sábado, 12 de octubre de 2013

Carta del Príncipe Juan Carlos comunicando a Don Juan la propuesta de Franco como sucesor a título de Rey, 15 de julio de 1969.


Queridísimo papá:

Acabo de volver de El Pardo adonde he sido llamado por el Generalísimo; y como por teléfono no se puede hablar, me apresuro a escribirte estas líneas para que te las pueda llevar Nicolás, que sale dentro de un rato en el Lusitania.

El momento que tantas veces te había repetido que podía llegar, ha llegado y comprenderás mi enorme impresión al comunicarme su decisión de proponerme a las Cortes como sucesor a título de Rey.

Me resulta dificilísimo expresarte la preocupación que tengo en estos momentos. Te quiero muchísimo y he recibido de ti las mejores lecciones de servicio y de amor a España.

Estas lecciones son las que me obligan como español y como miembro de la Dinastía a hacer el mayor sacrificio de mi vida y, cumpliendo un deber de conciencia y realizando con ello lo que creo es un servicio a la Patria, aceptar el nombramiento para que vuelva a España la Monarquía y pueda garantizar para el futuro, a nuestro pueblo, con la ayuda de Dios, muchos años de paz y prosperidad.

En esta hora, para mí tan emotiva y trascendental, quiero reiterarte mi filial devoción e inmenso cariño, rogando a Dios que mantenga por encima de todo la unidad de la Familia y quiero pedirte tu bendición para que ella me ayude siempre a cumplir, en bien de España, los deberes que me impone la misión para la que he sido llamado.

Termino estas líneas con un abrazo muy fuerte y, queriéndote más que nunca, te pido nuevamente, con toda mi alma, tu bendición y tu cariño.
JUAN CARLOS

lunes, 7 de octubre de 2013

¿Quién defiende a España?



¿Quién defiende a España?
Frente a las proclamas secesionistas hay que pelear por los valores que nos unen, por la igualdad, la lealtad entre conciudadanos y la inmutabilidad de los artículos fundamentales de nuestra Constitución
Rosa Díez 7 OCT 2013 - 00:00 CET.- El País
“Amo demasiado a mi país para ser nacionalista”
Albert Camus
Cualquier nacionalista vasco o catalán tacharía de traidor a todo vasco o catalán que no proclamara su voluntad de defender a Cataluña o al País Vasco.
Pero esos mismos ciudadanos que veneran los símbolos y las banderas de su comunidad arrojarán al infierno a cualquiera que se atreva a expresar la necesidad de defender a España.
Creo que merecería la pena reflexionar sobre cómo se explica que una transición modélica haya devenido, en apenas 30 años, en una crisis política e institucional tan profunda que defender en España lo común, lo que nos une, el Estado, merezca casi siempre la descalificación o el adjetivo de “centralista”, cuando no de “carca”. En suma, cómo hemos llegado a esto.

Hoy nadie duda de que la crisis económica y financiera internacional —y española— tuvo su origen en que se relajaron los mecanismos de control sobre el riesgo; de igual modo, el origen de nuestra crisis política hay que encontrarlo en que se relajaron los mecanismos de control sobre la democracia y se rompieron los vínculos con los que se estaba constituyendo nuestra incipiente ciudadanía española.
Y es que si bien hemos sido capaces de transitar de la dictadura a la democracia, de conformar instituciones democráticas e impulsar leyes homologables con las de cualquier país del entorno europeo en el que nos hemos integrado, en España no hemos hecho pedagogía democrática.
Nuestra nación no tiene ciudadanos que la defienda porque nadie nos ha explicado que el único proyecto político que merece la pena, el más digno de todos ellos, es la defensa de la ciudadanía, que no es otra cosa que defender una integración social basada en compartir los mismos derechos al margen de la parte de la nación en la que se viva o se haya nacido, al margen de la etnia, de la religión, de la tradición cultural…
¿Puede haber algo más progresista, en el verdadero sentido de la palabra, que la cerrada defensa de la igualdad entre ciudadanos?
¿Puede haber algo más reaccionario, también en su auténtica dimensión, que afirmar que la pertenencia debe primar sobre la participación política, y que es más defendible la identidad étnica que la igualdad entre ciudadanos?

Ciertamente, el deterioro de la convivencia y el abandono de la defensa de lo común —esa contraposición de la diversidad frente a la unidad, de la pluralidad por encima de la igualdad (como decía Savater, no es lo mismo el derecho a la diversidad que la diversidad de derechos)— que se ha producido en España sin que apenas nadie reaccionara, hubiera resultado imposible en cualquier democracia de nuestro entorno. Porque si bien ningún país está a salvo de que llegue al poder un gobernante iluminado ni de que a este le suceda en el cargo un pusilánime, los países serios tienen contrapoderes democráticos que actúan en defensa del interés general cuando los responsables de defender los valores comunes pierden la cabeza o, simplemente, dejan de cumplir con su obligación. Piensen en Francia, en Alemania, en Reino Unido, en EE UU…
E imagínense que llega al Gobierno alguien dispuesto a romper la tradición republicana, la unión de las dos Alemanias, el atlantismo, los principios de la Constitución norteamericana… Ni con mayorías absolutas en las cámaras hubieran podido hacerlo; porque tras todos esos nombres propios de país existen ciudadanos alemanes, franceses, norteamericanos, británicos… Una ciudadanía vertebradora que exige respeto a los derechos de todos y cada uno de los que la componen.

El origen de nuestra crisis política está en el relajo de los mecanismos de control democrático
Es por esa debilidad de nuestra democracia, por esta falta de voces que defiendan el Estado —a lo que se suma la ausencia de un discurso nacional en los dos partidos que históricamente se han alternado en el poder— por lo que hoy resulta imprescindible explicar lo que significa defender a España. Defender a España es defender la igualdad de todos los españoles; defender a España es defender el mantenimiento de los vínculos de lealtad entre nuestros conciudadanos; defender a España es defender la inmutabilidad de los artículos fundamentales de nuestra Constitución, que son aquellos que proclaman que la soberanía reside en el pueblo español; que todos somos iguales ante la ley; que los titulares de derechos son los ciudadanos y no la tribu o el territorio. Defender a España es defender a los ciudadanos españoles, lo que nos obliga a establecer unos límites infranqueables en la acción política: nada, ni la historia milenaria, ni la lengua, ni las tradiciones, está por encima de los derechos de los ciudadanos.

Pero no debemos afrontar esta cuestión como si fuera un debate abstracto o teórico, porque lo que está ocurriendo tiene consecuencias en la vida de los ciudadanos. En esta España que se debilita quienes más riesgos asume son las clases sociales más débiles, las más desfavorecidas, los ciudadanos que más necesitan de la protección del Estado. La gente más sencilla necesita un Estado que le garantice el ejercicio efectivo de sus derechos en condiciones de igualdad; o el derecho a elegir ser educado en su lengua materna; o el derecho a acceder a una plaza en la Administración dentro del territorio nacional en igualdad de condiciones con cualquiera de sus conciudadanos. Porque conviene recordar que quienes tienen recursos, quienes pueden moverse dentro y fuera de España, no sufren las consecuencias de las barreras que imponen quienes en nombre de “su” patria quieren convertir a una parte de sus conciudadanos en extranjeros en su propia tierra.

El patriotismo es cosa seria, ni necesita “enemigos” ni excluye a nadie; el patriotismo, en el sentido republicano y democrático del término, consiste en defender los valores comunes y la lealtad entre conciudadanos, lo que es un concepto esencial para la democracia; pero el patriotismo requiere de patriotas y en España no parece haberlos, al menos entre los que tienen capacidad y poder para actuar. Por eso en nuestro país es común oír proclamas en nombre de los vascos, de los catalanes, de los gallegos, de los andaluces… Pero, ¿quién habla en nombre de todos los españoles? ¿Quién defiende a España? Quién nos iba a decir que, tantos años después, iba a seguir teniendo validez aquella sentencia de Emilio Castelar en su discurso de dimisión el 2 de enero de 1874: “Aquí, en España, todo el mundo prefiere su secta a su patria”.

Frente a quienes apelan a su sagrado (o histórico) derecho a decidir basándose en la pertenencia a un grupo vinculado por la sangre, la religión, la herencia, la tradición cultural, la lengua..., nosotros defendemos una democracia de ciudadanos unidos por una lealtad mutua.

El patriotismo, que vela por lo común, necesita patriotas y en España no parece haberlos
Frente a quienes quieren construir una “patria” pequeña rompiendo la lealtad entre conciudadanos españoles, nosotros defendemos la unidad de la nación española como un instrumento imprescindible para garantizar la igualdad de todos los ciudadanos, unidos por vínculos de solidaridad y propietarios de todo el país.
Frente a quienes quieren privarnos del derecho a decidir nuestro futuro entre todos y de legarles a nuestros hijos un país fuerte y unido, frente a quienes quieren monopolizar la ciudadanía de una parte del territorio nacional, defendemos el derecho de todos los españoles a mantener la pertenencia al conjunto del país.
En los seis años de vida de nuestro partido hemos explicado muchas veces que nacimos para defender el Estado, aportando a la vertebración del país el discurso y el compromiso de un partido inequívocamente nacional y laico, nada dogmático ni fundamentalista, que defiende el protagonismo de la ciudadanía en la tarea de regenerar la democracia. También he explicado más de una vez nuestra vocación de reconstruir esa tercera España que tan bien representaron un liberal como Marañón y un socialista como Besteiro, hombres cabales ambos, españoles sin complejos. Hoy, resquebrajados y golpeados por la pulsión secesionista los vínculos entre conciudadanos, debilitado el Estado por el silencio cobarde o cómplice de quienes debieran defender lo que nos une, creemos que construir esa tercera España resulta más necesario que nunca. Defender esa tercera España, que es la de la mayoría, es nuestro compromiso.

Rosa Díez González es portavoz de Unión Progreso y Democracia y diputada nacional

viernes, 4 de octubre de 2013

Regeneracionismo y Revisionismo de la política

Regeneracionismo y revisionismo político.
El período que se inicia en 1902, con el ascenso al trono de Alfonso XIII, y concluye en 1923, con el establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera, se caracterizó por una permanente crisis política.
Diversos factores explican esta situación:
*.- Intervencionismo político de Alfonso XIII sin respetar el papel de árbitro que teóricamente debía jugar. Su apoyo a los sectores más conservadores del ejército culminó con el apoyo a la Dictadura de Primo de Rivera. Elemento clave en el desprestigio de la monarquía. 
*.- División de los partidos del "turno", provocada por la desaparición de los líderes históricos y las disensiones internas. 
*.- Debilitamiento del caciquismo, paralelo al desarrollo urbano del país. 
*.- Desarrollo de la oposición política y social al régimen de la Restauración: republicanos, nacionalistas, socialistas y anarquistas. 
 Así desde 1917 se sucedieron los gobiernos de coalición, sujetos a alianzas y continuos cambios.
Ni liberales ni conservadores consiguieron mayorías suficientes para conformar gabinetes sólidos. 
En este contexto de inestabilidad política, el país tuvo que enfrentarse a graves problemas sociales: 
*.- Agudización de las luchas sociales. Las posiciones de patrones y trabajadores se fueron enfrentando cada vez más. 
*.- La "cuestión religiosa" se reavivó con las crecientes protestas contra el poder de la Iglesia, especialmente en la enseñanza.
El anticlericalismo se extendió por buena parte de la población urbana y las clases populares.
*.- La "cuestión militar" volvió a resurgir ante el desconcierto de un ejército humillado en 1898 que recibía críticas crecientes de los sectores opositores (republicanos, socialistas, nacionalistas). 
*.- Consolidación del movimiento nacionalista en Cataluña y el País Vasco, sin ningún cauce de negociación por parte de los partidos de turno. 
 *.- El "problema de Marruecos".
 En la Conferencia de Algeciras (1906) se acordó el reparto entre Francia y España del territorio marroquí. A España le correspondió la franja norte. Desde 1909 se inició un conflicto bélico, la guerra de Marruecos, muy impopular en el país, que ensanchó el foso que separaba al Ejército y la opinión pública, esencialmente las clases populares. 
En 1905 estalló una grave crisis en Cataluña. La victoria de Lliga Regionalista de Cambó y Prat de la Riba en las elecciones locales de 1906 alarmó al ejército que veía en peligro la unidad del país. 
Los comentarios satíricos anticastrenses en alguna publicación barcelonesa, llevaron a que trescientos oficiales asaltaran e incendiaran las imprentas. 
La reacción del gobierno fue ceder ante el Ejército: en 1906 se aprobó la Ley de Jurisdicciones que identificaba las críticas al Ejército como críticas a la Patria y pasaban a ser juzgadas por la jurisdicción militar. 
La reacción pública fue inmediata. Una nueva coalición, Solidaritat Catalana, consiguió una clara victoria electoral en 1907, reduciendo drásticamente la representación de los conservadores y liberales en Cataluña.
Antonio Maura, líder del Partido Conservador, llegó al poder en 1907 con un programa reformista: modificó la ley electoral, estableció el Instituto Nacional de Previsión e intentó sin éxito aprobar una tímida autonomía para Cataluña. Su proyecto reformista se derrumbó en 1909.

 
La crisis de 1909 y de 1917.
 La Semana Trágica de Barcelona (1909)
Barcelona, corazón en aquella época de la industrialización española, había vivido desde principios de siglo un gran auge de las movilizaciones obreras que había culminado en 1907 con la creación de Solidaridad Obrera, organización anarquista que nació como respuesta a la burguesa y nacionalista Solidaritat Catalana. 
Alejandro Lerroux y su Partido Republicano Radical también se desarrollaron en la Ciudad Condal con un programa demagógico y anticlerical. 
La Ley de Jurisdicciones de 1906 trajo un reforzamiento del anticlericalismo y antimilitarismo  en la ciudad. La política autoritaria del gobierno de Maura no ayudó a calmar los ánimos. 
Sin embargo, fue la guerra de Marruecos, la que determinó el estallido de la Semana Trágica: 
*.-  Los ataques de los habitantes del Rif contra los trabajadores españoles de una compañía minera llevó a la movilización de reservistas. Las protestas obreras pronto aparecieron en Barcelona y Madrid.
*.- Los primeros choques militares se saldaron con el Desastre del Barranco del Lobo con más de mil doscientas bajas españolas. 
*.- El día 26 de julio estalló la huelga general en Barcelona, convocada por Solidaridad Obrera y la UGT. Se iniciaron tres días de protestas, quemas de conventos, enfrentamientos con el ejército. La Semana Trágica tuvo un brutal coste humano: un centenar de muertos, heridos, destrucciones... La represión fue muy dura y culminó con el juicio sin garantías y la ejecución de Francisco Ferrer y Guardia, pedagogo anarquista y fundador de la Escuela Moderna. 
*.- La I Guerra Mundial dividió al país entre aliadófilos (liberales e izquierdas) y germanófilos (derechas conservadoras), pero trajo un periodo de prosperidad económica. España, neutral, pudo convertirse en abastecedora de muchos productos para los países contendientes. 


 
La crisis de 1917
En ella podemos distinguir diversos aspectos: 
Crisis militar. 
El descontento entre los oficiales "peninsulares" ante los rápidos y, a veces inmerecidos, ascensos de los "africanistas" culminó con la creación de las Juntas de Defensa. El gabinete conservador de Eduardo Dato se plegó a la imposición de los militares y aceptó unas juntas que iban contra la disciplina militar y la subordinación del ejército al poder civil. 
Crisis parlamentaria.  
Crisis social: la huelga general de 1917 
Convocada en agosto por CNT y UGT tuvo un amplio seguimiento en las ciudades y se saldó con un centenar de muertos y miles de detenidos.
La huelga general, sin embargo, trajo inmediatas consecuencias. Ante la amenaza de revolución obrera, las Juntas de Defensa abandonaron sus peticiones y apoyaron la represión contra los huelguistas. Por otro lado, la dimisión de Eduardo Dato y la formación de un gobierno de coalición con la participación de la Lliga Regionalista trajo la inmediata desactivación de la Asamblea de Parlamentarios.
 El fin de la I Guerra Mundial trajo una profunda crisis económica y social que inmediatamente desencadenó una gran conflictividad social en Barcelona (1919-1921). 
Las huelgas y protestas alentadas por los anarquistas se encontraron con una dura represión del nuevo gobierno de Maura, que contaba con el pleno apoyo de la burguesía catalana. Para contrarrestar la "acción directa" de los anarquistas, el sector más duro de la patronal creó el denominado Sindicato Libre, grupo de pistoleros que actuó con el apoyo policial. La aplicación de la "Ley de Fugas", pura y simple ejecución sin juicio de los detenidos exacerbó aún más el conflicto. 
 La respuesta anarquista llegó en 1921 con el asesinato de Eduardo Dato, presidente del gobierno. Dos años después, el líder anarquista Salvador Seguí murió asesinado.
 
El desastre del 98 puso fin al imperialismo español en el momento en el que el moderno imperialismo de las potencias capitalistas industriales estaba en su apogeo. Tras el reparto de la mayor parte de África, el territorio de lo que hoy es Marruecos era una de las pocas regiones por repartir en el continente. Este hecho provocó importantes tensiones internacionales que están en el origen del camino que llevó a la primera guerra mundial.
Las potencias se reunieron en la Conferencia de Algeciras en 1906 y allí se acordó el reparto de Marruecos entre Francia, que se quedó la mayor parte del territorio, y España que se apoderó de la montañosa franja norte del país.
Muy pronto aparecieron los conflictos con los indígenas. Las cábilas del Rif se agruparon bajo el liderazgo de Abd-el-Krim. El ejército español, mal pertrechado y dirigido, sufrió importantes reveses desde un principio. El desastre del Barranco del Lobo, cerca de Melilla, fue un trágico ejemplo.
En 1912, Francia y España pactaron un nuevo reparto de Marruecos para mejor hacer frente a la resistencia de las cábilas rifeñas. Al acabar la I Guerra Mundial, se reiniciaron  las operaciones contra los rebeldes dirigidos por Abd-el-Krim
La guerra colonial en Marruecos. El desastre de Annual. 
El general Berenguer al frente de un ejército mal preparado y equipado. En este ejército destacaban los Regulares, tropas indígenas, y la Legión, fundada por Franco y Millán Astray a imagen de la Legión extranjera francesa.
En el verano de 1921, las tropas españolas se embarcaron en una acción mal planificada dirigida por el general Fernández Silvestre. Los choques que las cábilas rifeñas concluyeron con una retirada desordenada y la masacre de las tropas españolas. Se trataba del Desastre de Annual, que costó más de trece mil muertos, entre ellos el general Fernández  Silvestre. 
 
El desastre de Annual provocó una terrible impresión en una opinión pública contraria a la guerra. Hubo grandes protestas en el país y los republicanos y socialistas se apresuraron a reclamar el abandono de Marruecos. 
 
La presión de la opinión pública llevó a la formación de una comisión militar que investigara sobre los acontecimientos.
Su resultado fue el Expediente Picasso, informe redactado por el General de División Juan Picasso.
Pese a las trabas que le pusieron las compañías mineras interesadas en el dominio de Marruecos y altos cargos del gobierno y el ejército, el expediente ponía en evidencia enormes irregularidades, corrupción e ineficacia en el ejército español destinado en África.
 El expediente no llegó a suponer responsabilidades políticas ni criminales. Antes de que la comisión del Congreso encargada de su estudio fuera a emitir su dictamen el 1 de octubre de 1923, el 13 de septiembre el general Miguel Primo de Rivera dio un golpe de estado y estableció una dictadura militar.

jueves, 3 de octubre de 2013

Unamuno juzga a la situación española en tres artículos (III)


Miguel de Unamuno. El Sol, 14 de mayo de 1931


III. Los comuneros de hoy se han alzado contra el descendiente de los Austria y los Borbones
Hay otro problema que acucia y hasta acongoja a mi patria española, y es el de su íntima constitución nacional, el de la unidad nacional, el de si la República ha de ser federal o unitaria.
Unitaria no quiere decir, es claro, centralista, y en cuanto a federal, hay que saber que lo que en España se llama por lo común federalismo tiene muy poco del federalismo de Tite Fedendist o New Constitution, de Alejandro Hamilton, Jay y Madison.
La República española de 1873 se ahogó en el cantonalismo disociativo.
Lo que aquí se llama federar es desfederar, no unir lo que está separado, sino separar lo que está unido.
Es de temer que en ciertas regiones, entre ellas mi nativo País Vasco, una federación desfederativa, a la antigua española, dividiera a los ciudadanos de ellas, de esas regiones, en dos clases: los indígenas o nativos y los forasteros o advenedizos, con distintos derechos políticos y hasta civiles. ¡Cuántas veces en estas luchas de regionalismos, o, como se les suele llamar, de nacionalismos, me he acordado del heroico Abraham Lincoln y de la tan instructiva guerra de secesión norteamericana! En que el problema de la esclavitud no fue, como es sabido, sino la ocasión para que se planteara el otro, el gran problema de la constitución nacional y de si una nación hecha por la Historia es una mera sociedad mercantil que se puede rescindir a petición de una parte, o es un organismo.

Aquí, en España, este problema se ha enfocado sentimentalmente. y sin gran sentido político, por el lado de las lenguas regionales no oficiales, como son el catalán, el valenciano. el mallorquín, el vascuence y el gallego.
Por lo que hace a mi nativo País Vasco, desde hace años vengo sosteniendo que si sería torpeza insigne y tiránica querer abolir y ahogar el vascuence, ya que agoniza, sería tan torpe pretender galvanizarlo.
Para nosotros, los vascos, el español es como un mauser o un arado de vertedera, y no hemos de servirnos de nuestra vieja y venerable espingarda o del arado romano o celta, heredado de los abuelos, aunque se los conserve, no para defenderse con aquélla ni para arar con éste.
La bilingüidad oficial sería un disparate; un disparate la obligatoriedad de la enseñanza del vascuence en país vasco, en el que ya la mayoría habla español.
Ni en Irlanda libre se les ha ocurrido cosa análoga.
Y aunque el catalán sea una lengua de cultura, con una rica literatura y uso cancilleresco hasta el siglo XV, y que enmudeció en tal respecto en los siglos XVI, XVII Y XVIII, para renacer, algo artificialmente, en el XIX, sería mantener una especie de esclavitud mental el mantener al campesino pirenaico catalán en el desconocimiento del español -lengua internacional-, y seria una pretensión absurda la de pretender que todo español no catalán que vaya a ejercer cargo público en Cataluña tuviera que servirse del idioma catalán, mejor o peor unificado, pues el catalán, como el vascuence, es un conglomerado de dialectos.
La bilingüidad oficial no va a ser posible en una nación como España, ya federada por siglos de convivencia histórica de sus distintos pueblos.
Y en otros respectos que no los de la lengua, la desasimilación sería otro desastre.
Eso de que Cataluña, Vasconia, Galicia, hayan sido oprimidas por el Estado español no es más que un desatino.
Y hay que repetir que unitarismo no es centralismo.
Mas es de esperar que, una vez desaparecida de España la dinastía borbónico-habsburgiana y, con ella, los procedimientos de centralización burocrática, todos los españoles, los de todas las regiones, nosotros los vascos, como los demás, llegaremos a comprender que la llamada personalidad de las regiones -que es en gran parte, como el de la raza, no más que un mito sentimental- se cumple y perfecciona mejor en la unidad política de una gran nación, como la española, dotada de una lengua internacional. Y no más de esto.
Por lo que hace al problema de la Hacienda pública, España no tiene hoy deuda externa ni tiene que pagar reparaciones, y en cuanto al crédito económico, éste se ha de afirmar y robustecer cuando se vea con qué cordura, con que serenidad, con qué orden ha cambiado nuestro pueblo su régimen secular. España sabrá pagar sin caer en las garras de la usura de la Banca internacional.


En 1492, España -más propiamente Castilla- descubría y empezaba a poblar de europeos el Nuevo Mundo, bajo el reinado de los Reyes Católicos Fernando V de Aragón e Isabel I de Castilla.
El imperio de carlos VUnos veintiséis años después, en 1518, entraba en España su nieto, Carlos de Habsburgo, primero de España y quinto de Alemania, de que era Emperador, como nieto de Maximiliano.
Carlos V torció la obra de sus abuelos españoles, llevando a España a guerras por asentar la hegemonía de la Casa de Austria en Europa, y la Contra-Reforma, en lucha con los luteranos.
Con ello quedó en segundo plano la españolización de América y del norte de África.
En 1898, rigiendo a España una Habsburgo, una hija de la Casa de Austria, perdió la corona española sus últimas posesiones en América y en Asia, y tuvo la nación que volver a recogerse en si.
En 1518 al entrar el Emperador Carlos en la patria de su madre, las Comunidades de Castilla, los llamados comuneros, se alzaron en armas contra él y el cortejo de flamencos que le acompañaba, movidos de un sentimiento nacional. Fueron vencidos.
Dos dinastías, la de Austria y la de Borbón, han regido durante cuatro siglos los destinos universales de España.
Estando ésta bajo un Borbón el abyecto Femando VII, el gran Emperador intruso, Napoleón Bonaparte, provocó el levantamiento de las colonias americanas de la corona de España.
El nieto de Femando VII, descendiente de los Austrias y los Borbones, ha querido rehacer otro Imperio, y de nuevo las Comunidades de España, los comuneros de hoy, se han alzado contra él, y con el voto han arrojado al último habsburgo imperial.
España ha dejado del otro lado de los mares, con su lengua, su religión y sus tradiciones, Repúblicas hispánicas, y ahora, en obra de íntima reconstrucción nacional, ha creado una nueva República hispánica, hermana de las que fueron sus hijas. Y así se marca el destino universal del spanish speak-ing folk.
Podemos decir que ha sido por misterioso proceso histórico la gran Hispania ultramarina, la de los Reyes Católicos, la que ha creado la Nueva España que al extremo occidental de Europa acaba de nacer

Comunismo, fascismo, reacción clerical y problema agrícola




Miguel de Unamuno. El Sol, 13 de mayo de
El comunismo no es, hoy por hoy, un serio peligro en España.
La mentalidad, o, mejor, la espiritualidad del pueblo español no es comunista.
Es más bien anarquista.
Los sindicalistas españoles son de temperamento anarquista; son en el fondo, y no se me lo tome a paradoja, anarquistas conservadores.
La disciplina dictatorial del sovietismo es en España tan difícil de arraigar como la disciplina dictatorial del fascismo.
Los proletarios españoles no soportarían la llamada dictadura del proletariado.
A lo que hay que añadir que, como España no entró en la Gran Guerra, no se han formado aquí esas grandes masas de ex combatientes habituadas a la holganza de los campamentos y las trincheras, holganza en que se arriesga la vida, pero se desacostumbra el soldado al trabajo regular y se hace un profesional de las armas, un mercenario, un pretoriano.
Los mozos españoles que volvían de Marruecos volvían odiando el cuartel y el campamento.
Y el servicio militar obligatorio ha hecho a nuestra juventud de tal modo antimilitarista, que creo se ha acabado en España la era de los pronunciamientos. Y, con ello, la posibilidad de los soviets a la rusa y de fasci a la italiana.


Y si es cierto que tenemos un Ejército excesivo -herencia de nuestras guerras civiles y coloniales-, este Ejército se compone de las llamadas clases de segunda categoría, de oficialidad y de un generalato monstruoso.
Todo este terrible peso castrense es de origen económico.
El Ejército español ha sido siempre un Ejército de pobres. Pobres los conquistadores de América, pobres los tercios de Flandes.
La alta nobleza española, palaciega y cortesana, ha rehuido la milicia. Y ese Ejército formaba y aún forma -hoy con la Gendarmería, la Guardia de Seguridad y hasta la Policía- algo así como aquella reserva de que hablaba Carlos Marx. Son el excedente del proletariado a que tiene que mantener la burguesía. El ejército profesional es un modo de dar de comer a los sin trabajo. El cuartel hace la función que en nuestro siglo XVII hacía el convento.
Pero ya hoy muchos de los que antes iban frailes se van para guardias civiles.
No creo, pues, que haya peligro ni de comunismo ni de fascismo.
Cuando al estallar la sublevación de Jaca, en diciembre del año pasado, el Gabinete del Rey y el Rey mismo voceaban que era un movimiento comunista, sabían que no era así y mentían -don Alfonso mentía siempre, hasta cuando decía la verdad, porque entonces no la creía-, y mentían en vista al extranjero.
Y ahora todas esas pobres gentes adineradas y medrosas se asombran, más aún que del admirable espectáculo del plebiscito antimonárquico, de que no haya empezado el reparto. Y los que huyen de España, llevándose algunos cuanto pueden de sus capitales, no es tanto por miedo a la expropiación comunista cuanto a que se les pidan cuentas y se les exijan responsabilidades por sus desmanes caciquiles.
Añádase que en estos años se ha ido haciendo la educación civil y social del pueblo. Es ya una leyenda lo del analfabetismo.
El progreso de la ilustración popular es evidente.
Y en una gran parte del pueblo esa educación se ha hecho de propio impulso, para adquirir conciencia de sus derechos. España es acaso uno de los países en que hay más autodidactos. Hoy, en los campos de Andalucía y de Extremadura, en los descansos de la siega y de otras faenas agrícolas, los campesinos no se reúnen ya para beber, sino para oír la lectura, que hace uno de ellos, de relatos e informes de lo que ocurre acaso en Rusia. «Temo más a los obreros leídos que a los borrachos», me decía un terrateniente. Y en cuanto a la pequeña burguesía, a la pobre clase media baja, jamás se ha leído como se lee hoy en España. Sólo los ignorantes de la historia ambiente y presente pueden hablar hoy de la ignorancia española. Como tampoco de nuestro fanatismo.
Porque, en efecto, si no es de temer hoy en España un sovietismo o un fascismo a base de militarismo de milicia, tampoco es de temer una reacción clerical.
El actual pueblo católico español -católico litúrgico y estético más que dogmático y ético- tiene poco o nada de clerical. Y aquí no se conoce nada que se parezca a lo que en América llaman fundamentalismo, ni nadie concibe en España que se le persiga judicialmente a un profesor por profesar el darwinisno.
El espíritu católico español de hoy, pese a la leyenda de la Inquisición -que fue más arma política de raza que religiosa de creencia-, no concibe los excesos del cant puritanesco.
Aquí no caben ni las extravagancias del Ku-Klux-Klan ni los furores de la ley seca en lo que tengan de inquisición puritana.
Ahora, que acaso no convenga en la naciente República española la separación de la Iglesia del Estado, sino la absoluta libertad de cultos y el subvencionar a la Iglesia católica, sin concederle privilegios, y como Iglesia española, sometida al Estado, y no separada de él. Iglesia católica, es decir, universal, pero española, con universalidad a la española, pero tampoco de imperialismo. Se ha de reprimir el espíritu anticristiano que llevo al episcopado del Rey y al Rey mismo a predicar la cruzada.
Los jóvenes españoles de hoy, los que se han elevado a la conciencia de su españolidad en estos años de Dictadura, bajo el capullo de ésta, no consentirán que se trate de convertir a los moros a cristazo limpio. Y en esto les ayudarán sus hermanas, sus mujeres, sus madres. Y a la mujer española, sobre todo a la del pueblo, no se la maneja desde el confesionario. Y en cuanto a las damas de acción católica, su espíritu -o lo que sea- es, más que religioso, económico. Para ellas el clero no es más que gendarmería.
Hay el problema del campo.
Mientras en una parte de España el mal está en el latifundio, en otra parte, acaso mas poblada, el mal estriba en la excesiva parcelación del suelo. El origen del problema habría que buscarlo en el tránsito del régimen ganadero -en un principio de trashumancia- al agrícola. Las mesetas centrales españolas fueron de pastoreo y de bosques. Las roturaciones han acabado por empobrecerlas, y hoy, mientras prosperan las regiones que se dedican al pastoreo y a las industrias pecuarias, se empobrecen y despueblan las cerealíferas. Mas éste, como el de la relación entre la industria -en gran parte, en España, parasitaria- y la agricultura, es problema en que no se puede entrar en estas notas sobre la promesa de España

La Promesa de España (Miguel de Unamuno)



Miguel de Unamuno. El Sol, 12 de mayo de 1931


(…) Lo que puede prometer la nueva España, la España republicana que acaba de nacer, sólo cabe conjeturarlo por el examen de cómo se ha hecho esta España que de pronto ha roto su envoltura de crisálida y ha surgido al sol como mariposa.
El proceso de formación empezó en 1898, a raíz de nuestro desastre colonial, de la pérdida de la últimas colonias ultramarinas de la corona, más que de la nación española.
En España había la conciencia de que la rendición de Santiago de Cuba, en la forma en que se hizo, no fue por heroicidad caballeresca, sino para salvar la monarquía, y desde entonces, desde el Tratado de París, se fue formando sordamente un sentimiento de desafección a la dinastía borbónicohabsburgiana.
Cuando entró a reinar el actual ex Rey, don Alfonso de Borbón y Habsburgo Lorena, se propuso reparar la mengua de la Regencia y soñó en un Imperio ibérico, con Portugal, cuya conquista tuvo planeada, con Gibraltar y todo el norte de Marruecos, incluso Tánger.
Y todo ello bajo un régimen imperial y absolutista.
Sentíase, como Habsburgo, un nuevo Carlos V.
Se le llamó «el Africano».
Atendía sobre todo al generalato del Ejército y al episcopado de la Iglesia, con lo que fomentó el pretorianismo -más bien cesarianismo- y el alto clericalismo.


Y en cuanto el pueblo proletario hizo que sus Gobiernos, en especial los conservadores, iniciasen una serie de reformas de legislación social, con objeto de conjurar el movimiento socialista y aun el sindicalista, que empezaban a tomar vuelos.
Y no se puede negar que a principio de su reinado gozó de una cierta popularidad, debida en gran parte al juego peligroso que se traía con sus ministros responsables, de quienes se burlaba constantemente, y por encima de los cuales dirigía personalmente la política, y hasta la internacional, que era lo más grave.

Surgió la Gran Guerra europea cuando España estaba empeñada en la de Marruecos, guerra colonial para establecer un Protectorado civil, según acuerdos internacionales desde el punto de vista de la nación, pero guerra de conquista, guerra imperialista, desde el punto de vista del reino, de la corona.
En un documento dirigido al Rey por el episcopado, documento que el mismo Rey inspiró, se le llamaba a esa guerra cruzada, y así llamó el Rey mismo más adelante, en un lamentable discurso que leyó ante el pontífice romano.
Cruzada que el pueblo español repudiaba y contra la cual se manifestó varias veces.

Y al surgir la guerra europea, don Alfonso se pronunció por la neutralidad -una neutralidad forzada-, pero simpatizando con los Imperios centrales.

Era, al fin, un Habsburgo más que un Borbón. Su ensueño era el que yo llamaba el Vice-Imperio Ibérico; vice, porque había de ser bajo la protección de Alemania y Austria, y que comprendería, con toda la Península, incluso Gibraltar y Portugal -cuyas colonias se apropiarían Alemania y Austria-, Marruecos.
Fueron vencidos los Imperios centrales, y con ellos fue vencido el nonato Vice-Imperio Ibérico, y entonces mismo fue vencida la monarquía borbónico-habsburgiana de España.
Entonces se remachó el divorcio entre la nación y la realeza, entre la patria española y el patrimonio real.
A esto vinieron a unirse nuestros desastres en África, que reavivaban las heridas, aún no del todo cicatrizadas, del gran desastre colonial de 1898.
*.- El de 1921, el de Annual, fue atribuido por la conciencia nacional al Rey mismo, a don Alfonso, que por encima de sus ministros y del alto comisario de Marruecos dirigió la acometida del desgraciado general Fernández Silvestre contra Abd-el-Krim, a fin de asegurarse, con la toma de Alhucemas, el Protectorado -en rigor, la conquista, en cruzada- de Tánger.
*.- Alzóse en toda España un clamoreo pidiendo responsabilidades, y se buscaba la del Rey mismo, según la Constitución, irresponsable. Fui yo el que más acusé el Rey, y le acusé públicamente y no sin violencia.
*.- Y el Rey mismo, en una entrevista muy comentada que con él tuve, me dijo que, en efecto, había que exigir todas las responsabilidades, hasta las suyas si le alcanzaran.
*.- Y en tanto, con su característica doblez, preparaba el golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923, que fue él quien lo fraguó y dirigió, sirviéndose del pobre botarate de Primo de Rivera.

Es innegable que el golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923 fue recibido con agrado por una gran parte de la nación, que esperaba que concluyese con el llamado antiguo régimen, con el de los viejos políticos y de los caciques, a los que se hacía culpables de las desdichas de la política de cruzada.
Fuimos en un principio muy pocos, pero muy pocos, los que, como yo, nos pronunciamos contra la Dictadura, y más al verla originada en un pronunciamiento pretoriano, y declaramos que de los males de la patria era más culpable el Rey que los políticos.
Nuestra campaña -que yo la llevé sobre todo desde el destierro, en Francia, a donde me llevó la Dictadura- fue, más aún que republicana, antimonárquica, y más aún que antimonárquica, antialfonsina.
Sostuve que si las formas de gobierno son accidentales, las personas que las encarnan son sustanciales, y que el pleito de Monarquía o República es cosa de Historia y no de sociología.
Y si hemos traído a la mayoría de los españoles conscientes al republicanismo, ha sido por antialfonsismo, por reacción contra la política imperialista y patrimonialista del último Habsburgo de España. En contra de lo que se hacía creer en el extranjero, puede asegurarse que después de 1921 don Alfonso no tenía personalmente un solo partidario leal y sincero, ni aún entre monárquicos, y que era, sino odiado, por lo menos despreciado por su pueblo.

La Dictadura ha servido para hacer la educación cívica del pueblo español, y sobre todo de su juventud
La generación que ha entrado en la mayor edad civil y política durante esos ocho vergonzosos años de arbitrariedad judicial, de despilfarro económico, de censura inquisitorial, de pretorianismo y de impuesto optimismo de real orden; esa generación es la que está haciendo la nueva España de mañana.
Es esa generación la que ha dirigido las memorables y admirables elecciones municipales plebiscitarias del 12 de abril, en que fue destronado, incruentamente, con papeletas de voto y sin otras armas, Alfonso XIII. Y han dirigido esas elecciones hasta los jóvenes que no tenían aun voto.
Son los hijos los que han arrastrado a sus padres a esa proclamación de la conciencia nacional. Y a los muchachos, a los jóvenes, se han unido las más de las mujeres españolas, que, corno en la guerra de la Independencia de 1808 contra el imperialismo napoleónico, se han pronunciado contra el imperialismo del bisnieto de Fernando VII, el que se arrastró a los pies del Bonaparte.