ÁNGEL ALONSO PACHÓN
Señora Carmena, alcaldesa de
Madrid: existe un dicho anónimo muy acertado para la ocasión: «Al adquirir una
casa, piensa en el vecino que adquirirás con ella».
Quizás a usted no le diga nada este dicho, porque los que adquirieron el Ayuntamiento de Madrid fueron los que usted decía que iban a ser sus vecinos.
Ellos, los podemitas, sí la conocían a usted y sabían que podrían utilizarla como la plastilina los niños.
Quizás a usted no le diga nada este dicho, porque los que adquirieron el Ayuntamiento de Madrid fueron los que usted decía que iban a ser sus vecinos.
Ellos, los podemitas, sí la conocían a usted y sabían que podrían utilizarla como la plastilina los niños.
Usted es una persona
preparada; ha nacido, más o menos, cuando España era un erial que muchos, con
gran esfuerzo, convertimos en una tierra habitable, donde los principios de
reconciliación superaron los odios.
Usted, ahora, no puede decir
que todo se lo debe a las nuevas generaciones.
Usted, a estas alturas, debería conocer el dicho de Indira Gandhi: «Con el puño cerrado no se puede dar un apretón de manos».
Ahora, los madrileños que no votaron a sus vecinos de Podemos nos tenemos que tragar la herencia de los que no han tenido pasado; herencia que consiste en quemar los contratos que firmaron personas de todo tipo de ideología, herencia de nuevos horizontes de enfrentamientos.
Usted, a estas alturas, debería conocer el dicho de Indira Gandhi: «Con el puño cerrado no se puede dar un apretón de manos».
Ahora, los madrileños que no votaron a sus vecinos de Podemos nos tenemos que tragar la herencia de los que no han tenido pasado; herencia que consiste en quemar los contratos que firmaron personas de todo tipo de ideología, herencia de nuevos horizontes de enfrentamientos.
Señora alcaldesa de Madrid,
a usted no la machacó Franco. A usted aquel sistema y sus progresivos cambios
le han dado una calificación profesional y un respeto institucional.
Usted no puede pasear con
los de la hoz y el martillo simplemente porque le han comprado un ayuntamiento.
Eso es arrastrarse.
Los principios parece que
van desapareciendo. Ahora, para Podemos, lo urgente no es el paro, la pobreza,
la sanidad, el futuro paraíso, no, lo urgente es que los alcaldes no presidan
las fiestas religiosas de sus municipios, dejen de lado el Corpus de Toledo y
no celebren la Compostelana ante la catedral de Santiago.
Eso es lo urgente para
Podemos. La limpieza ética que predicaban Pablo Iglesias y sus monaguillos se
la pasan por donde les sale en ganas.
OKUPAS CONSISTORIALES
IGNACIO CAMACHO
Y pretenden ser insurrectos
con sus estrambotes. Nada hay menos subversivo en política que un pesebre de
concejal
EL cargo de concejal es lo
menos que se despacha en política pero tiene toda la dignidad que a su función
confiere la representación legítima de los ciudadanos. A tal efecto la
democracia suele proveer sencillas ceremonias inaugurales en las que los
electos efectúan una promesa simbólica de acatar la Constitución para
solemnizar un poco el rango, puesto que la obediencia de la ley es algo a lo
que de todos modos están obligados. No se trata de una imposición autoritaria
sino de un rito cívico que rodea a la toma de posesión de cierta formalidad
honorable.
Con esta mentalidad de
okupas que traen imbuida de su reciente pasado de asaltatapias, muchos nuevos
ediles de la izquierda podémica y cimarrona han dado en considerar que su
llegada a los Ayuntamientos constituye un hito revolucionario comparable a la
toma del Palacio de Invierno. Una suerte de golpe antisistema en vez de un acto
de integración en él, que es en lo que efectivamente consiste.
Y han escenificado sus tomas de posesión con discursitos de rebeldía que no se atreverían a pronunciar ni en la graduación del Bachillerato, en el supuesto de que lo hayan terminado. Es una historia antigua que viene de la famosa muletilla batasuna del «imperativo legal», enriquecida por esta tropa adanista con matracas y estrambotes presuntamente subversivos para enmascarar su evidente abandono de la insurgencia y su ingreso en la nómina del pesebre presupuestario. No hay nada menos sedicioso ni más rutinario en política que convertirse en concejal; ese cielo que pretenden asaltar está tan bajo que hasta gente de esta estatura moral lo tenía al alcance de la mano.
Y han escenificado sus tomas de posesión con discursitos de rebeldía que no se atreverían a pronunciar ni en la graduación del Bachillerato, en el supuesto de que lo hayan terminado. Es una historia antigua que viene de la famosa muletilla batasuna del «imperativo legal», enriquecida por esta tropa adanista con matracas y estrambotes presuntamente subversivos para enmascarar su evidente abandono de la insurgencia y su ingreso en la nómina del pesebre presupuestario. No hay nada menos sedicioso ni más rutinario en política que convertirse en concejal; ese cielo que pretenden asaltar está tan bajo que hasta gente de esta estatura moral lo tenía al alcance de la mano.
Ahora bien. La democracia
son principios y formas: con las unas se respetan los otros. Y si hay un
formulismo preceptivo para aceptar el cargo es menester cumplirlo en su
integridad, en condiciones de igualdad con el resto. Lo del imperativo legal
está avalado por la jurisprudencia pero habrá que ver si encaja en el orden
jurídico este florilegio de infantiles proclamas de amotinamiento de salón:
declaraciones de autodeterminación, decálogos feministas, expresiones de
lealtad republicana, mugidos independentistas y hasta bandas consistoriales
usadas como cintas de pelo. Una parodia democrática, un sainete procaz, una
caricatura, un remedo. A esto se presenta uno voluntario; si no te gustan sus
compromisos implícitos puedes seguir ocupando corralas.
El Estado, o sea, la ley, ha
de actuar para desenmascarar esta farsa. La Fiscalía y la Junta Electoral están
tardando en investigar la posible invalidez de la pantomima feriante. Si la
fórmula no es legal la toma de posesión ha de ser revocada. Y si lo es, si para
asumir la condición representativa basta con firmar y recoger el acta, óbviese
la burla y suprímase el rito. Ahorrémosle a la ya muy maltratada Constitución
al menos el escarnio explícito de una vejatoria abolición de palabra.
LOS HEMOS ELEGIDO
JOSÉ MARÍA CARRASCAL
Más escandaloso es que la
nueva alcaldesa, al aceptar la dimisión de Zapata, hable de «la importancia de
la libertad de expresión»
¿DE qué se asombran? ¿De qué
se extrañan? Se lo veníamos diciendo unos pocos que estos jóvenes venían a por
todas y se lo decían ellos mismos: que estaban dispuestos a «asaltar el cielo»,
si era preciso a bofetadas. Que su objetivo era desalojar a la «casta» PSOE
incluido y acabar con el sistema. Pero no lo creímos. No quisimos creerlo,
mejor dicho, porque los españoles negamos la realidad que no nos gusta y luego
nos echamos las manos a la cabeza cuando la realidad nos arrolla.
Lo escandaloso no es que
Guillermo Zapata contara en esa cloaca que es Twitter sus chistes negros, que
en Alemania y otros países serios le hubieran llevado a la cárcel por racista y
ofender a las víctimas. Lo escandaloso es que, pese a ello, se le eligiera
concejal, ¡de Cultura, nada menos!, en el nuevo Ayuntamiento de Madrid,
sabiéndolo todo el mundo. Y más escandaloso todavía es que la nueva alcaldesa,
al aceptar su dimisión, hable de «la importancia de la libertad de expresión» y
de «nuevas tareas» para el afectado. ¿Qué tareas, señora Carmena? ¿Tal vez
ponerle al frente de la Policía Municipal? Porque ya advirtió Freud que los
chistes revelan el subconsciente de quien los cuenta, y el subconsciente de
este individuo sólo le capacita para ser capo de un campo de concentración. También
Anna Arendt habló de la «banalidad del mal», es decir, de los individuos
aparentemente inofensivos que terminan cometiendo las mayores infamias,
obedeciendo órdenes, amparados por una ideología totalitaria y de la forma más
normal del mundo: regando flores, coleccionando sellos o contando chistes a los
amigotes. Lo que no podíamos imaginarnos era que tuviésemos un ejemplo en el
Madrid de 2015.
Y ya lo que resulta
vergonzoso es la actitud de quien ha ayudado a ambos a ocupar el cargo, Antonio
Miguel Carmona, que se muestra «medianamente satisfecho» con la semi salida de
Zapata, pero dispuesto a continuar, «leal y vigilante», apoyando al
consistorio. Con vigilantes así, sólo cabe trancar puertas y ventanas. Porque
la reacción de Podemos fue la esperada: alabar la «responsabilidad y
generosidad» de su conmilitón y advertir que esto «no va a parar el cambio».
Por ellos, desde luego. Ni por la señora alcaldesa, que se cree que yendo en
metro ha solucionado los problemas de Madrid.
Me quedan sólo unas líneas
que aprovecho para decir que ésta es una historia vieja y predecible. Quienes
llegan presentándose como limpios y puros, son los más de temer, al ser
incapaces de ver sus carencias, que tienen como todo ser humano. Encandilan a
los más simples e indignados, para hacerse con lo único que les interesa y han
elegido como nombre: el poder. Lo malo es que, ya en él, hacen lo que quieren y
obligan a hacerlo a los demás, empezando por quienes les han ayudado a
obtenerlo, que merecido lo tienen. Tenemos.
No me da la lata
LUIS VENTOSO
Ofrezcan buenos servicios
municipales y no me aburran con la lírica guerracivilista del año treinta
LOS ejemplos locales
constituyen la mejor parábola universal. Así que les voy a contar que mi ciudad
natal, La Coruña, de 250.000 vecinos y un área metropolitana de casi 400.000,
acaba de ser liberada de la casta, ni más ni menos. Nuestro nuevo alcalde forma
parte de una amalgama que se presentó como Marea Atlántica, paraguas que agrupa
a pequeñas formaciones nacionalistas con Podemos, IU y hasta el Partido
Humanista, que tiene más moral que el Alcoyano.
Nuestro nuevo alcalde, un
profesor universitario de 40 años que se llama Xulio Ferreiro y antes era del
BNG, no ganó las elecciones. Empató a diez concejales con el PP, que en
realidad lo superó, aunque fuese solo por 28 votos. El señor Ferreiro gobierna
por cortesía del PSOE, culpable absoluto de que formaciones radicales que no
han ganado los comicios se estén enseñoreando de muchas instituciones, con una
prepotencia y una superioridad moral de un sectarismo empalagoso.
Aunque se ha quedado a
cuatro concejales de la mayoría absoluta, el señor Ferreiro estará al frente de
un gobierno monocolor, por gentileza del PSOE, y se dirige a sus vecinos como
si hubiese conquistado de una tacada la Champions, la Liga y la Copa. En su
toma de posesión, que concluyó con algo tan parcial y extemporáneo como el
himno de la Revolución de los Claveles de Portugal, el alcalde Ferreiro, desde
la atalaya de su segundo puesto, proclamó que con su llegada mi ciudad recupera
«la ilusión y la dignidad», que vamos a ser «protagonistas de nuestras propias
vidas» y dejaremos nuestra condición de «patio trasero de la desigualdad».
Toda esta lírica ramplona
ofende a mi inteligencia y es contraria al talante liberal abierto y avanzado
que ha distinguido a mi ciudad desde las revoluciones del XIX. Según este tío,
las vidas de mis padres, de mis amigos y de mis afectos coruñeses eran
«indignas» hasta su llegada. Sin su tutela providencial, transitaban como
zombis pastoreados por la casta, incapaces de protagonizar sus propias vidas.
Me da igual que mi alcalde
use corbata o vaya en chancletas. Lo que me interesa es que me cuente qué va a
hacer para atraer más industrias y capitales y que haya más trabajo. O qué
medidas tomará para que Inditex, la multinacional local que da oxígeno a la
ciudad, se sienta cómoda y siga allí muchas décadas. También me gustaría que
mejorase la limpieza y el mantenimiento de lo público, el urbanismo y las zonas
verdes. Que divulgue en el exterior los indudables encantos de La Coruña, que
apoye su conexión aérea directa con Londres, que la abre al mundo; que active
un programa social que logre (y es fácil) que no haya un solo sin techo
condenado a dormir en la calle. Que controle el botellón, aunque le parezca
retrógrado, porque los vecinos quieren dormir, que piense en fórmulas para
fusionar la ciudad con pueblos vecinos y hacerla más grande, que mantenga la
magnífica red de bibliotecas y almuerzos sociales que inventó el alcalde Paco
Vázquez. Que no me dé la paliza con la Guerra Civil de mis abuelos y que no
convierta una ciudad cordial y cosmopolita en una urbe ensimismada en un
nacionalismo parroquiano y hostil.
Estimado alcalde: Respete a
los que no piensan como usted (que son mayoría), dedíquese a dar buenos
servicios, que es la función estelar de los ayuntamientos, mantenga las cuentas
en orden y no me aburra con homilías cargantes que no arreglan ni un solo
problema práctico. Gobierne. Pruebe que sabe hacer cosas y deje de dar la lata.
Los ciudadanos somos adultos libres, no criaturas infantiles sin criterio que
necesitan las orejeras de un supuesto libertador que ni siquiera ha ganado las
elecciones.
De casta y castuzza
ANTONIO BURGOS
La Casta no era el
bipartidismo: era el PP. Al que había que echar, como cuando aquello del
«Pásalo» en el trágico 11-M
EL nombre es importado, pero
hizo fortuna.
Tanta, que llenó la Puerta del Sol de autotitulados indignados, concentración que fue el Belén de este belén que ahora se ha armado en una España que va camino de...
Pues no sé de qué va camino.
De ser ella misma, desde luego que no. La profecía de Alfonso Guerra se ha cumplido: a España no la conoce ya ni la Madre Hispania que la parió. Quizá vayamos camino de ser Grecia sin Partenón, Venezuela con papel higiénico o Cuba sin hermanos Castro y con el mismo odio a los Estados Unidos... pero todos vestidos con pantalones vaqueros inequívocamente americanos. Digo que es importado de Italia eso de «La Casta». Fue el título del exitoso libro que escribieron dos periodistas, Antonio G. Stella y Sergio Rizzo, sobre la clase política de aquella nación, tan acostumbrada a ser gobernada por lo que aquí nos hemos convertido en unos virtuosos en menos de horas veinticuatro: tripartitos, tetrapartitos o pentapartitos. Está por inventar el hexapartito, pero no se preocupen: está al caer de un momento a otro, en cuanto de aquí a nada se presente la primera moción de censura en un Ayuntamiento.
Tanta, que llenó la Puerta del Sol de autotitulados indignados, concentración que fue el Belén de este belén que ahora se ha armado en una España que va camino de...
Pues no sé de qué va camino.
De ser ella misma, desde luego que no. La profecía de Alfonso Guerra se ha cumplido: a España no la conoce ya ni la Madre Hispania que la parió. Quizá vayamos camino de ser Grecia sin Partenón, Venezuela con papel higiénico o Cuba sin hermanos Castro y con el mismo odio a los Estados Unidos... pero todos vestidos con pantalones vaqueros inequívocamente americanos. Digo que es importado de Italia eso de «La Casta». Fue el título del exitoso libro que escribieron dos periodistas, Antonio G. Stella y Sergio Rizzo, sobre la clase política de aquella nación, tan acostumbrada a ser gobernada por lo que aquí nos hemos convertido en unos virtuosos en menos de horas veinticuatro: tripartitos, tetrapartitos o pentapartitos. Está por inventar el hexapartito, pero no se preocupen: está al caer de un momento a otro, en cuanto de aquí a nada se presente la primera moción de censura en un Ayuntamiento.
En España los pelusos y la
chusma que llenaron la Puerta del Sol en el 15-M famoso llamaban Casta a los
dos partidos turnantes. He dicho «turnantes», ¿eh?, no tunantes, que era de lo
que gentuza poco aficionada a la ducha y al champú capilar calificaban al PP y
al PSOE. La culpa de todos los males de la Patria (ellos no decían Patria,
obviamente) la tenían los dos partidos turnantes que aseguraban la estabilidad
desde la Transición; esto es, el PSOE y el PP. A los que la inspiración del
anónimo poeta popular de las rimas facilongas para uso del Tonto del Megáfono
en las manifestaciones dedicó el sublime pareado: «PSOE y PP, la misma mierda
es».
Lo cual se ha demostrado
ahora que no era cierto. La mierda no era la misma; ni eran los dos una mierda.
La mierda era sólo el PP. La Casta no era el bipartidismo: era el PP. Al que
había que echar, como cuando aquello del «Pásalo» en el trágico 11-M. Adelantándose
a los tiempos, innovador y precursor, El Kichi de Cai dijo bien clarito qué es
lo que había que hacer en las elecciones municipales, que en España han servido
incluso para echar a un Rey: «Echar a Teófila». Que traducido resulta para toda
España: «Echar al PP». Como fuera y al precio que fuese. De aquí que los más
indignados, radicales, antisistema y rojísimos no hayan tenido el menor
inconveniente en pactar con parte de La Casta, o sea, con el PSOE, para echar a
la otra parte de La Casta, al PP. Esto es como el cante de Pepe Pinto: «No
tengas pena maldita,/que la mancha de la mora/con otra verde se quita». No te
preocupes por La Casta del PP, que pactamos con La Casta del PSOE (que ya no
consideramos Casta) y los echamos. ¡A la puta calle!
Así, siguiendo el Manual
para la Destrucción de España que nos dejó Zapatero como legado, hemos podido
llegar al desastre actual. A este Festival de Demagogia, que ríase usted de
Eurovisión. Al lamentable espectáculo de los pelusos y la chusma antisistema
asentada en las poltronas del Sistema gracias a los votos del PSOE, de la Ex
Casta. Alcaldes que han exhibido la vara de mando como un trofeo de caza. Tomas
de posesión de mangas de camisa, pues la corbata y la chaqueta son fachas.
Retirada de las banderas de España como primeras decisiones de los muy
populistas alcaldes, que van al despacho en Metro o en bici. Manotazos
exhibicionistas para apartar la Cruz de Cristo o su Evangelio a la hora de
jurar el carguete, porque aquí somos todos más agnósticos y laicos que la leche
que mamamos. Y escuchar la Marcha Real tan sentados como Zapatero cuando pasaba
la bandera de Estados Unidos en aquel desfile. Pues esto es lo que hay. En casi
toda España y especialmente en el peligroso eje Barcelona-Madrid-Cádiz, La
Casta ya no existe. Nos gobierna la Castuza. Señores: queda solemnemente
inaugurada en España la Chusmacracia.
DAVID GISTAU
Viviremos tiempos de verdad interesantes cuando el experimento se extienda a la nación entera
EN sus primeros compases en el ayuntamiento, Manuela Carmena pierde el impulso taumatúrgico que traen en bicicleta todos los nuevos hacedores de felicidad y dedica su energía a justificar a sus concejales como una abuela que tuviera que sacar de comisaría al nieto punkie. Todos los días. A muchos nietos. A este paso, la alcaldesa terminará pareciendo la monitora de un experimento de rehabilitación social que ha capturado como cobayas a los vecinos de la ciudad. Escatología, antisemitismo, odio sectario, amenazas de muerte, fantasías con la guillotina, agresiones contra la libertad de culto, todo ello apenas camuflado por el salvoconducto civil que otorga la palabra «izquierda», sobre todo cuando se aplica al antagonismo con una plaga de «derecha» pregonada por la propaganda. Lo peor no es la impresión de que la alcaldesa se va enterando de cómo son los concejales que le impusieron según a estos los va delatando su historial. Lo peor es que ni siquiera tiene fuerza personal para purgarlos, para destilar un equipo de gobierno compuesto únicamente por gente decente. Lo cual potencia la sensación de que Carmena nada fue sino una coartada estética, una máscara fotogénica la entrañable feminización de Tierno, con su Bonometro con la que disimular los espolones extremistas de una pandilla que ofende todos los cimientos fundacionales de esta desgastada democracia que no sabe cómo recuperar un prestigio y un sentido estabilizador de logro y pertenencia destruidos por la corrupción.
Cabe preguntarse si la fatiga del sistema es tal como para que haya escorado a ámbitos tan radicales el paradigma general de izquierda que antaño fue socialdemócrata.
Ello, además de la falta de escrúpulos de Schz para venderse a cualquiera a cambio de Moncloa, explicaría el viaje del PSOE hasta un eje hostil a todos los logros fundacionales en los años setenta de los cuales el otro PSOE fue un constructor imprescindible. Como lo fue el comunismo de Carrillo. Hay otro componente que uno percibe en las conversaciones y que proviene de la psicología colectiva: existe una necesidad tal de autocastigo para evacuar la culpa y la decepción que personas sensatas y maduras, en otros tiempos militantes de la «gauche-divine» que como mucho sentían culpa por los golpes que la vida no les había dado, ahora quieren favorecer el advenimiento de la horda del odio. No porque crean que no trae la destrucción, sino precisamente porque están convencidas de que la trae. Y que con ella se cumplirá por fin el anhelo nihilista del castigo bíblico: un gran Diluvio, un meteorito, cualquier otra manifestación del enojo de un dios colérico que ya nos está arrojando tuits como si fueran las langostas de Moisés. Si querían ajustar cuentas, sin duda han encontrado a las personas perfectas, que de momento sólo son anécdota porque aún las contiene la limitación de los poderes municipales. Viviremos tiempos de verdad interesantes cuando el experimento se extienda a la nación entera.
Ello, además de la falta de escrúpulos de Schz para venderse a cualquiera a cambio de Moncloa, explicaría el viaje del PSOE hasta un eje hostil a todos los logros fundacionales en los años setenta de los cuales el otro PSOE fue un constructor imprescindible. Como lo fue el comunismo de Carrillo. Hay otro componente que uno percibe en las conversaciones y que proviene de la psicología colectiva: existe una necesidad tal de autocastigo para evacuar la culpa y la decepción que personas sensatas y maduras, en otros tiempos militantes de la «gauche-divine» que como mucho sentían culpa por los golpes que la vida no les había dado, ahora quieren favorecer el advenimiento de la horda del odio. No porque crean que no trae la destrucción, sino precisamente porque están convencidas de que la trae. Y que con ella se cumplirá por fin el anhelo nihilista del castigo bíblico: un gran Diluvio, un meteorito, cualquier otra manifestación del enojo de un dios colérico que ya nos está arrojando tuits como si fueran las langostas de Moisés. Si querían ajustar cuentas, sin duda han encontrado a las personas perfectas, que de momento sólo son anécdota porque aún las contiene la limitación de los poderes municipales. Viviremos tiempos de verdad interesantes cuando el experimento se extienda a la nación entera.
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