lunes, 2 de abril de 2018

Pablo Llarena, el juez valiente que se puso en la diana del «Procés»

Pablo Llarena, el juez valiente que se puso en la diana del «Procés»

Tiempo de lectura 4 min.
01 de abril de 2018. 00:59h
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Para buena parte de la opinión pública el nombre de Pablo Llarena no les decía prácticamente nada, exceptuando, claro está para todos aquellos relacionados con el mundo judicial. Ahora, el haber «descabezado« al «Procés» le ha situado en primera plana, y, paralelamente, en el ojo de los radicales independentistas, quienes parecen no entender mucho lo que supone sujeción a la Ley y respecto al Estado de Derecho. Muy a su pesar ha pasado a convertirse en uno de los grandes protagonistas de esos últimos meses; elogiado por una muy amplia mayoría de los españoles y repudiado por los independentistas, quienes no cejan en ocultarse en el anonimato para realizar pintadas amenazantes y otros tipo de mensajes en esos tonos. Como dice uno de sus compañeros jueces destinados en Cataluña «está soportando una presión brutal, pero si hay alguien que puede soportarla es él».
Ingresó en la Carrera Judicial en 1985 y logró el número 1 de su promoción. Tras pasar por los juzgados de Torrelavega y Burgos llega a Barcelona en 1992 y seis años después logra plaza como magistrado en la Audiencia Provincial de la Ciudad Condal, de la que llegó a ser presidente. También asumió responsabilidades en el mundo asociativo judicial, llegando a ser presidente y portavoz de la Asociación Profesional de la Magistratura. Todo ello lleva a considerarle un magistrado con «una gran experiencia en liderazgo».
Llegó al Tribunal Supremo en los primeros meses de 2016 y desde ese momento ha trabajado como a él le gusta, «en la sombra, fuera de los focos, de forma discreta, como es él, una persona super discreta, como juez y en su vida personal le gusta la discreción, y ahora la fama le ha venido impuesta, algo que nunca ha buscado».
En ese trabajo en la Sala, donde se adoptan las decisiones más importantes de España en el ámbito penal, se encontraba cuando por reparto le tocó instruir la querella por rebelión que había presentado la Fiscalía contra la ex presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y otros cinco ex miembros de la Mesa de la Cámara, por todo lo relacionado con el proceso soberanista catalán. Y se puso a instruir un procedimiento que iba a tener repercusiones en el ámbito político además del judicial, siendo consciente de que, como le define otro de sus compañeros, «las posibles consecuencias no le iban a impedir la toma de decisiones» que considerase en cada momento: «Es un juez que mide sus actuaciones y también sus consecuencias, pero éstas no le impiden tomar las decisiones que considere justas».
Quizás por ello, como sostiene otro de sus compañeros que le conoce y tienen con él un trato más que habitual, «las amenazas sólo van a producir como efecto el reforzamiento de sus convicciones. No tiene ninguna duda sobre su trabajo y qué decisiones tomar»; es un magistrado «muy inteligente, nada soberbio, conciliador, con un sentido de la Justicia muy ligado a los valores constitucionales».
En contra de la idea que intentan transmitir los independentistas catalanes, Pablo Llarena, nacido en Burgos, se siente muy identificado con Cataluña, a la que considera su «tierra de destino», y pese a la imagen que se quiera difundir de él tiene un «buen sentido del humor». No es un magistrado al que le asusten los retos ni desafíos intelectuales y de toda la situación actual lo que verdadaramente lamenta es «la proyección familiar que ha tenido su trabajo», en especial sobre su mujer, de la que se está muy enamorado, y sus dos hijos, por los que siente una auténtica «pasión».
No tiene el menor reparo en llamar a las cosas por su nombre, «con elegancia, pero por su nombre», como enfatiza otro magistrado catalán, lo cual, eso sí, no excluye que sea una persona con unos principios morales elevados, y que esos principios los identifica con la Ley: «No aceptará nunca que haya un valor moral que se sobreponga la Ley, porque violar la Ley es inmoral».
Se le ha acusado de ser un «ajedrecista» con la actitud que ha tenido con los momentos elegidos para plantear las órdenes de detención y entrega, para suspenderlas y para reactivarlas, pero esa forma de hacer es propia de su carácter: «Las órdenes de detención y entrega no sirven solo para detener, sino para hacer posible el juicio de los fugados, y las ha utilizado, además de legalmente, con inteligencia». Una jugada propia de quien se ha movido con habilidad en un complicado tablero.
Ahora sólo espera volver a trabajar con discreción, lejos de los focos mediáticos y recuperar su vida privada en Cataluña; algo tan simple como eso, pero que algunos pretenden evitar con «métodos democráticos». Faltaría más.


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