El acuerdo fundamental
El País | José Antonio Gómez Yáñez
En la rueda de prensa del 26 de abril,
el Gobierno comunicó que al acabar la legislatura todo estará peor que al
empezar, la deuda pública por las nubes y que se rendía ante el paro. Flota la
idea de que el bipartidismo acaba.
¿Cómo hemos llegado aquí?
Fácil: Gobierno y PSOE están sin
estrategia.
El problema no es de acuerdos, sino de
proyectos y de abrir la renovación.
En 2008, Rajoy bloqueó el PP, nombró a
alguien sin experiencia en la vida partidaria como secretaria general para
tapar a Aguirre y utilizó el arsenal habitual para esterilizar los partidos
españoles: congresos cada cuatro años, masificación de la Junta Directiva
Nacional, etcétera.
Esperó a que la crisis destruyera al
PSOE.
Presentó un programa vago y un lema,
“cambio”, que se limitaba a “cambiar de Gobierno”. Un plan de renovación del
país hubiera revelado más ambición.
Al acceder al Gobierno tomó decisiones
que bloquearon el binomio Gobierno-partido.
En el PP mantuvo a la secretaria general
a tiempo parcial, sus improvisaciones, la gestión del tema Bárcenas-Gürtel y el
debilitamiento del partido son las consecuencias. De Génova surgieron
portavoces que no consiguen enhebrar un discurso.
Si Rajoy y Guindos hubieran conocido la
respuesta de Fuentes Quintana a Suárez en 1977: “No se dirige la política
económica desde el Ministerio de Comercio, sino desde la Vicepresidencia”, no
hubiera ocurrido que Guindos sea meramente ministro de Comercio y viajante a
Bruselas, que Rajoy presida la Comisión Delegada de Asuntos Económicos, y que
nadie dirija la política económica.
Tras el nombramiento, el sábado, de la
vicepresidenta como vicepresidenta de la Comisión Delegada de Asuntos
Económicos (CDAE), la posición de los ministros del ramo es aún más precaria.
Con los resortes gripados, Rajoy
emprendió un proyecto arriesgadísimo: recuperar la competitividad de la
economía española reduciendo las retribuciones, confiando en que al final de la
legislatura “repunte” y “la gente” se lo agradezca.
Año y medio después, la opinión pública
percibe que las únicas reformas emprendidas son la laboral, con los resultados
conocidos; la subida de impuestos, sin reducir el fraude fiscal; y volcar
montañas de dinero (de deuda) para sanear los bancos (mejor ignorar las
fortunas salvadas o amasadas con tal operación).
El déficit público sigue descontrolado,
sigue sin reformar las Administraciones, la ley de educación está empantanada,
los ministros le meten en todos los líos imaginables.
Es verdad que España exporta más, pero
es insuficiente para tirar de la economía.
Las clases medias están atemorizadas,
contrayendo el consumo.
Y sin consumo interno no hay
reactivación.
Así, no habrá recuperación políticamente
útil al PP antes de acabar la legislatura, no habrá crecimientos significativos
del consumo y del empleo, y el empleo que se cree estará peor retribuido y con
peores condiciones que antes, así que nadie se lo agradecerá.
Cada día el Gobierno se pelea con la
realidad enfatizando indicadores minúsculos para probar una recuperación que
nadie percibe, erosionando su credibilidad.
Este camino llevará a una derrota al PP
y a infligir daños duraderos a la sociedad española.
¿Qué hacer?
Hay dos caminos: sostenerse en pactos o
rehacer su proyecto y construir un discurso.
Dejemos los acuerdos para el final.
Veamos la segunda idea, concentrar las
fuerzas que le quedan en pocos objetivos. Ante todo, ordenar su sistema de toma
de decisiones en el Gobierno y el partido.
Después, me atrevo a sugerir tres
objetivos:
1. Hacer más eficaz la economía, pero no
reduciendo salarios, sino repartiendo los costes de la crisis (la UE y la
Comisión de la Competencia han señalado sectores que explotan a los consumidores,
una reforma fiscal seria, etcétera) y afrontando la gran reforma pendiente,
ante la que han retrocedido todos los Gobiernos: reducir las cotizaciones
sociales, el impuesto sobre el empleo que financia la Seguridad Social (30% del
sueldo), encontrando vías de financiación alternativas para la SS, como en
otros países.
2. Imposible reducir el déficit público
sin reformar las Administraciones: el Gobierno, o se pone en serio a eliminar organismos o tendrá que
pedir a los funcionarios un sacrificio salarial que no quiere, o seguirá
estrujando la economía productiva con impuestos y cotizaciones sociales o
seguirá creciendo la deuda. Son fáciles los dos últimos.
3. Renovación institucional: reducir el
número de políticos y Ayuntamientos, clarificar sus retribuciones (sin
trampas), regular los partidos con una ley de partidos, y lo que les rodea:
forma de elección del Tribunal Constitucional, del CGPJ, estatuto de la
“función política”, etcétera. En suma, transmitir que los ciudadanos no han
sido abandonados a su suerte y que la política es consciente de que se salió de
sus raíles. El PP no salvará esta legislatura por la economía, puede hacerlo
por la política. Renovarla sería una enorme contribución que los ciudadanos le
agradecerían.
A veces el partido de la oposición es
parte del problema, les pasó al SPD, CDU, SFIO-PSF, a los demócratas, los
republicanos, los laboristas, al PP, y ahora al PSOE. Blair, Brandt,
Mitterrand, Kohl, Clinton, Reagan o Aznar reformaron sus partidos y ganaron las
elecciones. Cuando sucede esto, el líder renovador tiene que combatir los
viejos saurios internos, reformar su organización, actualizar el discurso y
alumbrar una nueva generación de dirigentes; es algo fratricida, despiadado,
imprescindible. Y al acabar, la opinión pública se pondrá de su parte porque
renovar la oposición se verá como demostración de que puede solucionar los
problemas del país. De la pugna saldrán nuevos dirigentes endurecidos,
inteligentes, con ganas de ganar, que le agradecerán dejarles emerger, y construirán
un proyecto renovado para la próxima legislatura. Esto es difícil, la tentación
es recostarse sobre el Gobierno buscando un pacto que se pueda vestir como
responsabilidad.
La raíz de lo que pasa en la política
española está bajo tierra, en lo que no se ve. “El partido” es un problema para
el Gobierno-PP y “el problema” del PSOE.
Las dos maquinarias están bloqueadas.
Por eso es urgente una ley de partidos con los pesos y contrapesos internos
necesarios para mantener una tensión creativa dentro de ellos.
¿Quién en los partidos apoyaría su
reforma?
Las cúpulas no, pero vean estos
ejemplos, que se repiten en toda España. Los concejales del PP en Madrid viven
sin aliento, malician que Botella se irá, y que cada uno tendrá que colocarse
con un nuevo candidato que traerá su gente: ¿qué hacer?, ¿a quién arrimarse?
En el PSOE madrileño se saben ante otra
batalla Tomás Gómez-Ferraz, ¿a quién apoyar?, hace tres años cayeron de la
lista casi 20 diputados autonómicos por apoyar a la perdedora.
Quien no ha vivido en un partido no sabe
el sinvivir que son estos espasmos, e infravalora lo que influyen en la
política.
Los cuadros de los partidos saben que si
debieran sus cargos a sus votantes y no a los dirigentes podrían decir lo que
callan porque no se puede criticar a quien hace la lista, y podrían defender o
ganar sus puestos frente a los errores de sus direcciones.
Con esos pesos y contrapesos no
estaríamos, seguramente, en esta quiebra estratégica de los dos grandes
partidos, porque la democracia interna sirve para sanear paulatinamente las
organizaciones partidarias.
Necesitamos de Rajoy y Rubalcaba altura
de miras, que sean exigentes consigo mismos y sus partidos.
El Gobierno debe rehacer un guión viable
con las fuerzas que le quedan y su mayoría parlamentaria, buscando acuerdos
puntuales.
La oposición debe renovarse.
Ambos deben permitir que sus partidos se
democraticen, que haya competencia interna, que los cargos se cubran por
elección y no por cooptación, lo que permitirá desinfectar la corrupción
rampante que destruye su credibilidad.
Ese es el acuerdo fundamental a que
deben llegar.
Esta situación, en esta legislatura o en
la próxima, no debe desembocar en un Gobierno, o en “amplios acuerdos”, entre
el PP y el PSOE que encubra a dos boxeadores groguis sosteniéndose en mitad del
ring, esa es la tentación de ambos ya que permitiría postergar las decisiones,
a ver si mientras “la cosa” mejora.
Esto acabaría con los dos grandes
partidos, y abocaría al país a medio plazo a arrojarse a aventuras. La historia
va demasiado deprisa para perder el tiempo o hacer experimentos con nosotros
mismos.
José Antonio Gómez Yáñez es analista
político, cofundador de IUSpain. Universidad Carlos III.
No hay comentarios:
Publicar un comentario