QUE
Podemos es una destilación del zapaterismo lo prueba la simpatía benevolente
del propio Zapatero, empeñado en blanquear el proyecto de Pablo Iglesias como
una especie de socialdemocracia posmoderna, una nueva vía de la izquierda
alumbrada por las candilejas de la crisis.
El
expresidente se reconoce en cierta forma a sí mismo en el aliento adanista del
nuevo partido, y no le falta razón en la medida en que él fue el primer
dirigente público de relieve que sugirió la caducidad del régimen
constitucional y calificó la Transición de vergonzante pacto impuesto a punta
de fusiles.
Podemos surgió del 15-M, un movimiento con el que ZP empatizaba
sentimentalmente en su fuero interno más allá del pequeño detalle de que
protestaba contra su propia política; si no hubiese sido el primer ministro se
habría paseado por la Puerta del Sol a conversar con los amotinados del
postcapitalismo.
Ahora,
exilado del poder, parece sentir una cierta cosquilla emocional ante la
sacudida rupturista y cimarrona de los jóvenes coletudos; en el fondo fue
siempre un radical cuyas tentaciones se escapaban por las costuras
institucionales de su cargo.
Por eso, frente a un Felipe González que nunca quiso permitir una
fuerza significativa a la izquierda del PSOE, zascandilea entre los bastidores
de la política tratando de muñir futuras alianzas de gobierno.
El
zapaterismo llevaba en su ADN la consigna de aislar a la derecha con pactos de
cualquier condición: la estrategia del Tinell, el célebre cordón sanitario.
El
frentepopulismo.
La convergencia con Podemos es para los tardozapateristas un trámite
natural y fluido.
Ignoran o minimizan la evidencia de que Pablo Iglesias no aspira a ser
el costalero del socialismo, sino a sustituirlo en el liderazgo de la izquierda; confían en que, rebajadas sus expectativas en las
urnas, tendrán que avenirse a pactos para no caer en la irrelevancia.
Y
han empezado a moverse con aliados de oportunidad Bono, García
Page, Puig que necesitarán al nuevo partido para desalojar al PP de
ayuntamientos y autonomías; propician desembarcos de cuadros y ejercen de
cónsules tranquilizadores ante los empresarios.
Son buenos chicos, vienen a decir, algo idealistas e impulsivos, pero
ya los encauzaremos nosotros y les rebajaremos su juvenil vehemencia a base de
pragmatismo.
Mientras
Felipe suspira por la gran coalición y Pedro Sánchez sueña con un acuerdo de
centro-izquierda con Ciudadanos, el núcleo de influencia zapateril teje
acercamientos con sus herederos morales, que no en vano han sido auspiciados y
protegidos por las terminales mediáticas creadas bajo su mandato.
Expertos en caballos de
Troya, como bien ha comprobado Izquierda Unida, los dirigentes de Podemos han
abierto un «círculo» dentro del PSOE. Veremos si no acaban votando en sus
primarias
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