El fracaso de la pregunta ‘clara’
La doble pregunta pactada no es la
alternativa óptima para los intereses del independentismo
Lluís Orriols 17 DIC 2013 - 00:45 CET3
En política es bien sabido que quien
convoca un referéndum tiene un gran poder sobre su resultado. No hay mejor baza
para ganar una consulta que contar con la potestad de diseñarla a favor de tus
intereses. En particular, la elección de la pregunta se presenta como un factor
clave, ya que puede inducir a los ciudadanos a elegir una opción determinada.
No hay duda de que los políticos son muy conscientes de ello. Es por este
motivo que la redacción de la pregunta sobre la independencia se ha convertido
en uno de los principales frentes en la batalla partidista en Cataluña. Desde
el jueves contamos con una pregunta avalada por las principales fuerzas
favorables al ‘dret a decidir’. Ahora es el momento de especular sobre las
posibles consecuencias que esta puede tener sobre el resultado del referéndum.
¿A qué opción puede beneficiar el actual redactado? A mi entender, la doble
pregunta pactada no es la alternativa óptima para los intereses del
independentismo. Veamos por qué.
En los últimos años, Cataluña se ha
visto inmersa a unos profundos cambios en las preferencias ciudadanas sobre el
modelo territorial. Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los catalanes no era
partidaria de la independencia, sino que se conformaba con fortalecer el poder
de las autonomías. Pero, el fracasado proceso de reforma estatutaria y, muy en
particular, la polémica sentencia del Tribunal Constitucional provocaron un
verdadero terremoto en la opinión pública catalana. Entonces los catalanes
empezaron a abandonar las filas autonomistas y federalistas para sumarse a las
del independentismo. Como resultado de este movimiento, la independencia de
Cataluña se ha convertido hoy en el modelo territorial preferido por los
catalanes.
La batalla por la pregunta es, de hecho,
la batalla para ganar al votante federalista
Sin embargo, a pesar de que el
independentismo es la opción mayoritaria, no alcanza la mayoría absoluta. Según
el CIS, los favorables al derecho a la autodeterminación son alrededor del 35%.
Se trata de un porcentaje muy similar a la suma de los catalanes satisfechos
con el statu quo y los que preferirían unas comunidades autónomas con menos
poderes. Por lo tanto, existe un empate entre claros partidarios y claros
detractores de la independencia. Ningún bando puede alcanzar por si sólo la
mayoría absoluta de los votos en un referéndum. El resultado final depende,
pues, de un tercer colectivo: los federalistas y aquellos que prefieren
fortalecer el poder de las autonomías. Es cierto que los federalistas se
encuentran hoy en claro declive y no gozan de especial buena prensa. Pero, a
pesar de ello, este colectivo es en realidad el verdadero protagonista de este
proceso. Los federalistas (junto con los que demandan mayor autonomía) son los
votantes pivotales , quienes tienen en sus manos la decisión de qué opción es
mayoritaria en un eventual referéndum.
Por este motivo, la batalla por la
pregunta es, de hecho, la batalla para ganar al votante federalista. No es
casualidad que muchos de los partidarios de la independencia tengan una preferencia
intensa por una pregunta ‘clara’. Tras esa defensa de la claridad no sólo se
esconde una cándida predilección por lo simple. En realidad, también hay un
intento de polarizar las preferencias de los catalanes en dos únicas
alternativas: status quo o independencia. Tal dicotomía favorece el
independentismo, ya que si una opción es realmente mayoritaria en Cataluña, esa
es el enorme rechazo que hoy despierta el inmovilismo. El hartazgo con la
situación actual ha penetrado con fuerza en la sociedad catalana en los últimos
años. Si la alternativa es quedarnos como estamos, es probable que una porción
importante de federalistas lo tenga claro: la independencia.
De lo que no hay duda es de que la doble
pregunta que se puso encima la mesa el pasado jueves es cualquier cosa menos
clara.
Resulta intrigante, por ejemplo, el
significado de la opción ‘estado no independiente’. Pero, pese a las
incertidumbres que genera la redacción, todo indica que se ha optado por un
modelo de tres alternativas: statu quo (si se responde no a ambas preguntas),
opción federal (si a la primera y no a la segunda) y la independencia (si a
ambas preguntas). La existencia de una pregunta con tres alternativas no son
buenas noticias para el independentismo. Si la elección deja de ser entre
inmovilismo o independencia, y se permite una opción intermedia, es de esperar
que muchos federalistas no se sumen a las filas independentistas.
En definitiva, en un eventual referéndum
para la independencia, el federalista es quien decide. Es por este motivo que,
si se acaba formulando la doble pregunta, la batalla se centrará en la
interpretación del significado ‘Estado no independiente’.
Los nacionalistas deberán convencer al
votante federalista de que esa opción equivale a no movernos de donde estamos.
Deberán evitar que se interprete como una opción federal que expresa la
voluntad de superar la actual situación, pero sin llegar a la independencia. De
lo contrario es muy probable que el independentismo no consiga hacerse con la
mayoría absoluta.
Lluis Orriols es profesor de Ciencia
Política en la Universidad de Girona.
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