Martes 08 de agosto de 2017, 11:05h
La maniobra contra el turismo de los antisistema es tan grave que no puede encontrar la nada como respuesta. Hacer daño al turismo significa fragilizar el corazón económico de España. No se trata de una finta o de la acción aislada de unos vándalos. Estamos ante una operación de fondo que es imprescindible atajar si no queremos que se produzca un contagio general. Arran ha puesto en marcha una kale borroka especialmente alarmante.
La reacción del Gobierno, empezando por su presidente, no ha podido ser más defraudante. Palabras, palabras, palabras. La consabida verborrea condenatoria que se pierde en el viento. El Gobierno debería haber reaccionado de forma abierta y contundente, anunciando medidas concretas de urgencia para desenmascarar a los antisistema, detenerlos allí donde se encuentren y ponerlos a disposición judicial.
Y además, si fuera necesario, modificar la legislación para aumentar las penas, establecer multas disuasorias, que en el caso de los menores deben atender los padres. La fórmula de no hay que hacer nada porque el tiempo lo arregla todo, es una sandez. El tiempo no va a solucionar la turismofobia. La verborrea condenatoria tampoco.
Todavía se está a tiempo de responder al desafío con medidas disuasorias y curar la enfermedad antes de que se contagie y generalice. Alguien debe decirle a Mariano Rajoy que es necesario hablar menos y hacer más.
Y, por supuesto, la libertad de expresión avala cualquier idea relacionada con el turismo, incluso a los que propugnasen su reducción a cero. Pero dentro de la ley y sin la coacción de la violencia.
La reacción del Gobierno, empezando por su presidente, no ha podido ser más defraudante. Palabras, palabras, palabras. La consabida verborrea condenatoria que se pierde en el viento. El Gobierno debería haber reaccionado de forma abierta y contundente, anunciando medidas concretas de urgencia para desenmascarar a los antisistema, detenerlos allí donde se encuentren y ponerlos a disposición judicial.
Y además, si fuera necesario, modificar la legislación para aumentar las penas, establecer multas disuasorias, que en el caso de los menores deben atender los padres. La fórmula de no hay que hacer nada porque el tiempo lo arregla todo, es una sandez. El tiempo no va a solucionar la turismofobia. La verborrea condenatoria tampoco.
Todavía se está a tiempo de responder al desafío con medidas disuasorias y curar la enfermedad antes de que se contagie y generalice. Alguien debe decirle a Mariano Rajoy que es necesario hablar menos y hacer más.
Y, por supuesto, la libertad de expresión avala cualquier idea relacionada con el turismo, incluso a los que propugnasen su reducción a cero. Pero dentro de la ley y sin la coacción de la violencia.
Luis María ANSON
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