Día 10/06/2013 - 22.57h./ abc / madrid
Un día como hoy de 1977 España se
encontraba a punto de elegir Cortes Constituyentes.
Las elecciones del 15 de junio abrieron
una gran etapa de nuestra historia, que llega hasta nuestros días y que tuvo su
momento más importante en la aprobación de la Constitución de 1978.
Hoy, la opinión mayoritaria sigue siendo
que aquella fue una gran obra colectiva, y es justo que sea así.
Porque la Transición no fue una tarea
fácil. No estaba escrita, no era inevitable. Fue posible sólo después de
que la Ley para la Reforma Política permitiera a los españoles fijar la reforma
y no la ruptura como el terreno en el que debían producirse los cambios. Aunque
algunos preferían lo contrario.
En la Transición hubo realmente
varias transiciones; diferentes pero ligadas entre sí, y todas fueron
difíciles.
En mi opinión, las fundamentales
fueron cinco, que culminaron con sendos compromisos políticos que pueden
considerarse históricos.
Primero, la transición desde la
política de la exclusión hasta la política de la reconciliación, expresada en
el compromiso con la Monarquía Parlamentaria, con la Corona como símbolo de
unidad aceptado por todos.
Segundo, la transición desde el
autoritarismo hasta la democracia, obra de una nación convocada en torno al
Rey, motor del cambio. Que culminó en el compromiso con el Estado de derecho,
entendido como “organización política liberal”, según la fórmula empleada por
las Comunidades Europeas en 1962, cuando rechazaron nuestro ingreso
precisamente por carecer de ella.
Tercero, la transición desde el
centralismo hasta la autonomía, que originó el compromiso del Estado
autonómico, compromiso entre unidad y diversidad, tan abierto en su desarrollo
como inequívoco en sus fundamentos: la soberanía nacional y una nítida
afirmación de la solidaridad como principio y del interés general como piedra
de toque del sistema.
Cuarto, la transición hasta una
sociedad abierta, de oportunidades, con movilidad, de clases medias. Una
transición que se apoyaba en dos pilares ya presentes en los Pactos de La
Moncloa: la apertura de la economía de mercado y el desarrollo de un Estado de
bienestar con referencia a un nivel europeo.
Y en quinto lugar, la transición
desde el aislamiento internacional hasta el europeísmo activo. Una transición
que de hecho significaba ponerse en camino hacia el atlantismo, como se hizo
evidente pocos años más tarde.
En suma, cinco desafíos: nacional,
institucional, territorial, social y sobre la posición exterior de España. Y la
respuesta de cinco compromisos: Nación y monarquía, Estado de derecho, Estado
autonómico, sociedad de bienestar y europeísmo.
Esas transiciones, asentadas en sus
respectivos consensos, fueron una gran obra política. Y así debemos
reconocerlo.
Sin embargo, la historia no se detuvo en
1978. Al contrario, se aceleró y modificó el escenario. El mundo de la
Transición -un mundo que había permanecido relativamente estable durante
décadas- duró apenas unos años más.
Sobre sus cinco compromisos de fondo
comenzaron a presionar circunstancias que cambiaron muchas cosas importantes en
muy poco tiempo. Circunstancias igualmente entrelazadas y que también pueden
sintetizarse en cinco.
En primer lugar, el final de la
Guerra Fría y el derrumbe del Muro de Berlín, que aceleraron la descomposición
ideológica de la izquierda, y causaron una alteración profunda de los
equilibrios y de las alianzas estratégicas de defensa y de seguridad.
Segundo, un cambio determinante en el
proceso de integración europea. En 1977 España pidió su ingreso a una Comunidad
que en 1986 ya era distinta. Y aún lo sería mucho más pasados unos años. Con el
Acta Única, como anticipo del Tratado de Maastricht y del euro, comenzó la
creación de una Europa nueva.
En tercer lugar, la reunificación de
Alemania y la ampliación hacia el Centro y el Este, que cambió la posición
relativa de todos los países europeos. Para España -en palabras de José Pedro
Pérez Llorca- supuso el desplazamiento “desde la periferia del centro hasta la
periferia de la periferia”. Una Europa más complicada para los intereses
españoles y dispuesta a poner en marcha un proceso real hacia una moneda única,
como anclaje alemán en la Unión.
En cuarto lugar, la globalización,
que tiene causas demográficas, políticas, económicas y tecnológicas, y que empezó
a crear un nuevo mapa del mundo. Un mapa en el que, como nos ha recordado
Emilio Lamo de Espinosa, Europa lleva camino de configurarse como el extremo
Occidente, y la Península Ibérica como la parte más extrema de él.
Y, finalmente, un cambio demográfico
de la sociedad española y europea. La España de la Transición era un país de 35
millones de habitantes, de los cuales casi la mitad tenía menos de 25 años; con
un 5 por ciento de paro, escaso gasto público y poco endeudamiento.
Eso permitió un pacto social
destinado a extender los servicios públicos y el Estado de bienestar, la
sanidad y las pensiones sobre la base segura de una pirámide de población no
invertida sino real. Y sobre un gran potencial de crecimiento en un mercado
europeo al alcance de la mano. Esto también cambió rápidamente.
Todas estas circunstancias
configuraron un mundo nuevo a finales de los años ochenta y principios de los
noventa, muy distinto del de 1978, y demandaban una reacción política basada en
la reforma y en la adaptación.
La respuesta, sin embargo, no estuvo a
la altura del momento.
*.- No se creó empleo,
*.- no se hizo posible la convergencia
real con Europa,
*.- no se generó estabilidad.
Al contrario, la resistencia de España,
de su sociedad civil y de sus instituciones, fue puesta a prueba, por recordar
la expresión que empleó Víctor Pérez Díaz en el lúcido análisis que realizó de
aquella etapa de nuestra historia.
Afortunadamente, España no era sólo eso.
Había alternativa.
Frente a la pérdida de referencia
ideológica de la izquierda, el centro-derecha ofreció la referencia estable del
reformismo económico; de la sociedad de oportunidades; de la defensa de la
democracia liberal; del Estado de derecho y del reforzamiento de las alianzas
de seguridad.
No hubo ni desorientación ni incomodidad
con los cambios.
*.- Ante la
aceleración del proyecto europeo el centro-derecha reaccionó para situar a
España como socio fundador del euro.
*.- Ante el
desplazamiento del centro político de la Unión Europea afirmó los intereses
nacionales y buscó las alianzas necesarias para defenderlos con éxito, como
puso de manifiesto el Tratado de Niza.
*.- Ante el
nuevo escenario internacional actuó para fortalecer el atlantismo, parte
esencial de la historia de España y garantía de seguridad para Europa, lo que
nos permitió participar activamente en los centros de decisión de la política
internacional.
*.- Y ante
los problemas del modelo de bienestar inició un proceso de reformas que hizo
posible una mejora sustancial en todos los indicadores sociales, empezando por
el más importante, que es el empleo. El número de personas ocupadas pasó de
algo más de 12 millones a más de 17 millones; es decir, 5 millones más.
Esa fue la respuesta que el
centro-derecha español dio a los desafíos que tuvo que encarar nuestro sistema
político: ofrecer referencias, impulsar reformas, cumplir compromisos, generar
alianzas. Actualizar y reforzar las bases del sistema para que pudiera hacer
frente a los cambios.
Sin entrar en detalles, ese proceso
fue interrumpido y revertido rápidamente a partir del año 2004, aunque el mundo
seguía moviéndose en la misma dirección y cada vez con más rapidez.
*.- Si hasta entonces se había buscado
lo que Enrique Fuentes Quintana dijo de los Pactos de la Moncloa -evitar que
España se alejara del núcleo económico y político del cual quería ser parte-,
ahora se ofrecía como objetivo nacional exactamente lo contrario.
*.- La
izquierda española no se adaptó a los cambios globales. Y cuando perdió el
poder no lo vio como un proceso natural de alternancia política lógico después
de muchos años de gobierno; ni lo atribuyó a su propio agotamiento ideológico;
ni a sus errores de gestión.
*.- Prefirió
atribuirlo a un defecto insuperable del sistema que ella misma había
contribuido a poner en pie. Y confundió también las razones de su regreso al
gobierno. Ciertamente, no toda la izquierda, pero, lamentablemente, sí la
izquierda que prevaleció.
*.- Interpretó
su participación en los compromisos constitucionales como un error estratégico
e inició un proceso de impugnación y de deslegitimación de los mismos. En lugar
de adaptarse a un mundo distinto decidió que era España la que debía adaptarse
a la izquierda de siempre.
*.- Restó
importancia a lo que era decisivo. Ni anticipó ni aceptó la crisis. Mantuvo a
la sociedad española al margen de sus propios asuntos; le propuso una agenda de
distracción, sólo destinada a encubrir la insolvencia de sus promotores. A
ganar tiempo mientras el país lo perdía.
*.- Además,
los nacionalismos fueron sobrepasados una vez más por la magnitud de los
cambios. Vieron que el mundo se dirigía en sentido contrario al de sus deseos.
Constataron que España no sólo no desaparecía sino que alcanzaba éxitos
impensables para ellos. Y encontraron en la desafección de la izquierda su
oportunidad para proceder a su propio desenganche de los compromisos
adquiridos.
Juntos, izquierda y nacionalismo,
iniciaron el camino de vuelta hacia las políticas de exclusión que creíamos
superadas.
*.- El pacto
nacional de reconciliación fue sustituido por el "cordón sanitario" y
el Pacto del Tinell.
*.- Al pacto
institucional sobre el Estado de derecho se opuso una nueva mirada sobre la
violencia política, la negociación con los terroristas y el desamparo -cuando
no la humillación- de las víctimas.
*.- El
compromiso sobre el modelo autonómico fue utilizado para desbordar el
funcionamiento del Estado. Se pretendió erosionar la soberanía nacional y las
instituciones, y se trató de legitimar sucesivas versiones del secesionismo.
Mientras países como Alemania corregían su sistema para hacerlo operativo, en España
íbamos en sentido opuesto.
*.- El
bienestar social se deterioraba por la falta de reformas, por una tasa de paro
abrumadora, por un sistema educativo de muy bajo rendimiento y porque una
pirámide de población invertida ponía en grave riesgo la viabilidad de
políticas esenciales.
*.- Por otra
parte, bajo una supuesta vuelta al corazón de Europa lo que se terminó
aceptando fue la quiebra del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y la
sustitución del Tratado de Niza, tan beneficioso para los intereses de España.
Se llevó la crisis al mismo vínculo atlántico y se apostó todo a la carta de un
proceso constituyente pronto fracasado.
En el año 2011 los españoles
protagonizaron uno de los vuelcos electorales más importantes que cabe
recordar. Decidieron reanudar el proceso de modernización que había sido
interrumpido en 2004. Eso fue lo que se les propuso.
Lo ocurrido en las urnas no es un
episodio electoral más. No es una fase transitoria. Es la recuperación de un
camino interrumpido. Para esa difícil tarea los españoles eligieron al Partido
Popular.
Ha pasado ya mucho tiempo desde que la
izquierda dispuso de su última mayoría absoluta. De hecho, y contra algunos de
los mitos políticos recurrentes, conviene recordar que desde 1989 hasta hoy el
Partido Popular ha obtenido en el conjunto de las elecciones generales más
votos que cualquier otro partido político: más de 64 millones. Y que desde 1996
siempre ha obtenido más de 9,5 millones de votos.
El Partido Popular no sólo es el partido
más votado en España en los últimos 25 años, sino que es el partido que ha
mantenido un voto más fiable incluso en las circunstancias menos favorables. Y
hoy es la única garantía de reforma y estabilidad, por lo que su
responsabilidad con sus electores y con España bien puede calificarse como
histórica.
Precisamente por la dimensión histórica
de esta responsabilidad el voto debe entenderse como lo que es: un mandato para
retomar un programa de reformas tan profundo como lo requiere el contexto
nacional e internacional y como lo espera y necesita la inmensa mayoría de los
españoles; para dar continuidad al proyecto nacional que formuló el Partido
Popular ante los españoles y en el que los votantes se reconocieron.
En mi opinión, ese proyecto debe
dirigirse específicamente a revitalizar los cinco compromisos fundamentales que
definieron la Transición, pero no puede limitarse a evocarlos, a rememorarlos o
a celebrarlos. No basta con recordar, hay que reconstruir. Reconstruir a la luz
de la experiencia de las últimas décadas.
Necesitamos renovar para actualizar los
objetivos históricos de la Transición, con la misma intención y con la misma
actitud que en 1978, pero con el contenido que sea necesario hoy.
Debemos atender y encauzar la voluntad
de cambio de la que está dando muestras inequívocas la sociedad española.
Debemos aprovechar el momento irrepetible en el que nos encontramos. Debemos
actuar frente a la fatiga y el desencanto que la sociedad española está
manifestando. Esa es nuestra responsabilidad: que la mayoría parlamentaria actual
sea garantía del impulso reformador que España necesita.
Y eso, a mi juicio, significa lo
siguiente:
*.- Primero,
dejar claro que no está abierta la discusión sobre la Nación española ni sobre
su soberanía.
Fijar como
criterio trasversal de todas las políticas el fortalecimiento de la Nación.
Asegurar que
cualquier acuerdo nuevo se haga para reforzar la Nación y no para debilitarla.
Defender un
compromiso no es defender lo que a uno le gustaría que fueran las cosas. Es
defender lo que se pactó. Quien rompe los pactos debe asumir que si se
reconstruyen no será en los términos que dicte la minoría.
*.- En
segundo lugar, renovar y fortalecer el funcionamiento de nuestro sistema
democrático y el respeto a la ley y al Estado de Derecho.
Hay una
crisis política que exige soluciones y reformas políticas. Reformas incisivas,
para reforzar y modernizar la democracia representativa, no para liquidarla.
Reformas que
significan mucho más que el adelgazamiento del aparato público o el incremento
de la eficacia administrativa.
Se impone
asegurar la división de poderes, mejorando los procedimientos democráticos,
corrigiendo la fragilidad de numerosas instituciones y reformando a fondo la
organización y funcionamiento de nuestra Justicia.
Una
democracia sin partidos fuertes es una invitación a la inestabilidad.
Pero los
partidos políticos, pieza fundamental del sistema, tienen que ser el cauce de
las reformas, no su dique de contención.
Reformas
también para asegurar el cumplimiento de la ley y la honradez en la gestión de
lo público. Sin ley no hay democracia, y algunos que dicen apelar a la
democracia para que se prescinda de la ley están amenazando gravemente los
fundamentos más elementales de nuestro Estado Democrático de Derecho.
*.- En tercer lugar, estabilizar
definitivamente la estructura territorial, de modo que, garantizando la unidad
nacional tanto como la autonomía, se supere el vaciamiento creciente de lo
común y se asegure la igualdad de oportunidades, la igualdad de derechos y la
solidaridad de todos los españoles.
Es hora de incrementar la racionalidad
organizativa y económica del modelo territorial, tanto en lo que se refiere al
Estado Autonómico como a los entes locales.
*.- Reducir el tamaño de las
Administraciones públicas,
*.- restablecer la estabilidad y el
control presupuestario de todas ellas,
*.- garantizar la unidad de mercado y su
correcto funcionamiento,
*.- y ordenar eficientemente el reparto
de competencias, parece hoy indispensable para consolidar el Estado de las
Autonomías.
Y habrá que instrumentar para ello los
cambios normativos que resulten precisos.
El esfuerzo que los españoles hemos
realizado para alcanzar el compromiso que equilibra unidad y diversidad en el
Estado Autonómico no puede ser malbaratado por la gravísima deslealtad de
algunos.
Y en nuestra Constitución, tanto como
en la decidida voluntad de convivencia de los españoles, hay resortes
suficientes para evitarlo.
*.- En cuarto lugar, flexibilizar y
estabilizar la economía, porque estabilidad y flexibilidad son las dos claves
del euro. Es lo que hace falta para adaptarse a la nueva realidad de la
economía mundial; y es lo que se requiere para restablecer una solidaridad
entre generaciones que está en riesgo. Es lo que necesitan las clases medias y
lo que hará posible el bienestar.
*.- Necesitamos
una reforma educativa que asegure la calidad del sistema en todos sus niveles,
incluida la universidad. Tenemos que arrumbar prejuicios y cambiar un modelo
educativo cuyo problema esencial no está en los recursos de que dispone sino en
la pervivencia de paradigmas fracasados.
*.- Nuestro
sistema fiscal no se adapta a la sociedad de hoy. Es necesario cambiarlo y
ponerlo al servicio del empleo y del crecimiento, no al servicio de las
Administraciones.
*.- No
podemos resignarnos a ser la sociedad que nuestras Administraciones nos
imponen. Ellas tienen que servir a la sociedad que queremos. El progreso de una
sociedad no se mide por la dimensión ni por el gasto de las Administraciones.
Se mide por la estabilidad de las cuentas; por la tasa de paro; por la calidad
de la educación; por la pujanza de las empresas; por la viabilidad de las
políticas de cohesión.
*.- Reformar
las Administraciones no es solo evitar que hagan lo que no deben. Es también
hacer posible el crecimiento, el desarrollo económico y el empleo, que son
indispensables para que puedan hacer lo que deben: garantizar la igualdad de
oportunidades y la igualdad ante la ley.
*.- Hemos
creado un Estado que en ocasiones enfrenta a las Administraciones con la
economía; un Estado que a veces tiene intereses que no son los de los ciudadanos.
Tenemos que hacer que las Administraciones ayuden a la economía y que sus
intereses sean los de todos.
Somos un país grande, y tenemos que
ser un país más unido. Si la descentralización se convierte en fragmentación y
la regulación, en obstáculo, tenemos un problema. Y lo tenemos.
Por otra parte, es preciso renovar
nuestro pacto social para adaptarlo a tres circunstancias que no se votan en
las elecciones sino que son realidad lo queramos o no.
*.- La
realidad de una unión monetaria de la que formamos parte y de la que
necesitamos seguir formando parte, lo que implica la culminación del proyecto
para que tenga continuidad.
*.- La
realidad de una economía global en la que España y Europa tienen que competir
con éxito.
*.- Y la
realidad de una demografía y una esperanza de vida que obligan a cambiar
políticas y modelos para hacer sostenible el Estado de bienestar y garantizar
la cohesión social, como están haciendo ya algunos de los principales países
europeos.
Porque de lo contrario será imposible
mantener las políticas de cohesión para quienes verdaderamente las necesitan y
será imposible generar el crecimiento y el empleo que queremos.
Una de las características más
importantes de la situación actual es la ruptura de la solidaridad entre
generaciones que se produce como consecuencia de altísimos niveles de
endeudamiento y elevados déficits.
Me gustaría decir a los jóvenes
españoles que las políticas irresponsables que conducen al endeudamiento masivo
y al déficit no hacen más que dificultar sus oportunidades de empleo y lastran
gravemente su futuro.
También por todo esto necesitamos un
reformismo de alta intensidad.
*.- Finalmente, como quinto objetivo
nacional, tenemos que recobrar nuestra posición en Europa y en el mundo.
Actuando en las instituciones de la Unión, que es una unión de Estados
nacionales y que nunca podrá ser otra cosa.
Dando ejemplo en el cumplimiento de los
compromisos, fortaleciendo nuestra relación con los Estados Unidos y América
Latina en el marco de una política atlántica redefinida y ampliada.
En las últimas semanas he transmitido a
la sociedad española un mensaje claro sobre lo que, en mi opinión, es una
situación grave. Lo he hecho convencido y seguro de que es lo que debo hacer.
Hoy he explicado mi idea de la
trayectoria de España desde la Transición. De cómo hemos llegado hasta aquí. Y
he expuesto lo que yo creo que deben ser los objetivos fundamentales que
debemos conseguir en nuestro futuro inmediato.
Alcanzarlos exige de todos una actitud
constructiva y decidida, la actitud de no estar contra nadie sino de estar con
los españoles. De actuar como parte de una verdadera nación de ciudadanos
libres e iguales, de creer en ellos, de contar con ellos, de trabajar por
ellos. Como ciudadanos de un país grande e importante, que es lo que realmente
somos.
Hagamos que los españoles vuelvan a ser
los protagonistas de su mejor Historia. Que se sientan amparados por sus
instituciones democráticas y representados por sus partidos políticos.
Que disfruten de las oportunidades que
ofrece la libertad y de la seguridad de un modelo de bienestar justo y
sostenible.
Que se sientan orgullosos del papel que
ejerce España en el mundo.
Y que miren su futuro y el de sus hijos
con fundada esperanza
AZNAR Y RAJOY, PULSO EN EL CLUB SIGLO
XXI
Luis María ANSON
Mariano Rajoy no se atrevió a hacerle a
José María Aznar el mayor desprecio: no hacerle aprecio. Tras la entrevista en
televisión con Gloria Lomana, el desdén de la cúpula del PP hacia su presidente
de honor no ha servido para nada. La opinión pública, y no digamos la de los
militantes del PP, está pendiente de lo que diga Aznar. Así es que Mariano
Rajoy tomó la decisión, que a mí me parece certera, de no ningunear al expresidente
y envió a su conferencia del Club Siglo XXI a la vicepresidenta Sáenz de
Santamaría y al ministro Soria.
Las espadas siguen en alto pero los
aceros no se cruzaron. José María Aznar en un medido discurso de peso pesado de
la política exigió lo mismo que en la entrevista televisiva, pero con otro tono
y otras palabras. El PP debe cumplir, desde su mayoría absoluta, con el
programa que los ciudadanos votaron. El partido no puede continuar
desmedulándose sino que debe responder a las exigencias de sus votantes. La
advertencia a Rajoy ha sido contundente. El presidente ha salido de su habitual
posición, siempre a verlas venir, para comenzar a abordar los problemas
internos de España con otra actitud.
En mi opinión, Rajoy está haciendo una
política exterior sobresaliente y ha conducido en Europa de forma acertada la
crisis económica española. El problema es que su ausencia de la política
interior ha provocado un considerable desencanto entre los simpatizantes del PP
y una alarmante hemorragia de votos. Antes de que el partido se desangre, José
María Aznar decidió reaparecer y colocar a Rajoy ante su propia
responsabilidad. Lo ha hecho con claridad, incluso con dureza. A todos conviene
ahora que se limen las aristas y se retorne a la armonía y la colaboración
constructiva.
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