SIN
PAÑOS CALIENTES
21/11/2015@18:00:44
GMT+1
Luis
María ANSON
El
pasado día 10 de noviembre Luis María Anson publicó en el diario El Mundo el
artículo que por su repercusión en las redes sociales reproducimos a
continuación.
“Los
españoles zumbones se cachondearon del presidente del Gobierno llamándole
Rosita la Pastelera. La pasividad abúlica, la desganada displicencia, el desdén
por el desdén, la excesiva moderación, la inquietante pachorra, la tendencia
ineluctable a no hacer nada, la incapacidad, en fin, para tomar decisiones
caracterizaron a Francisco Martínez de la Rosa. Ninguna desgracia mayor para
una nación que un Gobierno débil. El poder ejecutivo exige hombres dispuestos a
asumir riesgos como Winston Churchill o mujeres capaces de enfrentarse a las
coacciones políticas o sociales como Margaret Thatcher.
El
desafío de un sector de la clase política catalana, consumado ayer en el
Parlamento autonómico, precisa de una respuesta firme y fulminante. Se
terminaron las medias tintas. Se acabaron los paños calientes. Estamos en el
mediodía del órdago secesionista, las doce en punto de una alarmante catástrofe
histórica. Hora es de mostrar en todo su esplendor la fortaleza del Estado de
Derecho, frente al golpismo civil. Está claro que no se debe perder ni la
debida prudencia ni la equilibrada moderación. Tampoco la proporcionalidad en
la respuesta. Pero el órdago secesionista significa, en sí mismo, un desafío
desproporcionado e histórico. Desde 1640, el ser de España no se había sentido
tan zarandeado en la península como en esta legislatura con mayoría absoluta de
Mariano Rajoy. ¿Adónde, adónde hemos llegado? ¿Qué más tiene que suceder para
que el Gobierno abandone la altivez, la desdeñosa soberbia, la prepotencia
estéril y tome sin más demoras ni más pasteleos las medidas que la situación
demanda a gritos, con menos declaraciones y aspavientos, sustituyendo la
verborrea por acciones concretas?
La gran
política consiste en prevenir, no en curar. A Mariano Rajoy se le ha venido
encima una crisis que se pudo atajar, al menos en gran parte, si en el año 2012
el Gobierno hubiera actuado con firmeza desde la fortaleza de la que disfrutaba
en el Parlamento. Pero se impuso la memez arriólica de “no hay que hacer nada
porque el tiempo lo arregla todo y lo mejor es tener cerrado el pico”. “La
situación -ha escrito Jorge de Esteban- se podría haber evitado si desde Madrid
se hubiesen tomado las medidas oportunas, no necesariamente represivas”. En el
mismo sentido se expresó el domingo en este periódico Félix de Azúa.
Y ahí
están las consecuencias de tanta torpeza. Reconociendo que a Mariano Rajoy hay
que ponerle un diez por la sagacidad y eficacia con que abordó la crisis
económica, también se merece un suspenso sin paliativos por no haber sabido
enfrentarse a tiempo con una situación política como la de Cataluña cuyo
desarrollo era bastante fácil de prever. Parece necesario tener en cuenta la
reacción a cualquier decisión que se tome ahora porque en la región catalana
existe ya un millón de personas dispuestas a la manifestación pública, con
riesgo de violencia, destrozo del mobiliario urbano y posibilidad de heridos o
muertos. Por eso hay que actuar con celeridad y prudencia, conforme a lo que
exige la opinión pública, atónita ante el espectáculo deleznable que ha
producido la debilidad política. Si hoy se levantara la piel del español medio,
encontraríamos grabada en la carne viva está palabra dedicada al Gobierno de la
nación: autoridad, autoridad, autoridad”.
¿Quién
pronunió la frase que resumió la Transición?
Rodolfo
Matín Villa revela el momento en el que se calificó el cambio de régimen como
«una obra de teatro en la que el empresario era el Rey, el actor Adolfo Suárez
y el autor Torcuato Fernández-Miranda»
La Real
Academia de las Ciencias Morales y Políticas homenajea a Torcuato
Fernandez-Miranda, el presidente de las Cortes de la Transición, en el
centenario de su nacimiento
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Ramón
Tamames, Fernando Suárez, Juan Velarde (presidente) y Rodolfo Martín Villa,
todos ellos miembros de la Real Acamedia de Ciencias Morales y Políticas
Ramón
Tamames, Fernando Suárez, Juan Velarde (presidente) y Rodolfo Martín Villa,
todos ellos miembros de la Real Acamedia de Ciencias Morales y Políticas - ABC
S.E.
Madrid - 22/11/2015 a las 02:58:02h. - Act. a las 02:58:11h.
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en: España
«La
Transición fue como una obra de teatro con un empresario, el Rey; un actor,
Adolfo Suárez, y un autor, Torcuato Fernández-Miranda». La frase que se ha
convertido en la más popular sobre la distribución de las responsabilidades en
el cambio de régimen político fue popularizada por Rodolfo Martín Villa, pero
no fue él quien la pronunció: «Es una frase que yo he oído, no pertenece a la
leyenda», aseguró Martín Villa el pasado miércoles antes de identificar al
autor.
La
revelación del que Martín Villa se produjo en un solemne acto celebrado el
pasado miércoles en la Real Academia de las Ciencias Morales y Políticas con
motivo del centenario del nacimiento de Torcuato Fernández-Miranda, el que
fuera presidente de las Cortes de la Transición. En su discurso, Martín Villa
recordó cinco encuentros que mantuvo personalmente con él entre 1951 y 1980. El
último de ellos se produjo cuando Fernández-Miranda ha cesado como presidente
de las Cortes y es senador de designación real. «En esa época estamos en plena
discusión en el proceso constituyente y Juan Rosón, Jesús Sánchez Rof, Mariano
Nicolás y Grabriel Cisneros tenemos una cena con Torcuato. Es en esa cena donde
surge la célebre frase», que fue pronunciada por Fernández-Miranda.
«La
reforma tuvo empresario, actor y autor, los tres cada uno en su sitio
absolutamente ejemplar, absolutamente excepcional, en una situación como
aquella. Torcuato, por supuesto, es claramente el autor de la hoja de ruta de
la Transición», añadió Martín Villa.
«Miembro
de esta docta casa»
El acto
de homenaje fue presidido por el presidente de la Real Academia, Juan Velarde,
quien aseguró que «conmemorar el centenario de Fernández-Miranda es una gran
satisfacción: fue un destacado universitario, muy brillante (...). Es un honor
y una justa aportación el que resplandezca su imagen, porque en esos momentos
también conviene recoger su talante optimista».
También
tomó la palabra el académico Ramón Tamames, quien aseguró que no conoció
personalmente al homenajeado, pero reveló que sí coincidieron en algún momento
histórico, como la solemne inauguración en el Congreso de la legislatura
constituyente, en junio de 1977. «La sesión de hoy tiene profundo sentido de
verdadera memoria histórica. La figura de Torcuato Fernández-Miranda se sitúa
en un alto nivel en la Historia reciente de España», aseguró antes de afirmar
que «debía haber sido miembro de esta docta casa».
«Termino
hoy con estas palabras: a los 35 años de que muriera en la Ciudad de Londres
que tanto admiraba podemos recordarle como una de las personas que más
contribuyeron a que la democracia retornará a España. Ojalá hubiera sido
posible algo parecido en 1936 y, pensando en el futuro, esta sesión debe
considerarse como una reflexión pertinente: los problemas hay que discutirlos
desde la concordia, la razón y la ley».
«Un
grande de España»
El
momento más emocionante de la sesión de homenaje -a la que asistió la duquesa
viuda de Fernández-Miranda, Carmen Lozana, y varios de sus hijos y nietos- fue
cuando tomó la palabra Fernando Suárez, quizás la persona que más ha
investigado la obra académica y universitaria de Fernández-Miranda, uno de sus
discípulos en el ámbito universitario y uno de sus colaboradores de máxima
confianza en distintas etapas de su vida política. La más destacada, cuando
como presidente de las Cortes Fernández-Miranda le encargó defender la ponencia
de la Ley de la Reforma Política, la llave que propició el paso del franquismo
a la democracia «de la ley a la ley a través de la ley».
Antes de
repasar con detalle la trayectoria universitaria, intelectual y política de
Fernández-Miranda, Suárez explicó que «la razón última que termina mi
intervención en este acto es sin duda su medular condición de profesor
universitario». «Cuando murió en 1980 no había cumplido 65 años y en todas sus
dedicaciones puso de manifiesto su perfil de profesor», resaltó Suárez, quien a
su vez incidió detalladamente en su «autoridad intelectual» y en su «categoría
de maestro». En este contexto, juzgó «sobresalientes» tres de sus libros: «El
Problema político de nuestro tiempo, de 1950; El problema de lo social y otros
ensayos, de 1951; y Estado y Constitución, una obra maestra de 1975».
Finalmente,
Suárez se refirió algunos de los aspectos más relevantes del homenajeado: «A su
confesada condición de cristiano y a su aversión a que el Cristianismo se
convirtiera en ingrediente de la política partidista, a su permanente y
exquisita distinción entre su vida pública y su esfera privada hasta llegar a
blasonar que su casa era su castillo; a la muy interesante distinción entre el
personaje -que a muchos parecía altivo, distante y hasta poco simpático-, y la
persona, que era jovial, irónica, cercana y entrañable; a su austeridad y su
respeto por los caudales públicos, que manejó con una honestidad que en
ocasiones parece pasada de moda; o a su ejemplaridad de cabeza de familia, en
la que estuvo siempre asistido por la admirable duquesa viuda de
Fernández-Miranda. El fallecido duque fue, en todos los sentidos, un verdadero
grande de España».
Concluidos
los discursos de los académicos, el presidente Velarde aseguró que «después de
estas tres intervenciones, realmente creo que esta Real Academia puede
enorgullecerse de que el acto conmeorativo del centenario del nacimiento del
excelentísimo señor Don Torcuato Fernández-Miranda y Hevia aquí ha tenido un
respaldo que yo calificaría de excelente»
Felipe
González casi suspendió la autonomía de Canarias solo por una desobediencia
fiscal
En 1989
el Gobierno socialista advirtió formalmente a las Islas de la aplicación del
artículo 155. Al final no fue necesario
ANA I.
SÁNCHEZ Madrid - 22/11/2015 a las 02:56:57h. - Act. a las 02:57:24h.
Guardado
en: España
Nunca
antes ninguna comunidad autónoma ha llegado tan lejos como Cataluña en su
desobediencia de las leyes del Estado, desde que existe la democracia en
España. Hay que remontarse al año 1934, con la Segunda República, para
encontrar un precedente similar: la sublevación del entonces presidente de la
Generalitat, Lluis Companys, al proclamar el estado catalán y la ruptura con el
resto de España. Eran otros tiempos y aquel levantamiento, que apenas duró diez
horas, fue sofocado militarmente por el general Domingo Batet, por orden del
presidente del Gobierno, Alejandro Lerroux.
Sin
diálogo previo
Pero la
Constitución española dotó de herramientas políticas al Gobierno Central para
no tener que recurrir a las armas en caso de alzamiento de un territorio. Y el hoy
famoso artículo 155 concede a La Moncloa la potestad de «adoptar las medidas
necesarias para obligar» a una comunidad autónoma al «cumplimiento forzoso» de
sus obligaciones o para la «protección del interés general». Un enunciado que
el expresidente del Gobierno, Felipe González, estuvo a punto de usar en 1989
por una rebeldía mucho menor que la perpetrada ahora por el Parlamento catalán
y el presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas.
La
desobediencia al Estado vino del entonces presidente del Gobierno canario,
Lorenzo Olarte, por una cuestión tan simple como una desavenencia fiscal. Era
el 27 de diciembre de 1988 , y el político regional adelantaba en su discurso
de investidura su negativa rotunda a aplicar en Canarias el desarme arancelario
-impuestos reducidos a los productos comunitarios- previsto en el Tratado de
Adhesión de España a la Comunidad Europea. Tan sólo un día después de acceder
al cargo, telefoneaba al responsable de Economía, Carlos Solchaga, para
comunicarle su desobediencia en primera persona. Sin embargo, aunque ahora el
PSOE acusa al Gobierno de falta de diálogo con Artur Mas, en aquel momento el
ministro socialista ni siquiera atendió a la llamada de Olarte.
Todo a
punto
Cuando
el 1 de enero de 1989 debía hacerse efectiva la reducción de los aranceles y el
presidente de Canarias no la aplicó, el secretario de Hacienda, Josep Borrell,
no dudó en amenazar públicamente con aplicar el artículo 155 si la rebeldía
fiscal de las Islas continuaba. Como así fue, Felipe González convocó un
Consejo de Ministros en el que se acordó el uso de esta disposición y la
retirada de las competencias fiscales a Canarias si no ponía en marcha el
desarme arancelario. Y encargó al secretario de este órgano, Virgilio Zapatero,
que enviara una comunicación a Olarte advirtiéndole oficialmente del acuerdo
alcanzado por el cónclave ministerial.
Es la
primera y única advertencia oficial que el Gobierno Central ha realizado a una
comunidad autónoma sobre el uso del artículo 155 desde que se instauró la democracia
en España. La amenaza, sin embargo, no trascendió a la opinión pública en aquel
momento. Ni el Ejecutivo la hizo pública ni tampoco Olarte, según ha confesado
él mismo después, por miedo a que su equipo decidiera dar marcha atrás. El
primer paso del Gobierno socialista era, en todo caso, acudir al Tribunal
Constitucional para obtener el más alto aval jurídico a su tesis, y este paso
concedía al presidente canario algo de tiempo.
Pero, al
final, la advertencia sobre la aplicación del artículo 155 caló en Olarte de
manera que se sentó a negociar junto a su consejero de Hacienda, José Miguel
González, con Solchaga y Borrell. De aquella reunión salió el esbozo de un
acuerdo que entró en vigor en abril y permitió al Ejecutivo socialista no
ejecutar el artículo 155. Apunto estuvo.
"SI
NO TRIUNFAMOS EN LAS URNAS, NOS ECHAREMOS A LA CALLE"
20/11/2015@11:55:58
GMT+1
Luis
María ANSON
El
sucesor de Chávez, caudillo bufón de Venezuela, ha afirmado dirigiéndose a la
oposición: “Pónganse a rezar para que nuestra revolución triunfe en las urnas,
porque si no, nos echaremos a la calle”. “Yo estoy -ha asegurado Nicolás
Maduro- cerebralmente, espiritualmente, políticamente, militarmente preparado
para asumir una derrota, lanzando a mis gentes a las calles”.
Esa es
la posición tradicional de la extrema izquierda comunista, la que defienden,
por ejemplo, el dictador de Corea del Norte o de Cuba. El dictador Maduro ha
alertado ya al Comando Estratégico Operacional de las Fuerzas Armadas
venezolanas ante las próximas elecciones del 6 de diciembre.
A pesar
de la razonada denuncia que Mario Vargas Llosa, el escritor en español más
influyente del mundo, hizo del sistema venezolano, todavía hay en España
políticos que, autocalificándose de demócratas, defienden a Nicolás Maduro.
Tanto el actual dictador como el anterior, Hugo Chávez, aceptaron, si bien
manipulándolas, las elecciones porque el maquillaje que supone un proceso
electoral en el mundo internacional forma parte de la estrategia de los nuevos
comunistas. Eso sí, si la manipulación fallara, la respuesta es tomar las
calles, movilizar al Ejército y permanecer en el poder. Es eso lo que ha dicho
a las claras, sin tapujos ni veladuras, Nicolás Maduro. ¿Es eso lo que piensan
aquellos que en España, tras recibir suculentas cantidades de dinero, defienden
al dictador venezolano? Si no ganan en las urnas, a pesar de la manipulación,
Maduro y sus cómplices se lanzarán a la calle, “y en la calle -ha afirmado el
dictador- somos candela con burundanga. Así que mejor para todos que sigamos
aquí gobernando”.
Luis
María ANSON
de la
Real Academia Española
DEL
FRANQUISMO A LA DEMOCRACIA (1)
Las dos
muertes de Francisco Franco
El
fallecimiento del dictador abrió paso a la democracia en España, que ahora
cumple cuatro décadas
La
sepultura de Franco, al pie del altar mayor del Valle de los Caídos (Philippe
Desmazes - AFP)
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Manzanares Felipe González Guardia Civil Ministerio de Exteriores PSOE CC.OO.
Reagrupament Marruecos
FERNANDO
ÓNEGA, Madrid 20/11/2015 00:51 | Actualizado a 20/11/2015 09:38 Lea la versión
en catalán
Francisco
Franco Bahamonde, Caudillo de España por la Gracia de Dios, según decían las
monedas, Generalísimo de los Ejércitos, jefe del Estado español durante
cuarenta años, tuvo su primera muerte, la política, el 27 de septiembre de
1975. Ese día, al alba, como cantó Luis Eduardo Aute, fueron fusilados los
luchadores antifranquistas José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo, Ramón
García Sanz, Juan Paredes Manot y Ángel Otaegui. Los tres primeros, militantes
del FRAP. Los dos segundos, de ETA político-militar. A otros seis condenados a
morir por tribunales militares constituidos en consejos de guerra se les
conmutó la pena capital.
Cuarenta
años después, el periodista Carlos Fonseca logró recuperar las cartas de los
ajusticiados a sus familias. Una de ellas comenzaba así: “Papá, mamá: me
ejecutarán mañana de mañana. Quiero daros ánimos. Pensad que yo muero, pero la
vida sigue…” Aquel amanecer, algunos periodistas, entre ellos Miguel Ángel
Aguilar, intentaron acercarse a uno de los escenarios de las ejecuciones, Hoyo
de Manzanares, provincia de Madrid, pero sólo pudieron oír las descargas. El
cura de Hoyo contaría después que los piquetes estaban formados por policías y
guardias civiles. Otros guardias, bastantes borrachos, llegaron en autobuses
para jalear las ejecuciones. Como uno de los fusilados todavía respiraba al
darle la extremaunción, un teniente lo remató con un tiro de gracia.
Aquel
día de la ignominia Francisco Franco Bahamonde murió por primera vez a los ojos
y a los sentimientos del mundo, sin escuchar las peticiones de clemencia del
papa Pablo VI, las protestas de los colegios de abogados, la huelga general del
País Vasco y los paros en el resto de la nación. Si Franco había sido un
dictador, ahora era un dictador cruel que, además, no escuchó las peticiones de
clemencia. Era el último capítulo del “César visionario” que Francisco Umbral
había descrito así: “En un Burgos salmantino de tedio y plateresco, en una
Salamanca burgalesa de plata fría, Francisco Franco Bahamonde, dictador de mesa
camilla, merienda chocolate y firma sentencias de muerte”.
Después,
el primer ministro sueco Olof Palme salió a las calles a pedir con una hucha
ayuda económica para las familias de las víctimas, imagen que fue ridiculizada
por la prensa español de la época. El presidente mexicano Echeverría pidió la
expulsión de España de las Naciones Unidas. Hay una iniciativa de la OTAN que
invita a sus miembros a rechazar cualquier aproximación a España. Varios países
occidentales retiraron o llamaron a sus embajadores. La Comunidad Económica
Europea suspendió sus negociaciones con España. La Confederación Europea de
Sindicatos Libres convocó manifestaciones. La embajada de España en Lisboa fue
incendiada y muchas otras fueron atacadas por manifestantes.
Sólo
Estados Unidos acudió a su vieja fórmula diplomática del “asunto interno
español”. Salvo esa tibia excepción, el franquismo se enfrentaba otra vez a la
soledad internacional.
Franco y
sus equipos percibieron esa muerte política. Según el historiador Pau
Casanellas, “la dictadura, lejos de liberalizarse, se cerró en sus últimos
compases sobre sí misma”. Por eso intentó una resurrección provisional
convocando a los fieles a la plaza de Oriente, escenario de viejas
aclamaciones. Hubo mucha gente, según la versión del diario ABC del 2 de octubre
de 1975: “Masiva adhesión a Franco. Los manifestantes repudiaron el terrorismo
y la campaña antiespañola”. Pero fue una resurrección efímera. El estado de
salud del Caudillo ya había lanzado sus primeros avisos de merodeo de la Parca.
La foto del viejo Franco en el balcón del palacio de Oriente saludando con las
manos entrelazadas al gentío que le aclamaba fue reproducida posteriormente con
un sentimental “Adiós, España”.
(La
crónica abre aquí un paréntesis para dejar constancia de que posiblemente fue en
esas fechas cuando Juan Carlos de Borbón y Borbón, todavía Príncipe de España,
empezó a despertase sobresaltado por las noches. Le asaltaba una pesadilla que,
según confesó años después a este cronista, le quitaba el sueño. Esa pesadilla
era que, como iba a tener los mismos poderes que Franco, un día le pasaban a la
firma una sentencia de pena de muerte. “No la hubiera firmado nunca, pero la
simple posibilidad era terrorífica”. Sufrió esa pesadilla hasta el mismo día en
que los redactores de la Constitución abolieron la pena capital).
El
“adiós, España” se venía redactando desde hacía varios años. Sobre todo desde
el comienzo de la década de los setenta, en que Franco empezó a mostrar signos
evidentes de decadencia y debilidad física. Lo que ocurres es que quienes le
veían eran sus fieles y consideraban una herejía contarlo. Tuvo que venir en el
año 1971 el general americano Vernon A. Walters, alto mando de la CIA y,
después de entrevistarse con él, confesó que había encontrado al jefe del
Estado español “viejo y débil” y con grandes temblores en su mano izquierda. La
oposición política española, que se trataba de organizar para el futuro, no
tenía conciencia de ese deterioro. La empezó a tener a partir del episodio de
la tromboflebitis de 1974, según se desprende del testimonio del socialista
José Federico de Carvajal: “A finales de aquel año estábamos plenamente
convencidos de que el régimen instaurado por las armas en 1939 estaba llegando
a su fin”.
Esa
intuición de un final próximo del régimen y de su titular activó los
movimientos de la llamada “oposición democrática”. Nadie en sus cabales pensaba
en derrocarlo, pero todo el mundo empezó a tomar posiciones. Se movió la
Iglesia, y muchos templos comenzaron a ser lugares de cobijo y reunión de los
demócratas. Políticos de los primeros gobiernos de la democracia, como Narcís
Serra, salieron de esos colectivos de cristianos de base o cristianos por el
socialismo. Se movió la universidad, agitada desde la década a los sesenta. Se
movió el mundo laboral con el florecimiento singular de las Comisiones Obreras,
que se tuvo que enfrentar a juicios como el “Proceso 1001”. Se movieron las
organizaciones todavía clandestinas, como la Junta Democrática, la Plataforma
de Convergencia Democrática, la “Platajunta”, la Asamblea de Catalunya o el
Reagrupament Sicialista i Democratic de Catalunya. Se movieron los partidos de
nombres tradicionales, con especial vitalidad de los demócratas cristianos.
Apareció en escena Felipe González y su refundación del PSOE. Inició sus actividades
la UMD (Unión Militar democrática, cuyos miembros estaban en la cárcel cuando
Franco muere. Hubo una auténtica floración de siglas de izquierda radical,
dividida entre maoístas prochinos, comunistas, eurocomunistas y un sinfín de
subdivisiones. Aparecieron organizaciones como la ORT (Organización
Revolucionaria de Trabajadores) o el MCE (Movimiento Comunista de España). En
la obra de Fernando Jáuregui y Pedro Vega “Crónica del antifranquismo” aparecen
un total de 104 siglas. La mayoría de ellas no sólo no pasaron nunca por el
Registro de Asociaciones Políticas. Sus promotores y activistas pasaron, en
cambio, por el Tribunal de Orden Público y por los calabozos de la dirección
general de Seguridad.
Las
estructuras del régimen también trataron de acomodarse al futuro que abriría
tarde o temprano la desaparición de su fundador. La revista SP había lanzado la
arriesgada pregunta, descarada por la época “Después de Franco, “que?” y se
respondió con generalidades como “Después de Franco, las instituciones”. Se
trató de crear un mecanismo institucional llamado “asociaciones políticas” que
nunca llegaron a funcionar porque las adictas al sistema no tenían credibilidad
y las no adictas no tenían el menor interés en ser incluidas en el mecano del
franquismo. Fenecieron antes de nacer.
“Españoles,
Franco ha muerto”. El entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro,
compungido, compareció en televisión el 20 de noviembre de 1975 para comunicar
la muerte del dictador y leer su testamento político antes de proferir con voz
quebrada un ¡Viva España!
“Españoles,
Franco ha muerto”. El entonces presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro,
compungido, compareció en televisión el 20 de noviembre de 1975 para comunicar
la muerte del dictador y leer su testamento político antes de proferir con voz
quebrada un ¡Viva España! (EFE)
Y así se
llega políticamente a la recta final; a la gran agonía de Francisco Franco.
Primer síntoma, el 12 de octubre. Después de los actos del día de la Raza,
primeros síntomas de gripe o algo parecido. Cinco días después, el último
Consejo de Ministros que presidió. Su debilidad le impide estar más de veinte
minutos. Ya es la enfermedad final. Es atendido en El Pardo por “el equipo
médico habitual”. Se le hace una intervención quirúrgica, mientras los médicos
informan en su partes de su gravedad. El príncipe Juan Carlos se hace cargo por
segunda vez de la jefatura del Estado. No quería, sólo quería ser jefe de
estado efectivo, pero se impone el sentido del deber. Así lo dice al Consejo de
Ministros que preside el 31 de octubre: “Una vez más el sentido del deber me
impone hacerme cargo de la jefatura del Estado”.
La
sensación externa, dentro de la escasa información de los partes médicos, es
que Franco agoniza. Ante el palacio de El Pardo se concentran periodistas y
público que no quiere perder el momento histórico. Dentro del palacio, doña
Carmen empieza a sentir su viudedad. El marqués de Villaverde hace cálculos
porque necesita que Franco viva hasta el 26 de noviembre, fecha en que hay que renovar
al presidente de las Cortes y el franquismo quiere un franquista como Alejandro
Rodríguez de Valcárcel. Los soldados del regimiento se ofrecen para dar sangre
al jefe supremo de los ejércitos, muy debilitado por la intervención
quirúrgica.
Don Juan
Carlos hace sus segundas prácticas de jefe de Estado. Domina bien el escenario
interior, sabe cómo transmitir tranquilidad, pero salta lo imprevisto: el
astuto Hassan II, rey de Marruecos, pulsa la debilidad del Estado español y
organiza la marcha verde sobre el Sáhara. El príncipe pide la ayuda de
Kissinger a través de Manuel Prado y Colón de Carvajal y a espaldas del
Ministerio de Asuntos Exteriores, con profundo desagrado del ministro Cortina
por esta “diplomacia paralela” de La Zarzuela y que tanto había practicado el
futuro rey por la falta de apoyo de las estructuras oficiales. Por la decisión
del rey, por el apoyo de Estados Unidos o por necesidades de intendencia, la
marcha verde retrocedió desde Agadir hasta Tarfaya.
La gran
sorpresa: don Juan Carlos se presenta en el Sahara a ponerse al frente de las
tropas españolas, aunque sólo fuese para darles moral. No quería un ejército
que se sintiera huérfano mientras el jefe del Estado agonizaba. Con aquel gesto
el futuro rey no sólo ganó la confianza de los militares y de gran parte de los
ciudadanos. Increíblemente ganó el respeto de Hasan II, y sí se lo hizo saber,
según le contó a este cronista casi cuarenta años después. Las Cortes aprueban
el Proyecto de Descolonización del Territorio Autónomo del Sáhara. El problema,
prolongado hasta nuestros días, se convierte en internacional.
Finalmente,
el 7 de noviembre Franco es trasladado a la Ciudad Sanitaria La Paz de Madrid.
Tiene que ser operado nuevamente y ya nadie apuesta por su vida. Los partes del
“equipo médico habitual” no suscitan ninguna esperanza de recuperación. Se
habla de “nuevas y múltiples ulceraciones en el estómago que le hacen sangrar
profusamente”. Es lo que se llamó después la “lenta y dolorosa agonía”.
Fuera de
la clínica, el gobierno, bajo la batuta de don Juan Carlos, trata de aparentar
normalidad y toma decisiones, alguna tan singular como la creación de una
comisión para un régimen especial de las provincias de Vizcaya y Gipuzkoa, las
antiguas “provincias traidoras”. Y está en marcha la operación Lucero con
múltiples finalidades: garantizar el orden si se produce la defunción del
Caudillo, preparar toda la parafernalia del entierro y, de paso, detener a
todos los “rojos” sospechosos de preparar acciones subversivas. Unos cuantos, y
de nombres sonoros, durmieron aquellas noches en calabozos.
España,
mientras tanto, espera con ansiedad el desenlace. No hay movimientos que se
puedan calificar, según el lenguaje oficial de la época, como “subversivos”,
sin duda por el despliegue de las cuerpos y fuerzas de seguridad, en estado de
alerta. Pero sí hay tomas de posición públicas, más o menos veladas y todavía
marcadas por el miedo y la autocensura. Ha vuelto Fraga, uno de los deseados de
la época, y escribe artículos. Estallan los primeros conflictos entre el futuro
rey y el presidente Arias Navarro. Y se mueven los militares más leales, los
del búnker, a quienes nunca han gustado los contactos del príncipe.
Según
cuentan las crónicas, a medida que se pierde la esperanza de recuperación del
Generalísimo, se intensifican las plegarias. Se reza por la salud del enfermo
en multitud de templos, según la informaciones oficiales. A La Paz se hacen
llegar reliquias de santos de las que se espera que hagan el milagro. Entre los
objetos milagrosos, una mantilla de la Virgen de la O.
Pero las
oraciones no funcionan. Los partes médicos insisten en la gravedad. El día 19
de noviembre las escasísimas informaciones que captan los periodistas hablan de
situación desesperada. La vida de Franco se está sosteniendo de forma
artificial. Una foto que publicaría después Intervíu, al parecer hecha por el
marqués de Villaverde, reveló la crueldad de la agonía. Nunca se explicó
debidamente por qué se le mantuvo tanto tiempo con vida. La hora oficial de la
defunción fue a las 5.25 del 20 de noviembre, aunque hay datos de que fue a las
3.40. El parte final decía: “Enfermedad de Parkinson. Cardiopatía isquémica con
infarto agudo de miocardio arteroseptal y de cara diafragmática. Úlceras
digestivas aguas recidivantes con hemorragias masivas reiteradas. Peritonitis
bacteriana. Fracaso renal agudo. Tromboflebitis ileofemoral izquierda.
Bronconeumonía bilateral aspirativa. Choque endotóxico. Parada cardiaca”.
Estos
fueron los sufrimientos que causaron la segunda y definitiva muerte de Franco.
Con el
acta de defunción se escribía el último capítulo de una historia que había
durado cuarenta años; una “longa noite de pedra”, en descripción de un poeta
gallego; la etapa más triste del tiempo contemporáneo, según la mayoría de los
historiadores; la época en que España empezó a conocer la prosperidad y el
nacimiento de las clases medias, según los análisis más favorables. Y, desde
luego, una dictadura con todos sus instrumentos: represión, censura, cárcel,
exilio, fusilamientos y lo que cuarenta años después no hemos conseguido
resolver: los cadáveres en las cunetas.
Cuando
el cadáver de Franco se expuso en el Palacio Real para recibir la despedida de
los ciudadanos, desfilaron miles de personas. Hubo de todo: fieles a la memoria
del Caudillo, curiosos que querían ver a un personaje histórico y estar en un
momento histórico y gentes que al salir no tenían reparo en decir: fui a
escupirle. Lo normal es concluir que dejó una España dividida entre partidarios
y ciudadanos que nunca le quisieron perdonar. Hoy, cuarenta años después,
todavía quedan restos del llamado franquismo sociológico. Alfonso Guerra cree
que es un fenómeno que tardaremos un siglo en superar.
«¡Españoles!
¡Franco ha muerto!»
Cuarenta
años del anuncio de su muerte por Carlos Arias Navarro en una de las escenas de
televisión más vistas
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El
presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, en el momento del anuncio
El
presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, en el momento del anuncio - ABC
MARISA
GALLERO Madrid - 20/11/2015 a las 02:28:30h. - Act. a las 09:54:25h.
Guardado
en: España - Temas: Carlos Arias Navarro , Francisco Franco Bahamonde ,
Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo
«El 20
de noviembre estaba en mi despacho, porque la muerte de Franco era inmediata.
Habíamos montado un estudio pequeño de televisión en el propio Ministerio de
Información y Turismo, para dar las noticias urgentes. Desde mis ventanas, se
veía la vivienda del ministro León Herrera, y de pronto se encendieron las
luces de su casa a las seis de la mañana. Pensé: “Eso es que Franco ha muerto”.
A continuación salió el coche del ministro y a los cinco minutos llegó el
teletipo anunciando su muerte», así recuerda Jesús Sancho Rof, director general
de RTVE en los últimos años del franquismo, cómo fueron los momentos previos a
la grabación de una de las escenas de televisión más recordadas por millones de
españoles. El momento que Carlos Arias Navarro anunció con voz compungida:
«¡Españoles! ¡Franco… ha muerto!».
Había
asumido la dirección del ente el 5 de abril de 1974, bajo la presidencia de
Arias Navarro. «Me llamó León Herrera para proponerme el cargo. Estaba
trabajando con Fernández Sordo, entonces ministro de Relaciones Sindicales y le
pregunté qué opinaba. Se quedó treinta segundos pensando y me apuntó: “Acepta,
porque Franco se muere y hay que apoyar al Príncipe con los misiles de la
televisión”. Fue una de las primeras personas que fui a ver cuándo me nombraron
director. “Alteza, la televisión está a su disposición”, le dije. E hicimos
todo lo posible por evitar las “meteduras” de pata del padre… Aquello funcionó
en una época que era muy complicada».
«¡Franco
no se podía morir!»
El 9 de
julio de ese año, Franco ingresó en la Clínica Privada de la Ciudad Sanitaria
que tenía su mismo nombre aquejado de una tromboflebitis. Tras un breve proceso
de recuperación sufriría un retroceso que le impidió asistir a la tradicional
recepción del 18 de julio en la Granja, fiesta nacional y aniversario del golpe
militar que dio origen a la guerra civil. Todo parecía que iba a seguir igual.
Se apostaba por la continuidad del Régimen.
«¡Franco
no se podía morir! –recuerda Sancho Rof– Desde que sufrió la flebitis, estaban
todos los prohombres del régimen rodeándole. Y tanto era así, que en televisión
no había una biografía del general, ni tampoco del futuro Rey. Al alargarse la
enfermedad, se pudo preparar una programación adecuada para el día de su
muerte. No teníamos ni unidades móviles. Durante ese tiempo, se montó la operación
Lucero para realizar el cambio a la monarquía tras la muerte del caudillo. Don
Juan Carlos se dio cuenta, y el mismo día que jura, apareció en TVE un
motorista con un sobre de la Casa del Rey que anunciaba que se suprimía la
operación Lucero y se ponía en marcha la operación Alborada. Tomó las riendas
desde el primer segundo».
El 3 de
septiembre de 1974, las pantallas de televisión ofrecieron la imagen de un
Franco recuperado que jugaba al golf en el campo de La Zapateira, ocultando sus
dificultades motoras, sus problemas de dicción. «A mí me tocó grabar a Franco
el último mensaje de fin de año. Veías a ese hombre viejecito, consumido,
enfermo, pero ante todo, militar. Tenía escrito en el teleprompter el discurso
a trocitos. Cuando le avisabas que tenía que grabar, le decías: “Mi general”. Y
ese hombre hundido se erguía y se ponía en primera posición de saludo. Soltaba
la frase y cuando acababa, se volvía a hundir. Entonces aparecía toda la corte,
incluido el médico, y le alentaban: “¡Magnífico mi general! ¡Estupendo! ¡Como
nunca!», cuenta el que fue ministro de Trabajo, Sanidad y Seguridad Social con
Leopoldo Calvo-Sotelo.
«¡Que no
hable! ¡Córtale la señal!»
En otras
imágenes grabadas un año más tarde, en un acto que presidió en el patio de
armas de El Pardo, el día 12 de octubre, que se conmemoraba entonces el Día de
la Raza, muestran su deterioro físico, los estragos del párkinson. El último
Consejo de Ministros que presidió Franco fue el viernes 17 de octubre de 1975,
dos días después de sufrir un infarto agudo que el propio interesado calificó
de corte de digestión. «Cuando empieza a estar muy enfermo, y preside el
Consejo con marcapasos, la sensación era que no pasaba nada. No se ocultaba
información, porque no había información. Todo era cerrado. Un día me llega al
despacho el jefe de informativos y me dice: “El corresponsal de la televisión
francesa nos pide urgentemente un locutorio y una conexión con Francia para
anunciar que Franco se ha muerto, porque aquí nadie dice nada”. “Pero, ¿qué
dices?”, le respondí. Cogí el teléfono y llamé al ministro de Información para
explicarle la situación. Me contestó: ¡Que no hable! ¡Córtale la señal!”.
Intenté razonar: “¿Cómo le voy a cortar la señal a la televisión francesa? Lo
que tendría qué hacer el Gobierno es dar una nota sobre la salud de Franco”.
Salió un comunicado explicando que estaba constipado, que salía de una gripe y
que no le pasaba nada. A partir de ahí se suceden los partes médicos, en cuanto
había alguna mejoría había que darla inmediatamente. A mí ya me aburrían».
Así
también lo cuenta Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona en «Memorial de transiciones
(1939-1978)» editado por Galaxia Gutenberg. «Se daban con cuentagotas las
noticias sobre la salud de Franco, firmadas por “el equipo médico habitual”. Hacia
afuera empezó el reguero de partes médicos, que se leían con voz solemne en el
telediario […]. Imaginar que Franco moriría era casi subversivo».
«¡La
radio la han tomado los comunistas!»
A
principios de noviembre, las arterias del general no resisten y le operan en el
Pardo. Dos días más tarde, el 5 de noviembre, lo trasladan a La Paz y con 83
años pasa otras cuatro horas y media de quirófano. «Cuando a Franco le están
operando, surgió la duda de si cortar o no la programación de TVE. Fue la
famosa noche que se transmitían documentales de pájaros, y más pájaros,
mientras esperábamos a ver qué pasaba, aquello no se acababa nunca. Cómo sería
el ambiente, que una noche, a las tres de la mañana, me llama el director
general de Seguridad y me dice: “¡La radio la han tomado los comunistas!”. ¡Qué
dices!, le contesté. “¿No estás oyendo Radio Nacional?”. “Pues no, estoy en la
cama durmiendo”. Cuando cuelga, pongo la radio, y había un coloquio donde seis
arquitectos opinaban sobre la Sagrada Familia de Gaudí. Le llamé de nuevo: “Te
habrás equivocado de emisora, porque es un coloquio de arquitectos”. Y
responde: “Sí, ese mismo. De los seis, cuatro son comunistas”. Me dio la risa:
“Me haces un favor. Mándame mañana la lista de comunistas para que yo la tenga
en el despacho y así no haya ningún problema”. ¡Así estaba el país!».
La hora
oficial de la muerte de Francisco Franco fue las 5:25 de la mañana, aunque
falleció antes de las dos de la madrugada. «Para ese desenlace estaba prevista
una intervención de Carlos Arias Navarro. El guion estaba cargado en el
teleprompter. Cuando Arias llega al estudio junto a León Herrera, le dije:
“Bueno presidente, está todo preparado”. Y respondió: “Lo que tengas preparado
no vale. Tengo escrito cosas nuevas. La hija de Franco le había dado su
testamento, y le descolocó e improvisó un discurso». Las palabras de Arias
Navarro forman parte de nuestra historia y del fin de una dictadura:
«¡Españoles! ¡Franco… ha muerto! […] Yo sé que en estos momentos mi voz llegará
a vuestros hogares, entrecortada y confundida por el murmullo de vuestros
sollozos… Es natural; es el llanto de España, que siente como nunca la angustia
infinita de su orfandad […]»
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Recuperar
España
El Mundo
| Nicolás Redondo Terreros
Es
posible adivinar, con suficiente concreción, qué protagonistas políticos
ocuparán el escenario de la vida pública española y algunos de los asuntos que
fijarán la atención de los dirigentes y de la sociedad española durante los
próximos cuatro años. No parece que habrá mayorías absolutas, aunque el PP
gozará de más respaldo del que muestran las últimas encuestas. El partido de
Albert Rivera se convertirá en la sorpresa del 20-D y, según sea el tamaño de
la sorpresa de Ciudadanos, el Partido Socialista iniciará un camino más o menos
incierto hacía una refundación que tiene pendiente desde que celebró su
congreso en Sevilla.
El PSOE
no tiene un problema de liderazgo, tiene un reto de definición previo a las
personas que lo dirigen y, además, tiene que asentar su política territorial
sobre la España que existe, no sobre la que nos gustaría que existiera. La
socialdemocracia europea necesita saber cómo actuar, no sólo ante una crisis
económica sin precedentes, sino en un nuevo siglo que es el inicio de una nueva
época, en la que no sirven ni paradigmas, ni marcos del siglo pasado. El
partido de Iglesias Jr., una vez pasada la ola de incienso mediático, no
obtendrá el resultado que pronosticaban las encuestas hace 12 meses y se moverá
entre un ligero aumento de los resultados de IU y las expectativas que tenía
este mismo partido antes de que fuera inteligente e innoblemente saboteado con
una estrategia puramente comunista. Los nacionalismos periféricos obtendrán un
respaldo electoral que les hará prescindibles para la aritmética parlamentaria pero,
probablemente, muy necesarios desde una perspectiva política. En cualquier
caso, Convergència, venga disfrazado como venga al Palacio de las Cortes, no
parece que vaya a desempeñar al principio de la legislatura un papel estelar
como antaño lo hizo.
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Por lo
tanto, la política resultante será la consecuencia de trabajosos pactos y no es
de valientes aventurar una legislatura inestable, que no terminará con los
protagonistas que la inicien en la misma responsabilidad para entretenimiento
de los medios de comunicación. Tampoco corro el riesgo de equivocarme mucho al
afirmar que esta legislatura tendrá una importancia sobresaliente en el futuro
de nuestro país. Los protagonistas políticos de los próximos cuatro años se
enfrentarán a una encrucijada determinante, como muchas otras en nuestra
historia en las que no hemos elegido bien. O es una legislatura de reformas que
impulsen el proyecto constitucional del 78, o son cuatro años estériles, vacíos
de política con mayúsculas y plenos de política partidaria y pequeña, haciendo
seguro el peor presagio: el inicio de un fin sabido y que sólo se podrá
retrasar. En esta situación grave para el país es cuando se distingue mejor la
política con mayúsculas, la buena política de la pequeña política, sectaria o
de campanario de siglas. Lo que los llamados a ser la sorpresa del 20-D
denominan como “la nueva política”.
Creo que
la crisis política que vivimos, supongo que nadie dudará de la propiedad del
concepto, se debe desde luego a las consecuencias sociales de la crisis
económica, a las que se suma el órdago antidemocrático del independentismo
catalán y también una crisis de los partidos que tradicionalmente han
protagonizado la política española. Es más evidente la del PSOE porque está en
la oposición, pero la del PP está ahí y en las próximas elecciones la veremos
más claramente: o perderá por la derecha o perderá por el centro, pero ya no
será el partido que abarque el amplísimo abanico que va desde el centro
moderado -intercambiable con los socialistas, aunque éstos lo hayan ignorado en
los últimos 10 años- a los confines de la derecha.
Pero
entre todas las crisis que componen la crisis política de España me preocupa la
provocada por el independentismo catalán. De cómo salgamos de esta crisis
dependerá nuestro futuro;me parece igual de grave que la económica y, a pesar
de los graves efectos directos de esta última sobre los ciudadanos, más
determinante a medio y largo plazo. La primera condición para solucionar un
problema como el planteado en Cataluña es realizar un diagnóstico acertado y
puede que lamentablemente nos estemos equivocando. Se nos dice que los
independentistas no conseguirán su objetivo, pero su fracaso no es la solución
total y definitiva del problema. Cierto que es necesario ganar este envite,
pero la quiebra por parte de un partido básico en la Transición y en los últimos
30 años del pacto de lealtad sobre el que se fundó el Estado Autonómico, nos
plantea preguntas trascendentes para nuestro futuro a medio y largo plazo,
además de darnos la oportunidad de reflexionar sobre los aspectos positivos y
negativos del desarrollo de las autonomías. La fuerza de los nacionalismos
periféricos estos años, la vocación de la clase política de integrarles en el
sistema, la fuerza de emulación de los que no son nacionalistas en otras
comunidades y una evidente sensación de estar menos legitimados que ellos a la
hora de la configuración del modelo autonómico -todo lo que pedían se convertía
en legítimo y un rechazo a sus reclamaciones, en la intolerable oposición
antidemocrática de la vieja España, nos ha arrastrado a un modelo sentimental dominado
por las historias locales, siempre idealizadas, en el que la razón brilla por
su ausencia. En Francia, por motivos prosaicamente económicos – creen que
pueden ahorrar entre 12.000 y 25.000 millones de euros-, han realizado una
reforma territorial que ha reducido el número de regiones de 22 a 13 y no creo
que tengan una historia menor que la nuestra, distinta pero no menos
sobresaliente.
No abogo
por la desaparición de las autonomías, pero sí defiendo un espíritu racional
para enfrentarnos al futuro territorial, aplicando la razón y principios de
eficiencia al modelo, evitando, como se evita a la peste, que se anquilose o se
petrifique. Durante la Transición aceptamos que el esfuerzo mayor de
integración lo teníamos que hacer nosotros, el resto, la mayoría, por culpas
remotas e imaginarias que se pueden remontar para algunos a los Reyes Católicos
y que tienen que ver con la influencia que sobre nosotros mismos ejerce la
leyenda negra -oscilamos entre una visión acrítica de nuestra historia para la
que todos nuestros males tienen que ver con nuestros vecinos, ateos, judíos o
comunistas según convenga y la asunción, también acrítica, de lo negativo que
se pueda decir de nuestra historia.
Tanto
fue así que en parte renunciamos a una cobertura histórica, sentimental y
simbólica en el desarrollo de la España democrática, a la que teníamos y
tenemos derecho como ciudadanos de una de las naciones más antiguas de Europa.
Y es esta debilidad la que me hace recordar unas palabras de Michael Burleigh
sobre la República de Weimar: “Se podía afirmar que la república no consiguió
captar el mundo de representaciones simbólicas que son necesarias para que un
régimen pueda sobrevivir”. En inevitable correspondencia, ¡los vacíos en la
vida pública se llenan con urgencia!, proliferan las historias, los
sentimientos y los simbolismos locales, llevados hasta la caricatura en algunos
casos, hasta la quiebra de la nación en el caso catalán. No hemos sabido oponer
al nacionalismo identitario, fortalecido por la utilización de las estructuras
autonómicas y la educación en beneficio propio, el nacionalismo cívico que
propone Ignatieff o el patriotismo constitucional; que tienen en común la
voluntad de poner por debajo de la ley los sentimientos de pertenencia y las
identidades, sean religiosas, ideológicas o identitarias.
Es hora
de recuperar una idea de España sin complejos, una España constitucional,
moderna, tolerante y en la que prevalezca la razón en el espacio público; una
España plural, diversa, pero también unida, una España con su historia sometida
a la crítica pero segura de haber sido uno de los sujetos de la historia de
Europa más influyente. Una España de ciudadanos que no se sientan prisioneros
del pasado, ni de tradiciones, ni de religiones, ni de ideologías. Una España
que en el 78 rechazó las zonas oscuras de nuestra historia, una España que se
opone a ser prisionera de sentimentalismos, que rechaza petrificarse en el
pasado como remedio a los interrogantes que nos plantea el día a día, muy
distinta a la de antaño, ignorante, egoísta, intolerante, que consideraba al
adversario enemigo y que hoy se refugia, aunque sea disfrazada, en el
nacionalismo catalán.
Nicolás
Redondo Terreros es presidente de la Fundación para la Libertad y miembro del
Consejo Editorial de EL MUNDO.
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Sáhara
Occidental, 40 años de injusticia
El País
| Francisco José Alonso Rodríguez
Tenemos
que recordar que el 16 de Octubre de 1975, el Tribunal Internacional de
Justicia de La Haya, condenó las pretensiones de Mauritania y Marruecos sobre
el territorio del Sáhara Occidental, en una sentencia donde dice, entre otras
consideraciones: “El Sáhara Occidental no tiene lazos de soberanía con
Marruecos o Mauritania. Debe aplicarse, por tanto, el derecho de
autodeterminación”.
Esta
sentencia contradice los planes del entonces Rey de Marruecos Hassan II, de
construir un gran imperio marroquí, que se extendiera hasta las orillas del rio
Senegal. El 6 de Noviembre aprovechando la agonía de Franco lanza la “Marcha
verde” sobre el Sáhara Occidental, en la que 350.000 marroquíes cruzan la
frontera desde Marruecos, y se produce con el beneplácito de la comunidad
internacional la invasión militar marroquí sobre el territorio del Sáhara
Occidental y comienza el exterminio silencioso del pueblo saharaui.
No
obstante, el 14 de Noviembre de 1975, el Gobierno de Arias Navarro, firma el
documento de la entrega del territorio y la administración del Sáhara
Occidental a Marruecos y Mauritania, y empieza el Éxodo de la población civil
saharaui, bajo bombardeos con fósforo y napalm. No podemos olvidar que los
saharauis llevaban en sus bolsillos el Documento nacional de identidad Español
y se asientan en los campos de refugiados en Tinduf (Argelia). Los saharauis
que quedaron en los territorios ocupados del Sáhara Occidental, fueron y siguen
siendo, perseguidos, torturados, encarcelados, eliminados o desaparecidos, por
el hecho de mantener sus señas propias de identidad ante el invasor. En una
continua violación de los derechos humanos por parte de Marruecos.
Recordemos
que el 6 de septiembre de 1991 se fija como fecha para la finalización de la
guerra y el 26 de enero de 1992, como la fecha para celebrar un referéndum de
autodeterminación, firmado por las dos partes y como garante, las Naciones
Unidas que aprueba el Plan de Paz (Resolución 690/1991).
Desde
1996 el Polisario y el Gobierno de la RSAD vienen amenazando con la vuelta a
las armas como una garantía de recuperar su país, ocupado militarmente por
Marruecos desde 1975. Durante estos 40 años de ocupación militar del Sáhara
Occidental por Marruecos, la comunidad internacional ha abandonado a su suerte
al pueblo del Sáhara Occidental, permitiendo que Marruecos, con el apoyo de
algunos países amigos, perpetre un genocidio sobre el pueblo saharaui. No
podemos quitar la culpa a los Gobiernos de España y a las personas que les
prometieron estar al lado del pueblo saharaui hasta la victoria final y la
recuperación de su territorio, entre otros, nuestro anterior Rey y Felipe
González.
Mohamed
Salem Uld al Salek, Ministro de Asuntos Exteriores de la RASD, advirtió hace un
mes en Nueva York, la posible vuelta a la guerra con Marruecos si no hay
avances hacia un referéndum que resuelva la situación de la excolonia española.
El pueblo saharaui y sus dirigentes vienen profiriendo estas amenazas, porque
ven una y otra vez defraudadas sus aspiraciones y reiteran continuamente:
“queremos una muerte digna recuperando nuestro país en una guerra, que una
muerte silenciosa e indigna por una potencia que nos ocupa militarmente y viola
nuestra dignidad”.
Quiero
hacer referencia, por su importancia, que en un Auto de la Sala de lo Penal de
la Audiencia Nacional en Pleno, nº40 de 2014, en la querella presentada por la
Liga Española Pro Derechos Humanos, contra varios miembros del Gobierno
Marroquí, por el asesinato del Saharaui-Español Baby Liamday Buyema, por las
fuerzas de Seguridad Marroquí, el 8 de noviembre de 2010, dictaminaron entre
otras cosas: “En definitiva, España de iure, aunque no de facto (por derecho y
no por hecho), sigue siendo la Potencia Administradora, y como tal, hasta que
finalice el periodo de la descolonización, tiene las obligaciones recogidas en
los artículos 73 y 74 de la Carta de Naciones Unidas”. A continuación, añade:
“Debe señalarse por último, que si por la legalidad internacional, un
territorio no puede ser considerado marroquí, tampoco puede aceptarse su
jurisdicción como fuero preferente del lugar de comisión del delito”.
“No es
tiempo ya de palabras, llegó el tiempo de los hechos y la acción”, este es,
repito sin duda alguna, el deseo del digno pueblo saharaui. No se les puede
tener otros 40 años viviendo en la incertidumbre en la que están, es más, en
estos momentos el campamento saharaui en Tinduf (Argelia) está devastado por
las grandes lluvias. Sería el momento adecuado para que todas las personas que
no pueden por sus limitaciones coger las armas, fueran acogidas en España como
españoles, ya que nunca han dejado de tener esa condición, pues no olvidemos
que España sigue siendo la potencia administradora.
Queda
clara la responsabilidad del Gobierno y Estado Español en el caso del Sáhara
Occidental: debe por su dignidad y la de todos los españoles, procurar una
salida digna que permita al pueblo saharaui recuperar su territorio y pueda
vivir en paz. Quiero dejar claro, como ya en algunas ocasiones lo he
manifestado: “Una ocupación militar, nunca puede ser legalizada, pues
perderíamos toda la humanidad”.
Francisco
José Alonso Rodríguez es presidente de Liga Española Pro Derechos Humanos y de
la Federación Internacional Pro Derechos Humanos-España.
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