La paciencia
de los “malos catalanes”
El País | Ignacio Martín
Blanco
El pasado miércoles, 4 de
noviembre, aparecía en El País mi artículo Provocación y deslealtad, en el que
revelaba parte de lo que dijo Jordi Sánchez, presidente de la Asamblea Nacional
Catalana (ANC), en una cena que tuvo lugar el 5 de octubre en un piso particular
de Barcelona. Entre otras cosas, mi artículo denunciaba la estrategia del
independentismo, cuyos líderes reconocen en privado la evidencia de que no
cuentan con el suficiente apoyo popular para proclamar la independencia, pero
siguen actuando en público como si de hecho la estuvieran proclamando. Su
objetivo es provocar una reacción del Estado que nos lleve a un punto de no
retorno, ya sea la aplicación del artículo 155 de la Constitución o la
celebración de un referéndum de secesión impuesto por la comunidad
internacional ante una situación de inestabilidad política insostenible
generada a propósito por los propios independentistas. Esa es la lógica de la
resolución aprobada ayer por el Parlament.
Mentiría si dijera que me
sorprendió el revuelo que provocó el artículo. Por un lado, asumo las críticas
por publicar algo que se dijo en una tertulia privada, pero tengo la conciencia
tranquila porque sigo pensando que el interés general debe prevalecer sobre los
compromisos individuales, máxime cuando entre lo que alguien con
responsabilidades de gobierno dice en público y lo que dice en privado no es
que haya diferencias de matiz, sino que existe un abismo de deslealtad y
engaño. Parece que hay quien considera reprobable mi decisión de hacer pública
la determinación constatada de unos representantes políticos decididos a malear
la opinión pública y vaciar las instituciones de autogobierno mediante la
aprobación de resoluciones inaplicables. Supongo que les parecería más digno
que asumiera el papel de mero espectador de la odisea separatista que el guión
del “procés” reserva a los catalanes no independentistas, y que me resignara a
que los independentistas prosigan su travesía a Ítaca sin reparar en que en el
barco de Cataluña viajamos todos los catalanes, independentistas o no.
Sánchez no es un cualquiera,
no es un simple activista político, sino que es el presidente de una asociación
que desde el 2012 se ha convertido en una suerte de Gobierno de Cataluña en la
sombra, que ha condicionado sobremanera la política catalana a pesar de
situarse más allá del control de las instituciones democráticas. En los últimos
años los catalanes hemos asumido como si nada cosas tan anómalas como que el
presidente de la Generalitat, Artur Mas, convocara en el Palacio de la Generalitat
a la ANC -y a Òmnium Cultural- cada vez que se planteaba la necesidad de tomar
decisiones de especial trascendencia, como la convocatoria de elecciones. Sin
el beneplácito de la ANC, no hubiera habido elecciones catalanas el pasado 27
de septiembre. ¿Alguien se imagina que el presidente del Gobierno de España
necesitara la aprobación de una asociación como, por ejemplo, la Fundación para
la Defensa de la Nación Española para convocar elecciones generales? Así pues,
no hay duda de que lo que diga el presidente de la ANC tiene interés público.
Por otro lado, más allá de
los aplausos y los silbidos públicos, he recibido con satisfacción multitud de
llamadas y mensajes de amigos, conocidos y saludados, la mayoría de los cuales
ciudadanos catalanes que me agradecen que haya puesto negro sobre blanco la
estrategia independentista. Algunos me dicen que ellos también han oído a otros
líderes independentistas decir cosas parecidas, reconocer en privado que no
tienen suficiente apoyo popular para culminar su proyecto rupturista, pero que
deben seguir actuando como si lo tuvieran para provocar la reacción del Estado,
seguir pedaleando porque si no, la bicicleta se cae antes de llegar a la
siguiente meta volante. Van de farol en su desafío al Estado, es cierto, pero
no porque no quieran sino porque saben que no pueden y, conscientes de su
debilidad relativa, han decidido forzar la máquina y que salga el sol por
Antequera.
De un tiempo a esta parte
los independentistas se han autoerigido en representación exclusiva y abusiva
de los intereses de Cataluña, y eso es con toda seguridad lo que explica que
utilicen impunemente ese doble lenguaje que denunciaba en mi último artículo.
De ahí, también, que manifiesten como si tal cosa su voluntad de proclamar la
independencia contra la Constitución y el Estatut ¡con el apoyo del 48% de los
catalanes!, dejando claro que la desconexión aprobada ayer no será con el resto
de España, sino directamente con la realidad. Tan convencidos están de que
Cataluña les pertenece que se permiten airear su deslealtad para con la mayoría
de sus conciudadanos incluso ante alguien como yo, que llevo desde el inicio de
este fatigoso proceso defendiendo en público y en privado la concordia entre
los catalanes y la unión entre todos los españoles. Pero, cuando llevas tres
años dividiendo la sociedad catalana entre buenos y malos catalanes y actuando
como si los no independentistas no existiéramos, deberías contemplar al menos
la posibilidad de que a alguno de esos “malos catalanes” no independentistas,
harto de tanta deslealtad, se le acabe la paciencia y decida asumir los riesgos
de romper en algún momento la espiral del silencio.
Ignacio Martín Blanco es
periodista y politólog
nov 15
10
Del 6 de octubre al 9 de
noviembre
El País | Lluís Bassets
Como todos sabemos, Cataluña
tiene de todo. Incluso un mito insurreccional, fraguado sobre la historia de un
momento trágico y excepcional, en que tropas armadas a las órdenes del Gobierno
catalán se enfrentaron breve pero cruentamente con tropas a las órdenes del
Gobierno de la República Española. Fue en 1934, el 6 de octubre, cuando el
presidente Lluís Companys proclamó el Estado Catalán de la República Federal
Española desde el balcón de la Generalitat en la plaza de Sant Jaume.
La intentona duró apenas
unas diez horas, que arrojaron un terrible balance, solo disminuido por las
dimensiones de la carnicería que se avecinaba apenas a dos años vista con la
Guerra Civil. Fueron 74 los muertos y 252 los heridos, entre cuatro y siete
millares los detenidos, entre ellos el Gobierno catalán en pleno con su
presidente a la cabeza, así como el alcalde de Barcelona, numerosos
funcionarios, diputados, cargos públicos y dirigentes políticos y sindicales.
La autonomía fue intervenida, el Parlamento quedó suspendido, fueron prohibidos
los principales periódicos catalanistas, se reinstauró la censura sobre los
otros y dos militares se hicieron cargo de la presidencia accidental de la
Generalitat y de la comisaría de Orden Público.
del-6-de-octubre-al-9-de-noviembreLa
insurrección catalana fue un episodio más y no el más grave de una intentona
revolucionaria de mayor alcance contra el Gobierno derechista surgido de las
elecciones de 1933, que tuvo en Asturias su capítulo más cruento. Pretendía
frenar el fascismo pero dio pie en cambio a una brutal regresión de la
democracia y del autogobierno catalán de la que Cataluña apenas se recuperaría
durante unos pocos meses, antes de caer en el caos y el desgobierno de la
Guerra Civil.
Sobre las causas y lecciones
del Seis de Octubre ha corrido desde entonces mucha tinta, y una parte muy
importante precisamente en los últimos años, con motivo del proceso soberanista
y de los temores y esperanzas que ha suscitado. “No queremos un nuevo Seis de
Octubre”, se ha oído decir desde hace ya unos años en el campo nacionalista.
Para unos es un error a evitar; pero para otros, en cambio, es la experiencia
que conviene corregir y mejorar para que ahora salga bien.
Sobre las diferencias de
circunstancias entre 1934 y hoy no hace falta extenderse, porque casi todo es
distinto, la época y las sociedades. Esta vez no es el balcón presidencial sino
el parlamento donde se produce la proclama o acontecimiento inicial. No hay
ahora una proclamación unilateral de la independencia con pretensiones de efectos
inmediatos, sino una declaración que anuncia la ruptura o desconexión diferida
o a plazos con la legalidad constitucional y la desvinculación de la autoridad
del Tribunal Constitucional. A diferencia de los violentos años 30, todo parece
jugarse en los límites de la acción democrática y pacífica, en manifestaciones
cívicas, en los medios de comunicación, en la actuación de los Gobiernos y los
parlamentos o en los recursos a los tribunales. Aunque unos y otros pronuncian
palabras graves y duras, más o menos eufemísticas, como desconexión, ruptura,
insurgencia o rebelión, nada de momento sitúa la confrontación en el plano del
uso de la fuerza. Y lo que menos lo permite es precisamente el contexto
europeo, la desaparición de las fronteras y las soberanías compartidas —la
disolución precisamente de la idea de independencia nacional— bien distinto al
de la época de los nacionalismos agresivos, la escalada armamentística y los
totalitarismos.
Pero también hay semejanzas.
La mayor, probablemente la más insidiosa para la democracia y la que más se ha
subrayado, es que se trata en ambos casos de una ruptura con la legalidad por
parte de una institución surgida de la propia legalidad constitucional. En los
dos casos se confía en la acción unilateral para modificar la relación con el
resto de España, sin una negociación ni un acuerdo previo. Tal como han
señalado algunos historiadores, Lluís Companys no pretendía la separación, sino
repetir la jugada de Francesc Macià el 14 de abril de 1931, cuando proclamó la
República Catalana dentro de la Federación de Repúblicas Ibéricas,
adelantándose así a la proclamación de la República en Madrid por parte de
Niceto Alcalá Zamora, para conseguir con ello una negociación posterior, que es
la que desembocó en el Estatuto de 1932; nada muy distinto a lo que pretende
ahora Artur Mas, que quiere forzar una negociación tirando millas en el camino
de la independencia unilateral.
Algunas de las analogías
sugieren comportamientos recurrentes. Entonces como ahora, los dos presidentes
no eran inicialmente secesionistas; y en ambos casos nada puede entenderse sin
la radicalización izquierdista y el abandono de la moderación. También entonces
como ahora, todo se juega al final en la correlación de fuerzas y en la
capacidad de hacer un buen cálculo de las propias y las ajenas. En 1934, la
insurrección no contó con la movilización obrera y callejera y quedaron en nada
las milicias armadas que debían apoyar el golpe. En el actual proceso, Artur
Mas no ha obtenido la mayoría parlamentaria indestructible que pedía ya en las
elecciones de 2012 y tampoco ahora cuando pedía un resultado plebiscitario que
los electores le han negado, aunque haya ganado las elecciones con una mayoría
insuficiente para gobernar sin el apoyo de la CUP. Su aislamiento internacional
es pavoroso, pero además no cuenta con aliados en España; y se ha enajenado a
la mitad de la población catalana.
El juego comparativo no ha
terminado. También tiene sentido fijarse en las reacciones del Gobierno
español. Entonces se respondió a la fuerza militar con la fuerza militar. Ahora
las armas son jurídicas y gradualistas; el reproche, justísimo, es la falta de
respuesta política. Ante la aprobación en el pleno, ahora responde Rajoy con el
anuncio del recurso al Constitucional que produzca la inmediata suspensión de
la declaración y de sus efectos.
Con Artur Mas en funciones y
a la espera de una improbable investidura, el papel de Companys corresponde
ahora a Carme Forcadell, la presidenta del Parlament sobre la que ha recaído la
responsabilidad de un trámite tan irregular como precipitado para aprobar la
declaración. Pero no será por esta actuación partidista en la interpretación
del reglamento del Parlament por lo que se le pedirá responsabilidades, sino
por las iniciativas que pueda tomar en el futuro en cumplimiento de la
declaración que el Constitucional suspenderá en las próximas horas. Si
Forcadell es la primera que actúa contra la legalidad de la que deriva su
presidencia será ella y no Mas quien alcanzará una palma del martirio patriótico
similar a la que obtuvo Companys el Seis de Octubre de 1934. Seguro que será un
honor para ella, pero también que no le importará a Mas, si le sirve para
seguir dirigiendo el proceso hasta su culminación.
Lluís Bassets
15
10
Torcuato Fernández Miranda,
el guionista de la Transición
ABC | Pablo Casado
En septiembre de 1978, en la
prestigiosa tercera de este diario, Torcuato Fernández-Miranda escribía:
«Asumir la Historia no es aceptarla sin más; pero sí es, nos guste o no,
aceptar que nos condiciona y determina, porque, queramos o no, de ella venimos
y somos en gran medida lo que ella nos ha hecho». No sabemos si, en aquel
momento, el autor de estas palabras pretendía advertir a las generaciones
futuras de los peligros de olvidar o reescribir la historia.
De lo que no hay duda es de
que conocía bien a los españoles; en particular, el hábito arraigado de
despreciar lo nuestro y esa mala costumbre de juzgar el pasado desde los
parámetros del presente. Sólo así podría explicarse el afán actual por
descalificar una época histórica que está ya, por méritos propios, en los
libros de la historia universal y sobre la que se levanta el sistema político
que tantos años de paz y bienestar ha dado a la sociedad española.
La Transición de la
dictadura a la democracia es uno de los logros de los que más orgullosos nos
debemos sentir los españoles. Hay quien se ha empeñado en una labor de acoso y
derribo de ese momento de nuestra historia con revisionismos demagógicos. Otros
se inventan la necesidad de enterrarla bajo una pretendida segunda transición,
como arrogante e irresponsable baza electoral. Y, sin embargo, fuera de nuestro
país se considera uno de los grandes episodios de nuestra historia centenaria,
y se toma de ejemplo para otras transiciones, como la tunecina, flamante premio
Nobel de la Paz.
Algunos han definido la
Transición como una obra coral, en la que es difícil enumerar a sus
protagonistas sin dejarse a alguien, pero no hay duda de que Torcuato
Fernández-Miranda fue responsable de escribir el libreto original. Es de
justicia, por tanto, reconocer en su centenario el papel que en esa gran obra
desempeñó el que un libro reciente denomina, con acierto, el guionista de la
Transición.
La obra de Torcuato
Fernández-Miranda nace de profundas convicciones, de la poderosa creencia en la
capacidad de la política para transformar la realidad circundante. Mucho
podemos aprender de la necesidad de hacer política con los pies en el suelo,
convencido de la conveniencia de elevar, como dijo Adolfo Suárez, a la
categoría política de normal lo que en la calle es simplemente normal. De su
apertura al diálogo, fruto de su concepción de la democracia como un ejercicio
continuo en el que «la mayoría es un hecho que tiene que ser verificado
continuamente». De la valentía de defender sus ideas y trabajar por ellas. De
la conciencia de que la política necesita, de vez en cuando, personas que
ejerciten el «derecho a la impertinencia». De la austeridad que le llevaba a
costearse de su bolsillo el material de despacho de presidente de las Cortes. Y
de la discreción y generosidad del que, según él, no se considera
indispensable, pero que llegó a figurarse que sólo se le llamaba para atender
casos perdidos, algo que consideraba una forma de especialización.
Sus enseñanzas mantienen
plena vigencia. Desde su posición de hombre de Estado, alejado de una ciega
disciplina partidista, siempre defendió su concepción de la política y del
político como algo «necesariamente posibilista, que tiene que adaptarse a los
hechos y a las circunstancias». Nada más lejos de determinados llamamientos
políticos, muy en boga en estos últimos años, frente a los que ya en 1978
alertaba: «Nuestra dura historia contemporánea, desde las Cortes de Cádiz,
demuestra que las creaciones abstractas, las ilusiones, por nobles que sean,
las actitudes extremosas, los pronunciamientos o imposiciones, los partidismos
elevados a dogma, no sólo no conducen a la Democracia, sino que la destruyen».
En esta semana decisiva para
abortar el desafío secesionista en Cataluña, es más necesaria que nunca su gran
lección magistral, la del respeto escrupuloso a las normas vigentes,
independientemente de su opinión sobre las mismas; y la inteligencia para
utilizarlas, «de la ley a la ley», en su afán democratizador.
Sin haberle conocido, y
contemplado desde la distancia, me resulta especialmente precursora, y a su vez
cercana, su preocupación por el futuro de la relación de los jóvenes con la
política. Unas nuevas generaciones para las que él creía que la política es una
«palabra muerta», y que debemos atraer a la participación y al servicio público
con ese «derecho a equivocarse noblemente» que nos concedía Torcuato, pero
aprovechando el legado histórico de los que nos precedieron.
Mantener viva la memoria de
la Transición es la mejor garantía de fortalecer el sistema constitucional y la
unidad de España. En las próximas elecciones generales nos jugamos seguir
avanzando por este camino de bienestar y progreso, construido con el esfuerzo
de todos en los últimos cuarenta años, o repetir los mismos errores y convertir
a nuestro país en esa aldea sin memoria de la que hablaba García Márquez.
Pablo Casado, vicesecretario
de Comunicación del PP.
09
Cataluña y Kosovo, nada que
ver
El País | Guillermo Altares
Kosovo, una antigua
provincia serbia de mayoría albanesa, declaró su independencia en 2008 con el
apoyo de una parte de la comunidad internacional encabezada por Estados Unidos.
Siete años después, se parece bastante a un Estado fallido: constantes
protestas ciudadanas por el paro, ausencia de futuro para sus jóvenes y una
migración masiva hacia Occidente. Aunque haya sido reconocido por más de 100
países, sigue sin ser aceptado por Estados como China, Rusia o España. El
Tribunal Internacional de Justicia de la ONU, con sede en La Haya, confirmó que
la declaración unilateral de independencia no fue ilegal en una sentencia no
vinculante de 2010.
Hoy Kosovo ha intentado, sin
éxito, entrar en la Unesco porque en este organismo de Naciones Unidas no
existe el derecho de veto, a diferencia del ingreso en la ONU, que tiene que
pasar por el Consejo de Seguridad, donde cinco potencias pueden vetarlo. Un
informe encargado por la Generalitat propone que Cataluña siga un camino
similar para colarse por la puerta trasera en el sistema de Naciones Unidas.
Los paralelismos entre Kosovo y Cataluña se acaban ahí, tanto desde el punto de
vista de la historia, de la división étnica, del pasado reciente como del
derecho internacional. Son casos que no tienen absolutamente nada que ver.
Kosovo es el lugar donde
empezaron y acabaron las guerras que asolaron los Balcanes en los años noventa.
Yugoslavia era un país formado por seis repúblicas, que en teoría tenían
derecho a la autodeterminación, y dos provincias autónomas que formaban parte
de Serbia: Kosovo, con un 90% de población albanesa pero que, a su vez, los
serbios consideran la cuna de su historia y religión, y Vojvodina, con una
minoría húngara. Cuando tras la muerte del mariscal Tito Yugoslavia se
tambaleaba, Slobodan Milosevic, el fallecido caudillo serbio, utilizó Kosovo
para azuzar el nacionalismo y convocó, en 1989, un aquelarre que reunió a
cientos de miles de personas en el Campo de los Mirlos, en las afueras de
Prístina. El lugar no podía ser más simbólico: allí, en 1389, los serbios
perdieron su independencia tras ser derrotados por los turcos y desde entonces
ese día, el 15 de junio, es su fiesta nacional.
Conforme se hacían más
intensas las fuerzas centrífugas en Yugoslavia, Milosevic quiso aumentar su
control sobre todas las repúblicas y también sobre sus provincias y decidió
suspender en 1990 la autonomía de Kosovo y Vojvodina, una decisión que muchos
historiadores ven en el origen de las guerras yugoslavas. Derrotado en
Eslovenia, que logró la independencia tras un breve conflicto de diez días, y
en Croacia, Milosevic ganó territorio con una limpieza étnica genocida en
Bosnia y decidió hacer lo mismo en Kosovo. Cuando desató una oleada de
represión brutal contra los albaneses, la OTAN lanzó una campaña de bombardeos
en 1999, que provocaron dos meses después la salida de las tropas serbias de la
provincia, que quedó en manos de unas misión de Naciones Unidas, UNMIK, con el
apoyo de tropas internacionales coordinadas por la OTAN, KFOR.
Las venganzas de los
albaneses contra los serbios, el poder que alcanzaron los antiguos
guerrilleros, la división étnica, el temor generalizado en el que vivían los
serbios, los ataques contra sus iglesias (reconocidas por la Unesco como
Patrimonio de la Humanidad), las mafias que campaban a sus anchas en un
territorio que se convirtió en un foco de todo tipo de tráficos, la pobreza y
el paro transformaron a Kosovo en un polvorín. La situación estalló en marzo
2004 con una revuelta contra la minoría de serbia de Kosovo, durante la que una
turba de unos 50.000 albaneses radicales (según una investigación de la ONU)
asesinó en dos días a 19 serbios e incendió 4.000 edificios, entre ellos 39
iglesias, ante la impotencia de 15.000 soldados de la Kfor (subió después de
los ataques hasta los 19.000) y 3.000 policías de Naciones Unidas.
La ONU encargó entonces al
diplomático finlandés Martti Ahtisaari buscar una salida, antes el riesgo de
que la violencia étnica volviese a los Balcanes. Llegó a Prístina un día de
noviembre de 2005 con temperaturas bajo cero y sin calefacción. Como en muchos
países del Este, era central para toda la ciudad y no funcionaba, toda una
metáfora del Estado general de la provincia. Los líderes kosovares anunciaron
que no iban a aceptar otra salida que no fuese la independencia y los serbios
que no iban a aceptar la independencia de ninguna manera. ¿Se parece esto en
algo a Cataluña? Según fueron pasando los meses, muchos representantes de
Belgrado, incluso dentro de los partidos nacionalistas, decían, en voz baja,
que estarían encantados de que Kosovo se fuese de una vez siempre y cuando se
hiciese sin grandes alharacas, una independencia de facto pero no de derecho.
Ahtisaari rompió el nudo
gordiano apoyando una extraña fórmula de independencia tutelada y presentó su
plan en febrero de 2007, que orillaba el gran problema jurídico: Milosevic
aceptó la retirada de sus tropas y la entrada de las fuerzas internacionales
con la condición de que Kosovo nunca fuese independiente, como quedó plasmado
en la resolución 1244 del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaba esta operación
y garantizaba la integridad territorial de Serbia. El plan fue rechazado por
Belgrado, lo que no impidió que Kosovo declarase su independencia en 2008, con
el apoyo de gran parte de la comunidad internacional.
El plan establecía que
“Kosovo será una sociedad multiétnica, que se gobernará a sí misma de forma
democrática y con respeto a la ley, a los derechos fundamentales y a los
derechos humanos”. El documento decretaba desde su preámbulo que “una autoridad
internacional civil” supervisará a las autoridades nacionales.
Kosovo ha logrado el
reconocimiento de más de 100 países aunque otros, como España, Rusia, China,
India o Rumania, se niegan porque consideran que no se puede aceptar una
independencia que no reconoce el Estado del que se ha desgajado el nuevo país.
Está fuera de la ONU y la entrada en la UE parece una quimera, no sólo por
motivos políticos sino porque los criterios mínimos para comenzar una
negociación están muy lejos. La sentencia del tribunal de La Haya representó un
gran espaldarazo pero no es vinculante y, en cualquier caso, dejaba claro
varias veces que Kosovo es un caso único y excepcional. Kosovo se independizó
de forma unilateral sin contar con el acuerdo del país al que había pertenecido
hasta entonces, pero lo hizo aplicando un plan de Naciones Unidas elaborado
durante dos años, con el apoyo de la mayoría de los países de la ONU y bajo el
compromiso de someterse a la supervisión internacional. Los paralelismos con
Cataluña son imposibles de encontrar.
Guillermo Altares, redactor jefe
de la sección Internacional del diario El País.
ov 15
09
Y el Estado se quitó la
chaqueta
El Mundo | Luis
Sánchez-Merlo
El despliegue
cinematográfico, con cientos de agentes deteniendo tesoreros y empresarios
(incluido el registro por la Policía de la vivienda y demás dependencias de la
familia Pujol), la proclama soberanista -urgida por las prisas de la CUP-
precipitando la tramitación de la independencia y la respuesta del jefe del
Ejecutivo que, con reflejos redimidos, escenificaba una declaración grave
seguida de encuentros con la oposición, han marcado el final trepidante de este
otoño para el recuerdo.
Ante la escalada, muchos
españoles han tomado conciencia de que se puede estar poniendo en riesgo la
integridad de la Nación. Algo así como la hora de la verdad. Y es que la
‘galbana’ institucional había cimentado la creencia de que el desafío -aunque
continuado- no llegaría al final. No se había dado suficiente importancia al
hecho de que quien va a cometer un fraude de ley lo hace con sumo cuidado. Y,
desde la Diada del 2012, los paladines de la ruptura habían trazado un
minucioso itinerario de desafíos, provocaciones y amenazas.
Con su comparecencia y la
llamada a sindicar la defensa de la unidad, el jefe del Gobierno se ponía manos
a la obra para desbaratar lo que tenía el aroma de la insurrección, por parte
de dos partidos soberanistas que disponen de la mayoría absoluta de escaños
-que no de votos- en el Parlamento de Cataluña.
y-el-estado-se-quito-la-chaquetaPero
los que no parecen habérsela quitado todavía -y esto no ha pasado
desapercibido- son quienes desde una posición no independentista han hecho gala
de sonora pasividad, acompañada de espeso silencio -con honrosas y escasas
excepciones- ante el atropello de quienes se han erigido en valedores de la
separación de Cataluña, sin miramientos legales.
Así, la recién elegida
presidenta, Carme Forcadell, siguiendo al pie de la letra el libreto del viaje
a la independencia y como estrambote a su discurso inaugural, profirió con un
tenue hilo de voz: “Visca la república catalana“. La mitad del hemiciclo
-exactamente, el 47% de los presentes- rompía en aplausos, quedando en silencio
el resto. No se entiende bien que los ‘desconsiderados’ no se ausentaran,
evidenciando que la elegida sólo representa a una parte del conjunto.
Y es que la secuencia lógica
de este ‘continuum’ debería haber pasado por un rechazo explícito -decía
Ortega, “ha llegado el minuto preciso en que hay que quebrar ese silencio”-
porque si no, descartada la complacencia, la pregunta es inevitable: ¿es que
nada turba en esta Cataluña exaltada por ese cuarenta y pico por ciento que ha
decidido “desconectar”?
Ensalzó Forcadell un valor
irreal e inexistente -la república catalana- que es, además, contrario a la Ley
fundamental del Estado. Y lo hizo en sede parlamentaria y durante el desempeño
de su posición institucional como representante del Estado. Nunca se había
llegado tan lejos en la dialéctica de la confrontación y quienes han empezado a
romper amarras saben lo ingrato de una diligencia judicial frente a la
inmunidad parlamentaria, el clima hostil a esa variable y la rentabilidad de la
provocación o el victimismo. Con el grito de la presidenta se ha roto también
el espejo para quien quisiera ver lo que está sucediendo.
Los autores intelectuales de
este epígrafe de la hoja de ruta, perpetran una agresión a quienes -igualmente
representados en el Parlamento- no desean ni la independencia ni la
proclamación de la república catalana (aunque una parte de ellos no le haría
ascos a la española). Han matado, pues, dos pájaros de un tiro porque, además
de este desaire, nada menos que al cincuenta y pico por ciento de los votantes
catalanes, insisten en la carga emocional contra varias decenas de millones de
españoles, una vez más sacudidos por el oleaje que impugna la concordia.
Como era de esperar, la
inminencia de la confrontación ha provocado disgusto indisimulado pero, al
mismo tiempo, parece haberse perdido, por fin, esa reserva a diagnosticar la
enfermedad -rebeldía- y su farmacopea -artículo 155-. Para defender la
independencia, se asesta un golpe a la democracia que, ante todo, es orden
jurídico y cuando este se quiebra -con la desobediencia de las leyes y los
tribunales- lo que aflora es el totalitarismo. Y en esta ocasión se invoca, con
naturalidad, el uso, previsto en caso de resistencia o desobediencia, de la
‘coerción federal’, a emplear con medida, prudencia y proporcionalidad. Una y
otra vez, la ley se ha incumplido y la demanda para que se aplique sin
complejos se ha convertido en exigencia compartida por la mayoría que no quiere
la desconexión y cuyo hastío no deja margen para la condescendencia.
La unidad de España no es
una imposición caprichosa, es una exigencia de la Historia y la garantía de que
todo el mundo tenga los mismos derechos. De ahí que ésta sea la hora de los
ciudadanos, lo que implica un ejercicio de pedagogía constante para que se
deslinden bien las cuestiones. Porque lo grave no es pedir la independencia,
aspiración legítima de quienes así lo desean, sino proclamar, violentándola, el
desacato a la ley.
La sociedad silente no
permitiría que se la utilice como escudo para distraer de otras cuestiones que
podrían explicar el frenesí para la desconexión ¿de la justicia española, de la
Policía, de las instituciones del Estado? ¿Para enervar la aclaración de los
ilícitos penales, impunes, que se hayan podido producir?
Cataluña centrará la campaña
electoral de los partidos de cara a las generales. Pero de forma especial, la
de aquéllos que no están dispuestos a abandonar a esa otra mitad de catalanes
que también se sienten españoles, ni a aceptar el acta de un garrotazo al
Estado en el seno de una sociedad conmocionada por el paisaje de la escisión y
la corrupción. Y llegados aquí, una pregunta: ¿cómo es que en el anuncio de la
proposición parlamentaria para la puesta en marcha de la independencia, no se
ha mencionado -en un ejercicio de coherencia- que los partidos que forman parte
de esas dos coaliciones no piensan concurrir a las elecciones generales?
Cada día parece más claro
que la apelación a los sentimientos encubre el atropello a las leyes. Una
certeza: los que plantean la sedición retrocederán ante el ejercicio legítimo
de los medios del Estado. Y un vaticinio: no llegaremos al abismo y ganará el
imperio de la Ley, aunque el mal ya está hecho y el problema seguirá constando
con mayor o menor intensidad.
Pero como no hay que fiarse
mucho de los remedios penales para atajar actuaciones planeadas hasta sus más
mínimos detalles para convertir el proceso penal en una causa política -con
mártires sonriendo ante las cámaras- rescatemos el orteguiano “¡catalanes a las
cosas!” y que nadie desvíe a este país de sus auténticos objetivos: consolidar
la recuperación económica y fortalecer la estabilidad.
Tiempo de tender puentes, de
preocuparse y ocuparse de las cosas, de gobernar para resolver los problemas de
la exclusión, de los refugiados, de los desheredados. Sin perder, por ello, de
vista, el catálogo de los delitos que el Estado tiene censados y que, hasta el
momento, se pueden computar en el debe de los secesionistas:
– Delito continuado de
sedición, de acuerdo con el artículo 544 y siguientes del Código Penal.
– Delito de desobediencia y
desacato a las autoridades judiciales del Estado, según el artículo 508 del
Código Penal.
– Delito de usurpación de
atribuciones, al haberse convocado consulta popular por vía de referéndum sin
tener competencia para ello. Artículo 506 del Código Penal.
– Delito continuado de
ultrajes a España y a sus símbolos y emblemas, contemplado en el artículo 543
del Código Penal.
Y una reflexión final:
cuando se avecina un temporal, la veteranía de un comandante con miles de días
de mar es el mejor activo para capearlo y seguir navegando rumbo al destino.
Porque una mala decisión puede ser fuente de nuevos males, pero la falta de
decisión siempre conduce al desastre.
Luis Sánchez-Merlo fue
secretario general de la Presidencia del Gobierno (1981-82).
nov 15
11
Una revolución de salón
La Vanguardia | Lluís Foix
Los dados están echados y
han empezado a rodar. El Parlament de Catalunya ha aprobado la propuesta de
resolución que supone el comienzo de una ruptura con España que tendría que
estar lista en un año y medio. Se aprobó el proceso de creación del Estado
catalán independiente en forma de república. Por 72 votos contra 63.
No encuentro precedentes en
que una decisión de esta envergadura se haga con una presidencia y un gobierno
en sede vacante. En la declaración aprobada se insta al futuro gobierno a “que
cumpla exclusivamente aquellas normas o mandatos emanados de esta Cámara,
legítima y democrática, a fin de blindar los derechos fundamentales que puedan
estar afectados por decisiones de las instituciones del Estado español”.
Fue una votación precipitada
que ha despertado a Rajoy y a Pedro Sánchez, que van a ponerse de acuerdo para
que los mecanismos de que dispongan puedan anular y dejar sin efecto la
declaración del inicio de la república catalana. No deja de sorprenderme que el
Ejecutivo prejuzgue ya cuál va a ser la reacción del Constitucional. Podrían
esperar unos tres días sin dar por supuesta la decisión de los jueces. Cuánto
daño ha hecho a la política española y catalana la contaminación del poder
ejecutivo sobre el poder judicial.
una-revolucion-de-salonEl
hecho es que se ha iniciado el proceso de ruptura con España con una
declaración institucional. Esto ya no son palabras ni retórica. Hay un acto
político-jurídico que rompe la legalidad vigente. Es una revolución
democrática, dicen los defensores de la ruptura, pero saltarse la ley no es
democrático a no ser que sea sustituida por otra ley que nazca de un cambio de
régimen o de una revolución que no sea de sonrisas sino de actos de fuerza de
unos o de otros. El historiador Josep Fontana se refirió recientemente a esta
segunda opción. La independencia no se sirve gratis.
La revolución de las
sonrisas es eso, una revolución de salón, en la que alguien puede pretender
cambiar la legalidad porque las leyes vigentes no le gustan o le pueden
perjudicar. Con todos los respetos, la votación de ruptura del lunes es como
jugar un partido de fútbol pensando que el otro equipo se dejará golear.
Pretender que el Estado será neutral con la creación de una república catalana
declarada unilateralmente me parece que es desconocer la historia del Estado al
que pertenecemos y también ignorar lo que Europa y la comunidad internacional
van a decir en los primeros meses o años de una hipotética república catalana
desgajada de España sin una mayoría absoluta de votos que la avalen. Hemos
llegado hasta aquí porque Artur Mas ha hecho una lectura política confusa,
equivocada pienso, de las grandes manifestaciones de las últimas cuatro Diades.
Y también porque Mariano Rajoy decidió, equivocadamente también creo, que el
problema de una futura secesión de Catalunya acabaría como el plan Ibarretxe.
La política no se hace en la
calle sino en las instituciones. La calle puede influir y a veces determinar
una política. Pero detrás de cada gran manifestación se esconde el pluralismo
social y político que luego se confirma en las urnas. Artur Mas elogió con
razón que en las concentraciones masivas no se ha tirado ni un papel al suelo.
Cierto. Pero también hay que remarcar, como recordó Miquel Iceta, que los que
no fueron a manifestarse tampoco se dedicaron a romper el mobiliario público.
Es interesante repasar el
dietario de Amadeu Hurtado, Abans del Sis d’Octubre, en el que relata su papel
mediador entre el Gobierno de la República presidido por Ricardo Samper y el de
la Generalitat presidida por Lluís Companys. Hurtado consigue un acuerdo con
Samper que no es otra cosa que el cadáver del Tribunal de Garantías, que se
puso en contra de Catalunya a propósito de la ley de Contractes i Conreu de
1934. Le sugiere que vaya al Parlamento con ese trofeo, que será aceptado por
el Gobierno de la República. “Nada –responde Companys–, estoy dispuesto a todo
y si conviene los recibiré a tiros a todos los que quieran apoderarse de la
Generalitat”.
El paralelismo con la
situación actual es inexistente. Pero vale la pena seguir el diálogo entre
Companys y Hurtado. Dice el president que “ha llegado la hora de dar la batalla
y de hacer la revolución. Es posible que Catalunya pierda y que algunos de
nosotros dejemos la vida; pero perdiendo, Catalunya gana porque necesita a sus
mártires que mañana le asegurarán la victoria definitiva”.
Ya se sabe cómo acabó
aquello. La declaración de ruptura ha sido esta vez más suave en la forma pero
más contundente en el fondo. El Estado ha empezado a reaccionar. La política no
es un simulacro ni una metáfora. Tampoco son declaraciones y declaraciones
comentadas en tertulias. Es el arte de lo posible, dijo alguien que ha sido
copiado por muchos. Kavafis empieza su célebre poema diciendo que “cuando
emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras,
lleno de experiencias”. Exacto.
Lluís Foix
12
Ley, Justicia y Democracia
El País | Enrique
Moradiellos
En una reciente entrevista
radiofónica en la cadena Onda Cero, Antonio Baños, líder de la CUP, explicó su
posición secesionista con una razón suprema recurrente en los últimos tiempos
en el debate político catalán: “Nosotros lo que queremos es trascender una
legalidad para crear otra legalidad. (…) Como nación soberana, lo trascendemos
creando la legalidad catalana”. Una afirmación que plantea la reconsideración
de varios supuestos implícitos de orden histórico-jurídico (y cívico) que están
en el núcleo de esa justificación de ruptura legal “democrática”.
En el proceso civilizatorio
que registra la historia hay un elemento crucial que, desde tiempos clásicos
greco-romanos, suele llamarse “el principio de legalidad”. Está en la base de
la constitución del derecho como patrón normativo de conductas aceptadas o
rechazadas que sirve de referente a una comunidad política de individuos
heterogéneos. Esto es: grupos colectivos que no son familia (y que por tanto no
se rigen por vínculos de sangre y parentesco “naturales” de afecto, respeto y
consideración) y que sí son vecinos (oriundos de familias diversas que conviven
en el mismo tiempo y sobre un mismo espacio de acuerdo a algún tipo de reglas
instituidas y ya no instintivas).
Desde las primeras
civilizaciones mesopotámicas hasta la cristalización del derecho romano, ese
principio de legalidad deriva de algo tan simple como transcendente: el
derecho, como código más o menos sistémico de normas acordadas, funda el Estado
como institución terrenal y temporal de convivencia supra-familiar. Porque sin
Estado, no hay Derecho. Y así tenemos el llamado “código de Hammurabi” (siglo
XVIII antes de Cristo) que recoge los “decretos” del rey babilónico inspirados
en un ideal de justicia labrado en torno al binomio de “estabilidad y equidad”.
Los griegos, que también consideraron que el ideal de justicia exigía equidad y
norma conocida, llamaron a ese objetivo eutaxia (equilibrio ordenado).
Los romanos dieron el salto
lógico y establecieron la fórmula jurídica del principio de legalidad de la
mano de Cicerón (siglo I a. C.): Salus Publica in legibus sita est. A saber: la
“salud” (bienestar y equilibrio) del Estado (o sociedad política) radica en las
leyes. El corolario de esa máxima era evidente y acuciante: la paz pública
(concordia interna y seguridad externa bajo la ley) sólo era posible eliminando
la guerra y la violencia: Silent leges inter arma (las leyes callan cuando
hablan las armas). Por eso, el propio Cicerón, que vivió y fue asesinado
durante las guerras civiles que destrozaron la República romana, dejó escrito
como legado: “cualquier género de paz me parece preferible a la guerra civil”.
La aparición de la idea de
lex como norma jurídica fundacional de la vida estatal es, por tanto, un
proceso histórico largo e íntimamente ligado al paso del estadio de barbarie al
de civilización. Y su configuración no es posible hasta que surge el Estado
después de la revolución neolítica y gracias a la vida urbana de estructura
socio-ocupacional compleja y con dominio de la escritura como tecnología
comunicativa superior. De hecho, lex es un vocablo latino de origen indoeuropeo
que deriva del verbo lego (con el sentido de “juntar y reunir”). El mismo
vocablo que da origen a legere (“juntar signos y leer”). Y como lex hay que
entender los acuerdos registrados por escrito (para conocimiento de todos y
perduración temporal, frente a la costumbre familiar o mores) entre individuos
racionales que tienen inteligencia (inter-legere) porque pueden entenderse y
acordar normas colectivas con fuerza vinculante. Y no importa que el fundamento
último de esa norma se entienda como otorgada por los dioses, enseñada por los
profetas o instituida por los hombres sabios. Compone un parámetro social de
conductas admisibles o inadmisibles que evitan el vacío del caos (y su
compañera: la fuerza bruta violenta) y es condición para la vida civilizada en
cuanto que estatal, urbana, letrada y racional.
Sin embargo, a pesar del
“poder sagrado de las leyes” (Rousseau), el devenir histórico muestra un
proceso más o menos violento de cuestionamiento, destrucción y cambio de leyes
a lo largo de los siglos y las culturas. Hasta llegar al triunfo del llamado “Estado
de Derecho” en la época contemporánea de la mano de la alternativa
liberal-democrática, que encumbra el principio de legalidad hasta hacerlo
supremo y axiomático: la democracia es ante todo the rule of law (el imperio de
la ley). Una fórmula que, básicamente, implica que por encima de la ley no está
ni el rey soberano del Antiguo Régimen. Y cuya observancia protege al ciudadano
del despotismo de la voluntad de un César omnímodo tanto como de la tiranía de
las masas incontroladas e impunes. Un César o una masa capaces de imponerse de
manera ilegal e ilegítima por razones que Juvenal había caricaturizado en un
verso magistral: “porque quiero, porque lo mando y porque mi voluntad es la
única razón”. Desde luego, ese triunfo del paradigma democrático sólo fue
posible (y en una parte todavía hoy pequeña del mundo) una vez superado el
doble desafío de los totalitarismos del siglo XX.
En todo caso, al margen del
modelo democrático, el mencionado proceso histórico de cuestionamiento,
destrucción y cambio de leyes normalmente ha utilizado dos vías básicas de
actuación para sus fines.
La primera vía de alteración
del principio de legalidad vigente ha recurrido a la invocación de un verdadero
“estado de necesidad” que habría obligado a modificarlo en virtud de otro
superior y anterior: el principio de realidad. La propia doctrina romana (otra
vez Cicerón) articuló la fórmula para “justificar” (legalizar) la alteración de
la norma en casos extremos de máximo peligro: Salus Publica Suprema Lex. Y así
se constituyó la institución de la dictadura comisaria como expediente para
afrontar situaciones de grave riesgo que la ley no contemplaba inicialmente. Y
así surgieron en los códigos constitucionales democráticos las previsiones de
estados de alarma, sitio, excepción o guerra para prever esas situaciones y
darles cobertura legal (como es el caso del artículo 155 en la constitución
española de 1978).
El grave problema de esa
invocación a un precepto legal anterior y superior para vulnerar la ley vigente
fue el que contemplaron los criollos que dirigieron el proceso de emancipación
de la América española a partir de 1808: roto el dique de legalidad colonial,
todos los aspirantes a ejercer el derecho de actuar por principio de necesidad
competían por imponerse a otros equivalentes en igualdad de condiciones de
legitimidad. Y así se sucedieron las luchas que desangraron y fracturaron los
límites de los antiguos virreinatos en nuevas naciones sucesorias soberanas en
un contexto donde callaba la ley porque hablaban las armas y el derecho se
fundaba en la fuerza bruta.
La segunda vía de alteración
suele recurrir a la impugnación del principio de legalidad apelando a una
instancia igualmente jurídica pero superior y anterior, en la línea de las
declaraciones de Antonio Baños. En su lógica, la legalidad vigente sería mera
plasmación contingente de una fuente más profunda y “legítima”: el Ius, la
virtud que encarna la Iustitia. Estaríamos así en la dialéctica de la Lex
frente al Ius, siendo éste el vocablo derivado de una raíz indoeuropea que
tenía el sentido de “juntar y atar”: Iugum (yugo) y “yuxta-puesto” (poner
juntos unidos). Así, el Ius encarnaría la norma de justicia natural “legítima”
(ontológica) que obliga por necesidad primaria mientras que la ley (positiva)
sería sólo una norma acordada convencionalmente y mudable sin coste. Y nadie
debe dudar que lo primero tiene primacía respecto de la segunda y puede y debe
ser invocado para “justificar” (convertir en iusto) la anulación, eclipse o
cambio de ésta.
Siguiendo este razonamiento,
el valor supremo de la ley queda anulado por su colisión con el valor supremo
de la justicia, como recordaba otra máxima latina ya de época moderna: Fiat
Iustitia pereat Mundus (Hágase la justicia, aunque su resultado sea el fin de
una realidad mundana). El gran problema de este argumento no reside sólo en que
la relación entre lex y ius (y legalidad y legitimidad) sea mucho más estrecha
de lo que parece porque ambos términos denotan siempre normas históricas,
contingentes y acordadas por seres humanos y que difícilmente pueden tener
fuentes de “derecho natural” que permitan concebir la justicia al margen de su
codificación legal.
El grave problema es que esa
fundamentación de la justicia fuera de la ley exige una fuente que sólo puede
ser de naturaleza divina (metahumana) o divinizada en la práctica (la nación,
la raza, la clase). Y entramos así en la absoluta arbitrariedad porque, roto el
dique de la legalidad, cada conciencia individual podría elevar a la condición
de fuente de justicia su propio parecer personal intransferible. Y, por tanto,
esa nueva legalidad “justa” sólo cabe imponerla por el recurso a la fuerza
coactiva contra los “desviados” que impugnan la santidad de la nueva ley. Es lo
que acertadamente el periodista Carlos Alsina planteó a Antonio Baños en su
entrevista: “¿Una vez que exista esa legalidad catalana, el ciudadano que
entienda que es injusta puede desobedecerla también?”.
En el caso de los Estados de
Derecho liberal-democráticos, ese gravísimo problema siempre se ha afrontado
con la máxima del respeto estricto a la legalidad, tanto en su vertiente
material como procesal. Primero, porque el Estado de Derecho es aquel que
permite la reforma y reemplazo de la ley por cauces previsoramente estipulados
y racionalmente acordados (y, en el caso de la Constitución de 1978 sin que
haya límite alguno a su revisión formal o material porque carece de “cláusulas
de intangibilidad”, al contrario que muchas otras europeas). Y, segundo, porque
roto el principio de legalidad, no se abren las puertas del Paraíso, sino que
se puede caer en el más oscuro de los Infiernos, como la experiencia histórica,
lejana y reciente, ha demostrado.
Por tanto, la virtud de la
justicia, que exige también la práctica de la prudencia, recomienda tener
cuidado con experimentos tan peligrosos como aquellos que llaman al
incumplimiento de la ley (democrática) por razones superiores a la propia ley
(democrática). No sólo porque es un principio cívico democrático asumir siempre
el imperio de la ley positiva. Sino porque el sueño de la razón justiciera
produce monstruos reales y no sólo Edenes imaginados.
Enrique Moradiellos es
catedrático de Historia.
Herramientas de la
Constitución
El País | Antonio Arroyo Gil
La llamada coerción estatal
del artículo 155 de la Constitución española se encuentra claramente inspirada
en la coerción federal alemana regulada en el artículo 37 de su Constitución.
En ambos casos, el supuesto de hecho que ha de producirse para activar ese
mecanismo coactivo consiste en el incumplimiento de una obligación
constitucional o legal por parte de un land o de una comunidad autónoma. No
obstante, en el caso español, además de esto, se hace una apelación más amplia
a una actuación autonómica que atente gravemente contra el interés general de
España.
Aunque la determinación
apriorística de lo que constituye un incumplimiento legal o constitucional, o
un atentado grave al interés general, no resulta sencilla, lo que sí parece
evidente es que hay que huir de interpretaciones maximalistas. Es decir, tan
solo aquellos incumplimientos que fuesen verdaderamente graves o aquellas
actuaciones que trajesen consigo consecuencias altamente perniciosas para el
susodicho interés general “justificarían” la puesta en práctica de las medidas
que cabría derivar de esos preceptos constitucionales.
herramientas-de-la-constitucionY,
en todo caso, debemos de ser conscientes de que la sola llegada de ese momento
es indicativa de que nos encontramos ante una crisis política e institucional
de grandes y profundas dimensiones, que puede desbordar el orden jurídico
constitucional vigente. Por eso, es deseable que el Gobierno federal o
nacional, responsable máximo a estos efectos, lleve a cabo una aplicación
prudente del Derecho, acompañada de un ejercicio inteligente de la dirección
política.
Antes de ver cuáles podrían
ser esas medidas coercitivas, interesa hacer una doble reflexión previa:
1ª) Como es natural,
podremos discutir el concreto alcance de los incumplimientos constitucionales o
legales o del grave atentado al interés general de España por parte de una
comunidad autónoma, y de las subsiguientes medidas coactivas a poner en
práctica por el Gobierno central; pero lo que a nadie podrá sorprender es que
se dote a este de poderes suficientes para garantizar la subsistencia o viabilidad
del Estado. Esto es algo que se deriva de manera inexorable del principio
constitucional de unidad del Estado, a cuya garantía está obligado todo
Gobierno responsable.
2ª) Además, interesa saber
que las medidas coercitivas de este estilo no son una anomalía de nuestra
Constitución, o de la alemana, sino que son frecuentes en el derecho
constitucional comparado, en donde lo más común es acudir directamente a
técnicas, si se quiere decir así, más agresivas para la autonomía política de
las partes constitutivas del Estado federal o regional, como son las que
apuntan directamente a la suspensión o disolución de sus órganos propios, en el
supuesto de que a los mismos les fuese atribuible una lesión grave del orden
constitucional o legal. Así sucede, por ejemplo, en Austria, Italia o Suiza.
La determinación de cuáles
sean las medidas necesarias que el Gobierno central puede adoptar, previo
requerimiento al presidente de la Comunidad autónoma, y, en caso de no ser
atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado —para obligarla al
cumplimiento forzoso de sus obligaciones constitucionales o legales, o para la
protección del interés general de España— no es una labor sencilla, dado el
silencio que nuestra Constitución guarda al respecto. No obstante, con carácter
general, cabría entender que tales medidas han de ser idóneas (para lograr el
fin que se persigue) y proporcionales. Entre ellas, cabría imaginar las
siguientes, enunciadas con carácter subsidiario:
—Dar instrucciones o
directrices jurídicamente vinculantes al Gobierno o Parlamento de la comunidad
incumplidora;
—De no ser estas atendidas,
sustituir a la comunidad autónoma incumplidora por vía ejecutiva, suspendiendo,
por el tiempo necesario, a las autoridades y empleados públicos incumplidores;
y nombrar, entretanto, a una especie de comisionado del Estado central para que
ejerza las competencias gubernamentales y administrativas autonómicas.
—De resultar insuficientes
estas medidas, ordenar la intervención de las fuerzas policiales del Estado en
la Comunidad autónoma incumplidora; intervención que, en todo caso, deberá
dirigirse contra los órganos o autoridades responsables del incumplimiento, no
directamente contra la población.
Lo que en ningún caso se
podrá hacer es disolver la comunidad autónoma incumplidora, pues ello sería
contrario al principio de autonomía constitucionalmente garantizado. Además,
resulta dudoso que entre esas medidas coercitivas se pueda incluir la supresión
o disminución sustancial de su financiación, ya que algo así, más allá de su
efectividad, puede acarrear un perjuicio insoportable para los ciudadanos de su
territorio.
Mucho más dudoso resulta el
empleo, como ultima ratio, de las Fuerzas Armadas, dado que nuestra
Constitución no contiene una previsión similar a la existente en Alemania, de
la que cabe derivar la prohibición de tal intervención del Ejército federal.
Sea como fuere, la eventual aceptación de esta posibilidad en España, dada su
indudable gravedad, habría de considerarse absolutamente excepcional y, por
supuesto, llevarse a cabo con proporcionalidad.
Por último, me parece que en
el caso de que se encuentren disueltas las Cortes Generales, la Diputación
permanente del Senado está capacitada para aprobar las medidas necesarias, y
explícitamente concretadas, que pretenda adoptar el Gobierno. Si la Diputación
permanente del Congreso puede asumir las funciones que corresponden a este en
los casos de declaración de los estados de alarma, excepción o sitio, ¿qué
sentido tendría negar tal posibilidad a la Diputación permanente del Senado,
para actuar ante una situación asimismo grave y excepcional como es aquella que
motiva la aplicación del artículo 155 de la Constitución?
Concluyo como comencé,
reconociendo que la sola puesta en práctica de la coerción estatal del mencionado
artículo 155 denota la existencia de un grave conflicto político y,
eventualmente, social, que fuerza seriamente los márgenes del Derecho. De ahí
que la pretensión de encontrar solución al mismo a partir de lo que las normas
prevén pueda resultar no inútil, pero sí insuficiente. No es inútil, porque
todo Gobierno tiene la obligación de hacer frente a un desafío tan grave como
aquel que aspira a quebrar, desde dentro, el principio de unidad del Estado, a
partir de la infracción de la legalidad vigente. Pero sí es insuficiente,
porque mediante la aplicación de esas medidas coercitivas no desaparecerá el
problema político —y en su caso, social— existentes.
De ahí que sea también
políticamente irrenunciable para un Gobierno verdaderamente responsable ejercer
con inteligencia la dirección política del Estado, ofreciendo respuestas
convincentes (un proyecto político atractivo) a aspiraciones que, en la medida
en que se mantengan dentro del respeto a la legalidad, resultan legítimas.
Porque gobernar responsablemente un país no consiste solo en defender el
respeto a la ley, sino también en liderar los procesos políticos de gran
envergadura, como lo son claramente aquellos que afectan a la organización
territorial del propio Estado, mediante la realización de propuestas o la
búsqueda de acuerdos o compromisos entre todas las partes. Seguimos esperando.
Antonio Arroyo Gil es
profesor de Derecho Constitucional en la Universidad Autónoma de Madrid.
Más artículos:
Antonio Arroyo GilEl
País11/11/15
Archivo:
España/Modelo de Estado/A
debateArtículo 155, Cataluña
Compartir:
Facebook1Twitter1GooglePrint
& PDF
Propiedad intelectual: los
derechos corresponden al autor del artículo o al medio de comunicación en el
que fue publicado.
Información: Usted puede
enlazar esta entrada, hacer trackback desde su propio blog, dar su opinión, y
suscribirse a los comentarios vía feed (RSS) de esta entrada o de todas.
Cataluña humillada
Mas hunde el prestigio de la
Generalitat al subastarlo al postor antisistema
EL PAÍS 13 NOV 2015 - 00:00
CET
Recomendar en
Facebook477Twittear382Enviar a LinkedIn4Enviar a Google +6
Archivado en: Opinión Artur
Mas CUP Elecciones Autonómicas 2015 Elecciones autonómicas Independentismo
Cataluña Elecciones Partidos políticos Ideologías Política España
Artur Mas habla con Oriol
Junqueras, el líder de Esquerra Republicana (a la izquierda, de espaldas), y
con Raül Romeva, cabeza de lista de Junts pel Sí, ayer en el Parlamento de
Cataluña. / ALEX CAPARROS (GETTY IMAGES)
Enviar
Imprimir
Guardar
No te preguntes qué puede
hacer Cataluña por ti, sino qué puedes hacer tú por Cataluña. El presidente en
funciones de la Generalitat, Artur Mas, se colocó ayer en las antípodas de ese
imperativo de raíz kennedyana y registró su segundo —e históricamente inédito—
sonoro fracaso en el intento de investirse como nuevo presidente.
Editoriales anteriores
Dinámica infernal
(12/11/2015)
Después de Mas (11/11/2015)
Firmeza y política ante la
insurgencia (10/11/2015)
En vez de honores, Mas
obtuvo una sangrante humillación para sí mismo y para la institución que
encarna —tan decisiva para el autogobierno de los ciudadanos catalanes como
simbólica para su sentimentalidad histórica— cada día que pasa con entereza
decreciente. En su empeño por congraciarse con la formación antisistema CUP, el
presidente saliente apuntó una oferta de trocear su futura presidencia en tres
compartimentos estancos que supondrían sendos minigobiernos incomunicados entre
sí, esa “presidencia coral” tan contraria a cualquier Gobierno que merezca ese
nombre. Y la redondeó con la promesa de que encajaría, encantado, un contrato a
tiempo parcial, a renovar a los 10 meses mediante la presentación de una moción
de confianza voluntaria.
O sea: una Generalitat
capitidisminuida y de carácter provisional, auténtica herejía para todo
catalanista, algo impensable en dignatarios como Josep Tarradellas. Y pésimo
desde el punto de vista de la responsabilidad de la gestión diaria ante los
ciudadanos afectados por tales desatinos. Así se comporta Mas, arrastrando la
ley, la dignidad del puesto y la institución de autogobierno con tal de repetir
en el cargo: tan es así que de mantener los principios institucionales ya
habría —para mejor o peor— otra persona ejerciendo la presidencia.
En este desquiciado viaje,
el discípulo predilecto de Jordi Pujol no logró ayer convencer a nadie de que
no seguiría rebajando el precio a la patética subasta de sí mismo; que la
filosofía moderada que un día le inspiró era arqueología; que no tenía otro
horizonte a ofrecer a los catalanes que la peligrosa ilegalidad, la ineficaz
pérdida de tiempo y los esfuerzos inútiles. Todo eso mientras sus problemas
reales siguen sin obtener un mínimo tratamiento.
Preguntado insistentemente
sobre si acataría la resolución del Tribunal Constitucional que suspendió la
resolución de insurgencia política, desobediencia legal y desacato
institucional, Mas hizo de Mas. Mientras su vicepresidenta, Neus Munté, había
prometido la víspera incurrir en conductas ilegales, el presidente saliente
aseguró que actuaría como en el falso referéndum del 9-N, con la despreciable
astucia de tirar la piedra y esconder la mano: asegurar su liderazgo político e
imputar los actos presuntamente delictivos a los funcionarios. Un gran ejemplo
ético.
Mas es políticamente un
muerto viviente, aunque aún pueda resucitar para reinar en el cementerio
político del Estado de derecho de la mano de la CUP, partidaria siempre de
maximizar las contradicciones. Su derrota de ayer prefiguró su posible
salvación en última instancia en una nueva, indeterminada sesión de
investidura. A condición de que siga humillándose en el lodazal, destruyendo lo
que aún quede del catalanismo moderado, del respeto a la mayoría no
independentista y cediendo vergonzosamente su dignidad residual al mejor
postor. Nada que ver con Kennedy.
MARIANO RAJOY, ANTE EL
ÓRDAGO SECESIONISTA DE ARTURO MAS Y SUS CÓMPLICES
12/11/2015@12:04:10 GMT+1
Luis María ANSON
Sería perder el sentido de
la objetividad si no se reconoce la excelente gestión que ha hecho Mariano
Rajoy en los últimos días. Se ha entrevistado con los principales dirigentes
políticos, sindicales y empresariales. Ha conseguido para su posición en
defensa de la unidad de España el apoyo explícito del PSOE y de Ciudadanos. Eso
significa que actúa, conforme al espíritu de la Transición, respaldado por el
centro derecha y por el centro izquierda, es decir, por más del 80% del voto
popular. Se ha distinguido por la firmeza, dentro de la prudencia y la
proporcionalidad, y ha cumplido con todos los trámites que la legislación española
establece consiguiendo una celeridad sin procedentes en la Justicia española.
Se merece Mariano Rajoy, por
consiguiente, el elogio general, puntualizando, eso sí, que ha hecho las cosas
bien pero tarde. Era fácil prever el órdago secesionista catalán que debió ser
cercenado al menos hace dos años. La política de pasividad y lenidad ha
constituido un error considerable.
Bien resueltos los trámites
legales, puede presentarse ahora para Mariano Rajoy lo más espinoso del órdago
secesionista. Si los dirigentes catalanes soberanistas no obedecen lo
establecido por el Tribunal Constitucional, el presidente del Gobierno, con el
apoyo de los líderes del PSOE y Ciudadanos, se verá en la obligación de hacer
cumplir la ley con todos los medios que el Estado de Derecho pone a su alcance.
Y eso exige grandes dosis de firmeza y la previsión de las reacciones que se
pueden producir y que no serán fáciles de controlar.
HERMANN TERTSCH
Mal momento para la farsa
Hermann Tertsch
Todos los miembros de la UE
van a entender el desvarío separatista de Mas como una agresión a la
estabilidad común
0 Compartir Compartido 29
veces
Hermann Tertsch - hermanntertsch - 11/11/2015 a las 19:00:25h. - Act. a
las 19:00:26h.
Guardado en: Opinión
No podía elegir Artur Mas un
momento peor para su huida definitiva hacia delante y asumir ya evidentes
responsabilidades penales. Ya no va a poder salvarle ni el Gobierno de Mariano
Rajoy, que por evitar el conflicto y por sus ansias infinitas de armonía ha
dejado que el ya expresidente de la Generalidad llegara tan lejos. E implicara
a tantos en un delito que comenzó a gestarse, organizarse y también a
ejecutarse antes del ecuador de la legislatura. No ha elegido peor momento
porque avanzamos directamente hacia una situación de alarma en Europa en la que
todos los miembros de la Unión Europea van a entender el desvarío separatista
de Mas y compañía como una agresión a la estabilidad común. Y no es nada
improbable que pronto sean otras capitales europeas las que presionen al
Gobierno español, al saliente o al entrante, para que tome medidas más severas
contra el delito del separatismo, de traición, que hasta ahora han observado
con más incredulidad que indignación.
Un caudillo regional
dedicado a desestabilizar a España es lo último que quieren soportar ahora
quienes van a tener que tomar gravísimas medidas por una crisis de refugiados
en la que nos jugamos, y ahora va en serio, la supervivencia de la UE. Y
nuestra seguridad. Los problemas a los que se enfrenta ahora Europa ya no son
de dinero. Son mucho peores por ello. Son fortísimas las tensiones en Alemania
y Suecia, los dos países que más refugiados han recibido. Lo son las que se
producen en los países de paso de los refugiados en los Balcanes y Centroeuropa,
que ven sus fronteras convertidas en causa de conflicto y potencial escenario
de catástrofes. El cierre de una sola de esas fronteras, por no hablar de la
alemana, puede provocar allí un empantanamiento de centenares de miles de
personas en este invierno con el peligro de gravísimos disturbios. La propia
Merkel ha hablado del riesgo de conflictos armados en los Balcanes. Las masas
que se han puesto en movimiento para llegar a Alemania -400.000 han llegado a
Baviera solo desde septiembre- no se han dejado ni dejarán frenar ni disuadir
por las fronteras o fuerzas armadas. Nadie descarta ya ni el uso de la fuerza
ni una catástrofe humana.
Pero en primer orden está en
juego la cancillería de Alemania. Ni más ni menos. Los apoyos a Angela Merkel
se debilitan con rapidez inaudita. La revuelta de las bases comenzó poco
después de su decisión del 4 de septiembre de aceptar a todos los refugiados
que quieran ir a Alemania. Hoy el malestar contra ella se extiende por toda la
sociedad. En el partido está cada vez más aislada. La canciller ha asumido esta
causa de los refugiados como su bandera política irrenunciable, con la que
triunfará o caerá. Dicen miembros destacados del partido que sus posibilidades
de mantenerse se deben ante todo a que no hay un sustituto de consenso en el
partido. Wolfgang Schäuble tiene en su contra su paraplejia, debida a un
atentado, y sus difíciles relaciones con muchos aliados europeos. Pero el reto
capital va a ser mantener la cohesión y unidad europea. Países centroeuropeos
se rebelan abiertamente contra los intentos de Merkel de compartir la política
de refugiados. Y en el oeste las dificultades son más discretas, pero no
menores. Nadie oculta el regalo que para el Frente Nacional en Francia supone
la situación en permanente deterioro. Así las cosas, la España unida es un
imperativo para los europeos, que si en algo están de acuerdo con Merkel hoy es
en que el nacionalismo es la plaga a combatir en un momento de extrema
gravedad.
LA GENERALIDAD DESAFÍA AL
TRIBUNAL Y AFIRMA QUE OBEDECERÁ AL PARLAMENTO "SOBERANO"
Mazazo del TC a la sedición
Mazazo del TC a la
sediciónAmpliar
11/11/2015@19:34:10 GMT+1
Por EL IMPARCIAL/Efe
Como se esperaba, el
Tribunal Constitucional ha admitido a trámite el recurso de
inconstitucionalidad del Gobierno central y, suspende, de esta forma la
declaración independentista aprobada por el Parlamento catalán con los votos de
Juntos por el Sí y la Cup. A pesar de que el TC ha advertido de
resposabilidades penales para 21 cargos del actual Gobierno catalán en funciones
en caso de desobediencia, la Generalidad ya ha afirmado que obedecerá al
Parlamento "soberano".
El Tribunal Constitucional
ha suspendido por unanimidad la resolución independentista aprobada por el
Parlamento catalán el pasado lunes. Al admitir a trámite la impugnación
presentada contra la misma por el Gobierno central, y tal y como determina el
artículo 161.2 de la Carta Magna, se suspende de manera automática la
resolución un plazo máximo de cinco meses.
El tribunal de garantías ha
decidido, por primera vez, notificar en mano su resolución, pues se trata de
una de las prerrogativas introducidas en la última reforma de la ley orgánica
que rige su funcionamiento. ese modo, se notificará la decisión al presidente
de la Generalidad en funciones, Artur Mas; a los miembros de su Gobierno; a la
presidenta del Parlament, Carmen Forcadell, a los integrantes de la Mesa de la
Cámara autonómica, y al secretario general del Parlament, Pere Sol. Un total de
21 cargos a los que avisa de que incurrirán en responsabilidad penal si no
acatan su decisión. A todos se les advierte de su deber de "impedir o
paralizar cualquier iniciativa que suponga ignorar o eludir la suspensión
acordada y se les apercibe de eventuales responsabilidades, incluida la penal,
en las que pudieran incurrir".
El Gobierno había pedido en
su impugnación que se les apercibiera de suspensión en sus funciones y de
delito de desobediencia si no cumplen el mandato del TC, y, los magistrados,
aunque sin concreción, advierten de las responsabilidades, incluso penales, que
acarrearía ese incumplimiento.
La Generalidad, desafiante:
obedecerá al Parlament
Por su parte, la
vicepresidenta del Govern y portavoz en funciones, Neus Munté, ha defendido que
el Ejecutivo catalán actúa en "estricto cumplimiento" del Parlamento
catalán "soberano" y ha acusado al Gobierno de "utilizar"
el Tribunal Constitucional para poner "una mordaza" a los
"anhelos de libertad" de Cataluña. Munté ha recalcado que la
resolución de inicio del proceso independentista fue aprobada por una mayoría
absoluta de un Parlamento constituido tras unas elecciones, por lo que ha
juzgado que existe una "clara legitimidad" para aplicarla.
En este sentido, ha
garantizado "un estricto cumplimiento de un mandato de nuestro Parlamento
soberano". Así, Munté ha remarcado que la voluntad del ejecutivo es
"seguir" con la resolución y ha añadido: "No es una
desobediencia (al TC), sino una obediencia a un mandato democrático que emana
de nuestro Parlamento".
La vicepresidenta ha acusado
al Gobierno del PP de "utilizar" el TC para "poner una
mordaza" a los "anhelos de libertad" de los ciudadanos de
Cataluña. Ha admitido que le "sorprenden" las declaraciones del
presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuando dice que actúa en defensa de los
catalanes, porque, según Munté, en Cataluña hace tiempo que se "echa en
falta" la defensa desde el Estado de los derechos de los catalanes.
Asimismo, ha replicado a Rajoy que "la democracia no está en juego en
Cataluña; al contrario, se está defendiendo y goza de buena salud".
El Gobierno, satisfecho
Mientras, el Gobierno ha
expresado este miércoles su satisfacción por la decisión del Constitucional y
considera que la rapidez de esa decisión demuestra la fortaleza de las
instituciones. El Gobierno llama la atención sobre el hecho de que en 48 horas
se haya dejado sin efecto esa resolución con el recurso presentado por el
Ejecutivo y con la aprobación del mismo por parte del Tribunal Constitucional.
"Esto demuestra la fortaleza de nuestras instituciones, la solidez de
nuestra democracia y el imperio de la ley en España", han subrayado las
fuentes citadas.
Desde el PP, el
vicesecretario de Acción Sectorial Javier Maroto, ha considerado que la
decisión del TC da un "mensaje de tranquilidad" a la ciudadanía, y se
produce por la "contundencia" del Gobierno. Maroto también ha
considerado que la decisión del TC debería hacer reflexionar a los promotores
de la resolución independentista y ha insistido en que la respuesta del
Gobierno es "contundente y proporcional", "una receta -ha dicho-
que tendrá éxito". Además, ha recordado que la decisión de acudir al
Constitucional está consensuada con el resto de las fuerzas políticas.
De hecho, la líder de
Ciudadanos en Cataluña, Inés Arrimadas, se ha sumado al entusiasmo del PP y ha
destacado que la resolución del TC asegura que "sea quien sea el
presidente de la Generalidad, por suerte no podrá saltarse las leyes",
pero en todo caso ha llamado a explorar una mayoría alternativa de gobierno.
"La resolución del TC no puede sorprender a nadie. Lo que ha pasado hoy es
lo que pasa en cualquier país democrático del mundo, que es que cuando unos
políticos se quieren saltar leyes democráticas y la justicia, los tribunales
actúan. Si a pesar de todo, los miembros de Mesa del Parlament siguen adelante
y se saltan la resolución, estaría pasando una desobediencia supina a nuestra
justicia", ha advertido.
"Intentaremos sumar
esfuerzos para crear una alternativa política. Y, si no, la otra solución serán
unas nuevas elecciones", ha dicho. "Pero hay margen para reconducir esta
situación política, solo falta la voluntad de algunos que deben volver al
camino de la democracia, el 'seny' y el respeto a las leyes democráticas".
El secretario general del
PSOE, Pedro Sánchez, ha mostrado también su confianza en la democracia y el respeto
a la sentencia del Constitucional. Sánchez ha querido mandar un mensaje al
conjunto de los españoles y catalanes, a los que les ha mostrado su confianza
de que "con la ley y la política se va a poder vencer al
independentismo". Asimismo, ha asegurado estar convencido de que la
mayoría de los catalanes apuestan por cumplir con la vía de la legalidad.
Sánchez ha manifestado que
algunos "confunden patria con patrimonio que se llevan a paraísos
fiscales" y ha asegurado que la patria para los socialistas "son las
aulas de los colegios públicos y las habitaciones de los hospitales
públicos". Aún así, el candidato a la presidencia del PSOE ha querido
subrayar que lo único que tienen en común con el presidente del Gobierno es el
respeto a la Constitución, la cohesión territorial y la igualdad de los
españoles y ha mostrado su confianza en "que el PP sean tan leal cuando
sea oposición con el Gobierno socialista" como lo es el PSOE.
Después de Mas
El Parlament niega su
elección. Peor: la impugna. El presidente saliente debe irse
EL PAÍS 11 NOV 2015 - 00:00
CET
Recomendar en
Facebook162Twittear76Enviar a LinkedIn0Enviar a Google +4
Archivado en: Opinión Artur
Mas Inés Arrimadas Miquel Iceta Llorens Antonio Baños Cataluña CDC Partidos
políticos Política España
Un gesto de contrariedad de
Artur Mas en su escaño, durante la segunda jornada del debate de investidura
como candidato a la presidencia de la Generalitat. / ANDREU DALMAU (EFE)
Enviar
Imprimir
Guardar
Si Artur Mas exhibiese fuste
de líder, reciedumbre moral y envergadura histórica no se habría arrastrado
ante las radicales exigencias de la CUP para templar gaitas, congraciarse con
los postulados antisistema, implorar dos votos e intentar asegurarse así su
reelección como presidente de la Generalitat de Cataluña.
Para actuar como una persona
de convicciones, y no de meras conveniencias personales, se necesita algo más
que la deslealtad táctica (agrupa a unos y otros para desestabilizarlos
después), el engaño leguleyo (promete atenerse a la legalidad y enseguida
perpetra ilegalidades) y la trampa permanente (confunde, amenaza y veja hasta a
sus propios consejeros): modos de conducta en los que desde hace meses Mas está
concienzudamente doctorándose.
El líder de lo que queda de
Convergència, esa heteróclita amalgama de ineficacia, ensoñaciones, nepotismo y
corrupción, podría haber reivindicado el liderazgo del independentismo (si de
verdad creyera en él) desafiando a los recién llegados y planteándoles un
verdadero ultimátum.
Lo hizo ayer en sordina y
sin elegancia. En efecto, se autoproclamó como la mejor garantía posible para
el triunfo del secesionismo —lo que de rebote inquiere sobre la solidez del
mismo, al depender de una sola persona—, pero sin exhibir la grandeza de ceder
el testigo a cualquiera de los mejor colocados para sucederle.
Ya se sabe desde hace días
que Mas es, políticamente, un cadáver viviente y un peso muerto incluso para
los suyos. Desde el debate de investidura de ayer, la oposición (y el
secesionismo radical) no se limita a distanciarse del gobernante en funciones.
Se ve impelida a oponerse a sus triquiñuelas —como la de erigirse en campeón de
la redistribución, la justicia social y la protección de los desheredados— no
solo con la negativa a su reelección. Va más allá: exige activamente su
renuncia, por sus ambigüedades, sus deslealtades y su carácter de responsable
político de los corruptos locales. Inés Arrimadas (Ciudadanos) destacó que
quien ha llevado a los catalanes al desastre no puede ser quien los saque de
él. Miquel Iceta (PSC) le desautorizó por ser el verdadero autor de la
resolución de insurgencia. Y Antonio Baños (CUP) le recriminó no comprometerse
contra la corrupción alojada en su partido.
Así que Mas recibió ayer una
ominosa negativa a su patético esfuerzo por ser reelegido, exacta imagen de que
la pretendida mayoría independentista es un (eso sí, amplio) conjunto vacío,
carente de apoyos indispensables. Y que esta negativa se repetirá el jueves. Y
que, como en ausencia de presidente no hay Gobierno que pueda proponer leyes, ni
Parlamento lo suficientemente constituido como para presentarlas desde los
grupos parlamentarios, no despegarán las leyes de “desconexión”.
El empeño de Mas perjudica,
por su osadía antiestatutaria y anticonstitucional, al conjunto de los
catalanes, destruye la estrategia propia y la de sus aliados de la CUP. Como
esta propone ya un candidato alternativo (Raül Romeva) a Mas, no le queda a él
sino renunciar: el uno por el otro. Al Mas posterior a Mas le quedaría el
consuelo de reencarnarse en una tercera opción, su vicepresidenta Neus Munté. O
en algún otro edecán impoluto. Salvo que opte por naufragar más en otras
elecciones.
LA INDEPENDENCIA DE CATALUÑA
»
Los 21 cargos catalanes que
pueden ser inhabilitados
Estos son los miembros del
Parlament y del Gobierno catalán que serán suspendidos si desobedecen al
Constitucional
El Gobierno advierte de que
21 cargos catalanes pueden ser suspendidos
EL PAÍS Barcelona 11 NOV
2015 - 15:56 CET
Recomendar en
Facebook80Twittear55Enviar a LinkedIn0Enviar a Google +1Comentarios18
Archivado en: Independencia
Artur Mas Independentismo Cataluña Conflictos políticos Ideologías Política
España
La Abogada General del
Estado, Marta Silva de Lapuerta, registra el texto en el Constitucional.
Enviar
Imprimir
Guardar
En el recurso de
inconstitucionalidad que el Gobierno central ha presentado este miércoles se
señala una lista de 21 altos cargos catalanes que corren el riesgo de ser
inhabilitados si desobedecen la más que previsible suspensión, por parte del
Tribunal Constitucional, de la resolución soberanista. En su impugnación, el
Gobierno pide que se haga a estos cargos un “apercibimiento expreso de
suspensión en sus funciones”. El pleno del Alto tribunal debate esta tarde el
recurso del Ejecutivo español.
Los cargos afectados por
esta posible suspensión son los miembros de la Mesa del Parlament y del
Gobierno catalán en funciones. Concretamente, los nombres son los siguientes:
foto
Carme Forcadell
Presidenta del Parlamento de
Cataluña. Carme Forcadell figuraba como número dos de Junts pel Sí. Antes fue
presidenta de la Assemblea Nacional Catalana y exconcejal de ERC en el
Ayuntamiento de Sabadell.
foto
Artur Mas
Presidente en funciones de
la Generalitat de Cataluña. Artur Mas es el candidato de Junts pel Sí para
repetir como jefe del Ejecutivo, aunque no ha logrado el apoyo necesario.
El Papa advierte de la
incomunicación que crean las nuevas tecnologías
Francisco afirmaba hoy que
«cuando los hijos están en la mesa pegados al teléfono o a la «tableta» y no se
escuchan entre ellos, esto no es una familia»
5 Compartir Compartido 137
veces
El Papa Francisco en la
audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro en el Vaticano
El Papa Francisco en la
audiencia general de los miércoles en la Plaza de San Pedro en el Vaticano
JUAN VICENTE BOO
Corresponsal En El Vaticano - 11/11/2015 a las 12:40:46h. - Act. a las
14:26:09h.
Guardado en: Sociedad
Saliendo al paso de un
problema grave en las sociedades ricas, el Papa Francisco ha advertido este
miércoles que «cuando los hijos están a la mesa pegados al teléfono o a la
tableta, y no se escuchan entre ellos, esto no es una familia. ¡Es una
pensión!». Cuanto más teclean en sus respectivos aparatos, más se aíslan de
quienes les rodean.
Ante unos cuarenta mil
peregrinos que participaban en la audiencia general a pesar del frio, el Santo
Padre continuó su catequesis sobre la familia advirtiendo que «la convivialidad
es un termómetro seguro para medir la salud de las relaciones. Si en una
familia hay algo que no va o alguna herida oculta, a la mesa se nota
enseguida».
Según Francisco, «una
familia que no come junta casi nunca, o que no habla en la mesa sino que ve la
televisión o cada uno su teléfono, es una familia poco familiar».
El Papa advirtió que la
sociedad contemporánea, con los horarios de trabajo, las distancias, etc. «pone
muchos obstáculos a la convivialidad familiar. Por eso tenemos que
recuperarla». Se logra teniendo presente que «en la mesa, se habla; en la mesa,
se escucha. Nada de silencios que son el silencio del egoísmo, del teléfono,
del televisor… Hay que recuperar la convivialidad adaptándola a nuestro
tiempo».
Pasando al plano religioso,
Francisco afirmó que «los cristianos tenemos una especial vocación a la
convivialidad. Jesús no desdeñaba comer con sus amigos. Y representaba el Reino
de Dios como un banquete alegre. Fue también en una cena donde entregó a sus
discípulos su testamento espiritual, e instituyó la eucaristía».
La familia cristiana no debe
cerrarse en sí misma, aislarse, sino «dilatarse en la Eucaristía”, abriéndose a
otras familias, una actitud muy importante “en este tiempo de tantos cierres y
de demasiados muros».
Con buen humor, el Papa
recordó que «prácticamente hasta ayer, bastaba una mama para cuidar a todos los
niños del patio de vecinos».
Ahora todo es más
complicado, pero «sabemos bien la fuerza que gana un pueblo cuando los padres
están dispuestos a proteger a los hijos de los demás porque los consideran un
bien para todos». Un sano espíritu de responsabilidad personal y ciudadana
resolvería muchos problemas
El Consejo de Estado ve
«insumisión» en la resolución independentista
Aprueba por unanimidad el
informe en el que se apoyará el Gobierno para impugnar el plan secesionista
ante el TC
NATI VILLANUEVA / MARIANO CALLEJA
Madrid - 10/11/2015 a las 21:18:52h.
La resolución
independentista aprobada el lunes por el Parlamento de Cataluña implica la
«vulneración evidente del núcleo esencial de la Constitución» y una «declarada
insumisión» a las instituciones del Estado. Así lo considera el Consejo de
Estado, que por unanimidad, y con la celeridad que le pidió el día anterior el
presidente del Gobierno, emitió ayer el informe que servirá de base a la
Abogacía del Estado para impugnar ante el Tribunal Constitucional la «desconexión
democrática» proclamada por la Cámara autonómica. El órgano consultivo cree que
existen fundamentos jurídicos suficientes para que el Ejecutivo plantee su
recurso. Con su informe -que no es vinculante, aunque sí obligatorio-, el
Consejo de Estado allana el camino para declarar inconstitucional el último
desafío secesionista.
Esta mañana se reunirá el
Consejo de Ministros con carácter extraordinario para autorizar la impugnación
de la resolución por parte de la Abogacía del Estado. A continuación, se
presentará el escrito en el registro del Tribunal Constitucional, que
previsiblemente celebrará esta misma tarde un pleno extraordinario. En virtud
del artículo 161.2. de la Carta Magna, la mera admisión del recurso implica su
suspensión automática durante un periodo de cinco meses tras los que el TC
tendrá que decidir si levanta o mantiene esta medida. El plan rupturista
quedará bloqueado dentro de unas horas y cualquier iniciativa tendente a
desarrollarlo será castigada.
Es un acto jurídico
El Consejo de Estado no
tiene dudas de que la resolución de la ruptura es susceptible de impugnación.
No es un acto político, sino un acto jurídico en toda regla, señala en el
informe al que ha tenido acceso ABC. «De manera clara y difícilmente
controvertible (la resolución) contiene manifestaciones relativas a las
condiciones jurídico-políticas» para la actuación del propio Parlamento de
Cataluña», al que se califica como depositario de la soberanía nacional «y
expresión del poder constituyente» (apartado sexto).
Además, en la resolución hay
«verdaderas manifestaciones de voluntad», que se traducen en la declaración
sobre el inicio del «proceso de creación de un estado catalán independiente» y
en la apertura de un proceso constituyente para preparar las bases de la futura
constitución catalana (apartados segundo y tercero).
El órgano consultivo
recuerda, además, que el documento de la ruptura fija también un plazo máximo
para iniciar la tramitación de leyes específicas vinculadas a tal proceso
constituyente (apartado quinto), expresa la voluntad del inicio de
negociaciones con el fin de hacer efectivo el mandato democrático de creación
de un estado catalán independiente (apartado noveno) y de que el Parlamento y
el denominado proceso de desconexión «no se supeditan a las decisiones de las
instituciones del Estado español». Todo esto le lleva a concluir que, en cuanto
a la forma y efectos, la resolución independentista «expresa palmariamente un
contenido con pretendido efecto jurídico».depositario de la soberanía nacional
«y expresión del poder constituyente»
En lo que se refiere al
fondo del plan rupturista, el Consejo de Estado lo resume en dos «contenidos
básicos» que, a su juicio, son inconstitucionales: el primero es la decisión de
iniciar un proceso constituyente que conduzca a la creación de un Estado
independiente; el segundo, desarrollar ese proceso sin supeditarse a las
decisiones de las instituciones del Estado español, en particular a las del
Tribunal Constitucional.
Autonomía no es soberanía
expresa la voluntad del inicio de negociaciones con el fin de hacer efectivo el
mandato democrático de creación de un estado catalán independiente
Respecto al primero de los
apartados, el Consejo de Estado, al igual que la Abogacía del Estado, aprecia
una correlación clara entre las nociones de poder constituyente y poder
soberano. Desde esta perspectiva, el Parlamento catalán no puede arrogarse un
poder que no tiene, pues el artículo 1.2 de la Constitución atribuye con
carácter exclusivo la titularidad de la soberanía nacional al pueblo español.
El Parlamento de Cataluña no solo contraviene así la Constitución, sino que
está actuando al margen de su condición institucional, pues «asume
determinaciones para las que carece de capacidad». «Cataluña ostenta autonomía,
no soberanía, y se configura como un poder constituido en virtud del poder
constituyente del Estado a través de la Constitución y su Estatuto de
Autonomía», recuerda.
Respecto al segundo apartado
(el no sometimiento a las decisiones de las instituciones democráticas), la
resolución conculca el principio de primacía de la Constitución como norma
fundamental (artículo 9.1). Contravenir este principio es aún más grave en este
caso, dice el Consejo de Estado, porque lo decide una institución parlamentaria
y se dirige como instrucción al futuro gobierno de la Generalitat, «ambos
órganos revestidos de la condición de poderes públicos». A juicio del órgano
consultivo, la proyectada desobediencia de las decisiones del Tribunal
Constitucional «supone un atentado a uno de los elementos básicos con que se
configura el Estado social y democrático de Derecho en España, que es el
establecimiento de una garantía jurisdiccional específica y suprema de la
vigencia y efectividad del orden constitucional».
Notificación en mano
En la impugnación que hoy
llegará a la mesa del TC la Abogacía del Estado solicita a los magistrados que
notifiquen la providencia de suspensión de la resolución a la presidenta del
Parlamento catalán, Carme Forcadell; al presidente en funciones de la Generalitat,
Artur Mas, «y en su caso a la persona» que sea nombrada para el desempeño de
ese cargo; a cada uno de los miembros de la Mesa del Parlamento catalán; al
secretario general de la Cámara autonómica y a todos los miembros del Consejo
de Gobierno de la Generalitat. Además, solicita al TC que en esa misma
notificación se imponga a Forcadell y al secretario general del Parlamento «la
prohibición expresa de admitir a trámite, ni para su toma de consideración, ni
para su debate o votación iniciativa alguna, sea de carácter legislativo o de
cualquier otra índole, que directa o indirectamente pretenda dar cumplimiento a
la resolución suspendida». Quiere también que se prohíba al presidente de la
Generalitat y a todo su Consejo de Gobierno promover iniciativas con la misma
finalidad bajo apercibimiento expreso de suspensión de funciones.
Respecto al primero de los
apartados, el Consejo de Estado, al igual que la Abogacía del Estado, aprecia
una correlación clara entre las nociones de poder constituyente y poder soberano.
Desde esta perspectiva, el Parlamento catalán no puede arrogarse un poder que
no tiene, pues el artículo 1.2 de la Constitución atribuye con carácter
exclusivo la titularidad de la soberanía nacional al pueblo español. El
Parlamento de Cataluña no solo contraviene así la Constitución, sino que está
actuando al margen de su condición institucional, pues «asume determinaciones
para las que carece de capacidad». «Cataluña ostenta autonomía, no soberanía, y
se configura como un poder constituido en virtud del poder constituyente del
Estado a través de la Constitución y su Estatuto de Autonomía», recuerda.
Respecto al segundo apartado
(el no sometimiento a las decisiones de las instituciones democráticas), la
resolución conculca el principio de primacía de la Constitución como norma
fundamental (artículo 9.1). Contravenir este principio es aún más grave en este
caso, dice el Consejo de Estado, porque lo decide una institución parlamentaria
y se dirige como instrucción al futuro gobierno de la Generalitat, «ambos
órganos revestidos de la condición de poderes públicos». A juicio del órgano
consultivo, la proyectada desobediencia de las decisiones del Tribunal
Constitucional «supone un atentado a uno de los elementos básicos con que se
configura el Estado social y democrático de Derecho en España, que es el
establecimiento de una garantía jurisdiccional específica y suprema de la
vigencia y efectividad del orden constitucional».
Notificación en mano
En la impugnación que hoy
llegará a la mesa del TC la Abogacía del Estado solicita a los magistrados que
notifiquen la providencia de suspensión de la resolución a la presidenta del
Parlamento catalán, Carme Forcadell; al presidente en funciones de la Generalitat,
Artur Mas, «y en su caso a la persona» que sea nombrada para el desempeño de
ese cargo; a cada uno de los miembros de la Mesa del Parlamento catalán; al
secretario general de la Cámara autonómica y a todos los miembros del Consejo
de Gobierno de la Generalitat. Además, solicita al TC que en esa misma
notificación se imponga a Forcadell y al secretario general del Parlamento «la
prohibición expresa de admitir a trámite, ni para su toma de consideración, ni
para su debate o votación iniciativa alguna, sea de carácter legislativo o de
cualquier otra índole, que directa o indirectamente pretenda dar cumplimiento a
la resolución suspendida». Quiere también que se prohíba al presidente de la
Generalitat y a todo su Consejo de Gobierno promover iniciativas con la misma
finalidad bajo apercibimiento expreso de suspensión de funciones
No hay comentarios:
Publicar un comentario