En respuesta
a José Antonio Marina y su propuesta de evaluación a los profesores
Lo primero, alegrarme porque la educación sea
noticia y tener la oportunidad de explicar algunas cosas. Quizá si la
entrevista y declaraciones no hubiesen contenido la parte en la que habla del
dinero (la retribución al profesor según la calidad y los objetivos que cumple)
no estaríamos hablando de esto. Pero hoy he constatado que muchas personas han
comentado, hecho preguntas y dialogado. Eso es interesante, siempre y cuando
vaya centrado. El profesor Marina sabe, como filósofo que es, que una pregunta
mal hecha es un verdadero desastre.
Mezclar dinero y educación significa querer
comprar maestros y callarlos. Y sobre lo del “buen o mal” profesor, salvo los
que brillan especialmente por uno u otro lado, no sabría decir mucho más. De
nuevo, en lugar de reconocer el centro del asunto, su núcleo real, llegan
con propuestas peregrinas que desenfocan, con malas preguntas, con sospechas
que van calando en la gente…
Mi respuesta confío en que sea clara, se entienda,
y sirva para seguir dialogando:
1.
Antes de evaluar a un profesor, evalúen sus
condiciones de trabajo dentro y fuera del aula.No da lo mismo un claustro que otro, ni un aula que otra, ni un día que
otro, ni una hora que otra. A lo largo de mi semana entro en nueve grupos
distintos (y no es un récord) y cada uno varía incluso dependiendo de la hora y
de las circunstancias que rodeen la clase. Sin ir más lejos, ayer tenían examen
y estaban muy inquietos; hoy era un día más normal y estaban estupendos.
Pero no echaré balones fuera, porque el día que yo tengo seis horas de clase
seguidas llego a la última también “inquieto”. Razonablemente “inquieto”,
humanamente “inquieto”. Si vamos a aplicar estándares también en este punto, me
parece de lo más precipitado. Generalizar resultaría poco menos que estúpido o
propio de ignorantes. En educación no existen protocolos de actuación que
reduzcan mi labor a dos o tres marcadores, sino una amalgama ingente de
elementos conectados íntimamente con tantos otros. Como buen profesor que es,
aunque no sé si sigue dando clase, sabe que un alumno cambia en función de sus
compañeros, y si le pones incluso en otro sitio, responde de un
modo diferente. A ver qué medimos, cómo lo medimos, y lo que más me preocupa,
qué dejamos fuera de nuestros parámetros. Hacer plana esta realidad para poder
numerarla y matematizarla resultaría empobrecedor en grado sumo.
2.
Dotar de materiales y medios. Ya no hablo del dinero que cobro como
profesor, sino de los recursos de los que dispongo para hacer bien mi trabajo,
su accesibilidad, su disponibilidad. La partida que se ofrece por aula desde la
administración es ridícula en muchos casos para lanzar proyectos interesantes.
Conozco centros en los que hay cuatro ordenadores para todo el profesorado,
nada en las aulas. Otros con espacios reducidos, muy reducidos, donde variar la
distribución del aula es fracamente imposible. Cuando un profesor saca adelante
determinados proyectos un poco más exigentes siempre pone de lo suyo: recursos
materiales, recursos humanos, tiempo incontable muchas veces, ideas,
preocupaciones… Y a cambio recibe comentarios… Creo que entender esto bien es
importante. Alguien me decía que ser profesor se parece mucho a anuncios que se
ponen para ser repartidor: “Con moto”. En educación no somos pocos los que
ponemos de lo nuestro para seguir adelante con la tarea, procurando innovar,
procurando llegar a más. El día que se rompa mi portátil tendré que comprarme
otro para seguir adelante.
3.
El dinero viene detrás del prestigio. Y el
prestigio da calidad a la educación.
Los maestros de antes se sentían valorados y aportaban valor. Hoy se pretende
que ofrezcan valor para luego ser valorados. Dicho de otro modo, entran en una
profesión sin un punto de partida elevado, sin gran consideración, sin gran
estima. Salvo que hagas algo llamativo -de eso que llaman “innovar”- serás
relegado a la masa amorfa; sólo quien destaca es valorado, pero quien cumple
diariamente con su trabajo pasa como uno más entre muchos. Es una cuestión de
prestigio social. Poco a poco se ha ido mermando su autoridad, su relevancia,
su profesionalidad. Cuando salen los maestros en televisión habitualmente no
suele ser muy positivo. El prestigio, el brillo de esta profesión y comunidad
viene siendo mermado desde hace tiempo sin que se haya puesto verdadero remedio
a las circunstancias. Personalmente nunca me he sentido amenazado en mi labor,
aunque tampoco socialmente valorado, pese a saber lo importante que es mi tarea
de cada día, que nada tiene que ver con fichas, ni máquinas, ni producción en
serie. Conozco no pocos profesores que no intervienen de forma directa en
circunstancias incluso claras porque eso les va a complicar la vida, porque van
entendiendo poco a poco que eso no es lo suyo, porque el respaldo de la
administración resulta insuficiente, porque han perdido herramientas para ello.
Cuando muchos son los que dicen “sigue adelante, sin complicaciones”, eso no va
bien. Y no hablo en este momento de dinero. Si me diesen más dinero me
parecería lamentable reconocer que lo hago mejor.
4.
Muchos educadores se preguntan para qué
sirve la educación. Este es un gran
asunto, que convendría abordar con cordura e intensidad. Percibo que los
grandes ideales de transformación social han dado paso a una educación del
“sálvese quien pueda”. La presión laboral y profesional se nota -exagerando un
poco, quizá o no- hasta en infantil. Los padres, que están sufriendo esta
crisis, se preocupan por el trabajo de sus hijos y no por su felicidad, y la
maquinaria escolar se pone a dispensar lo que ellos quieren escuchar. Nadie
parece entrar en razón, nadie parece orientar esto de otro modo. Han
desaparecido grandes preguntas al respecto: ¿Qué es la persona, hacia dónde va,
qué busca, su felicidad? ¿Qué es la sociedad, la convivencia, el bien común?
¿Cómo hacer mejor el mundo? El pragmatismo se ha incrustado en el sistema ante la
mirada impasible de personas como usted, que luego cambia de registro tan
fácilmente en entrevistas, charlas o libros. ¿No hay que denunciar esto? ¿No
hay que salir de las comprensiones planas, superficiales, infelices,
insuficientes?
5.
Respecto a lo que cobra un maestro o
profesor, decir que es no es mucho.
Decir que es poco, dadas las circunstancias que vivimos, me da vergüenza. El
problema en este sentido es que todos hemos perdido poder adquisitivo en
nuestras sociedades, menos los que ya tenían mucho que aparecen una y otra vez
en televisión con riquezas en aumento. La desigualdad no es un chiste. Y me
parecería nefasto darle también entrada en las escuelas, entre los claustros,
entre compañeros de equipo. En esta profesión debo mucho a quienes me han enseñado
como amigos, como compañeros, como profesores que también se preocupan. ¿Todo
se paga, señor Marina? ¿Todo se reduce a dinero? Qué pobre motivación nos
ofrece, para atarnos más, para comprarnos como profesionales… Qué insulto motor
de la educación propone, después de tantos libros escritos… Qué lamentable
propuesta… En lugar de reconocimiento, y de ahí el replanteamiento económico,
ofrece directamente dinero… Diga claramente si le parece que la educación es
tarea menor, y en lugar de dar regalitos, reconozca abiertamente la complejidad
de la tarea.
Sin más, pero viendo por dónde van los derroteros.
Dinero, para comprar gente, para separarla, para dividir grupos, para frotarse
las manos quienes más tienen, para controlar mejor, para silenciar, para buscar
aplausos, para ganar adeptos…
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