Lo que Puigdemont no sabe
Que el expresident sea una rata no significa que el Estado sea un gato
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Puigdemont está tan pendiente de sí mismo y de su juego del gato y el ratón con el Estado que hay varias cosas de las que todavía no se ha percatado y son las que precisamente van a finiquitarle.
La primera es que él sea una rata no significa que el Estado sea un gato. El Estado no es un gato: es una maquinaria, a veces siniestra, pero siempre inapelable, que va a aplastarle. A él y a cualquiera que ose desafiarle, como así tiene que ser. A fin de cuentas, es la fe lo que nos salva, pero es el temor de Dios lo que nos mantiene atentos y firmes.
Tampoco se ha dado cuenta don Carles de que Cataluña ha pasado página. Hay muchos independentistas que votan independencia pero luego es lunes y martes y miércoles y van a trabajar y no están dispuestos a entregar a «la causa» nada más que su voto y veinte céntimos para lucir el lacito amarillo en la solapa. Vida normal, como la que hemos visto en las calles catalanas desde la aplicación del artículo 155. Por mucha coquetería amarilla, gregaria y bastante de pacotilla que ha ayudado a tanta gente anónima a creer que sus vidas vacías tienen de repente algún sentido, nadie ha dejado de ir al cine, al súper o a Disney porque los Jordis o Junqueras estén en la cárcel, tal como nadie dejará de salir a cenar o de comprarse un iPhone si Puigdemont, creyendo que hace el héroe, regresa a España y es encarcelado.
Esto que no sabe Puigdemont, lo sabe el Estado, lo saben la inmensa mayoría de los catalanes y sobre todo lo sabe Esquerra, que ha recomendado a su líder que cante la gallina -si es preciso- para salir de la cárcel, y espera en cambio que Puigdemont se cueza en la salsa de su fraude electoral, con la promesa de que regresaría si ganaba. Tanto si acaba en Estremera como si se queda en Bruselas, Puigdemont está políticamente muerto y Junqueras será el único presidenciable legítimo y real cuando salga de la cárcel.
La tranquilidad con que la sociedad catalana ha encajado las severísimas medidas que el Gobierno ha tomado en Cataluña le han recordado no sólo al presidente Rajoy sino al conjunto de los españoles que cuando la Ley se defiende y se aplica con todo su vigor y toda su autoridad, no tienen ningún problema para imponerse ni para ser aceptada. Siempre, siempre palidecen los demagogos cuando comparece el Estado.
Por ello Esquerra, aunque quedó tercera, sabe que si juega bien sus cartas se hará con la presidencia de la Generalitat, se consolidará como partido central y fiable, y a cambio de rebajar la tensión identitaria evitará frustraciones innecesarias, castigos que ahora ya sabe que siempre llegan cuando no se cumple con la Ley, y podrá ensanchar la base social del independentismo pactando con los Comunes. Al mismo tiempo, Puigdemont se quedará vagando por Bruselas y el PDECat tendrá un grupo parlamentario de risa –¡hasta hay una profesora de natación!– con el que poca cosa podrán hacer, a parte del ridículo.
Y si el expresident y los suyos no aceptan postrarse ante Esquerra, se tendrán que repetir las elecciones en marzo, que es lo que todos menos Puigdemont necesitan y quieren. El forajido y la realidad se llevan tan mal que el pobre hasta cree que el jueves ganó algo.
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