El regeneracionismo encuadra tendencias diversas y no dio
lugar a un movimiento propiamente dicho, sí a un estado de opinión reconocible,
después del “Desastre” del 98.
Su principal teorizador fue Costa, y
en éste entraron muchos de los más dotados intelectuales de la época. Sobre
España y sus problemas, los regeneracionistas coincidían en tres puntos:
*.- condena del pasado español.
*.- identificación de “Europa” como
salida a la situación del país. Un intento de europeizar España, tomando
medidas que palien su decadencia (reformas educativas, agrarias, políticas,
descentralización administrativa..)
*.- hostilidad la Restauración y su
ideología liberal.
Para Costa, la historia española
desembocaba en “una nación frustrada”; preconizaba “fundar España otra vez,
como si no hubiera existido”.
Ortega, Azaña y muchos más también
consideraban al país como una nación sin formar, o deformada, o anormal.
Especulaban sobre lo que debía haber sido España o cuándo había empezado la
desviación o la pérdida de su “normalidad”.
Miguel de Unamuno. En sus escritos trata sobre el
problema de España: el remedio a los males del país está en la conjunción de
tradición y europeísmo. Pero la verdadera tradición, la tradición eterna no se
halla en los falsos casticismos, sino en la intrahistoria, es decir en la vida
silenciosa y anónima de los millones de seres que pueblan nuestras tierras; es
en el alma colectiva del pueblo donde reside la fuerza que España necesita para
despertar de su letargo.
Pero esta inmersión en la vida
intrahistórica ha de conjugarse con una decidida apertura hacia Europa , cuna
del progreso, pero en escritos posteriores reniega de esta europeización de
España y aboga por una españolización de Europa..
Ramiro de Maeztu. Experimenta una radical evolución
ideológica desde los ideales socialistas de su juventud hasta las posiciones
más conservadoras: en su obra “Hacia la otra España” achaca a la pereza y
la desidia la causa del desastre nacional, y propone una regeneración desde una
revitalización económica. En “Defensa de la Hispanidad” aparecen sus
ideas más conservadoras; en ella exalta la tradición española y proclama
la identidad de lo hispánico con el catolicismo.
Ángel Ganivet. En su “Idearium español” ,
afirma que el alma de nuestro pueblo hunde sus raíces en el estoicismo de
Séneca y en el cristianismo y que a lo largo de la historia España ha
derrochado sus mayores energías en empresas heroicas fuera de nuestras
fronteras. Por ello la Regeneración del país requiere que se concentren todas
las fuerzas en el interior del territorio.
La generación del 98: muestra una común preocupación por
el presente y porvenir de España.
La del 14 propone el cientifísmo
como solución al secular atraso de España. Se definen por su europeísmo y se
oponen al casticismo y al patriotismo de los intelectuales anteriores.
Identifican a Europa con la ciencia.
JOSÉ ORTEGA Y GASSET, ejerció el papel de guía
intelectual desde su cátedra, sus libros y la Revista de Occidente. Al
proclamarse la Segunda república, llegó a ser Diputado en las Cortes pero se
fue distanciando del Régimen y se retiró de la política. Al principio de la
Guerra se exilió y regresó en 1945, pero no se le permitió el ingreso en su
cátedra y continuó su labor docente en el Instituto de Humanidades. Su
pensamiento se sitúa entre el racionalismo y el vitalismo, sus meditaciones
sobre el hombre y su entorno (yo soy yo y mi circunstancia) le conducen a un
interés creciente por la historia.
Las hazañas y glorias hispanas, como
el descubrimiento de medio mundo, las conquistas y colonización de América, la
evangelización, la fundación de ciudades y universidades, el establecimiento de
relaciones entre todos los continentes habitados, la Reforma católica, la
contención de los turcos y de los protestantes, etc., eran miradas con
desprecio o con burla, o simplemente ignoradas por los refundadores.
España había sido el país de la
Inquisición y de los genocidios, de la miseria, el oscurantismo y la
superstición, y las supuestas glorias eran vergonzantes.
Los “buenos” habían sido los cultos
y refinados musulmanes.
España y sus clases dirigentes
habían estado “enfermas” durante siglos, aseguraba Ortega, y nada debía
esperarse de sus tradiciones: “España es el problema, y Europa la solución”.
Azaña llegaría a comparar las
tradiciones, en 1930, con la sífilis hereditaria y “los españoles estaban
vomitando las ruedas de molino que durante siglos estuvieron tragando”.
“Europa” (es decir, Francia y en
alguna medida Inglaterra y Alemania), gozaban de un orden social, una riqueza y
una expansión popular de la cultura muy superiores a los de España, y en ello
veían el fruto de una “normalidad” que a España faltaba desde siglos atrás, si
alguna vez había disfrutado de ella.
Como expresaba Ortega en una carta,
él aspiraba a ir por el extranjero sin sentir vergüenza de ser español.
“Presenciamos el lento suicidio de
un pueblo que, engañado por gárrulos sofistas (…) emplea en destrozarse las
pocas fuerzas que le restan (…), hace espantosa liquidación de su pasado,
escarnece a cada momento las sombras de sus progenitores, huye de todo contacto
con su pensamiento, reniega de cuanto en la Historia hizo de grande, arroja a
los cuatro vientos su riqueza artística y contempla con ojos estúpidos la
destrucción de la única España que el mundo conoce, la única cuyo recuerdo
tiene virtud bastante para retardar nuestra agonía (…) Un pueblo viejo no puede
renunciar [a su cultura] sin extinguir la parte más noble de su vida y caer en
una segunda infancia muy próxima a la imbecilidad senil”.(Menéndez Pelayo).
Los regeneracionistas competían en
repugnancia por la Restauración. Para Costa, el régimen se resumía en dos
rasgos profundamente negativos: oligarquía y caciquismo. El país estaba
dirigido por una “minoría absoluta, que atiende exclusivamente a su interés
personal, sacrificándole el bien de la comunidad”, por una “necrocracia”, por el
poder de lo muerto, de lo inútil, losa aplanadora de las energías populares.
Aplanadas al punto de que el pueblo había perdido la voluntad, era incapaz
hasta de “leer periódicos”, y carecía de “ciudadanos conscientes”.
Por tanto, necesitaba un “cirujano de
hierro”, un dictador altruista que le sacase del marasmo.
Azaña: “He soñado destruir todo ese
mundo” (el de la Restauración).
Ortega la define como “estos años
oscuros y terribles”, como la “España oficial” empeñada en asfixiar a “la
España vital”.
Cánovas, respetado en toda Europa
como fundador del régimen que había dejado atrás el estancamiento y las
convulsiones hispanas del siglo XIX, era despachado como “el gran corruptor”,
“maestro de corrupción”.
Por contraste, el período anterior a
la Restauración solía ser mirado con simpatía, como una edad “vitalista”.
Muchos escritores y artistas embellecían incluso el terrorismo anarquista, como
Valle-Inclán, o aplaudían al socialismo, como ocurrió con Unamuno u Ortega.
Sus críticas (la corrupción
electoral y municipal, la escasa atención a la enseñanza, la desprotección de
los trabajadores manuales, etc.) estaban a menudo bien fundadas. El problema
residía en la exageración y radicalidad de esas críticas, y, sobre todo, en las
soluciones propuestas, mesiánicas o arbitrarias en su mayoría, y conducentes a
un grave riesgo de guerra civil.
La defección de los intelectuales
supuso para la Restauración una irreparable calamidad. Dejaba al régimen a la
defensiva, privándolo de quienes hubieran podido defenderlo en el plano
intelectual contra la marea crítica y política alzada contra él por los
extremismos.
Los regeneracionistas despreciaban
el pasado real de España como Prat de la Riba o Arana despreciaban el pasado
real de Cataluña y de Euzkadi. Coincidían en fomentar también la aversión por
el común legado hispano y por la liberal Restauración, así como en una acrítica
y subjetiva identificación con “Europa”.
Paradójicamente, partiendo de las
mismas premisas, unos aspiraban a “refundar” la nación española, los otros a
desarticularla de una vez. Pero, basadas en una visión caprichosa de España.
Regeneracionismo
y revisionismo político
El período que se inicia en 1902,
con el ascenso al trono de Alfonso XIII, y concluye en 1923, con el
establecimiento de la dictadura de Primo de Rivera, se caracterizó por una
permanente crisis política.
Diversos factores explican esta
situación:
*.- Intervencionismo político de
Alfonso XIII sin respetar el papel de árbitro que teóricamente debía jugar. Su
apoyo a los sectores más conservadores del ejército culminó con el apoyo a la
Dictadura de Primo de Rivera. Elemento clave en el desprestigio de la
monarquía.
*.- División de los partidos del
"turno", provocada por la desaparición de los líderes históricos y
las disensiones internas.
*.- Debilitamiento del caciquismo,
paralelo al desarrollo urbano del país.
*.- Desarrollo de la oposición
política y social al régimen de la Restauración: republicanos, nacionalistas,
socialistas y anarquistas.
Así desde 1917 se sucedieron los
gobiernos de coalición, sujetos a alianzas y continuos cambios. Ni liberales ni
conservadores consiguieron mayorías suficientes para conformar gabinetes
sólidos.
En este contexto de inestabilidad
política, el país tuvo que enfrentarse a graves problemas sociales:
*.- Agudización de las luchas
sociales. Las posiciones de patrones y trabajadores se fueron enfrentando cada
vez más.
*.- La "cuestión
religiosa" se reavivó con las crecientes protestas contra el poder de la
Iglesia, especialmente en la enseñanza. El anticlericalismo se extendió por
buena parte de la población urbana y las clases populares.
*.- La "cuestión militar"
volvió a resurgir ante el desconcierto de un ejército humillado en 1898 que
recibía críticas crecientes de los sectores opositores (republicanos,
socialistas, nacionalistas).
*.- Consolidación del movimiento
nacionalista en Cataluña y el País Vasco, sin ningún cauce de negociación por
parte de los partidos de turno.
*.- El "problema de
Marruecos". En la Conferencia de Algeciras (1906) se acordó el reparto
entre Francia y España del territorio marroquí. A España le correspondió la
franja norte. Desde 1909 se inició un conflicto bélico, la guerra de Marruecos,
muy impopular en el país, que ensanchó el foso que separaba al Ejército y la
opinión pública, esencialmente las clases populares.
En 1905 estalló una grave crisis en
Cataluña. La victoria de Lliga Regionalista de Cambó y Prat de la Riba en las
elecciones locales de 1906 alarmó al ejército que veía en peligro la unidad del
país.
Los comentarios satíricos
anticastrenses en alguna publicación barcelonesa, llevaron a que trescientos
oficiales asaltaran e incendiaran las imprentas.
La reacción del gobierno fue ceder
ante el Ejército: en 1906 se aprobó la Ley de Jurisdicciones que
identificaba las críticas al Ejército como críticas a la Patria y pasaban a ser
juzgadas por la jurisdicción militar.
La reacción pública fue inmediata.
Una nueva coalición, Solidaritat Catalana, consiguió una clara victoria
electoral en 1907, reduciendo drásticamente la representación de los
conservadores y liberales en Cataluña.
Antonio Maura, líder del Partido
Conservador, llegó al poder en 1907 con un programa reformista: modificó la ley
electoral, estableció el Instituto Nacional de Previsión e intentó sin éxito
aprobar una tímida autonomía para Cataluña. Su proyecto reformista se derrumbó
en 1909.
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