¿Patria o secta?
Debemos agradecer a los golpistas que hayan resucitado un patriotismo sepultado bajo gruesas capas de complejos
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Tres cosas hemos de agradecer los españoles a los golpistas catalanes. La primera, que hayan resucitado con su chulería el patriotismo que yacía sepultado bajo gruesas capas de complejos. La segunda, que hayan brindado al Rey la oportunidad de demostrar su valía irremplazable como jefe de un Estado cada vez más complicado de gestionar. La tercera, que obliguen a todos los partidos políticos a optar entre patria o secta. Esto es, a demostrar con sus hechos si otorgan más importancia al interés de la nación española o al de sus respectivas formaciones.
El PP se resistió como gato panza arriba a activar el artículo 155, incluso después de que los secesionistas hubiesen celebrado dos referéndums ilegales en flagrante desobediencia al Tribunal Constitucional, y únicamente accedió a tomar esa medida una vez obtenido el plácet de PSOE y Ciudadanos. Pese a contar en el Senado con una mayoría suficiente para permitirle actuar en solitario y a tener garantizado el apoyo de los de Rivera, que de hecho llevaban semanas pidiéndolo, Rajoy prefirió unir su suerte a la de Sánchez, a fin de pagar a medias el coste político de esa decisión. Una decisión que este último se negó obstinadamente a bendecir hasta que la intervención del Rey, la fuga de empresas y la rebelión de una parte considerable de la sociedad catalana le obligaron a rectificar. Entre tanto, el que meses antes aspiraba a ser su socio en un gobierno de frente popular colocaba a Podemos en una aparente tierra de nadie que en la práctica toda España interpretó como zona golpista. Visto lo visto, las encuestas han dictado sentencia: Sube como la espuma Ciudadanos, hasta superar claramente a Podemos y acercarse mucho al PSOE; crece levemente este partido, alejando definitivamente el fantasma del "sorpasso" a cargo de la extrema izquierda, y baja considerablemente el PP, que se mantiene en cabeza aunque pierde toda esperanza de liquidar a Cs y regresar al bipartidismo de sus sueños.
Las elecciones autonómicas del 21-D van a forzar un nuevo reparto de cartas, con la consiguiente obligación para unos y otros de volver a situarse. En lo que atañe a los separatistas, poco hay que analizar. Digan lo que digan ahora, forzados por la actuación judicial, su meta es la independencia y a la consecución de ese objetivo destinarán sus esfuerzos, sus promesas, sus mentiras, todo el poder que controlen y hasta el último euro que no acabe en sus bolsillos. Que a nadie le quepa la menor duda. Los partidos nacionales lo tienen más complicado.
¿Qué hará el PSC de Iceta, colocado muy probablemente en una posición arbitral? Si la suma PP-Cs-PSC basta para configurar un gobierno constitucionalista ¿lo apoyará, aunque le cueste muchos votos pactar con la apestada derecha? En el caso, mucho más probable, de que sus escaños sean determinantes para formar un tripartito de izquierdas junto a ERC y Podemos ¿se prestará a legitimar el engendro, aduciendo que con su presencia lo "modera"? ¿Le permitirá Sánchez hacer tal cosa, sabiendo lo caro que podría pagarlo en el conjunto de España? ¿Y el PP en el Gobierno? ¿Seguirá financiando con dinero de todos los españoles el derroche de la Generalitat, en aras de satisfacer temporalmente a los golpistas y terminar la legislatura sin ulteriores sobresaltos, con el respaldo del PNV a los presupuestos si desmantela el 155, o aplicará a Cataluña el mismo rasero que a los demás? ¿Cumplirá con su obligación de desmantelar las múltiples estructuras sediciosas puestas al servicio de la ruptura, o premiará este último y brutal desafío con sustanciosas prebendas apaciguadoras? Aquí todo el mundo va a tener que retratarse. ¡Gracias, golpistas!
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