La
crisis desatada en Podemos por la renuncia de Juan Carlos Monedero a sus
puestos de responsabilidad es una llamada de atención a los ciudadanos que
aspiran a encontrar en minorías oportunistas la alternativa al bipartidismo.
Monedero
no se ha limitado a abandonar sus cargos internos. Ha hecho un demoledor
análisis de lo que representa Podemos como opción política: nada.
Nada
constructivo, nada renovador, nada ilusionante, nada democrático.
La
ideología de Podemos hace viejo de nacimiento a cualquier partido, porque es la
izquierda totalitaria de siempre.
Pero
es momento de mirar por elevación, ir más allá de la anécdota Monedero y
reflexionar sobre lo que aportan al futuro político de España partidos que
surgen alrededor de una persona y luego van construyendo su ideario a retazos,
tomando prestadas de otros partidos sus propuestas menos conflictivas y dejando
en el éter cualquier compromiso con las cuestiones más espinosas.
Cuando
el ciudadano está harto, cualquiera que aparezca con un mensaje a medio camino
de PP y PSOE cuenta con el trato de favor de la opinión pública.
Sin
embargo, este primer impacto es efímero si tras las personas no hay un programa
ideológico para el gobierno de un país.
Podemos
se estrelló con su propio vacío cuando tuvo que precisar sus principales
propuestas económicas y quiso saldar su confusión con una pirueta imposible que
lo llevara del chavismo a la socialdemocracia nórdica.
Unión,
Progreso y Democracia tiene un pronóstico aún menos halagüeño, porque no ha
sido capaz de demostrar suficiente personalidad política frente a Ciudadanos
para mantenerse con vida propia, ni de, por el contrario, ordenar una
transición que lo llevara a la confluencia con el partido de Albert Rivera.
Ciudadanos
debe tomar buena nota de estos casos de política efímera. La imagen, el
marketing, la empatía son condiciones necesarias pero no suficientes para
hacerse un hueco al sol de la política, porque la crisis ha desarrollado en los
españoles un sentido del escepticismo implacable. No están para bromas,
siquiera con el Gobierno que ha evitado la quiebra de la economía española y ha
hecho posible su recuperación incipiente.
El
ejercicio de la política no es gaseoso, sino sólido y la solidez se demuestra
cuando hay que empezar a tomar decisiones. Hablar y pontificar desde la barrera
es mucho más fácil que lidiar con un 23 por ciento de tasa de desempleo y una
política de reformas y ajustes que remedien lo que este país gastaba por encima
de sus posibilidades. Los que no tienen que decidir nunca se equivocan. A los
que nada tienen que ofrecer la realidad les pasa por encima. ABC
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