lunes, 9 de abril de 2018

La convención suicida

La convención suicida

Si yo fuera Rajoy trataría de averiguar quién ha escrito el guión de la Convención de Sevilla. Probablemente descubrirá quién quiere robarle el sillón

La jerga interna de los partidos, que se trasmite de generación en generación sin hacer distinción de siglas, credos o tamaño, explica la utilidad de una Convención como una forma de "mantener movilizada a la militancia", "recuperar la iniciativa política" o "incrementar la presencia mediática". Si atendemos a esas acuñaciones de uso tópico tendremos que llegar a la conclusión de que el PP ha hecho el canelo durante tres días. Y encima, ¡a qué precio! Aunque no haya tráfico de coimas entre los tramoyistas, el coste de la puesta en escena casi siempre es prohibitivo.
Los peperos andaluces, como anfitriones, han tenido la oportunidad de contrastar en vivo y en directo que sus conmilitones del resto de España están tan abatidos como ellos y que el desánimo y la desolación no va por barrios. Es un fenómeno general. Las caras de todos ellos, cuentan las crónicas, eran poemas elegíacos. Eso sí: a la hora de aplaudir, las palmas echaban humo. Si midiéramos la vitalidad del PP por los decibelios de sus ovaciones internas creeríamos que está al borde la la mayoría absoluta.
¿Ha servido esta Convención para "mantener movilizada a la militancia"? Si movilizar significa "poner en pie de guerra", tal vez. Los asistentes, desde luego, han coreado con voz militar aguerridos himnos de combate. Parecían dispuestos a comerse el mundo. Si movilizar significa "poner en movimiento", depende. ¿Agitarse es moverse? Entonces, sí. Agitación había mucha. Por todas partes. La metáfora más ilustrativa del evento queda perfectamente plasmada en una imagen ampliamente reproducida por la prensa: encima de una cinta de correr donde podía leerse el lema "sigue el ritmo de Rajoy", el presidente del partido caminaba muy deprisa para permanecer siempre en el mismo sitio. ¿Moverse es avanzar? En ese caso, no. La Convención ha sido un fracaso sin paliativos.
La idea de que un acto de esta naturaleza, tan concurrido y oneroso, pueda servir para "recuperar la iniciativa política" entronca bastante bien con la tercera acepción que la Academia le da al término "convención" en su diccionario: "reunión general de un partido político para fijar programas, elegir candidatos o resolver otros asuntos". En este sentido, la jerga y la gramática académica se dan la mano. Pero no hace falta subrayar lo obvio: de viernes a domingo, los populares no han protagonizado ninguna reflexión programática -al menos que haya trascendido-, no han elegido a ningún candidato y no han resuelto ningún asunto. Solo han conseguido chupar cámara, que es la fórmula abreviada de la expresión "incrementar la presencia mediática". Y eso, naturalmente, siempre es un arma de doble filo. Si el hecho de salir en la tele fuera sinónimo de algo necesariamente positivo no existiría la llamada "pena de telediario". Se puede salir en la caja tonta para exhibir el lado fotogénico -en este caso musculatura ideológica, fortaleza interna o moral de victoria-, y también para todo lo contrario. El PP ha elegido la segunda opción. El rastro que deja su exhibición pública es el de un partido de caras largas, aplauso fácil, moral de derrota, oficio en el fingimiento y conformismo pastueño ante una debacle segura.
Se podrá decir, no sin razón, que no hay nada nuevo bajo ese sol descriptivo. Si es por eso, el PP, en efecto, ha celebrado una Convención en toda regla. Una convención, diccionario en mano, también puede ser una práctica que responde a la costumbre. Y también si nos atenemos a la siguiente acepción: "firma de un pacto". El pacto que han sellado este fin de semana los principales del PP ha sido el de cargar con los baldones que enturbian la imagen del partido sin hacer nada para que la transparencia sobrepuje las sombras de la sospecha. Ahí está el caso Cifuentes para demostrarlo. Una atenta lectura de las mejores crónicas de la cumbre política sevillana nos llevará a la conclusión inevitable de que la ovación de apoyo que le obsequiaron sus compañeros de partido tuvo bastante de lo primero y muy poco de lo segundo. El aplauso fue tan atronador como falso.
El acto de exaltación de la lideresa en apuros no reflejaba ningún atisbo de convicción en su inocencia. De hecho, según el cabildeo off the record de los aplaudidores con los periodistas, la inmensa mayoría de ellos aún sospecha que Cifuentes no ha dicho toda la verdad. La ovación fue la respuesta gregaria, irracional, hipócrita y maluenda a una instrucción llovida de arriba sin consulta previa a los de abajo. Después del abrazo público que le brindó Rajoy el viernes por la tarde no había más remedio que consumar la pantomima. Lo contrario hubiera supuesto desautorizar la política de cierre de filas ordenada por el líder máximo.
Muchos siguieron la partitura con estupor. Las dudas solo mueven al entusiasmo a los locos o a los temerarios y si algo sobreabunda en el caso Cifuentes es precisamente el exceso de dudas. Casi todo el mundo, también en el interior del PP, percibe que en las explicaciones públicas y parlamentarias de la presidenta madrileña hay algo que huele a chamusquina. En esas circunstancias, confundir la lealtad a una compañera de partido con la obligación de exonerarla de culpa ignorando los indicios racionales que apuntan en su contra es un riesgo desproporcionado. Tal vez fuera razonable si la historia reciente del PP no estuviera plagada de chascos gigantescos. Ahora ya no les queda margen para otro más.
Añádase además la firme sospecha de que entre la turbamulta de palmeros que aclamaba a Cifuentes se encontraban los autores de la filtración que la ha colocado a los pies de los caballos y adquirirá más relieve el carácter surrealista de la obra representada. A la espera de que la justicia investigue lo que ha sucedido, entre arriesgar un veredicto de inocencia extemporáneo y quemar a la sospechosa en la hoguera de la inquisición había opciones intermedias. Por ejemplo, el silencio. Pocas cosas hay más prudentes, cuando las cosas vienen mal dadas, que mantener la boca cerrada y las manos en los bolsillos.
Por eso llama tanto la atención el discurso de clausura de Rajoy. El futuro de Cifuentes, cuando se ventile la moción de censura presentada por Angel Gabilondo en la Asamblea de Madrid, está en manos de Ciudadanos. Es decir, de esos "inexpertos lenguaraces que regalan tantos consejos teniendo menos experiencia que el alcalde del pueblo más humilde de la Sierra de Grazalema". El ataque, desde luego, no fue casual.
La convención de Sevilla estaba diseñada para tratar de contrarrestar el auge que ha cobrado el partido de Rivera. Además, un político avezado -y Rajoy lo es- sabe qué párrafos de un discurso van a alimentar los titulares de la prensa del día siguiente. Él quería caricaturizar a Ciudadanos como a una pandilla de parlanchines que no ha gobernado jamás y se puede permitir el lujo de prometer todo gratis sin límites y sin compromiso. Pregunto: ¿también el apoyo a la presidenta de Madrid?
Si ya es un error de bulto menospreciar al adversario, aún lo es más hacerlo cuando éste te está doblando el brazo y tu futuro inmediato depende de su magnanimidad. Perder el partido o la batalla ante una potencia de reconocido prestigio nunca es indigno. Hacerlo ante una pandilla de inexpertos lenguaraces, sí. Si yo fuera Rajoy trataría de averiguar quién ha escrito el guión de la Convención de Sevilla. Probablemente descubrirá quién quiere robarle el sillón.

Una fuga de más 1,5 millones de votos

Ciudadanos recibiría, si hoy se celebrasen elecciones, un 19,7% (1,5 millones) de votos de electores que en las últimas elecciones optaron por Rajoy

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  • @ainhoa_mhoyos
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El efecto catalán ha catapultado las expectativas electorales de Ciudadanos. La tendencia que apuntan todas las encuestas es que el partido de Albert Rivera pugna por erigirse en alternativa de Gobierno al PP, desplazando ya a Unidos Podemos a la cuarta fuerza y comprometiendo el panorama de los socialistas. Pero hasta que las urnas corroboren si estas expectativas se tornan en realidad, los estudios demoscópicos se circunscriben a un mero estado de ánimo que comienza a marcar el discurso de los principales partidos políticos. Ayer, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, lanzó duros ataques dialécticos contra los naranjas y advirtió en privado de que la formación supone una amenaza real para los intereses de los populares. Según los «tracking» internos que elabora NC Report para LA RAZÓN este diagnóstico no es desacertado. El Partido Popular es la formación que nutre en mayor medida el nicho de votantes naranjas. Ciudadanos recibiría, si hoy se celebrasen elecciones, un 19,7% (1,5 millones) de votos de electores que en las últimas elecciones optaron por Rajoy. El partido de Rivera se convierte, por tanto, en la principal fuga de sufragios populares, por delante de la abstención (6,6%), y el PP sólo recupera de esta formación un 2,6% de apoyos. Esta tendencia contrasta con el sentir del propio votante popular que manifiesta cierta simpatía por los naranjas. Según NC Report, un 58% de los electores del PP consultados censuran que su partido endurezca el tono contra Ciudadanos y un 78,3% avala las alianzas pasadas y futuras con la formación.
Sin embargo, la amenaza de Ciudadanos no se circunscribe únicamente al PP. Varios dirigentes del PSOE también muestran su preocupación por el avance de los naranjas en las filas socialistas. Así lo señaló el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, en una entrevista a LA RAZÓN y así lo demuestran los datos que ubican a la formación de Rivera como la principal fuga de votantes también en el PSOE. Sánchez pierde un 12,6% de votos en favor de Rivera y apenas recupera de él un 1,9%.
Sólo Unidos Podemos parece inmune al efecto llamada hacia Ciudadanos, pues su flujo de salida de votantes sigue enfocado mayoritariamente hacia el PSOE (17,4%) y a la abstención (13%), mientras que quienes se pasan al naranja son apenas un 2,1%. Por su parte, los de Rivera logran la mayor fidelidad de voto de los cuatro grandes partidos y conservarían al 88,9% de quienes confiaron en ellos el 26-J.


Leer más:  Una fuga de más 1,5 millones de votos  https://www.larazon.es/espana/una-fuga-de-mas-1-5-millones-de-votos-FP18067714?sky=Sky-Abril-2018#Ttt149uv2aWWsPpt
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INCONGRUENCIA EUROPEA

09 de abril de 2018
No parece de recibo que un tribunal provincial de Alemania decida en 48 horas enmendar la plana al Tribunal Supremo de España, que tiene tres siglos de prestigio acumulado y que durante seis meses estudió la extradición del expresidente Carlos Puigdemont. Lo ocurrido resulta cuando menos incongruente.
En el contorno de la Europa Unida, cuyos países tienen todos reconocimiento democrático, las decisiones de los tribunales de cada nación deben ser aceptadas por los otros miembros salvo recurso a las instituciones judiciales europeas superiores.
Mariano Rajoy se ha equivocado al no hacer nada para informar seriamente a la opinión pública alemana, cuyos medios de comunicación influyen también sobre los jueces. Pero los tribunales germanos carecen de autoridad para enmendar a los españoles, y deberían reducirse a tramitar las decisiones por ellos adoptadas. En caso de discrepancia, cabe el recurso a las instancias europeas superiores.
Lo que ha ocurrido con los jueces provinciales de Schleswig-Holstein descoyunta el equilibrio europeo y cuartea la estabilidad de la Europa unida. Juristas destacados consideran imprescindible que el Tribunal Supremo recurra ante las instancias superiores europeas. Resulta inaceptable lo ocurrido, no por el caso concreto de la extradición de Carlos Puigdemont, sino por el equilibro de las instituciones europeas, que deben estar por encima de frivolidades como las cometidas por unos jueces alemanes provinciales.

Qué es la violencia en 2018

Qué es la violencia en 2018

Los expertos analizan el requisito violento que exige la rebelión en los tiempos modernos

Salvador Sostres
Salvador SostresSeguir
BarcelonaActualizado:
La violencia, qué es la violencia en nuestro mundo de 2018 y cómo se describe en los códigos penales de los distintos países, es la cuestión de fondo tanto del auto de procesamiento por rebelión del juez Llarena como del tribunal regional alemán que ha dejado en libertad bajo fianza a Carles Puigdemont.
El abogado penalista Javier Melero explica que el tipo de violencia que describe el Código Penal para justificar el delito de rebelión «es la que se produjo en la sanjurjada o en el golpe de Tejero. Es una violencia explícita de tanques y metralletas, hasta el punto de que el mismo artículo contempla atenuantes "para quien depusiere las armas", lo que efectivamente certifica el tipo de violencia clásica –por llamarla de algún modo– a la que nuestro Código Penal, y en general el de los demás países democráticos y civilizados aluden para establecer los delitos de alta traición, rebelión o la figura misma del golpe de Estado».
Para el notario Tomás Giménez Duart el problema está en que el concepto de violencia relacionado con este tipo de delitos no se ha actualizado a nuestro tiempo «como así ha sucedido con el concepto de violencia asociado a otros delitos, como los de género. Hoy no es necesario agredir físicamente a tu cónyugue para que pueda hablarse de violencia. Los insultos e incluso los desprecios o los contextos humillantes también son considerados violencia, en este caso psicológica. Los delitos de odio también son, en cierto modo, una actualización del concepto de violencia».
«Precisamente esta actualización de lo que la violencia es y significa en 2018, en nuestras vidas mucho más sofisticadas, es lo que el juez Llarena ha intentado establecer en su auto de procesamiento por rebelión», explica el abogado penalista José María Fuster Fabra. «Hoy en día no hace falta disparar como Tejero ni sacar los tanques a la calle como Milans para crear contextos de violencia, para que una parte de una sociedad intimide y violente a la otra. El juez Llarena lo explica perfectamente en su auto, aunque también es cierto que estaría por ver si el Tribunal Supremo hubiera acabado condenando por rebelión a los procesados, porque si insistimos en que el concepto de violencia tiene que actualizarse en nuestro código penal, es porque lamentablemente no lo está, y con la definición, la rebelión está un poco cogida por los pelos».
Sobre la decisión del tribunal alemán de no aceptar la extradición de Puigdemont por rebelión, Fuster Fabra matiza que «en su auto, el tribunal no entra a discutir si el tipo de violencia ejercida por los independentistas en Cataluña es o no suficiente para justificar el delito de rebelión en España, sino que simplemente se limita a establecer que no es el grado de violencia que se requiere en Alemania para hablar del delito de alta traición». Pero según el penalista no se puede establecer un paralelismo obvio entre los dos casos «porque en Alemania, los partidos independentistas están prohibidos, de modo que las violencias más sofisticadas que ha podido ejercer el independentismo catalán, usando fondos públicos, el cuerpo de policía autonómica y el poder y los recursos de las instituciones democráticas, en Alemania no tienen ni que molestarse a contemplarlas, porque directamente no sería posible que un partido se registrara ni mucho menos concurriera a unas elecciones con la independencia por ejemplo de Baviera –o de cualquier otra parte del territorio nacional– en su programa».
Melero considera que en cualquier caso, «tal como nuestro Código Penal está hoy redactado, el delito de sedición se ajusta mucho más a lo ocurrido», Giménez Duart ve imprescindible «adaptar la definición de violencia relacionada con las diferentes formas de golpe de Estado» y Fuster Fabra recalca que «pese a la propaganda que puedan hacer los partidos independentistas a propósito de la decisión del tribunal regional alemán de dejar libre a Puigdemont, en el sentido de decir que la alemana es una democracia más avanzada que la nuestra, España es un país tan garantista, tan democrático y tan libre que hasta los partidos que quieren destruirla –a diferencia de lo que ocurre en Alemania– están permitidos, protegidos y subvencionados por el sistema».

Salvador SostresSalvador Sostres