesitan las orejeras de un supuesto libertador que ni siquiera ha ganado las elecciones.

De casta y castuzza
ANTONIO BURGOS
La Casta no era el bipartidismo: era el PP. Al que había que echar, como cuando aquello del «Pásalo» en el trágico 11-M
EL nombre es importado, pero hizo fortuna.
Tanta, que llenó la Puerta del Sol de autotitulados indignados, concentración que fue el Belén de este belén que ahora se ha armado en una España que va camino de... 
Pues no sé de qué va camino.
De ser ella misma, desde luego que no. La profecía de Alfonso Guerra se ha cumplido: a España no la conoce ya ni la Madre Hispania que la parió. Quizá vayamos camino de ser Grecia sin Partenón, Venezuela con papel higiénico o Cuba sin hermanos Castro y con el mismo odio a los Estados Unidos... pero todos vestidos con pantalones vaqueros inequívocamente americanos. Digo que es importado de Italia eso de «La Casta». Fue el título del exitoso libro que escribieron dos periodistas, Antonio G. Stella y Sergio Rizzo, sobre la clase política de aquella nación, tan acostumbrada a ser gobernada por lo que aquí nos hemos convertido en unos virtuosos en menos de horas veinticuatro: tripartitos, tetrapartitos o pentapartitos. Está por inventar el hexapartito, pero no se preocupen: está al caer de un momento a otro, en cuanto de aquí a nada se presente la primera moción de censura en un Ayuntamiento.
En España los pelusos y la chusma que llenaron la Puerta del Sol en el 15-M famoso llamaban Casta a los dos partidos turnantes. He dicho «turnantes», ¿eh?, no tunantes, que era de lo que gentuza poco aficionada a la ducha y al champú capilar calificaban al PP y al PSOE. La culpa de todos los males de la Patria (ellos no decían Patria, obviamente) la tenían los dos partidos turnantes que aseguraban la estabilidad desde la Transición; esto es, el PSOE y el PP. A los que la inspiración del anónimo poeta popular de las rimas facilongas para uso del Tonto del Megáfono en las manifestaciones dedicó el sublime pareado: «PSOE y PP, la misma mierda es».
Lo cual se ha demostrado ahora que no era cierto. La mierda no era la misma; ni eran los dos una mierda. La mierda era sólo el PP. La Casta no era el bipartidismo: era el PP. Al que había que echar, como cuando aquello del «Pásalo» en el trágico 11-M. Adelantándose a los tiempos, innovador y precursor, El Kichi de Cai dijo bien clarito qué es lo que había que hacer en las elecciones municipales, que en España han servido incluso para echar a un Rey: «Echar a Teófila». Que traducido resulta para toda España: «Echar al PP». Como fuera y al precio que fuese. De aquí que los más indignados, radicales, antisistema y rojísimos no hayan tenido el menor inconveniente en pactar con parte de La Casta, o sea, con el PSOE, para echar a la otra parte de La Casta, al PP. Esto es como el cante de Pepe Pinto: «No tengas pena maldita,/que la mancha de la mora/con otra verde se quita». No te preocupes por La Casta del PP, que pactamos con La Casta del PSOE (que ya no consideramos Casta) y los echamos. ¡A la puta calle!
Así, siguiendo el Manual para la Destrucción de España que nos dejó Zapatero como legado, hemos podido llegar al desastre actual. A este Festival de Demagogia, que ríase usted de Eurovisión. Al lamentable espectáculo de los pelusos y la chusma antisistema asentada en las poltronas del Sistema gracias a los votos del PSOE, de la Ex Casta. Alcaldes que han exhibido la vara de mando como un trofeo de caza. Tomas de posesión de mangas de camisa, pues la corbata y la chaqueta son fachas. Retirada de las banderas de España como primeras decisiones de los muy populistas alcaldes, que van al despacho en Metro o en bici. Manotazos exhibicionistas para apartar la Cruz de Cristo o su Evangelio a la hora de jurar el carguete, porque aquí somos todos más agnósticos y laicos que la leche que mamamos. Y escuchar la Marcha Real tan sentados como Zapatero cuando pasaba la bandera de Estados Unidos en aquel desfile. Pues esto es lo que hay. En casi toda España y especialmente en el peligroso eje Barcelona-Madrid-Cádiz, La Casta ya no existe. Nos gobierna la Castuza. Señores: queda solemnemente inaugurada en España la Chusmacracia.

DAVID GISTAU
Viviremos tiempos de verdad interesantes cuando el experimento se extienda a la nación entera
EN sus primeros compases en el ayuntamiento, Manuela Carmena pierde el impulso taumatúrgico que traen en bicicleta todos los nuevos hacedores de felicidad y dedica su energía a justificar a sus concejales como una abuela que tuviera que sacar de comisaría al nieto punkie. Todos los días. A muchos nietos. A este paso, la alcaldesa terminará pareciendo la monitora de un experimento de rehabilitación social que ha capturado como cobayas a los vecinos de la ciudad. Escatología, antisemitismo, odio sectario, amenazas de muerte, fantasías con la guillotina, agresiones contra la libertad de culto, todo ello apenas camuflado por el salvoconducto civil que otorga la palabra «izquierda», sobre todo cuando se aplica al antagonismo con una plaga de «derecha» pregonada por la propaganda. Lo peor no es la impresión de que la alcaldesa se va enterando de cómo son los concejales que le impusieron según a estos los va delatando su historial. Lo peor es que ni siquiera tiene fuerza personal para purgarlos, para destilar un equipo de gobierno compuesto únicamente por gente decente. Lo cual potencia la sensación de que Carmena nada fue sino una coartada estética, una máscara fotogénica la entrañable feminización de Tierno, con su Bonometro con la que disimular los espolones extremistas de una pandilla que ofende todos los cimientos fundacionales de esta desgastada democracia que no sabe cómo recuperar un prestigio y un sentido estabilizador de logro y pertenencia destruidos por la corrupción.
Cabe preguntarse si la fatiga del sistema es tal como para que haya escorado a ámbitos tan radicales el paradigma general de izquierda que antaño fue socialdemócrata.
Ello, además de la falta de escrúpulos de Schz para venderse a cualquiera a cambio de Moncloa, explicaría el viaje del PSOE hasta un eje hostil a todos los logros fundacionales en los años setenta de los cuales el otro PSOE fue un constructor imprescindible. Como lo fue el comunismo de Carrillo. Hay otro componente que uno percibe en las conversaciones y que proviene de la psicología colectiva: existe una necesidad tal de autocastigo para evacuar la culpa y la decepción que personas sensatas y maduras, en otros tiempos militantes de la «gauche-divine» que como mucho sentían culpa por los golpes que la vida no les había dado, ahora quieren favorecer el advenimiento de la horda del odio. No porque crean que no trae la destrucción, sino precisamente porque están convencidas de que la trae. Y que con ella se cumplirá por fin el anhelo nihilista del castigo bíblico: un gran Diluvio, un meteorito, cualquier otra manifestación del enojo de un dios colérico que ya nos está arrojando tuits como si fueran las langostas de Moisés. Si querían ajustar cuentas, sin duda han encontrado a las personas perfectas, que de momento sólo son anécdota porque aún las contiene la limitación de los poderes municipales. Viviremos tiempos de verdad interesantes cuando el experimento se extienda a la nación entera.


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