POR obra y gracia del
poder taumatúrgico de las urnas, las elecciones del domingo han reducido a la
mitad el número de integrantes de la célebre «casta».
El discurso populista
contra el bipartidismo y las élites se ha reconvertido en horas veinticuatro:
ahora se trata simplemente de sacar del poder a la derecha.
Como siempre, por
otra parte, sólo que hasta hace pocos días los nuevos radicales intentaban
maquillar su estrategia presentándola como un cambio de ejes: de la
convencional dialéctica entre izquierda y derecha a la de los de abajo contra
los de arriba.
Poco ha durado el
tosco artificio; ya estamos de nuevo donde siempre.
La hemiplejía moral,
el frentepopulismo de vieja escuela, el espíritu del Tinell, los cordones de
aislamiento, la tradición arrojadiza de las dos Españas.
El PSOE ha sido
indultado de sus pecados de casta mientras se preste a servir de comparsa en un
asalto a los cielos del presupuesto.
Y se va a prestar. A
costa de engañarse a sí mismo, porque a nadie más confunde su proclama de falsa
victoria electoral.
La eclosión de
Podemos y sus marcas blancas lo ha reducido a un partido de edad madura y de
fuerte implantación rural que sólo mantiene una hegemonía social en Andalucía,
donde Susana Díaz usará el éxito para continuar su soterrado pulso de liderazgo
con Pedro Sánchez.
La socialdemocracia
ya no es la referencia dominante de la izquierda en las tres mayores ciudades
de España, y se va a conformar con hacer de costalera para llevar a hombros a
los rupturistas.
Los resultados no le
alcanzan ni para pactar alianzas moderadas con Ciudadanos.
Se puede consolar con
el declive del PP, pero por primera vez desde 1979 va a compartir el poder en
condiciones de inferioridad.
Arrastrado al papel
de séquito de los extremistas.
La coalición anti-PP
sirve al Gobierno una estrategia electoral de índole frentista.
Las generales van a
ser a cara de perro: diestros contra zurdos, el voto del miedo frente al de la
revancha.
Esa confrontación
civil que evitó la denostada Transición con sus denigrados consensos y su
moderantismo. Los populares tienen pocas opciones porque la alternativa
transversal, tercerista, de CŽs se ha quedado corta, no ha terminado de cuajar
como bisagra. Pero los socialistas sí pueden elegir.
Y van a inclinarse
por la bipolaridad sin suficiente peso específico para controlar su propio
polo. De la mano de una fuerza emergente cuya aspiración final no es dividirse
a pachas el botín, sino controlar el reparto.
Como la izquierda
siempre se absuelve a sí misma ventajas de hallarse en el lado correcto de la
vida y las mentiras sólo pagan factura cuando las pronuncia la derecha, Sánchez
se cree exento de cumplir sus propias y reiteradas promesas de no pactar con el
populismo.
Para disimular su endeblez se dispone a blanquear
con su aval al extremismo sin entender que este puede acabar tiznándole la cara
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