Contrató para combatir a Stalin tras la IIGM
Después de marcharse de Alemania, recibir un sueldo de los
norteamericanos y escapar a Latinoamérica, el germano fue atrapado por el
matrimonio de «cazadores» Klarsfeld
El 11 de mayo de 1987 (hace poco más de 30 años) este oficial alemán fue juzgado en Francia por crímenes contra la humanidad
Andrew Nagorski (autor de «Cazadores de nazis») comparte en
exclusiva con ABC sus opiniones en relación a este caso
Klaus
Barbie, el "Carnicero de Lyon" - ABC MANUEL P. VILLATORO - ABC_Historia17/05/2017 01:03h -
Actualizado: 17/05/2017 09:58h.Guardado en: Historia
«No odio a los judíos. En absoluto, tengo amigos judíos en
La Paz». Esta fue una de las frases más infames que Klaus Barbie, apodado el «Carnicero de Lyon», expresó durante
uno de los múltiples interrogatorios a los que fue sometido después de ser
capturado en los años 80. Antes de ello, había vivido más de cuatro décadas
impune y en libertad después de haber deportado a más de 7.000 personas a Auschwitz y
someter a todo tipo de torturas a aquellos que consideraba miembros de la Resistencia
Francesa.
El que fuera uno de los cargos intermedios más sanguinarios del Reich pudo pasar casi toda su vida escondido gracias, entre otras causas, a la ayuda que recibió de Estados Unidos. Un país que le contrató como espía tras la Segunda Guerra Mundial para luchar contra el comunismo de Stalin y que, en 1951, le ayudó a trasladarse a Bolivia para que no fuese capturado.
Por suerte, y a pesar de que muchos gobiernos intentaron
torpedear su trabajo, hubo dos «cazadores» que se empeñaron en que este águila
acabase encerrada. Aquellos de los que hablamos son Beate
y Serge Klarsfeld. Una pareja que, durante más de diez años, siguió la
pista de Barbie a lo largo y ancho del globo y que, a base de campañas de «escrache» (pues no disponían de poder
legal para encerrarle) lograron ejercer la suficiente presión mediática para
que el «Carnicero de Lyon» fuese juzgado el 11 de mayo de 1987. Sus peripecias se recogen pormenorizadamente
en la última obra de Andrew
Nagorski, «Cazadores
de nazis» (Turner).
Hoy, el autor nos desvela los pormenores de estos héroes
anónimos en una entrevista exclusiva.
De pastor a lobo
Nikolaus Barbie,
más conocido simplemente como Klaus Barbie, nació el 25 de octubre de 1913 en
Bad-Godesberg (Bonn). Así lo afirma, al menos, Carlos Soria en su completa obra «Barbie
Altmann.
De la Gestapo a la CIA». En principio, este chico del estado de Renania dirigió sus pasos hacia la vida mística llevado en volandas por los responsables del colegio religioso en el que estudiaba. Pero sus sueños de ser pastor quedaron a un lado cuando el partido nazi apareció en su vida. Hitler le cautivó.
De la Gestapo a la CIA». En principio, este chico del estado de Renania dirigió sus pasos hacia la vida mística llevado en volandas por los responsables del colegio religioso en el que estudiaba. Pero sus sueños de ser pastor quedaron a un lado cuando el partido nazi apareció en su vida. Hitler le cautivó.
Así, el futuro «Carnicero de Lyon» se alistó -siendo todavía un mero adolescente- a las Juventudes Hitlerianas. Desde allí fue subiendo, poco a poco pero sin pausa, en el escalafón. En 1935 accedió al SD («una rama del complicado aparato nazi especializada en el espionaje y la contrainteligencia», según el autor) y también a las temibles SS. Pronto logró convertirse también en un miembro de la Gestapo, la policía secreta del estado.
Barbie,
durante su juicio en Francia- ABC
En 1941 empezó a hacerse popular entre los líderes germanos pues (ya con la Segunda Guerra Mundial iniciada) se ganó por las bravas la Cruz de Hierro al ayudar a arrestar en Holanda a 1.400 reos judíos. Quizá por ello, además de por la fama que atesoraba de estricto y cruel, fue ascendido en 1942 a jefe de la Gestapo en Lyon, uno de los focos de la mítica (y en ocasiones exacerbada) «Resistance».
«Barbie completó en 1942 su formación policíaca con un breve
curso de contraguerrilla y fue destinado a Francia para organizar comandos
especiales de lucha para aplastar la resistencia de los patriotas que se habían
alzado contra la ocupación», añade el autor latino. Allí, se convirtió en lo
que hoy denominaríamos un cargo intermedio. No era un mandamás como Goering (jefe
de la Luftwaffe) o Eichmann (responsable
de la Solución Final) pero, mientras que ellos no se manchaban las manos de
sangre, él si tenía que pasar por ese trauma.
Torturas y barbaridades
Como jefe de la Gestapo en Lyon, se encargó de deportar a
miles y miles de judíos hacia Auschwitz (o
hacia campos como el de internamiento de Drancy, el paso previo a Polonia).
Ejemplo de ellos es que la justicia americana le acusó, tras la Segunda Guerra
Mundial, de trasladar forzosamente a más de 7.000 personas a estos centros de muerte.
Pero eso no fue lo que le hizo famoso. Aquello que le
permitió ganarse el sobrenombre de «Carnicero» fue la barbarie con la que
trataba a los reos acusados de pertenecer a la resistencia francesa. El popular
escritor Jesús Hernández (autor
del blog «¡Es
la guerra!») desvela en su obra «Desafiando a Hitler» cómo torturaba este sanguinario
germano a los prisioneros que tenían la infame suerte de caer en sus garras.
«Barbie, que tenía sus oficinas en el edificio de la Escuela
de Sanidad Militar, acabó instalando en él un auténtico museo del horror»,
especifica Hernández. En sus palabras, las salas de tortura contaban con bañeras de agua helada, mesas con correas, hornos de gas e, incluso, aparatos para provocar descargas eléctricas.
«También empleaba perros especialmente adiestrados para morder a los
prisioneros», completa.
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