sábado, 30 de septiembre de 2017

Cataluña: secesión, no independencia

Cataluña: secesión, no independencia


La pasada semana, el New York Times apelaba al diálogo entre “Cataluña y España”, lo que ha sido convenientemente rentabilizado por Puigdemont, Junqueras e incluso Ada Colau. No es la primera vez que sucede algo así. La permanente intoxicación del nacionalismo catalán en foros internacionales en ocasiones da sus frutos, tanto por ignorancia ajena como por falta de respuesta propia. Y es que hasta ahora se han ido dejando sin respuesta –dentro y fuera de España- los intentos propagandísticos por parte del nacionalismo catalán a la hora de vender su idea de “independencia” cuando, en todo caso, habría que llamarlo “secesión”. El término debería tener especial significado para el New York Times, un ilustre rotativo que se publica en un país que se vio envuelto en una Guerra de Secesión, porque la Confederación del Sur consideraba que la soberanía residía en cada uno de los Estados, que no en el conjunto de los ciudadanos de la Unión. Sería recomendable que los medios extranjeros –sobre todo, los americanos- relean el famoso discurso de Lincoln, A House Divided.
La independencia es la aspiración a su libertad de pueblos sometidos o colonizados por otros. Reclamar la independencia de Cataluña equivale, pues, a afirmar que España y Cataluña son dos naciones diferentes -como ahora sostiene Pedro Sánchez- y que la primera ha sometido a la segunda, presuponiendo además una motivación histórica con fundamento. Por contra, la secesión expresa el acto por el que parte del pueblo y el territorio de una nación se separan de ésta, inaugurando un concepto geopolítico inédito hasta ese momento.
Bastaría con explicar algo tan obvio como la razón de la ilegalidad del referéndum propuesto por el nacionalismo y gran parte de la izquierda española: para decidir el cambio de modelo territorial ha de consultarse a la totalidad del pueblo español, no sólo a una parte -Cataluña, en este caso-. Lo dicen la Constitución y el sentido común. Sobre todo, es la idea fundamental en el mundo liberal-democrático desde 1789. Y, en España, desde 1812, en todas sus constituciones democráticas: que la nación la componen el conjunto de los ciudadanos, que no la mera agregación de territorios, de modo tal que ¿referéndum?, sí, ¿por qué no?, pero de todos los ciudadanos (no sólo de una parte), y de acuerdo a lo que establece la Constitución. Lo contrario no es sino un intento de construir una realidad paralela tan falaz e ilegal como peligrosa.

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