TRIBUNA
ABIERTA
Invocaciones
a Azaña
RAMON
MANUEL GONZALVO *
Soy
turolense ausente, aunque leo, siempre que puedo, el Diario de Teruel en su
versión digital. Sus “Tribunas Abiertas” son muy sugerentes.
En
relación a la “Tribuna Abierta” del 16 de julio, sin entrar en su contenido
(muy respetable), y sólo desde un punto de vista estrictamente histórico,
quisiera hacer alguna matización:
Invocar
las palabras de Azaña en Bilbao en 1934: “Nada más fácil que sucumbir al halago
cultivando la imagen que la multitud, con el motivo más peregrino, tiene del
dirigente”, en el propio contexto del escrito, puede resultar, cuando menos,
“atrevido”.
Utilizarlo
como referente de “firmeza de las convicciones e ideales de progreso”, en
Rodríguez Zapatero, es no haber leído o escuchado a Zapatero; para muestra un
botón: «Ideología significa idea lógica y en política no hay ideas lógicas, hay
ideas sujetas a debate que se aceptan en un proceso deliberativo, pero nunca
por la evidencia de una deducción lógica (...). Si en política no sirve la
lógica, es decir, si en el dominio de la organización de la convivencia no
resultan válidos ni el método inductivo ni el método deductivo, sino tan sólo
la discusión sobre diferentes opciones sin hilo conductor alguno que oriente
las premisas y los objetivos, entonces todo es posible y aceptable, dado que
carecemos de principios, de valores y de argumentos racionales que nos guíen en
la resolución de los problemas». La cita es larga, pero en afirmaciones como
esta puede haber firmeza, aunque le falte claridad. No me imagino a Azaña
suscribiendo esto.
Invocar
a Azaña, exige recordar que a finales de mayo de 1937, en su diario, se refiere
a "las muchas y muy enormes y escandalosas [...] pruebas de insolidaridad
y despego, de hostilidad, de 'chantajismo' que la política catalana ha dado
frente al gobierno de la República". Luego, aunque atribuyendo el párrafo
a Negrín y reuniendo a los catalanes con los vascos, anota: "Y si esas
gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos
entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuere, pero estos hombres son
inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco".
En
otro momento dice: “No estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos
retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino (...). No hay más que
una nación: ¡España! (...). Antes de consentir campañas nacionalistas que nos
lleven a desmembraciones que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco
sin otra condición que la que se desprendiese de alemanes e italianos”. Como
puede verse, para Azaña, el término “nación” no era equívoco, polisémico o
indeterminado. Tampoco hacía batalla de conceptos, los tenía muy claros.
Conviene
recordar también que, el mismo Azaña al calificar la política republicana de
izquierdas, utiliza calificativos como: "política tabernaria,
incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta"; en
sus diarios, una y otra vez, trata a los políticos que le rodean de
"obtusos", "loquinarios", "botarates",
"gente impresionable, ligera, sentimental y de poca chaveta",
insufrible por su "inepcia, injusticia, mezquindad o tontería".
Dice
que "no saben qué decir, no saben argumentar. No se ha visto más notable
encarnación de la necedad”; añade, “me entristezco, casi hasta las lágrimas,
por mi país, por el corto entendimiento de sus directores y por la corrupción
de los caracteres". "Zafiedad", "politiquería",
"ruines intenciones", "gentes que conciben el presente y el
porvenir de España según se los dicta el interés personal".
Hay
que recordar a un Azaña que habló de piedad, de transigencia y de perdón entre
los españoles. No fue escuchado, pronto fueron evidentes los resultados de las
políticas de exclusión.
Exclusión
que se manifiesta ahora en Pactos, hoy vigentes, que exigen “ningún acuerdo de
gobernabilidad con el PP, ni en la Generalitat ni en el Estado”; que imponen a
los firmantes el compromiso de “no establecer ningún acuerdo de gobernabilidad
(…) o parlamentario estable con el PP en el Govern de la Generalitat”; que
determinan que los firmantes “se comprometen a impedir la presencia del PP en
el gobierno del Estado, y renuncian a establecer pactos de gobierno y pactos
parlamentarios estables en las cámaras estatales”.
Después
de un año del inicio de la Guerra Civil, Azaña defendió que “ninguna política
se puede fundar en la decisión de exterminar al adversario”, excluyéndole de la
vida política. En 1938, otro discurso pronunciado en el Ayuntamiento de
Barcelona, lo cerró así: “Paz, piedad, perdón”.
Un
corresponsal extranjero, de entonces, escribía: “Cuando bajaba la escalera del
número 46 bis de la calle Raynouard, una vez concluida mi entrevista con Alcalá
Zamora, cuyas anticuadas botas de goma le habían ganado el apodo de el botas,
recordé las palabras de un cargo del Gobierno cuando le pregunté, poco antes de
dejar Valencia:
-
¿Y qué será de Azaña?
(me
contestó)
-
Pues, si gana Franco, ya se puede meter a cura. Y si ganamos nosotros, más vale
que se tire por un precipicio. Hay muchos en Montserrat”.
En
ese Monasterio estaba en soledad, aislado y recluido, “donde sus guardianes le
llamaban el Rana o el Verrugas, por las dos verrugas que tenía en la cara”.
Ese
Azaña que ahora se invoca en una Tribuna Libre y entonces dijo: “Si los
españoles habláramos sólo y exclusivamente de lo que sabemos, se produciría un
gran silencio que nos permitiría pensar”; también añadía: “En España la mejor
manera de guardar un secreto es escribir un libro”.
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