Discurso
de Unamuno en el Congreso sobre las lenguas hispánicas y a propósito de la
oficialidad del castellano
El
Sr. Unamuno: Señores diputados, el texto del proyecto de Constitución hecho por
la Comisión dice: «El castellano es el idioma oficial de la República, sin
perjuicio de los derechos que las leyes del Estado reconocen a las diferentes
provincias o regiones.»
Yo
debo confesar que no me di cuenta de qué perjuicio podía haber en que fuera el
castellano el idioma oficial de la República (acaso esto es traducción del
alemán), e hice una primitiva enmienda, que no era exactamente la que después,
al acomodarme al juicio de otros, he firmado. En mi primitiva enmienda decía:
«El castellano es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español
tendrá el derecho y el deber de conocerlo, sin que se le pueda imponer ni
prohibir el uso de ningún otro.» Pero por una porción de razones vinimos a
convenir en la redacción que últimamente se dió a la enmienda, y que es ésta:
«El español es el idioma oficial de la República. Todo ciudadano español tiene
el deber de saberlo y el derecho de hablarlo. En cada región se podrá declarar
cooficial la Lengua de la mayoría de sus habitantes. A nadie se podrá imponer,
sin embargo, el uso de ninguna Lengua regional.»
Entre
estas dos cosas puede haber en la práctica alguna contradicción. Yo confieso
que no veo muy claro lo de la cooficialidad, pero hay que transigir.
Cooficialidad es tan complejo como cosoberanía; hay «cos» de éstos que son muy
peligrosos. Pero al decir «A nadie se podrá imponer, sin embargo, el uso de
ninguna Lengua regional», se modifica el texto oficial, porque eso quiere decir
que ninguna región podrá imponer, no a los de otras regiones, sino a los mismos
de ella, el uso de aquella misma Lengua. Mejor dicho, que si se encuentra un
paisano mío, un gallego o un catalán que no quiera que se le imponga el uso de
su propia Lengua, tiene derecho a que no se les imponga. (Un señor diputado: ¿Y
a los notarios?) Dejémonos de eso. Tiene derecho a que no se le imponga. Claro
que hay una cosa de convivencia -esto es natural- y de conveniencia; pero esto
es distinto; una cosa de imposición. Pero como a ello hemos de ir, vamos a
pasar adelante. Estamos indudablemente en el corazón de la unidad nacional y es
lo que en el fondo más mueve los sentimientos: hasta aquellos a quienes se les
acusa de no querer más que vender o mercar sus productos -yo digo que no es
verdad-, en un momento estarían dispuestos hasta a arruinarse por defender su
espiritu. No hay que achicar las cosas. No quiero decir en nombre de quién
hablo; podría parecer una petulancia si dijera que hablo en nombre de España.
Sé que se toca aquí en lo más sensible, a veces en la carne viva del espíritu;
pero yo creo que hay que herir sentimientos y resentimientos para despenar
sentido, porque toca en lo vivo. Se ha creído que hay regiones más vivas que
otras y esto no suele ser verdad. Las que se dice que están dormidas, están tan
despiertas como las otras; sueñan de otra manera y tienen su viveza en otro
sitio. (Muy bien.)
Aquí
se ha dicho otra cosa. Se está hablando siempre de nuestras diferencias
interiores. Eso es cosa de gente que, o no viaja, o no se entera de lo que ve.
En el aspecto ling|ístico, cualquier nación de Europa, Francia, Italia, tienen
muchas más diferencias que España; porque en Italia no sólo hay una multitud de
dialectos de origen románico, sino que se habla alemán en el Alto Adigio,
esloveno en el Friul, albanés en ciertos pueblos del Adriático, griego en
algunas islas. Y en Francia pasa lo mismo. Además de los dialectos de las
Lenguas latinas, tienen el bretón y el vasco. La Lengua, después de todo, es
poesía, y así no os extrañe si alguna vez caigo aquí, en medio de ciertás
anécdotas, en algo de lirismo. Pero si un código pueden hacerlo sólo juristas,
que suelen ser, por lo común, doctores de la letra muerta, creo que para hacer
una Constitución, que es algo más que un código, hace falta el concurso de los
líricos, que somos los de la palabra viva. (Muy bien.)
Y
ahora me vais a permitir, los que no los entienden, que alguna vez yo traiga
aquí acentos de las Lenguas de la Península. Primero tengo que ir a mi tierra
vasca, a la que constantemente acudo. Allí no hay este problema tan vivo,
porque hoy el vascuence en el país vasconavarro no es la Lengua de la mayoría,
seguramente que no llegan a una cuarta parte los que lo hablan y los que lo han
aprendido de mayores, acaso una estadística demostrara que no es su Lengua
verdadera, su Lengua materna; tan no es su verdadera Lengua materna, que aquel
ingenuo, aquel hombre abnegado llegó a decir en un momento: «Si un maqueto está
ahogándose y te pide ayuda, contéstale: «Eztakit erderaz.» «no sé castellano.»»
Y él apenas sabía otra cosa, porque su Lengua materna, lo que aprendió de su
madre, era el castellano.
Yo
vuelvo constantemente a mi nativa tierra. Cuando era un joven aprendí aquello
de «Egialde guztietan toki onak badira bañan biyotzak diyo: zoaz Euskalerrira.»
«En todas partes hay buenos lugares, pero el corazón dice: vete al país vasco.»
Y hace cosa de treinta años, allí, en mi nativa tierra, pronuncié un discurso
que produjo una gran conmoción, un discurso en el que les dije a mis paisanos
que el vascuence estaba agonizando, que no nos quedaba más que recogerlo y
enterrarlo con piedad filial, embalsamado en ciencia. Provocó aquello una gran
conmoción, una mala alegría fuera de mi tierra, porque no es lo mismo hablar en
la mesa a los hermanos que hablar a los otros: creyeron que puse en aquello un
sentido que no puse. Hoy continúa eso, sigue esa agonia; es cosa triste, pero
el hecho es un hecho, y así como me parecería una verdadera impiedad el que se
pretendiera despenar a alguien que está muriendo, a la madre moribunda, me
parece tan impío inocularle drogas para alargarle una vida ficticia, porque
drogas son los trabajos que hoy se realizan para hacer una Lengua culta y una
Lengua que, en el sentido que se da ordinariamente a esta palabra, no puede
llegar a serlo.
El
vascuence, hay que decirlo, como unidad no existe, es un conglomerado de
dialectos en que no se entienden a las veces los unos con los otros. Mis cuatro
abuelos eran, como mis padres, vascos; dos de ellos no podían entenderse entre
sí en vascuence, porque eran de distintas regiones: uno de Vizcaya y el otro de
Guipúzcoa. ¿Y en qué viene a parar el vascuence? En una cosa, naturalmente,
tocada por completo de castellano, en aquel canto que todos los vascos no hemos
oído nunca sin emoción, en el Guernica Arbola, cuando dice que tiene que
extender su fruto por el mundo, claro que no en vascuence. «Eman ta zabalzazu
munduan frutua adoratzen raitugu, arbola santua» «Da y extiende tu fruto por el
mundo mientras te adoramos, árbol santo.» Santo, sin duda; santo para todos los
vascos y más santo para mí, que a su pie tomé a la madre de mis hijos. Pero así
no puede ser, y recuerdo que cantando esta agonía un poeta vasco, en un último
adiós a la madre Euskera, invocaba el mar, y decía: «Lurtu, ichasoa.»
«Conviértete en tierra, mar»; pero el mar sigue siendo mar.
Y
¿qué ha ocurrido? Ha ocurrido que por querer hacer una Lengua artificial, como
la que ahora están queriendo fabricar los irlandeses; por querer hacer una
Lengua artificial, se ha hecho una especie de «volapuk» perfectamente
incomprensible. Porque el vascuence no tiene palabras genéricas, ni abstractas,
y todos los nombres espirituales son de origen latino, ya que los latinos
fueron los que nos civiizaroñ y los que nos cristianaron también. (Un señor
diputado de la minoría vasconavarra: Y «gogua» ¿es latino?) Ahí voy yo. Tan es
latino, que cuando han querido introducir la palabra «espíritu», que se dice
«izpiritué», han introducido ese gogo, una palabra que significa como en alemán
«stimmung», o como en castellano «talante» es estado de ánimo, y al mismo
tiempo igual que en catalán «talent», apetito. «Eztankat gogorik» es «no tengo
ganas de comer, no tengo apetito». (Un señor diputado interrumpe, sin que se
perciban sus palabras.- Varios señores diputados: ¡Callen, callen!)
Me
alegro de eso, porque contaré más. Estaba yo en un pueblecito de mi tierra,
donde un cura había sustituido -y esto es una cosa que no es cómica- el
catecismo que todos habían aprendido, por uno de estos catecismos renovados, y
resultaba que como toda aquella gente había aprendido a santiguarse diciendo:
«Aitiaren eta semiaren eta izpirituaren izenian» (En el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo), se les hacia decir: «Aitiaren eta semiaren eta
Crogo dontsuaren izenian», que es: «En el nombre del Padre, del Hijo y del
santo apetito.> (Risas.) No; la cosa no es cómica, la cosa es muy seria,
porque la Iglesia, que se ha fundado para salvar las almas, tiene que explicar
al pueblo en la Lengua que el pueblo habla, sea la que fuere, esté como esté; y
así como hubiera sido un atropello pretender, como en un tiempo pretendió
Romero Robledo, que se predicara en castellano en pueblos donde el castellano
no se hablaba, es tan absurdo predicar en esas Lenguas.
Esto
me recuerda algo que no olvido nunca y que pasó en América: que una Orden
religiosa dió a los indios guaraníes un catecismo queriendo traducir al guaraní
los conceptos más complicados de la Teología, y, naturalmente, fueron acusados
por otra Orden de que les estaban enseñando herejías; y es que no se puede
poner el catecismo en guaraní ni azteca sin que inmediatamente resulte una
herejía. (Risas.)
Y
después de todo, lo hondo, lo ínfimo de nuestro espíritu vasco, ¿en qué lo
hemos vertido?
El
hombre más grande que ha tenido nuestra raza ha sido Iñigo de Loyola y sus
Ejercicios no se escribieron en vascuence. No hay un alto espíritu vasco, ni en
España ni en Francia, que no se haya expresado o en castellano o en francés. El
primero que empezó a escribir en vascuence fue un protestante, y luego los
jesuítas. Es muy natural que nos halague mucho tener unos señores alemanes que
andan por ahí buscando conejillos de Indias para sus estudios etnográficos y
nos declaren el primer pueblo del mundo. Aquí se ha dicho eso de los vascos.
En
una ocasión contaba Michelet que discutía un vasco con un montmorency, y que al
decir el montmorency: «¿Nosotros los montmorency datamos del siglo.., tal», el
vasco contestó: «Pues nosotros, los vascos, no datamos.» (Risas.) Y os digo que
nosotros, en el orden espiritual, en el orden de la conciencia universal,
datamos de cuando los pueblos latinos, de cuando Castilla, sobre todo, nos
civilizó. Cuando yo pronunciaba aquel discurso recibí una carta de D. Joaquín
Costa lamentándose de que el vascuence desapareciese siendo una cosa tan
interesante para el estudio de las antig|edades ibéricas. Yo hube de
contestarle: «Está muy bien; pero no por satisfacer a un patólogo voy a estar
conservando la que creo que es una enfermedad.» (Risas.- El señor Leizaola pide
la palabra.)
Y
ahora hay una cosa. El aldeano, el verdadero aldeano, el que no está perturbado
por nacionalismos de señorito resentido, no tiene interés en conservar el
vascuence.
Se
habla del anillo que en las escuelas iba pasando de un niño a otro hasta ir a
parar a manos de uno que hablaba castellano, a quien se le castigaba; pero ¿es
que acaso no puede llegar otro anillo? ¿Es que no he oído decir yo: «No enviéis
a los niños a la escuela, que allí aprenden el castellano, y el castellano es
el vehículo del liberalismo»? Eso lo he oído yo, como he oído decir: «¡Gora
Euzkadi ascatuta!» («Euzkadi» es una palabra bárbara; cuando yo era joven no
existía; además conocí al que la inventó). «¡Gora Euzkadi ascatuta!» Es decir:
¡Viva Vasconia libre! Acaso si un día viene otro anillo habrá de gritar más
bien: «¡Gora Ezpaña ascatuta!» ¡Viva España libre! Y sabéis que España en
vascuence significa labio; que viva el labio libre, pero que no nos impongan
anillos de ninguna clase. (Un señor Diputado: Muchas gracias, en nombre del
pueblo vasco.)
Pasemos
a Galicia; tampoco hay aquí, en rigor, problema. Podrán decirme que no conozco
Galicia y, acaso, ni Portugal, donde he pasado tantas temporadas; pero ya hemos
oído que Castilla no conoce la periferia, y yo os digo que la periferia conoce
mucho peor a Castilla; que hay pocos espíritus más comprensivos que el castellano
(Muy bien.) Pasemos, como digo, a Galicia. Tampoco allí hay problema. No creo
que en una verdadera investigación resultara semejante mayoría. No me convencen
de no. Pero aquí se hablaba de la lengua universal, y el que hablaba sin duda
recuerda lo que en la introducción a los Aíres da miña terra decía Curros
Enríquez de la lengua universal:
«Cuando
todas lenguas o fin topen
que
marca a todo o providente dedo,
e
c4os vellos idiomas estinguidos
un
solo idioma universal formemos;
esa
lengua pulida, idioma úneco,
mais
qu4hoxe enriquecido e mais perfeuto,
resume
d4as palabras mais sonoras
qu4aquela
n4os deixaran como enherdo.
Ese
idioma, compendio d4os idiomas,
com4onha
serenata pracenteiro,
com4onha
noite de luar docísimo
será
-¿que outro sinon?- será o gallego
Fala
de minha nai, fala armoñosa,
en
qu4o rogo d4os tristes sub4o ceo
y
en que decende a prácida esperanza,
os
afogados e doloridos peitos.
Falta
de meus abós, fala en q4os párias,
de
trevos e polvo e de sudor cubertos,
piden
a terra o grau d4a cor4a sangue
qu4ha
de cebar a besta d4o laudemio...
Lengua
enxebre, en q4as anemas d4os mortos
n4as
negras noites de silencio e medo
encomendan
os vivos as obrigas,
que,
¡mal pecados!, sin cuprir morreron.
Idioma
en que garula nos paxaros,
en
que falan os anxeles, os nenos,
en
qu4as fontes solouzan e marmullan
Entr4os
follosos albores os ventos»
Todo
eso está bien; pero que me permita Curros y perntitidme vosotros; me da pena
verle siempre con ese tono de quejumbrosidad. Parias, azotada, escarnecida...,
amarrada contra una roca..., clavado un puñal en el seno...
¿De
dónde es así eso? ¿Es que se pueden tomar en serio burlas, a las veces
cariñosas, de las gentes? No. Es como lo de la emigración. El mismo Curros,
cuando habla de la emigración -lo sabe bien mi buen amigo Castelao-, dice,
refiriéndose al gaitero:
«Tocaba...,
e cando tocaba,
o
vento que d4o roncón
pol-o
canuto fungaba,
dixeran
que se queixaba
d4a
gallega emigración.
Dixeran
que esmorecida
de
door a Patria nosa,
azoutada,
escarnecida,
chamaba,
outra Nai chorosa,
os
filliños d4a sus vida...
Y
era verdá. ¡Mal pocada!
Contr4on
peneda amarrada,
crabad4un
puñas n4o seo,
n4aquella
gaite lembrada
Galicia
era un Prometeo.»
No;
hay que levantar el ánimo de esas quejumbres, quejumbres además, que no son de
aldeanos. Rosalía decía aquello de:
«Castellanos
de Castilla,
tratade
ben os gallegos;
cando
van, van como rosas;
cando
veñen, como negros.»
¿Es
que les trataban mal? No. Eran ellos los que se trataban mal, para ahorrar los
cuartos y luego gastarlos alegre y rumbosamente en su tierra, porque no hay
nada más rumboso, ni menos avaro, ni más alegre, que un aldeano gallego. Todas
esas morriñas de la gaita son cosas de los poetas. (Risas.)
Vuestra
misma Rosalía de Castro, después de todo, cuando quiso encontrar la mujer
universal, que era una alta mujer, toda una mujer, no la encontró en aquellas
coplas gallegas; la encontró en sus poesías castellanas de Las orillas del Sar.
(Denegaciones en algunos señores diputados de la minoría gallega.) ¿Y quiénes
han enriquecido últimamente a la Lengua castellana, tendiendo a que sea
española? Porque hay que tener en cuenta que el castellano es una Lengua hecha,
y el español es una Lengua que estamos haciendo. ¿Y quiénes han contribuido más
que algunos escritores galleros -y no quiero nombrarlos nominativamente,
estrictamente-, que han traído a la Lengua española un acento y una nota
nuevos?
Y
ahora vengamos a Cataluña. Me parece que el problema es más vivo y habrá que
estudiarlo en esta hora de compresión, de cordialidad y de veracidad. Yo
conocí, traté, en vuestra tierra, a uno de los hombres que me ha dejado más
profunda huella, a un cerebro cordial, a un corazón cerebral, aquel gran hombre
que fue Juan Maragall. Oíd:
«Escolta,
Espanya le veu d'un fill
que't
parla en llengua no castellana,
parlo
en la llengua que m'ha donat
la
terra apra,
en
questa llengua pocs t4han parlat;
en
l'altra..., massa.
En
esta Lengua pocos te han hablado, en la otra... demasiados.
Hon
ets Espanya? No4t veig enlloc,
no
sents la meva ven atronadora?
No
entensa aquesta llengua que4t parla entre perills?
Has
desaprés d4entendre an els teus fils?
Adeu,
Espanya!»
Es
cierto. Pero él, Maragall, el hombre qué decía esto, como si no fuera bastante
lo demasiado que se le había hablado en la otra Lengua, en castellano, a
España, él habló siempre, en su trabajo, en su labor periodística; habló
siempre, digo, en un español, por cieno lleno de enjundia, de vigor, de fuerza,
en un castellano digno, creo que superior al castellano, al español, de Jaime
Balmes o de Francisco Pi y Margall. No. Hay una especie de coquetería. Yo oía
aquí, el otro día, al señor Torres empezar excusándose de no tener costumbre de
hablar en castellano, y luego, me sorprendió que en español no es que vestía,
es que desnudaba perfectamente su espíritu, y es mucho más difícil desnudarlo
que vestirlo en una Lengua. (Risas.) He llegado -permitidme- a creer que no
habláis el catalán mejor que el castellano. (Nuevas risas.) Aquí se nos habla
siempre de uno de los mitos que ahora están más en vigor, y es el «hecho». Hay
el hecho diferencial, el hecho tal, el hecho consumado. (Risas.) El catalán,
que tuvo una espléndida florescencia literaria hasta el siglo XV, enmudeció
entonces como Lengua de cultura, y mudo permameció los siglos del Renacimiento,
de la Reforma y la Revolución. Volvió a renacer hará cosa de un siglo -ya diré
lo que son estos aparentes renacimientos-; iba a quedar reducido a lo que se
llamó el «parlá munisipal». Les había dolido una comparanza -que yo hice,
primero en mi tierra, y, después, en Cataluña- entre el máuser y la espingarda,
diciendo: yo la espingarda, con la cual se defendieran mis antepasados, la
pondré en un sitio de honor, pero para defenderme lo haré con un máuser, que es
como se defienden todos, incluso los moros. (Risas.) Porque los moros no tenían
espingardas, sino, quizá, mejor armamento que nosotros mismos.
Hoy,
afortunadamente, está encargado de esta obra de renovación del catalán un
hombre de una gran competencia y, sobre todo, de una exquisita probidad intelectual
y de una honradez científica como las de Pompeyo Fahra. Pero aquí viene el
punto grave, aquel a que se alude en la enmienda al decir: «no se podrá imponer
a nadie».
Como
no quiero amezquinar y achicar esto, que hoy no se debate, dejo, para cuando
otros artículos se toquen, el hablar y el denunciar algunas cosas que pasan.
Algunas las denunció Menéndez Pidal. No se puede negar que fueran ciertas.
Lo
demás me parece bien. Hasta es necesario; el catalán tiene que defenderse y
conviene que se defienda; conviene hasta al castellano. Por ejemplo, no hace
mucho, la Generalidad, que en este caso actuaba, no de generalidad sino de
panicularidad (Risas.) dirigió un escrito oficial en catalán al cónsul de
España en una ciudad francesa, y el cónsul, vasco por cierto, lo devolvió.
Además, está recibiendo constantemente obreros catalanes que se presentan
diciendo: «No sabemos castellano», y él responde: «Pues yo no sé catalán;
busquen un intérprete.» No es lo malo esto, es que lo saben, es que la mayoría
de ellos miente, y éste no es nunca un medio de defenderse. (Rumores en la
minoría de Izquierda catalana.- Un señor diputado pronuncia palabras que no se
perciben claramente.) Eso es exacto. (Un señor diputado: Eso es inexacto.- El
señor Santaló: Sobre todo su señoría no tiene autoridad para investigar si
miente o no un señor que se dirige a un cónsul.- Otro señor diputado pronuncia
palabras que no se perciben claramente.- Rumores.) ¿Es usted un obrero?
(Rumores.- Varios señores diputados pronuncian algunas palabras que no se
perciben con claridad.- Continúan los rumores, que impiden oír al orador.)...
que hablen en cristiano. Es verdad. Toda persecución a una Lengua es un acto
impío e impatriota. (Un señor diputado: Y sobre todo cuando procede de un
intelectual.) Ved esto si es incomprensión. Yo sé lo que en una libre lucha
puede suceder. En artículos de la Constitución, al establecer la forma en que
se ha de dar la enseñanza, trataremos de cómo el Estado español tendrá que
tener allí quien obligue a saber castellano, y sé que si mañana hay una
Universidad castellana, mejor española, con superioridad, siempre prevalecerá
sobre la otra; es más, ellos mismos la buscarán. Os digo aún más, y es que
cuando no se persiga su Lengua, ellos empezarán a hablar y a querer conocer la
otra. (Varios señores diputados de la minoría de la Izquierda catalana
pronuncian algunas palabras que no se entienden claramente.- Un señor diputado:
Lo queremos ya.- Rumores.) Como sbre esto se ha de volver y veo que, en efecto,
estoy hiriendo resentimientos... (Rumores.- Un señor diputado: Sentimientos; no
resentimientos.) Lo que yo no quiero es que llegue un momento en que una
obcecaión pueda llevaros al suicidio cultural. No lo creo, porque una vez en
que aquí en un debate el ministro de la Gobernación hablaba del suicidio de una
región yo interrumpí diciendo: «No hay derecho al suicidio.» En efecto, cuando
un semejante, cuando un hermano mío quiere suicidarse, yo teng la obligación de
impedírselo, incluso por la fuerza si es preciso, no tanto como poniendo en
peligro su vida cuando voy a salvarle, pero sí incluso poniendo en peligro mi
propia vida. (Muy bien, muy bien.)
Y
tal vez haya quien sueñe también con la conquista ling|ística de Valencia.
Estaba yo en Valencia cuando se anunció que iba a llegar el señor Cambó y
afirmé yo, y todos me dieron la razón, que allí, en aquella ciudad, le hubieran
entendido mejor en castellano que si hablara en catalán. porque hay que ver lo
que es hoy el valenciano en Valencia, que fue la patria del más grande poeta
catalán, Ausias March, donde Ramón Muntaner escribió su maravillosa crónica, de
donde salió Tirant lo Blanc.
El
más grande poeta valenciano el siglo pasado, uno de los más grandes de España,
fue Vicente Wenceslao Querol. Querol quiso escribir en lemosín, que era una
cosa artificial y artificiosa y no era su lengua natal; el hombre en aquel
lenguaje de juegos florales se dirigía a Valencia y le decía:
«Fill
so de la joyosa vida qu4al sol s4escampa
tot temps de fresques roses
bronat son mantell d4or,
fill
so de la que gusitan com dos geganta cativa
d4un
cap Peñagolosa, de l4altre cap Mongó,
de
la que en l4aigua juga, de la que fon por bella
dues
voltes desposada, ab lo Cid de Castella
y
ab Jaume d4Aragó.»
Pero
él, Querol, cuando tenía que sacar el alma de su Valencia no la sacaba en la
Lengua de Jaime de Aragón, sino en la Lengua castellana, en la del Cid de
Castilla. Para convencerse no hay más que leer sin que se le empañen los ojos
de lágrimas.
El
valenciano corriente es el de los donosos sainetes de Eduardo Escalante, y
algunas veces el de aquella regocijantes salacidades de Valldoví de Sueca, al
pie de cuyo monumento no hace mucho me he recreado yo. Y también el de Teodoro
Llorente cuando decía que la patria lemosina renace por todas partes, añadiendo
aquello de...
«...
y en membransa dels avis, en penyora
de
la gloria passada y venidora,
en
fe de germandat,
com
penó, com estrella que nos guía
entre
llaus de victoria y alegría,
alsem
lo Rat-Penat.»
«Lo
rat penat»; alcemos «lo rat penat», es decir, el ratón alado que, según la
leyenda, se posó en el casco de Jaime el Conquistador y que corona los escudos
de Valencia, de Cataluña y de Aragón; ratón alado que en Castilla se le llama
muerciélago o ratón ciego; en mi tierra vasca, «saguzarra», ratón viejo, y en
Francia, ratón calvo; y esta cabecita calva, ciega y vieja, aunque de ratón
alado, no es más que cabeza de ratón. Me diréis que es mejor ser cabeza de
ratón que cola de león. No; cola de león, no; cabeza de león, sí, como la que
dominó el Cid.
Cuando
yo fui a mi pueblo, fui a predicarles el imperialismo; que se pusieran al
frente de España; y es lo que vengo a predicar a cada una de las regiones: que
nos conquisten; que nos conquistemos los unos a los otros; yo sé lo que de esta
conquista mutua puede salir; puede y debe salir la España para todos.
Y
ahora, permitidme un pequeño recuerdo. Al principio del Libro de los Hechos de
los Apóstoles se cuenta la jornada de aquello que pudiéramos llamar las
primeras Cortes Constituyentes de la primitiva Iglesia cristiana, el
Pentecostés; cuando sopló como un eco el Espíritu vivo, vinieron lenguas de
fuego sobre los apóstoles, se fundió todo el pueblo, hablaron en cristiano y
cada uno oyó en su Lengua y en su dialecto: sulamitas, persas, medos, frigios,
árabes y egipcios. Y esto es lo que he querido hacer al traer aquí un eco de
todas estas lenguas; porque yo, que subí a las montañas costeras de mi tierra a
secar mis huesos, los del cuerpo y los del alma, y en tierra castellana fui a
enseñar castellano a los hijos de Castilla, he dedicado largas vigilias durante
largos años al estudio de las Lenguas todas de la Patria, y no sólo las he
estudiado, las he enseñado, fuera, naturalmente, del vascuence, porque todos
mis discípulos han salido iniciados en el conocimiento del castellano, del
galaico-portugués y del catalán. Y es que yo, a mi vez, paladeaba y me
regodeaba en esas Lenguas, y era para hacerme la mía propia, para rehacer el
castellano haciéndolo español, para rehacerlo y recrearlo en el español recreándome
en él. Y esto es lo que importa. El español, lo mismo me da que se le llame
castellano, yo le llamo el español de España, como recordaba el señor Ovejero,
el español de América y no sólo el español de América, sino español del extremo
de Asia, que allí dejo marcadas sus huellas y con sangre de mártir el imperio
de la Lengua española, con sangre de Rizal, aquel hombre que en los tiempos de
la Regencia de doña María Cristina de Habsburgo Lorena fue entregado a la
milicia pretoriana y a la frailería mercenaria para que pagara la culpa de ser
el padre de su Patria y de ser un español libre. (Aplausos.) Aquel hombre noble
a quien aquella España trató de tal modo, con aquellos verdugos, al despedirse,
se despidió en Lengua española de sus hijos pidiendo ir allí donde la fe no
mata, donde el que reina es Dios, en tanto mascullaban unos sus rezos y
barbotaban otros sus órdenes, blasfemando todos ellos el nombre de Dios. Pues
bien; aquí mi buen amigo Alomar se atiene a lo de castellano. El castellano es
una obra de integración: ha venido elementos leoneses y han venido elementos
aragoneses, y estamos haciendo el español, lo estamos haciendo todos los que
hacemos Lengua o los que hacemos poesía, lo está haciendo el señor Alomar, y el
señor Alomar, que vive de la palabra, por la palabra y para la palabra, como
yo, se preocupaba de esto, como se preocupaba de la palabra nación. Yo también,
amigo Alomar, yo también en estos días de renacimiento he estado pensando en
eso, y me ha venido la palabra precisa: España no es nación, es renación;
renación de renacimiento y renación de renacer, allí donde se funden todas las
diferencias, donde desaparece esa triste y pobre personalidad diferencial. Ndie
con más tesón ha defendido la salvaje autonomía -toda autonomía, y no es reproche,
es salvaje- de su propia personalidad diferencial que lo he hecho yo; yo, que
he estado señero defendiendo, no queriendo rendirme, actuando tantas veces de
jabalí, y cuántos de vosotros acaso habréis recibido alguna vez alguna
colmillada mía. Pero así, no. Ni individuo, ni pueblo, ni Lengua renacen sino
muriendo; es la úica manera de renacer: fundiéndose en otro. Y esto lo sé yo
muy bien ahora que me viene este renacimiento, ahora que, traspuesto el puerto
serrano que separa la solana de la umbría, me siento bajar poco a poco, al
peso, no de años, de siglos de recuerdos de Historia, al final y merecido
descanso al regazo de la tierra maternal de nuestra común España, de la
renación española, a esperar, a esperar allí que en la hierba crezca sobre mi tañan
ecos de una sola Lengua española que haya recogido, integrado, federado si
queréis, todas las esencias íntimas, todos los jugos, todas las virtudes de
esas Lenguas que hoy tan tristemente, tan pobremente nos diferencian. Y aquello
sí que será gloria. (Grandes aplausos.)
(Diario
de Sesiones, 18 de septiembre de 1931.)
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