Mensaje de Maciá a los diputados de la Generalidad reclamando lo
ofrecido por el Pacto de San Sebastián. El Gobierno de Madrid disiente
«Señores diputados de la Generalidad de Cataluña: Sería la
realización de mi más íntimo ideal que las palabras pronunciadas en este acto
solemne marcasen el limite en la ruta secular de Cataluña hacia la reivindicación
de sus libertades. Quisiera que, como expresión vital del despertar de las
nacionalidades que se agrupan bajo la República, sintiesen pronto latir con su
ritmo peculiar los corazones de los pueblos bajo la carne joven de una nueva
Iberia.
»Nunca como ahora este deseo ha aparecido tan cerca de su
consecución. La República ha removido el ambiente, dejándolo limpio y puro y
aclarando y fijando los sentimientos y el verbo de los hombres, creando asi un
orden nuevo, en el cual los ideales de libertad triunfan.
»La vida política de nuestro país se encuentra, señores diputados,
en su momento culminante; aquel en que espera ver satisfechos sus más puros
anhelos tradicionales. Y obtendremos el triunfo de la victoria como eclosión
cívica de los más altos sentimientos de libertad.
»Entre el triunfo de nuestra tierra y las circunstancias de este
triunfo hay como una significativa lógica de la Historia. Cataluña, la liberal
y democrática Cataluña, obtendrá el reconocimiento íntegro de su personalidad
de una España renovada, libertada y democrática. Ni podía ser de otra manera,
ni fuera razonable ahora que no sucediese así. El primer paso de la legislación
constitucional de la República debe ser, y hemos de creer que será, restituir
el derecho tradicional al pueblo que ha sido en la historia conjunta de los
países hispánicos el primero en liberalidad y democracia.
»Cataluña ha sido profundamente liberal y demócrata, y así
aparecía cuando su independencia le permitía presentarse ante el mundo tal cual
era, y lo demostró democratizando paulatinamente la estructura feudal que, como
pueblo de origen carolingio, tuvo en sus comienzos; y tanto es asi que incluso
en los usatges, código feudal, se declaran fuera de ley los excesos del
feudalismo y se estructura la constitución política y social de la naciente
nacionalidad, hasta el punto de que ellos han podido ser calificados de Carta
constitucional de nuestra tierra, el monumento más antiguo y esencial del
Derecho público catalán, dictado más de un siglo antes que la Carta Magna de
los ingleses.
»En sus relaciones políticas con los países que formaron parte de
los dominios de sus monarcas catalanes, existió siempre un espíritu de respeto
hacia la libertad de estos pueblos, hasta el punto que o bien constituyeron
reinos con vida completamente autónoma o llegaron hasta crear reinos con plena
independencia.
»Es digno de hacer notar el hecho de que mientras tuvimos monarcas
catalanes, los soberanos y el pueblo marcharon al unísono, como pocas veces se
ha visto en la historia; de manera que, hasta alguno de ellos, como Pedro el
Ceremonioso, que luchó con los aragoneses y los valencianos, tuvo en todas sus
empresas el soporte de Cataluña, que calificó de tierra bendita, poblada de
lealtad. Y las hermosas palabras de Martín el Humano, en las Cortes de
Pamplona, de 1406, como otras de Pedro el Ceremonioso, nos dan aún una medida
de cómo estaba Cataluña iluminada de liberalidad.
»¿Qué pueblo -decía- hay en el mundo que sea así, tan franco de
libertades ni que sea tan liberal como vosotros? Y es precisamente por una
torcida obsesión legalista por lo que se llega a la sentencia de Caspe, a la
proscripción de la dinastía catalana de Jaime de Urgel y a la entronización de
la dinastía castellana.
»Este es, señores diputados, como todos sabéis, el punto de
partida de la pugna, que duró siglos, entre el Poder real y ei pueblo catalán,
pugna que empieza a dibujarse al ver los catalanes que los reyes castellanos
los trataban como súbditos, ellos que siempre se habían considerado como
iguales, ya que el príncipe lo era porque así lo querían todos los catalanes,
que por esta sola consideración de derecho eran libres; pugna que se inició en
tiempos de Fernando de Antequera y que subsiste en tiempos de Alfonso el
Magnánimo, que estalla con toda violencia en tiempos de Juan II con una guerra
que dura más de diez años; que encuentra su instante más amansado en la
política de Fernando el Católico y alcanza después su máximo desbordamiento en
la guerra de los segadores y en la guerra contra Felipe I, que marca el fin de
la libertad de Cataluña con la victoria del absolutismo filipista y que llega
al último Borbón español.
»Dos siglos han transcurrido desde el decreto de Nueva Planta, sin
que se haya reparado este crimen contra nuestra tierra; antes bien, se han acentuado
la persecución; las vejaciones y las limitaciones, principalmente en el aspecto
ling|ístico y cultural, donde hemos visto prohibida la lengua catalana de las
escuelas maternales y de los estudios superiores y universitarios. Y en
nuestros tiempos coinciden en esta persecución los partidos conservadores con
los partidos que se decían liberales. En ninguno de ellos encuentra Cataluña el
espíritu de justicia. Y huelga decir que mucho menos lo encuentra en los
Gobiernos dictatoriales, que llevan su intransigencia hasta prohibir la
plegaria en lengua materna, que juntamente con la prohibición de usarla para la
enseñanza de nuestros hijos constituye el mayor atentado que puede perpetrarse
contra un pueblo.
»Por eso os decía, señores diputados, que Cataluña, por su
carácter liberal y democrático, no podía entenderse nunca, ni siquiera pactar,
con la dinastía, que representaba el obstáculo tradicional de nuestras
reivindicaciones. Y para hacer desaparecer este obstáculo ha luchado Cataluña
entera, aquí, en las Cortes y más allá de las fronteras, y en nuestra empresa
hemos visto cómo se agrupaban gentes de otras tierras hispánicas, porque la
dinastía que hemos derribado no se contentaba con tener los sentimientos de
Cataluña bajo su tiranía, sino que incluso llegó a imponer su despotismo a
Castilla, ahogando las voces más nobles y de más encendido patriotismo.
»Este estado de cosas nos llevó a la reunión de San Sebastián,
donde quedó sellado el pacto para llevar la libertad a todos los pueblos de la
Península. Lo que todo el mundo había dicho que no podría lograrse sino con una
revolución sangrienta, acontece por la voluntad popular cívicamente manifestada
en las elecciones del 12 de abril. En Cataluña, el triunfo de los
antidinásticos fué tan abrumador que dos días después, en este histórico salón,
proclamé, por la voluntad del pueblo, la República catalana, como Gobierno
integrante de la República que pocas horas después se propagaba por tierras de
España.
»El cumplimiento del pacto de San Sebastián era, señores
diputados, y ahora es, que las Cortes aceptasen el estado de hecho que se había
creado en Cataluña, y, fieles a nuestra palabra, convinimos con los tres
ministros que, representando al Gobierno español, vinieron a parlamentar con
nosotros, que nuestro Gobierno, durante el período transitorio, se llamaría de
la Generalidad de Cataluña, y que inmediatamente nos serían otorgadas algunas
Delegaciones como un anticipo de más amplias concesiones. Las de enseñanza,
como todos sabéis, han sido iniciadas con el decreto que concede a nuestros
hijos el derecho a ser enseñados en lengua materna, y por el otro, relativo a
las cátedras en catalán.
»En cuanto a las otras Delegaciones, especialmente en materias
económicas y de trabajo, aquella buena disposición no ha tenido aún plena
realización, si bien esto no nos ha impedido intervenir en los conflictos
planteados con el espíritu de justicia y equidad y amor a los trabajadores que
ha guiado siempre nuestros actos, y hemos alcanzado la confianza y la simpatía
que ha inspirado a patronos y obreros nuestro gesto generoso, ya que, desde la
proclamación de la República, Cataluña no ha visto perturbada su vida de
trabajo.
»Finalmente, la Generalidad, con objeto de constituir la Asamblea
que junto con su Gobierno ha de redactar el Estatuto de Cataluña, ha convocado
elecciones por el único procedimiento que permitía la perentoriedad del tiempo
de que se dispone, y estas elecciones os han traido al altísimo lugar que
ostentáis en este sitio. Estáis en este Palacio, saturado de historia patria,
en representación del pueblo de Cataluña; sois Cataluña misma, que, viva y
palpitante, emocionada de poder expresar sin trabas su pensamiento, dirá aquí
cuál es su voluntad, que habremos de acatar todos, yo el primero, así que se
haya obtenido la ratificación que representa el plebiscito de Ayuntamientos y
el «referéndum» popular que se sucederá. Y este acatamiento debe ser, a la vez,
una aceptación y una promesa de defender lo que habremos de presentar como
expresión sincera de la voluntad de nuestro pueblo.
»Señores diputados: Siento vibrar en mí la emoción de este
momento, en que he de callar para que vosotros habléis, para que hable la voz
que está por encima de todos: la voz de nuestro pueblo. Os dejo, pues, para que
recomencéis la tarea que os ha sido confiada; para que la realicéis con toda
libertad. Unicamente me atrevería a pediros, si no conociese suficientemente
cuál es vuestra convicción, que os inspiréis en vuestras decisiones en el amor
que todo hombre debe tener por los demás hombres, en la cordialidad que todo
pueblo ha de sentir hacia los demas pueblos. Y esta cordialidad que os pido, y
que estoy seguro que tendréis, ha de hacerse más patente en estos momentos, en
que, por estar trabajando en carne viva, tanto Cataluña como las demás tierras
ibéricas, la sensibilidad está morbosamente agudizada, aunque esto no quiere
decir que las manifestaciones que hagamos no hayan de reflejar nuestra voluntad
de que nos sea reconocido y respetado lo que de derecho nos corresponde.
»No precisa, pues, que esta cordialidad sea objeto de un artículo,
ni tan sólo de un párrafo, del Estatuto que habéis de redactar.
»Creo que será suficiente que saturéis vuestra obra de una
atmósfera de comprensión para nuestros hermanos de allende el Ebro -a los
cuales me place desde este sitio y en este acto dirigir mi salutación mas
ferviente-, que les digáis que si bien hemos hecho un largo camino juntos por
los yermos y los acantilados de la Historia, en medio de los cuales muchas
veces nos hemos detenido a discutir nuestras disensiones, hemos llegado ya a la
tierra de promisión adonde juntos nos dirigimos; pero desde este momento cada
uno ha de edificar en el valle ubérrimo que nos ofrece la libertad conquistada
el edificio que ha de habitar según los gustos propios, con una arquitectura
peculiar y una distribución interior adecuada a las necesidades de los
moradores.
»Precisa, en fin, decir bien claramente cual es nuestra voluntad
para que no sea tergiversada, y esto lo tendremos procurando no dar en la
estructuración escrita del Estatuto ni un paso atrás, y en esta actitud
tendréis a vuestro lado a todos los catalanes, porque no babrá ninguno que se
atreva a negarse a defender la voluntad del país, ya que no se trata de fijar
una forma de Gobierno en la cual pueden producirse discrepancias, sino que
nuestro gesto es la reclamación que presenta un pueblo para que le sea devuelta
la soberanía de que se le desposeyo. Y decir bien alto que, una vez obtenida la
satisfacción que Cataluña unánime pide, el estímulo eminente de nuestros actos
no ha de ser otro que el de contribuir a instaurar una Confederación ibérica,
en la cual las diversas energías del país sean exaltadas y aprovechadas, puesto
que únicamente así se creará y solidificará la grandeza de la República.
»Señores diputados de la Generalidad: Me despido de vosotros con
estas palabras finales. Pensad que la obra que habéis de realizar juntamente
con el Gobierno representará la voluntad decisiva de nuestra tierra; que ella
ha de ser la base del Código que ha de regir sus destinos; que será el vehículo
de su prosperidad, y por ella podrá colaborar a la de los demás pueblos
hermanos. Trabajad, por tanto, con el entusiasmo que contagia el patriotismo
más puro. Escuchad en vuestro interior la voz profunda del buen juicio racial.
Que vuestra labor sea expresión viviente de las aspiraciones seculares de
nuestra Cataluña, para que podamos hacer de ella una patria liberal,
democrática y socialmente justa.»
Terminada la lectura del anterior mensaje, que ha sido escuchada
con suma atención, el señor Maciá abandonó el salón con el mismo ceremonial que
a la entrada y en medio de ovaciones clamorosas de los diputados y del público.
Inmediatamente después se levantó la sesión. (Febus.)
Una nota del Gobierno
El pacto de San Sebastián y el mensaje del señor Maciá.-
Después del Consejo, el ministro de Instrucción pública leyó a los periodistas
la siguiente nota:
«Con motivo del mensaje del señor Maciá ante la Asamblea de
la Generalidad, el Gobierno, resuelto a cumplir con lealtad de conducta y
amplitud de criterio el pacto de San Sebastián, recuerda y declara una vez más
que lo allí convenido no era ni podía ser la aceptación ciega de situaciones
futuras de hecho totalmente imposibles de prever, y sí el compromiso de
presentar a la deliberación de las Cortes Constituyentes, cuyo poder soberano
nadie podía limitar, el proyecto de Estatuto expresión genuina y contrastada de
la voluntad popular de Cataluña o de cualquiera otra región.
»En cuanto a la afirmación de que hayan existido compromisos
no cumplidos por parte de algunos ministerios, importa declarar que no hubo
compromiso alguno de Gobierno olvidado, y sí la declaración personal y
colectiva de predisposiciones favorables de ánimo que se han ido traduciendo en
las medidas que el mismo señor Maciá reconoce.»
(El Sol, 12 de junio de 1931.)
No hay comentarios:
Publicar un comentario