La recuperación gradual de la localidad turolense, una de las más bonitas
de España, ha culminado con la rehabilitación de la catedral. Un ejemplo de
unión de las instituciones en defensa del patrimonio histórico
El casco urbano de
Albarracín (Teruel), donde el jueves 8 de junio se celebró la Asamblea
Internacional de la Federación de los Pueblos Más Bonitos del Mundo.ELENA ESLAVA GETTY
JULIO
LLAMAZARES
9
JUN 2017 - 00:00 CEST
Hace 30 o 35 años, Albarracín, declarado Monumento
Nacional en 1961 y considerado uno de los pueblos más bellos de
España, vivía un proceso de decadencia común a toda la Serranía de
la que es capital histórica y que presenta uno de los índices de despoblación
mayores de Europa que la creación de una fundación modélica no sólo logró
atajar, sino que lo ha revertido. La Fundación Santa María de Albarracín,
participada por el Gobierno de Aragón, el Obispado de Teruel y Albarracín,
Ibercaja y el propio Ayuntamiento de la localidad serrana y con sede en el
antiguo Palacio Episcopal, abandonado desde la unión a la de Teruel de la diócesis
albarracinense tras el destierro de su último titular por su adhesión al
carlismo a mediados del siglo XIX, convirtió la restauración de su patrimonio
en el motor de la economía de una población para la que hasta entonces éste era
un problema. A partir de unas iniciales escuelas-taller, la Fundación Santa
María, que se encamina hacia sus veintiún años de vida, le dio un impulso a la
vieja idea regeneracionista de convertir la restauración y conservación del
patrimonio artístico y arquitectónico en una fuente de recursos, máxime en un
lugar como Albarracín, cuya riqueza en esos aspectos apenas encuentra parangón
en nuestro país.
El proyecto cultural ha generado 40 puestos de trabajo y ha logrado que
el municipio haya dejado de perder población
Encastrada en una hoz
del Guadalaviar, el río serrano que desde Teruel mudará su nombre por el
de Turia, en mitad de un paisaje de fantasía, su historia se remonta a tiempos
remotos. Al Neolítico pertenecen las pinturas rupestres del llamado estilo
levantino que se encuentran en varios abrigos de los cañones y en los pinares
de los alrededores. Y a la primitiva tribu celta que la fundó su nombre romano:
Lobetum (de los lobetanos).
Albarracín acumula en su pasado huellas de todas las
civilizaciones, siendo la principal la que le proporcionó su nombre actual, así
como su singular aspecto: la islámica bereber de la dinastía de los Banu Racín,
que la convirtieron en capital de su taifa árabe altomedieval. De ese periodo
conserva una torre, la del Andador, y la vieja y fiera alcazaba mora. Y del que
le sucedió, ya en manos Albarracín de los Azagra navarros (los caballeros que
la recuperaron para la Cristiandad merced a una donación del rey Lobo de Murcia
por su ayuda en la lucha contra los almohades, y que la mantuvieron
independiente durante doscientos años), y del rey de Aragón sucesivamente, su
gran perímetro amurallado y numerosas torres y construcciones, entre ellas la
catedral del Salvador, del siglo XIV. El conjunto de la ciudad, perfectamente
homogéneo, se ofrece al que lo descubre como la ilustración de un cuento
medieval o un espejismo romanticista, con su caserío macizo apiñado en lo alto
de un farallón y colgado sobre el abismo roquedo y sus colores ocres y malvas
(el color del rodeno de la zona, que les da su aspecto característico) pintando
el gris moteado de verde —por los pinos y los enebros— de la serranía.
Actividad económica
Al Museo Diocesano se unen el del Juguete, el de la Forja y el de la
Historia del municipio, y salas de exposiciones
Aparte de ese paisaje y de la arquitectura de Albarracín
(que se extiende a otras poblaciones de la comarca como Ródenas o Guadalaviar,
prototipos de pueblos de la Serranía), la ciudad ofrece un sinfín de
atractivos. Desde sus monumentos o casas
de arquitectura tradicional, como la célebre de la Julianeta (símbolo
de Albarracín con su geometría imposible), que integran el entramado de su
urbanismo lleno de recovecos y encanto, a los varios museos que la Fundación
Santa María o el Ayuntamiento, incluso algún particular por su cuenta, han
creado a medida que se restauraba su patrimonio histórico y arquitectónico: el
Diocesano, de arte religioso, en el Palacio Episcopal; el del juguete, creado a
partir de la colección de Eustaquio Castellano; el de forja; el de la Historia
de Albarracín… Fuera de ellos, diversas salas de exposiciones (la del antiguo Molino del Gato, al lado
del río) y los espacios que la Fundación tiene habilitados para la celebración
de congresos y cursos, así como las iglesias que utiliza para sus conciertos,
principalmente la de Santa María, completan una oferta cultural que se codea
con la de cualquier ciudad de mayor tamaño, como Teruel.
Nada que ver con lo que ahora se ve. La catedral del Salvador de
Albarracín, después de seis años de rehabilitación que le ha cambiado la cara y
hasta el espíritu, incluso ha recuperado varias pinturas y hasta una capilla
oculta del XVI cuya existencia se desconocía, es hoy una maravilla que
resplandece luciendo todos sus atractivos, que son más que los que parecía
albergar cuando la oscuridad y el polvo los ocultaban. El edificio en sí,
típico exponente del gótico levantino que tanto predicamento tuvo en el reino
de Aragón a principios del siglo XVI, es una construcción excelsa pese a sus
pequeñas dimensiones (obligadas por el lugar en el que se alza, en el centro
del casco histórico de Albarracín, frente a la alcazaba mora), e igual sucede
con las capillas y el claustro, redecorado en el XVIII al gusto barroco y paso
obligado hacia ella. En la capilla mayor, un gran retablo renacentista del
imaginero Cosme Damián, restaurado como todo el templo, deslumbra con su nuevo
aspecto; e igual sucede con los sitiales del coro y su facistol, góticos como
la catedral; o con el retablo de autor anónimo, éste sin policromar, dedicado
al apóstol San Pedro, antes cubierto de polvo y casi invisible. Por las
capillas laterales, imágenes restauradas y pinturas ya existentes, o
recuperadas en la rehabilitación del templo, hacen que la catedral de nuevo
vuelva a lucir como hacía ya tiempo. Y todo ello gracias al trabajo de los
equipos de la Fundación Santa María (albañiles, restauradores, herreros…), que
han obrado el milagro en sólo seis años.
La visita a la catedral necesariamente debe extenderse
al vecino Palacio Episcopal, sede de la
Fundación Santa María y museo, no sólo por lo que éste guarda, que es mucho, sino
porque la rehabilitación del edificio, que fue la primera que abordó la
Fundación, mantuvo el espíritu de lo que fue: la residencia de los obispos de
Albarracín desde su construcción en el siglo XVI hasta el fallecimiento del
último obispo, de nombre José Talayero Royo, el año 1839 en Marsella. El
despacho y las habitaciones, la cocina con su gran campana, la pequeña capilla
privada contigua a la alcoba, las vestimentas de los moradores, todo ha sido
respetado como era y hasta los muebles son los que había o de igual estilo.
Entre tanto, en la llamada sala
de la Mayordomía, la más grande del palacio, y en las contiguas, las
piezas del Museo Diocesano, al que se accede
desde la catedral, también recuerdan los viejos tiempos episcopales de
Albarracín, definitivamente perdidos. Una magnífica colección de tapices
flamencos que reproducen la historia bíblica de Gedeón, regalo de algún obispo
a la catedral, y una naveta de cristal de roca en forma de pez que se ha
convertido en la imagen pública del museo y de la Fundación Santa María,
comparten sus paredes y vitrinas junto con otras piezas de la antigua diócesis
(orfebrería, pintura, imágenes, ropas litúrgicas…) y con las ventanas desde las
que se contempla la maravilla de Albarracín y de su fabuloso entorno: los
tejados de las casas apiñadas como colmenas de miel al pie del palacio, las
torres de las iglesias y de la alcazaba mora, la muralla que recorre el
perímetro del pueblo como si fuera la muralla china, las grandes casas
solariegas de las familias enriquecidas con la trashumancia, tan importante
durante siglos para Albarracín y su Serranía entera, y, abajo, la espuma verde
de los chopos que escoltan al río Guadalaviar en su paso por el desfiladero al
que la ciudad se asoma y cuyas puntas apenas alcanzan a sus casas bajas, tan
profundo va. Si hay un milagro es que la ciudad resista, no sólo al tiempo y a
su torturada historia, sino al lugar en el que está enclavada.
ampliar fotoUn escalador haciendo búlder en el paisaje protegido de los
Pinares de Rodeno, cerca de Albarracín. CATALIN GRIGORIU GETTY
Aunque el milagro no concluye en ella. Con Fundación o
sin Fundación Santa María, dentro de la muralla o a extramuros de su protección
(que hoy ya es sólo simbólica, pues le faltan trozos enteros de lienzo), la
maravilla de Albarracín y de su recuperación se extiende a toda la Serranía,
donde otros pueblos siguen su ejemplo o cuando menos tratan de mirarse en
él. Pueblos como Pozondón, con una
iglesia renacentista y un campanario con aire de fortaleza; como Orihuela del Tremedal, con casas
de cantería fruto de los dineros de la Mesta y un fabuloso templo barroco
escondidos entre los pinares; o como Ródenas,
cuyo nombre hace honor a la piedra arenisca que caracteriza al pueblo y
le da su particular color, el mismo de Albarracín, que aquí tuvo sus canteras.
Entre medias y a lo largo y ancho de la Serranía, entre pinares y formaciones
rocosas que sobrevuelan buitres y otras rapaces y frecuentan apenas pastores
con sus rebaños y madereros, caminos y carreteras llenan de placidez y de
soledad al viajero que atravesado por su belleza descubre que está en el
epicentro de la despoblación española, que aquí adquiere dimensiones de Laponia
o de Etiopía. Y es que el milagro de Albarracín aún no ha alcanzado a su
Serranía.
Julio Llamazares es novelista y autor del libro de
viajes sobre las catedrales españolas Las rosas de piedra (Alfaguara,
2009).
1 Un gran equipo
La unión de instituciones (Gobierno de Aragón, Diputación, Ayuntamiento, Obispado, Ibercaja) y de profesionales (arquitectos, restauradores, paisajistas) coordinados por la Fundación Santa María garantiza la continuidad de las intervenciones en Albarracín en un proceso gradual, dentro de un plan de protección especial. El arquitecto Pedro Ponce de León, autor de la rehabilitación de las murallas de Toledo o el monasterio de Yuste, es el responsable de las actuaciones.
La unión de instituciones (Gobierno de Aragón, Diputación, Ayuntamiento, Obispado, Ibercaja) y de profesionales (arquitectos, restauradores, paisajistas) coordinados por la Fundación Santa María garantiza la continuidad de las intervenciones en Albarracín en un proceso gradual, dentro de un plan de protección especial. El arquitecto Pedro Ponce de León, autor de la rehabilitación de las murallas de Toledo o el monasterio de Yuste, es el responsable de las actuaciones.
2 Diálogo armonioso
El respeto al paisaje que rodea la localidad resulta primordial: en el plan especial no sólo se protegió el casco histórico y las murallas (12,2 hectáreas), sino también 155 hectáreas de paisaje, incluidas las cumbres de las montañas. Albarracín es ahora candidata a ser declarada como uno de los observatorios europeos del paisaje.
El respeto al paisaje que rodea la localidad resulta primordial: en el plan especial no sólo se protegió el casco histórico y las murallas (12,2 hectáreas), sino también 155 hectáreas de paisaje, incluidas las cumbres de las montañas. Albarracín es ahora candidata a ser declarada como uno de los observatorios europeos del paisaje.
3 Materiales de la zona
La madera, el yeso rojo y la teja árabe son los elementos tradicionales de la construcción en Albarracín. En el proceso de recuperación del pueblo (no sólo de las fachadas, sino también de los interiores en una actualización coherente) ha sido prioritario que las tonalidades de ocres, rojos y anaranjados formen una unidad con el paisaje. El Ayuntamiento facilita el yeso rojo al dispensar la licencia para las obras. Se trata de un yeso molido artesanalmente, de dureza y flexibilidad singulares, utilizable en las fachadas. Frente a la preeminencia del hormigón, la labor que se desarrolló en la escuela taller consiguió convertir a muchos exalumnos en incondicionales del yeso rojo.
La madera, el yeso rojo y la teja árabe son los elementos tradicionales de la construcción en Albarracín. En el proceso de recuperación del pueblo (no sólo de las fachadas, sino también de los interiores en una actualización coherente) ha sido prioritario que las tonalidades de ocres, rojos y anaranjados formen una unidad con el paisaje. El Ayuntamiento facilita el yeso rojo al dispensar la licencia para las obras. Se trata de un yeso molido artesanalmente, de dureza y flexibilidad singulares, utilizable en las fachadas. Frente a la preeminencia del hormigón, la labor que se desarrolló en la escuela taller consiguió convertir a muchos exalumnos en incondicionales del yeso rojo.
4 No es una maqueta
El cableado se ha soterrado y la circulación de vehículos se ha restringido, detalles que contribuyen a crear una atmósfera especial. Pero se busca evitar que todo sea tan perfecto como en un parque temático (por eso no importa mucho que queden todavía casas viejas con las cicatrices del tiempo bien visibles).
El cableado se ha soterrado y la circulación de vehículos se ha restringido, detalles que contribuyen a crear una atmósfera especial. Pero se busca evitar que todo sea tan perfecto como en un parque temático (por eso no importa mucho que queden todavía casas viejas con las cicatrices del tiempo bien visibles).
5 Profesionalidad
Carpinteros, yeseros y otros artesanos, algunos con más de 20 años de experiencia, le dan continuidad a la idea de que el hacer las cosas bien, con acabados perfectos, es el mejor ejemplo.
Carpinteros, yeseros y otros artesanos, algunos con más de 20 años de experiencia, le dan continuidad a la idea de que el hacer las cosas bien, con acabados perfectos, es el mejor ejemplo.
6 El gran peligro
A la despoblación del centro y la saturación de turistas en festividades y vacaciones se une la ambición de abrir o ampliar negocios por parte de los empresarios de hostelería. Los expertos insisten en que el principal recurso es el patrimonio, no el turismo, y que resulta fundamental la programación de la oferta y la continua profesionalización, a fin de extremar los cuidados hacia el visitante y evitar en la arquitectura de los interiores lo falsamente rústico y lo kitsch.
A la despoblación del centro y la saturación de turistas en festividades y vacaciones se une la ambición de abrir o ampliar negocios por parte de los empresarios de hostelería. Los expertos insisten en que el principal recurso es el patrimonio, no el turismo, y que resulta fundamental la programación de la oferta y la continua profesionalización, a fin de extremar los cuidados hacia el visitante y evitar en la arquitectura de los interiores lo falsamente rústico y lo kitsch.
7 Finalidad cultural
El movimiento cultural de exposiciones y congresos supone un retorno económico para los habitantes y evita el peligro de convertir Albarracín en un pueblo-escenario que se vacía cuando se van las decenas de autobuses venidos por la mañana. Inyectar cultura en los espacios públicos se convierte así en una acción preferente.
El movimiento cultural de exposiciones y congresos supone un retorno económico para los habitantes y evita el peligro de convertir Albarracín en un pueblo-escenario que se vacía cuando se van las decenas de autobuses venidos por la mañana. Inyectar cultura en los espacios públicos se convierte así en una acción preferente.
8 Prueba/error
Las grandes inversiones suelen comportar grandes errores. Por el contrario, las operaciones a largo plazo y las inversiones graduales, con la complicidad de una corporación local sensibilizada, son garantía de los mejores logros.
Las grandes inversiones suelen comportar grandes errores. Por el contrario, las operaciones a largo plazo y las inversiones graduales, con la complicidad de una corporación local sensibilizada, son garantía de los mejores logros.
9. Educación
Los cursos de restauración que se celebran en Albarracín atraen a 70 profesionales al año.
Los cursos de restauración que se celebran en Albarracín atraen a 70 profesionales al año.
10 El reto
Mantener un crecimiento sostenible, de turismo cultural de calidad, en una localidad que no se vacíe por la noche, y que por proximidad a Teruel (25 kilómetros) atraiga al turismo extranjero.
Mantener un crecimiento sostenible, de turismo cultural de calidad, en una localidad que no se vacíe por la noche, y que por proximidad a Teruel (25 kilómetros) atraiga al turismo extranjero.
Decálogo basado en las opiniones de Antonio Jiménez (director gerente de la Fundación Santa María, que
aglutina a las instituciones y equipos), y en
las del arquitecto Pedro Ponce de León.
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