El 6 de diciembre de 1998, Hugo Chávez Frías, un golpista redimido ganó su primera elección presidencial cambiando por completo el panorama político de Venezuela. Todas sus propuestas se basaban en el pueblo, por y para el pueblo. Destronar a las cúpulas podridas del poder político que había dirigido el país durante 40 años fue su mayor aspiración. Prometer que gobernaría de abajo hacia arriba y que la política se ejercería desde la ciudadanía se convirtió en el Santo Grial del comandante eterno.
Aprovechando el hartazgo de la sociedad civil hacia el Pacto de Punto Fijo, el discurso del chavismo se basó en la lucha contra la corrupciónque demolería, sin pudor alguno, a los partidos que hasta el momento habían ostentado la presidencia de la República, todo esto mezclado a la idealización que tenemos los venezolanos sobre la figura de ‘El Libertador’, el salvador de la patria que siempre luchará contra los malos y los opresores por el bien de su pueblo. Con el triunfo de Chávez ese día, no solo comenzó una época de despotismo -bajo la bota militarista- para Venezuela sino el mandato de la antipolítica en todo su esplendor.
Vale la pena recordar que a Hugo Chávez -en esta primera contienda electoral- no lo llevó al poder el pueblo al que él tanto hacía alusión sino el descontento popular de una clase media empobrecida, los medios de comunicación privados y los poderes económicos que hasta el momento ejercían presión sobre cualquier gobernante para el sostenimiento de la democracia, además del claro respaldo de las Fuerzas Armadas. Fue enaltecido como una figura de cambio en todos los aspectos que no representaban a la política tradicional y que claramente, eran mayoría. El ex teniente coronel se impuso con una ventaja de más de 16 puntos sobre su contendor más cercano, Henrique Salas Römer, un independiente también avenido de la antipolítica pero que representaba el capitalismo que hasta los años 90 tuvo al país en crisis y con severas medidas económicas mientras se llevaba a cuestas un 60% de pobreza extrema. El discurso del militar con ideas socialistas caló bastante hondo y la mayoría pensó que la era de la globalización, la comunidad internacional y las cuentas de la administración saliente frenarían cualquier tinte dictatorial en el país con la democracia más sólida de América Latina.
El chavismo cumplió lo que prometió en 1998 y fue demonizar a los partidos políticos. Cualquiera que lleva casi 20 años escuchando un mensaje de adoctrinamiento comunista no se cuestiona para qué sirven los partidos más que para obtener el poder y robar a los más pobres; en vez de saber que (como aseguró Tocqueville) contribuyen al surgimiento de normas de tolerancia y de institucionalización de los derechos democráticos porque como dice la articulista en defensa del Ejercicio Ciudadano, Carolina GómezÁvila sobre este aspecto, “un gobernante controlado por los suyos y los contrarios, jamás podrá erigirse dictador [...] Quien quiera restaurar la democracia y restituir el orden republicano debe hacerlo, necesariamente, a través de los partidos políticos”.
A escasos días de elegirse 335 alcaldes en el país caribeño, los partidos políticos de oposición decidieron, en su legítimo derecho, no presentarse a los comicios porque mientras más se vota en Venezuela más monumental es el fraude y el ventajismo oficialista. Pero, ¿qué surge cuando los partidos no ejercen su deber? Se cede el espacio a la antipolítica. Todos los candidatos que se lanzan a este nuevo y a la vez viciado ruedo electoral, sin distinguir color, representan la politización de la ciudadanía: periodistas, atletas, militares, amas de casa, empresarios, estudiantes e incluso militantes de partidos que no conciben hacer política desde su antítesis, nada más grotesco a mi modo de ver.
Todavía más indecoroso es que la ciudadanía lo reclama, un empresario de éxito no necesariamente será un buen gobernante, ya vemos cómo va la América de Donald Trump.
El debate no solo está en quienes asumen un rol para el que no están capacitados sino en quienes no lo asumen y aún así piden a gritos un mesías o un encantador de serpientes pese a que solo pueda ser un placebo momentáneo que sin la caja chica del petróleo, la solidaridad de la comunidad internacional y, sobre todo, el respaldo interno de los ciudadanos como una masa unitaria más al estilo de Fuenteovejuna que de Simón Bolívar y Manuelita Sáenz, la catástrofe seguirá siendo todavía peor que la presagiada en 1998 y el legado continuará su camino, incluso, sin el color rojo en el poder.
También por eso siempre preferiré al peor candidato de un PP que al mejor candidato de un Poder Fáctico.
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