El
Sr. Presidente: Se va a dar cuenta de una comunicación:
El
Sr. Secretario (Alfaro) Dice así
«Excmo.
Sr.: Tengo el sentimiento de comunicar a V. E. el fallecimiento del Honorable
Presidente de la Generalidad, don Francisco Maciá Llussá; ocurrida en el día de
hoy.
Asimismo
he de poner en su conocimiento que, de acuerdo con el artículo 44 del Estatuto
interior de Cataluña, me he hecho cargo interinamente de la Presidencia de la
Generalidad.
Viva
V. E. muchos años.
Barcelona,
Palacio de la Generalidad, 25 de diciembre de 1933.-
Casanova.-
Excmo. Sr. Presidente de la Junta de Diputados, Madrid.»
El
Sr. Presidente: Señores Diputados, por motivos que la Cámara conoce lo mismo
que la Mesa, no ha sido posible dar hasta este momento noticia al Congreso de
la triste nueva que contiene la comunicación que acaba de leer el Sr.
Secretario.
Cumplirá la Presidencia el deber tradicional
de dedicar algunas palabras a nuestro ilustre compañero el Sr. Maciá, honorable
Presidente de la Generalidad de Cataluña.
Al hacerlo, claro es que no puede prescindir,
ni prescindirse en ningún caso, de aquel carácter que ha distinguido siempre a
las palabras necrológicas pronunciadas desde este sitio por el Presidente de la
Cámara, referidas no tanto a la acción política personal del Diputado de que se
tratara, como a su vida parlamentaria, en contacto con los Diputados a lo que
ha sido la actuación de la persona a quien se recuerda, en el curso del tiempo,
dentro de esta casa.
Vino
el Sr. Maciá al Congreso hace va bastantes años; en 1907, por el distrito de
Bona (Lérida), y continuó siendo elegido en aquellos Parlamentos hasta 1923.
Su
actuación fué la de un Diputado celoso y entusiasta, la de un procurador asiduo
de los intereses de sus representados. En 1931 fué elegido por Barcelona y por
Lérida. Ultimamente, en 1933, lo había sido por Barcelona.
Página
destacada de la historia del Sr. Maciá, en el orden parlamentario, es aquel
momento en que habiendo renunciado al acta, como consecuencia de la disolución
del movimiento de la solidaridad de Cataluña, mil electores del Sr. Maciá
vinieron a Madrid a presentar el acta y a requerir a las Cortes para que no
dejaran de recibir en su seno el concurso ilustre del que era su Diputado hasta
entonces.
No
he de entrar en un análisis de lo que ha sido la vida política del Sr. Maciá en
órdenes a los que -ya lo he dicho antes- no sería discreto que la Presidencia
hubiera de acudir, tanto en cuanto que dignos señores Diputados de distintas
significaciones de la Cámara habrán de intervenir después.
La
figura del Sr. Maciá pertenece ya a la Historia. La visión de los distintos
actos en que ha venido interviniendo no ha de hacerse con un criterio
momentáneo, seguramente apasionado, que podría brotar del fondo del pensamiento
de los que fueron con él o contra él beligerantes. Pero destacan en la vida del
Sr. Maciá dos cualidades que he de subrayar ante la Cámara como ejemplo a otros
ciudadanos y a todos los que actúan en política: su abnegación y su tenacidad.
La
abnegación, condición eminente en la vida pública, que consiste en supeditar
todos los afanes, todos los intereses, aun aquellos que puedan merecer y sean
más legítimos, a la obra política que se persigue.
Quien
haya leído, como yo lo he hecho en estos mismos días, el discurso que allá en
1907 pronunciara el Sr. Maciá al desprenderse de algo que formaba parte de su
propia personalidad, durante muchos años, más aún que de su cuerpo de su alma,
su condición de militar; el sentimiento íntimo con que iba a dejar de serlo y
las protestas que hace en aquella ocasión de su amor a España, y de cuanto
entrega por mantener y defender una política, no podrá menos de descubrirse con
respeto delante de una figura que de tal modo se conduce.
Pero
además el Sr. Maciá fué un hombre tenaz, persistente, de voluntad irreprimible.
En
esta raza latina, donde no suelen equipararse las aspiraciones de la
inteligencia con la expresión de la actividad de cada hombre público, Maciá fué
ante todo un hombre que tuvo una perfecta ecuación entre estas dos facultades
suyas: la inteligencia y la voluntad.
Maciá,
un día y otro día, un año y otro año, persevera en sus ideales, con una tenacidad
que a algunos llega a parecerles obsesión; pero era su obsesión la condición
más eminente de su carácter.
Al
fin y al cabo no habría una sola obra en la historia política de un pueblo que
hubiera podido realizarse sin la obsesión persistente del hombre que la
propagara y la defendiera.
Y
recuerdo como una página íntima, inolvidable para mí, ciertos diálogos con el
Sr. Maciá, cuando ambos nos encontrábamos emigrados en Bruselas y en París.
He
de deciros, con la expresión fiel de la intimidad de aquellos diálogos, que no
podían estar influídos por, ningún género de consideraciones de momento, ya que
uno y otro nos creíamos muy alejados del Poder -era en el año 1921-.
Y
el Sr. Maciá hablaba con una firmeza, con una estoica serenidad, con una
magnífica dignidad, con aquella que tienen los varones fuertes delante de la
desgracia.
El
Sr. Maciá, a quien muchos creían entonces abandonado y poco menos que
desilusionado, tenía fe en sus ideas, tenía fe en Esparta, tenía fe en
Cataluña, y era un sujeto admirable para el diálogo, no ya con hombres
españoles como yo mismo, sino con hombres políticos eminentes de otros pueblos,
que se honraban también con su amistad.
Quien
aprecie lo que es la evolución del Sr. Maciá desde aquel discurso de 1901, en
que se desprende, como digo, con pena, con dolor de lo que formaba parte de su
personalidad y en cuyo discurso hay ciertos atisbos republicanos, pero sin
romper totalmente con el pasado: cómo el ritmo se va acelerando delante de la
situación de España, y cómo, a consecuencia de la evolución de las ideas en
Cataluña y en toda nuestra Patria, el Sr. Maciá llega a tener, clara y rotunda,
otra significación, apreciará el valor enorme, inmenso, como elemento
espiritual y humano, de aquel convencimiento que brota en el Sr. Maciá, y de
esta resolución, que va desde su discurso de 1907 hasta aquel momento glorioso,
histórico, trascendental, en que proclama la República en Barcelona.
Hay
que recoger, señores, este ejemplo: el ejemplo de la persistencia; imitar la
obra constructiva. Yo creo -en ello no dudo que interpreto el sentimiento y la
voluntad de la Cámara- que la mejor ofrenda que podemos depositar en la tumba
de este gran ciudadano es decir que la Cámara española tiene un respeto
absoluto y una actitud de buena fe perfecta delante de la implantación del
Estatuto de Cataluña, que esta misma Cámara votó en funciones constituyentes, y
que no hay núcleos políticos que puedan estorbar, ni quieran estorbar, ni
dificultar, ni regatear el ejercicio de la libre voluntad de los catalanes; pero
que, al mismo tiempo, esta expresión y este voto es también una espléndida
ratificación de la voluntad nacional, de una voluntad española, que junta a los
catalanes con todas las demás regiones en una afirmación, que es la afirmación
gloriosa de España bajo la bandera dela República. (Aplausos.)
Previa
la venia del Sr. Presidente, dijo
El
Sr. De los Ríos: Señores Diputados, la minoría socialista quiere rendir el
testimonio de su duelo a la memoria de don Francisco Maciá.
Lo
hace, porque en nosotros suscita una emoción vivamente admirativa esa
característica del Sr. Maciá, consistente en un sentimiento heroico de la vida
civil, sentimiento de que está impregnada toda su actuación desde que aparece
en esta Cámara y en la vida política con motivo de Solidaridad catalana, hasta
su muerte.
Es
esta emoción heroica en la vida civil del Sr. Maciá la que le lleva en los
momentos difíciles, muy difíciles, de su vivir, a estar propicio en todo
instante a ofrendar cuanto tenía: profesión, libertad, bienes económicos, vida;
ello se debe a que Maciá pertenece a esa dinastía de hombres que se sienten
absolutamente sugestionados por la constelación de ideales que hay en el
interior de su conciencia y que a causa de esa sugestión encuentran firmeza
moral y posibilidades para un querer fuerte, querer que brota del centro de su
ideal mismo. Yo diría, subrayando subrayando palabras del Sr. Presidente de la
Cámara, que la característica del Sr. Maciá fué una de las que debe tener todo
gran político: Maciá supo querer, supo dotar a su voluntad de objetivos
concretos que alcanzar, y cuando él vió claramente en el fondo de su querer,
fué fiel a su querer, fué fiel al ideal de su Cataluña y fué fiel, como ahora
lo mostraré, al ideal de una España republicana. Quien quiera darse cuenta de
esta fidelidad, debe meditar sobre un proceso histórico de la vida española y
sobre la significación de un hecho al que voy a referirme.
El
proceso es la lucha de Cataluña contra el afrancesamiento político español,
contra un cartesianismo político que llevaba a eliminar de la vida española las
diferencias reales, vitales, biológico-geográficas y biológico-culturales de
nuestras regiones; y en Cataluña, frente a esa posición, a virtud de la cual se
hacía exclusivamente un uniforme político y jurídico para España, se levanta
una concepción pluralista orgánica del Estado; concepción que, a su vez, es
asumida por personalidades en todas las regiones de España; posición que, a
causa de la polémica agria que hubo de sostener Cataluña contra el régimen centralista
monárquico, llegó a agudizarse en términos, tales, que desembocó en posiciones
maximalistas políticas, una de las cuales era la del Estat Catalá.
Pues
bien, Sres. Diputados, vino la República en el momento en que el caudillo de
esa fuerza del Estat Catalá era don Francisco Maciá, en que éste era el símbolo
de las reivindicaciones maximalistas de Cataluña, en que, a su vez, se
convierte en objeto de la idolatría popular; era la hora del cenit político de
don Francisco Maciá ; y en aquel instante Maciá supo querer, y supo querer
porque supo renunciar, que es lo más difícil de saber. ¿Cómo renunció a esa
posición maximalista?
Era
el 17 de abril, y el Gobierno provisional nos había encargado al Sr. Nicolau
d'Olwer, a don Marcelino Domingo y a quien tiene el honor de dirigirse a la
Cámara, una misión que hubimos de cumplir en Barcelona. Horas de diálogo
porfiado, noblemente porfiado; horas en que nuestros pensamiento, no concordes,
entrechocaban, haciéndole ver al Sr. Maciá los graves daños que podría acarrear
a España una persistencia en la actitud que implicaba la concepción del Estat
Catalá, y en aquel momento hubo un repliegue espiritual en el Sr. Maciá.
Recuerdo el final de aquella conversación: «Hoy -dijo el Sr. Maciá- hago el
mayor sacrificio de mi vida pero lo hago sabedor de su alcance y de su
necesidad.» Pues bien; aquél fué un día de albricias para España, porque al
saber renunciar Maciá a lo que renunciaba, libertó a España de muchos males
posibles, tal vez de una salpicadura de drama civil.
Señores
Diputados, no es posible todavía que la concavidad de la Historia nos devuelva
el eco de las acciones políticas del Sr. Maciá y podamos juzgarle en la
plenitud de su significación, pero, precisamente en esa hora postrera y solemne
en que se abre para los hombres el misterio de lo trascendente de la vida, no
creo que cabe otra actitud, si no se ha de cometer una injusticia valorativa,
más que la de medir a los hombres por el esfuerzo que hayan hecho para llevar a
su máxima grandeza espiritual la unidad de su vida. Y porque en este sentido
alcanzó una cota muy alta don Francisco Maciá, nosotros, la minoría socialista,
le rendimos no sólo el testimonio de nuestro duelo, sino también el de nuestra
respetuosa admiración. (Aplausos en varios lados de la Cámara.)
El
Sr. Presidente: El Sr. Bello tiene la palabra.
El
Sr. Bello: Los diversos grupos que forman esta minoría de izquierdas -Acción
republicana, radicales socialistas, federales y Orga- me encargan que les
represente en el homenaje a la memoria del señor Maciá. Hemos creído oportuno,
para mayor fidelidad del pensamiento, recocerlo en una nota, que, con la venia
de la Presidencia, voy a leer.
«El
tiempo, transcurrido desde la muerte de Francisco Maciá, así como la magnitud
de la manifestación de duelo que le tributó Cataluña, han servido para delinear
con cierta perspectiva histórica la figura del gran patriota. Maciá es el guía,
el héroe, el símbolo sentimental del pueblo catalán. Conviene explicar, para
ejemplaridad de los políticos que amen lo que en otros tiempos clásicos se
decía el aura popular, cuál es y dónde está la raíz de esos sentimientos de
adhesión. A dos grandes hombres les ha llamado el pueblo en España de la misma
manera: a Maciá, «el Avi»; a Pablo Iglesias, «el Abuelo». Y no por sus años
-que otros fueron más viejos-, sino por el género de protección y tutela que
esperaba de ellos la gran familia catalana, la gran familia proletaria. Los dos
eran hombres de acción. Ninguno de los dos dudaba sobre el origen de su
autoridad moral. La acción perseverante y firme atrae el afecto, porque los
pueblos quieren a aquellos de quienes saben que nunca fallarán, que nunca
torcerán su destino.
Tuvo
don Francisco Maciá la suerte de figurar entre los pocos guía felices que
logran decir a los suyos: «¡Aquí tenéis la tierra de promisión!» Hace falta
para eso un ideal circunscrito, una visión rectilínea; hace falta que exista la
tierra prometida. Y ha hecho falta, además, en este caso, el concurso de una
revolución triunfante.
Y
aquí viene lo esencial para nosotros, que pertenecemos a los partidos de
izquierda colaboradores en la Constitución de la República. Maciá no torció ni
truncó su destino y el pueblo se le mantuvo fiel. Habló cuando lo conveniente y
lo acertado era hablar. Cuando era justo conspirar, conspiró. Hubo un día en
que España se le hizo inhabitable y se lanzó a la emigración. Cuando la
monarquía, para salvarse, interpuso una Dictadura, Maciá forjó una Constitución
separatista, como si desahuciara sus propias esperanzas y quisiera cortar las amarras
de una vez para siempre. Y el 14 de abril, cuando la primera virtud política
era la resolución, la audacia, él dió el salto del tigre, adelantándose a
proclamar la República catalana.
Pero
entiéndase bien: sólo así pudo ser el héroe; así llegó a ser el símbolo, y por
serlo, precisamente por serlo, cuando toda España se alzó en un movimiento
revolucionario demostrándole que no estaba solo; cuando desde Madrid se hablaba
un lenguaje distinto al de la monarquía, él pudo hacer que Cataluña, sintiéndose
libre, entrara con todo entusiasmo y toda lealtad en la Constitución española.
Hasta las mayores estridencias de aquellas horas de combate, viniendo del
«Avi», venían amortiguadas por un acento patriarcal. Quedó construído el nuevo
régimen autonómico y Maciá, sin torcer su destino ni el de su pueblo, siguió
siendo el símbolo, no sólo para los catalanes que veían en él la garantía de
sus libertades, sino para todos los españoles que por su concurso sentíamos
garantizado el concepto más amplio de la unidad patria.
Maciá
ha muerto. Su obra queda, su espíritu le sobrevive. Mientras aliente en las
generaciones catalanas, entre los «hereus» y los desheredados, el espíritu del
«Avi», la República española tendrá en Cataluña su más firme baluarte.» (Muy
bien.- Aplausos en distintos lados de la Cámara.)
El
Sr. Presidente: El Sr. Ventosa tiene la palabra.
El
Sr. Ventosa: La sesión de hoy viene a subrayar y acentuar una nota
característica que se observó ya en la manifestación de duelo imponente
realizada por el pueblo de Cataluña el día del entierro de don Francisco Maciá.
La nota característica consistió en que
aquella manifestación no fué simplemente expresión de un sentimiento de
solidaridad en el duelo por la muerte del primer presidente de la Generalidad
de Cataluña. Había esto; pero no era sólo de Cataluña la manifestación de
duelo, sino que en ella figuraba la más alta representación del Estado, el Sr.
Presidente de la República; había una representación de las Cortes; existía
representación de muchas ciudades españolas; figuraba representación de las más
altas instituciones de España.
¿Por
qué? Ni el acto del entierro ni la sesión de hoy representan la exaltación de
un partido ni la aprobación de una política. Nosotros fuimos adversarios de
Maciá durante su vida, y, sin embargo, asistimos al entierro y nos sumamos hoy
al acto de homenaje. ¿Qué significa entonces? ¿Es simplemente ese impulso de
generosidad que nos lleva a extremar los elogios a los muertos, como muchas
veces extremamos los ataques a los adversarios vivos? No. En el homenaje a
Maciá hay algo más: el sentimiento de que en su personalidad existe algo que
merece este tributo de respeto y de consideración excepcionales.
No
quiero referirme a las condiciones de la persona, de las que elocuentemente han
hablado el Sr. Presidente de la Cámara y otros señores Diputados; me refiero a
una condición de Maciá, en la cual seguramente todo el mundo está conforme, y
es que Maciá, por una ley psicológica misteriosa, independiente de otras
cualidades personales, tuvo la virtud, tuvo la fuerza de ser un condensador de
entusiasmos y de adhesiones populares. Con razón o sin ella, por lo que fuera,
representó un condensador de energías y de entusiasmos. El uso que hiciera de
esa facultad excepcional no es hoy el momento de juzgarlo. Como se ha dicho muy
bien, es muy poco el tiempo transcurrido para que podamos formular serenamente
nuestro juicio, favorable o adverso, sobre la obra realizada por Maciá; pero
ya, desde ahora, podemos señalar alguna cosa que debe traducirse en su elogio.
A ello hacían referencia indirectamente algunos de los señores que han hablado,
y es que en el momento del desbordamiento revolucionario, Maciá, condensador de
energías y de entusiasmos, dió a aquel movimiento revolucionario, por su propia
manera de ser, por su ideal, por su invencible optimismo, un sentido positivo y
de afirmación que evitó, como acaso hubiera ocurrido, que pudiera derivar en
actuaciones anárquicas, caóticas, meramente negativas.
Y
concretamente, respecto del problema de Cataluña, prescindiendo de antecedentes
sobre los cuales no hemos de formular ahora juicio, es evidente que la
actuación de Maciá contribuyó a que este problema, que tantas pasiones
despierta y que tantas violencias podía suscitar, tuviera una solución adecuada
dentro del marco de la Constitución española y mediante una ley votada por las
Cortes de la República. Yo creo que éste es un hecho y ésta es una nota, de
tanta trascendencia, que bien merece que las Cortes rindan hoy a la memoria de
Francisco Maciá este homenaje de respeto y de consideración.
El
Sr. Presidente: El Sr. García-Bravo Ferrer tiene la palabra.
El
Sr. García-Bravo Ferrer: La minoría republicana conservadora alza también su
voz para dedicar en breves pero emocionadas palabras un recuerdo y un homenaje
a la memoria del que fuera honorable primer Presidente de la Generalitat de
Cataluña.
No
pueden estas palabras, por ser mías, tener los acentos de elocuencia de
aquellas que, con delectación ha escuchado la Cámara, y por ser ellas
intérprete del criterio y del pensamiento de la minoría a que me honro en
pertenecer, no podrán ser tampoco de loa ni de alabanza para la obra o para la
labor política que realizara don Francisco Maciá, y con la cual nosotros
estuvimos casi siempre en público y notorio desacuerdo. Ello no es obstáculo
para que evoquemos con emoción la figura de Maciá y para que reconozcamos
públicamente cómo aquel hombre que fué a un tiempo caudillo y guía de las
multitudes y símbolo de las aspiraciones de Cataluña, siguió en todo momento,
en la vida pública, caminos y sendas de los más elevados ideales y supo
esmaltar su personalidad política con admirables y ejemplares virtudes cívicas.
En
homenaje precisamente a la memoria de don Francisco Maciá, la minoría
republicana conservadora silencia hoy el criterio que le mereciera su labor
política. Sin embargo, nosotros tenemos que destacar una vez más aquella que
fué la condición más estimada para nosotros en el Sr. Maciá: sus emperrados
afanes idealistas. Y es que a nosotros, cuando examinábamos el panorama de la
política nacional, los viejos partidos de Cataluña y sus hombres
representativos, quizá por inexperiencia nuestra, se nos antojaba que sólo se
preocupaban de las cuestiones económicas y financieras, y quizá debido también
a esa inexperiencia teníamos la sensación de que toda la política de Cataluña
estaba demasiado tocada de los problemas materiales, y fué un contraste
alentador para nuestro espíritu romántico ver cómo la figura señera de don
Francisco Maciá daba un mentís a ese concepto que nosotros teníamos de la
política de Cataluña.
Esto
es lo que nosotros queremos destacar singularmente en la figura de don
Francisco Maciá, a quien creemos digno, a pesar de nuestra discrepancia con
toda su política, de nuestra admiración. Silenciamos, por lo tanto, en homenaje
debido a su memoria, el juicio que su labor política nos merezca. Como
republicanos, hemos de evocar siempre con enorme emoción la figura de don
Francisco Maciá, luchador en aquella gesta de las conspiraciones revolucionarias.
Nosotros participamos en el dolor íntimo de los que fueron sus amigos y de los
que fueron sus leales en vida y seguirán siendo leales a su memoria, y como
cristianos, al pie de la tumba en que yace Maciá, elevamos una plegaria al Dios
de la justicia, que es también el Dios de la misericordia. (Aplausos.)
El
Sr. Aguirre: Pido la palabra.
El
Sr. Presidente: La tiene S. S.
El
Sr. Aguirre: La figura de don Francisco Maciá tiene para nosotros doble motivo
de admiración y de profundo respeto. Al Sr. Maciá, nacionalista catalán, le
unían con nosotros grandes vínculos derivados de una identidad ideológica; el
Sr. Maciá, además, era gran amigo nuestro; el Sr. Maciá era afiliado de honor
del partido nacionalista vasco. Pero he de fijarme exclusivamente en dos puntos
en este acto de homenaje póstumo a la memoria del Sr. Maciá. Hombre de ideal,
representa para nosotros una esperanza; hombre abrazado al sacrificio durante
toda su vida, consecuente con su pensamiento, limpio en sus procedimientos,
para nosotros, principalmente para la juventud que lucha por ideales de
nobleza, y lucha por la libertad de su pueblo, así como él luchó por la del
suyo, la figura del Sr. Maciá es y será tanto más elevada cuanto mayor sea
nuestro concepto del ideal. Pero, además, nosotros, que propugnamos la libertad
para nuestro pueblo y al mismo tiempo propugnarnos con todas las ansias de
nuestro corazón, una civilización netamente cristiana, una civilización que
borre lo mismo la hipocresía, que tanto ha dañado las puras esencias de la religión,
como el sectarismo, del cual estamos heridos, en la figura de Maciá, muerto,
con el Cristo en sus manos, vemos sublimarse la figura del sacrificio, y de
aquel Cristo que está en sus manos sentimos emanar toda suerte de ánimos y de
empujes para que nuestra labor, sobre la base del sacrificio, siga por la ruta
que ha emprendido. Dios, en los Cielos, mirando por los pueblos de la tierra, y
estos pueblos, Sres. Diputados, viviendo como Maciá quería y como nosotros
queremos, en plena libertad, hermanada luego en un gran ideal de redención que
abarque la Humanidad entera.
De
aquí que en la figura de Maciá veamos al hombre de ideal, que luchó por su
patria como nosotros luchamos por la nuestra, y al hombre que muere, al fin,
con el Cristo en sus manos, que constituye precisamente el consuelo, el
resumen, la satisfacción suprema de los que, como nosotros, queremos hoy y
mañana, destinar nuestras vidas por medio del sacrificio a un magnífico ideal
de redención de los pueblos y de la Humanidad. (Aplausos.)
El
Sr. Presidente: El Sr. Alvarez Robles tiene la palabra.
El
Sr. Alvarez Robles: Señores Diputados, si la minoría popular agraria callase
durante el curso de toda esta sesión, tengo la seguridad de que su actitud se
prestaría a muy diversas interpretaciones, a todas esas interpretaciones que
han ido sirviendo de base a la edificación de las teorías que nos explican la
doctrina del silencio. Aquellos que creen que callar es lo mismo que otorgar,
verían en nuestro silencio una afinidad, mejor dicho, una coincidencia con todo
lo que aquí esta tarde se ha manifestado sobre Maciá, considerado como
político. Para aquellos que profesan la teoría de que «quien no está conmigo
está contra mí», nuestro silencio podría equivaler a un disentimiento con las
patentizaciones de dolor que se han puesto de relieve en esta sesión
necrológica. Tenemos la seguridad de que para nadie sería nuestro silencio un
silencio elocuente: para unos sería tal vez una maniobra; para los otros, una
actitud turbia, y nosotros queremos huír en todo momento de las actitudes
turbias; somos partidarios de áctitudes tan claras que todos las entiendan y no
puedan menos de entenderlas.
Lamento
verdaderamente el encargo delicado que se me ha conferido, tan delicado que me
parecerá poca la máxima cautela que ponga en mis palabras, de las cuales quiero
apartar -lo digo como criterio interpretativo- todo lo que signifique un
aspecto polémico, e incluso todo lo que pudiera producir un efecto retórico.
Estamos,
de un lado, ante la presencia de un dolor íntimo de los que deploran la
desaparición del pariente, del amigo, del compañero de representación
parlamentaria; pero, de otro lado, han salido a relucir hoy idearios,
principios, actuaciones políticas, sobre los cuales no es este el momento de
que nosotros fijemos una actitud. La tenemos fijada, resellada y reiteradamente
consignada, y no es este el momento, repito, de que una vez más la consignemos;
pero tampoco es el momento de decir que la ratificamos. Es el momento,
sencillamente, de decir que queda en pie.
Dos
fases distintas del mismo problema, dos fases que hay que considerar
distintamente también, para que ninguna invada el área de la otra, y así esta
hora puede ser y sea, efectivamente, una hora de condolencia. pero de una
condolencia cortés y sincera, porque la cortesía, para serlo, no necesita
esconderse en los equívocos ni engañar con los disfraces de la mentira. (Muy
bien, en las minorías de derechas.)
Se
ha hablado aquí de Maciá persona; se han hecho patentizaciones, como decía, del
dolor que a todos hoy ha producido su desaparición, y nosotros, por un
principio de humanidad que debe ser común a todos los bien nacidos, nos
asociamos de todo corazón a ese dolor. He dicho por un sentimiento de humanidad
y no quiero que se hagan reservas mentales acerca de mis palabras; quiero hacer
la salvedad expresa de que hay algo más: un sentimiento de solidaridad
cristiana, al que aludía el Sr. Aguirre, y que hace que nosotros deploremos
singularmente la muerte del hombre, que ha venido a fallecer en el seno de
nuestra fe, de esa fe que, salvando todas las excepciones, por numerosas y
respetables que sean, es el norte hacia el cual, instintivamente, se vuelven
las miradas y los pasos de España y de los españoles en las horas críticas de
dolor de la Historia y de la vida.
Pero
se ha hablado aquí de algo más. Han salido, como decía, a relucir principios,
actuaciones, idearios políticos, y se ha hablado de Maciá como personificación
de esos principios y de esas actuaciones políticas, y nosotros, que nos hemos asociado
a ese dolor, y consecuentemente a las manifestaciones de ese dolor, no podemos
asociarnos a nada que pueda significar ni coincidencia remota con esos
principios y actuaciones, y lógicamente, extremando hasta el límite la
cortesía, por las circunstancias de dolor en que os dirijo la palabra,
cuidaremos muy mucho de sumarnos a nada que pueda representar homenaje a esos
principios, a esas actuaciones, ni homenaje a la propia personificación de esos
principios y esa política en el difunto Sr. Maciá. (Muy bien en la minoría
popular agraria.)
Como
digo, no es esta la ocasión, porque he querido apartar de mis palabras toda
intención polémica, de entrar a definir actitudes y criterios políticos; pero
nosotros no podemos borrar ni una tilde, no podemos olvidar ni un acento de
aquellas fórmulas escritas o habladas en que se ha condensado algo, en que para
nosotros está todo nuestro corazón y aún algo más: un criterio de razón, para
nosotros inexpugnable, y por lo tanto invariable a la vez.
No
cerraré esta intervención con un epílogo lírico, que estaría muy en su lugar en
esta clase de intervenciones. El tono en que he venido expresándome excusa ese
epílogo. Lo que había de decirse dicho está, y cuando se ha dicho lo que se
tiene que decir, no hay más que un epílogo: no añadir ni una palabra más que,
en el mejor de los casos, sería superflua, y hacer punto final. (Aplausos.)
El
Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Bilbao y Eguía.
El
Sr. Bilbao y Eguía: Comprenderéis, Sres. Diputados, que las escasas palabras
que he de pronunciar, en nombre y por encargo de esta minoría tradicionalista,
por lo mismo que han de ser cordiales y sinceras, han de responder a
sentimientos muy diversos de los que pudieran expresar otros sectores de la
Cámara; palabras de condolencia leal, cordialísima, exentas de tono disimulo y
de toda afectación, que nosotros rendimos como un homenaje de cristiana piedad
ante la memoria del adversario muerto y que, precisamente por las diferencias
enormes que nos separaban en la esfera de los principios y en el terreno de las
conducta, obedecen pura y solamente a un sentimiento de profundo respeto a
aquel dolor que en todo espíritu honrado despierta la consideración de la
desgracia ajena.
Con
el Sr. Maciá no nos ligaba ninguna clase de afinidades políticas. Unidos en
repetidas coaliciones electorales, nuestros votos le ayudaron, en los
principios de su carrera política, a representar aquí el distrito de Borjas
Blancas en diversas legislaturas. La desviación de su pensamiento político fué
apartándole cada día más y más de nuestras proximidades, y en los últimos años
de su vida, años de profunda crisis espiritual para su conciencia, años de
profundos trastornos para la historia española, el Sr. Maciá significaba, quizá
más acentuadamente que ningún otro político, la negación radical y conjunta de
los tres grandes principios que abarca nuestra fe política y religiosa,
eminentemente católica, radicalmente española, sinceramente tradicionalista y
-¿por qué no decirlo?- netamente monárquica.
Pero
esto no ha de impedir la sinceridad de nuestra condolencia. Comprenderéis,
señores, nuestros reparos del mismo modo que nosotros comprendemos vuestras
exaltaciones. El Sr. Maciá fué un luchador, profundamente equivocado, a nuestro
juicio, pero sincero aun en sus mismos errores, y su figura ha de despertar,
según sea quien escriba su historia, en los unos la exaltación de las más
cálidas alabanzas, y en los otros la severidad de las más amargas censuras.
Pero no hemos de ser nosotros, caballerosos siempre ante el adversario, por lo
mismo que somos irreductibles en la afirmación de aquellos principios que
consideramos salvadores, los que hayamos de profanar la majestad de la muerte
con la severidad de nuestros personales juicios. Y ante la figura de Maciá,
como ante la figura de cualquier adversario político, del más enconado de
nuestros adversarios políticos, nosotros bajamos la cabeza y doblamos la
rodilla reverentes para el dolor de sus amigos e implorantes ante el Tribunal
de la Divina misericordia.
Pero
hay algo, señores (me vais a permitir que lo diga), hay algo señores, en la
muerte de Maciá que esta minoría no puede silenciar, porque consideramos que en
ello descansa la mejor alabanza para su memoria. Y es, señores, que si la vida
de Maciá fué un constante combate, la muerte de Maciá es para nosotros un
edificante ejemplo; y al morir como cristiano, besando con sus labios trémulos,
en los que se extinguía la palabra humana, la Santa Imagen del Crucificado, que
murió por todos, rectificó en un momento de contrición muchos de los errores de
su vida.
Nada
importa, señores, nada importa, en definitiva, que el rigor de unas
disposiciones laicas privasen a sus mortales despojos de la solemnidad, siempre
confortadora, de los ritos católicos, porque hay algo muy alto y muy sagrado a
donde jamás podrán llegar ni los extravíos de la pasión ni el rigor de las
disposiciones gubernativas y es la santa libertad de la conciencia cristiana,
soberana de su contricción, que al invocar la cruz la convirtió no solamente en
compañera de su último dolor y en albacea de su última esperanza, sino también
en reina y soberana de sus inmortales destinos. (Aplausos.)
Voy
a acabar con unas palabras que considero necesarias: Ante la muerte de Maciá,
el pueblo español, este pueblo que tendrá grandes defectos, pero que atesora
también grandes y ejemplares virtudes, ha sabido guardar la actitud que
corresponde a su característica hidalguía, incorruptible en su dignidad, pero
caballeroso siempre ante el infortunio. Otra vez España, por lo mismo que es
madre, ha sabido disimular el desvío de sus hijos. Nosotros queremos asociarnos
a esa conducta apartando los ojos de aquella estrella solitaria que en
sustitución de la cruz acompañaba sus mortales despojos, para volverlos al
cadáver del señor Maciá y rendirle en homenaje lo mejor que puede ofrecerle
nuestra cristiana conciencia: el olvido para sus extravíos y para su alma el
fervor de nuestras cristianas plegarias. Y en este sentido, y sólo en este
sentido, Sres. Diputados, esta minoría tradicionalista se asocia, cordialmente,
a la condolencia de la Cámara por la muerte del Sr. Maciá. (Aplausos.)
El
Sr. Presidente: El Sr. Suárez de Tangil tiene la palabra.
El
Sr. Suárez de Tangil: Señores Diputados, no temáis que haya de cansaros en
demasía con la repetición de conceptos que ya han sido expresados por
anteriores oradores con más elocuencia que aquella con la que yo pudiera
hacerlo.
Al
levantarme a señalar, en nombre de la minoría Renovación Española, el
sentimiento por la muerte del Sr. Maciá, no habré de incidir en la falta de
elegancia espiritual que supondría el hecho de emitir juicios que, como muy
bien decía el Sr. Presidente de la Cámara, son propios ya de la Historia, pero
que pudieran ser en este instante inoportunos. Mas si no he de incurrir en
ello, tampoco puedo ser infiel a lo que constituye mi propio ideario y el de
las masas que represento, que habrían de ver con extrañeza que no se hubiera
establecido en estos momentos la separación lógica que con tan buen sentido
señalaba el señor Ventosa.
Pues
bien; yo he de decir, simple y sencillamente, que para la persona del Sr. Maciá
y para su cristiana muerte sobre todo -lamentando, eso sí, la falta de
escrupulosidad y de respeto con que se cumplió su voluntad- no habrá sino un
homenaje sincero, de consideración personalísima y de rendido tributo de
nuestro propio corazón y pensamiento. Quiere decir esto que como caballeros
cristianos nuestro homenaje no ha de ser inferior al que le tributen los demás.
Como Diputados del Parlamento español ¡ah!, desde esa posición tendríamos que
completar la plegaria que elevemos pidiendo a la divina misericordia, que es
infinita, perdone los muchísimos yerros, los muchísimos pecados en que el Sr.
Maciá incurrió. (Aplausos y rumores.)
El
Sr. Presidente: El Sr. Albiñana tiene la palabra.
El
Sr. Albiñana: Para hacer brevísimas manifestaciones en relación con el acto que
se está celebrando. Debo comenzar afirmando mi más absoluto respeto a la
memoria del Sr. Maciá. Pertenecía el Sr. Maciá al nacionalismo catalán, separatista;
yo pertenezco al nacionalismo español, unitario (Risas.); pero, por encima de
estas diferencias que existen, he de tributar el homenaje fervoroso de mi
piedad cristiana a su memoria. Ahora bien; yo no comparto los convencionalismos
de la política, ni las farsas parlamentarias dentro ni fuera del Parlamento y
quiero hablar, simplemente, como español. Y venerando la memoria -así,
venerando la memoria- del luchador Sr. Maciá, yo no puedo sumarme a este
homenaje que se le tributa en este instante, sencillamente porque en medio de
sus grandes virtudes el Sr. Maciá, cuya alma esté en gloria eterna como yo
deseo, tuvo la, a mi juicio, inmensa desventura de enseñar a gran parte del
pueblo catalán el grito de muera España. (Grandes rumores.) Y esta es una verdad
que se está repitiendo todos los días (Se reproducen los rumores.), a ciencia y
paciencia de las autoridades republicanas. (Protestas.- Varios Sres. Diputados:
¡Mentira, mentira!) Y como esto, repito, es verdad, yo me levanto aquí a
protestar contra el homenaje que se tributa a una figura que, dentro de la
política, la considero yo como enemiga de España. (Un señor Diputado: De la
España de S.S.- Protestas y contraprotestas.) Os advierto que yo no vengo aquí
con la ambición pueril de cosechar aplausos, que no me importan, sino a decir
la verdad. Quería decir, señor Presidente y Sres. Diputados, que estos
elementos embusteros... (Indicando a las minorías socialistas y de Esquerra.-
Nuevas protestas y contraprotestas.- Varios Sres. Diputados, puestos en pie, se
increpan.- El Sr. Presidente reclama insistentemente orden.- El incidente se
prolonga varios minutos.)
El
Sr. Presidente: Su señoría, Sr. Albiñana, tiene derecho, como todos los
Diputados, a emitir las opiniones que correspondan a su convencimiento, pero
habrá de hacerlo dentro de un límite de conveniencia y de respeto para los
demás y, sobre todo, para la memoria del insigne muerto, que no pugnen con el
sentimiento y hasta con la educación de los demás Sres. Diputados. (Muy bien.
Grandes aplausos.- Un Sr. Diputado da un grito de ¡Viva España!.- El Gobierno,
puesto en pie, y los Diputados de las minorías republicanas y socialista gritan
¡Viva la República!, siendo aplaudido el Gobierno con gran entusiasmo y
reiteradamente, por su actitud, por socialistas y republicanos.- Se cruzan
interrupciones entre los Diputados socialistas y republicanos y los de las
minorías de derecha, produciéndose un tumulto que dura un gran rato: El
Presidente reclama orden repetidamente.- El Sr. Prieto: Durante el tumulto han
salido de aquí (Dirigiéndose a las minorías de derecha.) voces de ¡Muera
Cataluña!.- Grandes protestas en las derechas.- Varios Sres. Diputados
interrumpen, no siendo posible oír sus palabras por el tumulto que hay en la
Cámara.)
El
Sr. Presidente: Yo no puedo creer, no quiero creer, que ningún Diputado haya
podido cometer la falta enorme de que hablaba el señor Prieto. (Numerosas
denegaciones de las minorías de derechas y protestas de la minoría socialista.)
El
Sr. Gorrión Ordás: Yo he oído salir desde esos bancos mueras a Cataluña.
(Nuevas denegaciones.)
El
Sr. Presidente: ¡Orden! ¡Orden! Yo proclamo desde este sitio la fraternidad y
el amor a todas las regiones españolas y el respeto a todas las ideas, mientras
se produzcan dentro de la ley. (El Sr. Gil Robles pide la palabra.) E invito al
Sr. Albiñana a que no continúe por ese camino, produciendo un espectáculo del
que seguramente ya él mismo lamenta el resultado. (Continúan los rumores y las
protestas.)
El
Sr. Albiñana (disponiéndose, a leer): Estas brevísimas palabras del Sr.
Maciá...
El
Sr. Presidente: No creo que haya tampoco necesidad de gritar ¡viva España!,
como si España estuviera en peligro, porque para amar a España, para mantener
la vida de España, para defender la Patria española, la República es
suficiente. (Grandes aplausos.- Nuevos ¡vivas! a la República.)
El
Sr. Landrove: Es que los que gritan ¡viva España! lo hacen creyendo que así
combaten a la República. (Protestas en las derechas.)
El
Sr. Albiñana: Señor Presidente, yo felicito a la Presidencia por el éxito que
han merecido sus palabras...
El
Sr. Presidente: La Presidencia no necesita que S.S. le atribuya o no éxitos
felices. (Muy bien.) Lo que hace es invitar a S.S. a que se produzca en
términos tales que vayamos rápidamente al final de este incidente.
El
Sr. Albiñana: Pero yo tengo que recordar que fué precisamente al lado del Sr.
Alba donde aprendí a sentir la monarquía. (Protestas.)
El
Sr. Presidente: Pues S.S, ha olvidado la lección.
El
Sr. Albiñana: Para terminar tengo que decir que, ante la figura yacente del Sr.
Maciá, me descubro como católico y cristiano (Rumores.); pero para su figura
política, para su actuación pública, no tengo más que estas palabras finales:
¡Viva España! y ¡viva Cataluña española! (Algunos aplausos.)
El
Sr. Gil Robles: He pedido la palabra para un incidente.
El
Sr. Presidente: Tiene ahora la palabra el Sr. Muñoz de Diego.
El
Sr. Muñoz de Diego: Señores Diputados, me encomiendo a la benevolencia de la
Cámara al dirigirme a ello en este momento.
La
minoría liberal demócrata no puede permanecer callada en este homenaje a la
memoria del Sr. Maciá. (El Sr. Primo de Rivera pide la palabra.) Mi jefe, don
Melquíades Alvarez, está ausente de la Cámara y, por ello, no podréis oír su
verbo maravilloso haciendo la mejor oración fúnebre a la memoria del Sr. Maciá,
y han de ser mis modestas palabras las que se unan a las muy elocuentes
pronunciadas aquí por otros miembros en nombre de sus minorías. Callar,
silenciar nuestra actitud ante el homenaje al Sr. Maciá, pudiera parecer una
omisión maliciosa, voluntaria y turbia y la política debe ser sinceridad y
transparencia.
Soy
el único miembro de esta minoría presente en la Cámara y tengo, por tanto, la
obligación de sumarme a este homenaje. Todo cuanto debe decirse del Sr. Maciá
está ya dicho. Don Fernando de los Ríos ha pronunciado una oración maravillosa;
don Fernando de los Ríos ha dicho algo que han corroborado después
representantes de otras minorías, refiriéndose a que no es este el momento de
juzgar la obra política del Sr. Maciá, porque falta, evidentemente, aquella
concavidad que presta resonancia a la labor crítica e histórica de la obra del
Sr. Maciá, faltándonos la relación para establecer la perspectiva que nos
permita contemplar la obra con sus trazos reales y netos, libres de
apasionamientos partidistas y de momento.
Yo,
que no pensaba pronunciar más que estas palabras, después del incidente que se
ha registrado en la Cámara, temo que decir que el homenaje más elocuente a la
memoria del Sr. Maciá, que por encima de todo fué un luchador y un republicano,
lo han hecho las palabras de sus adversarios, que no han respetado siquiera la
muerte, dando lugar a que se haya manifestado el entusiasmo republicano de la
Cámara. La minoría radical, la socialista, todas se han levantado para sumarse
en el aplauso caluroso al luchador, al republicano, a don Francisco Maciá, y
ese es, al fin y al cabo, el mejor elogio, el que más agradecerá don Francisco
Maciá. (Aplausos.)
El
Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Gil Robles.
El
Sr. Gil Robles: Brevísimas palabras, con la máxima serenidad que impone el
momento, para puntualizar la actitud de esta minoría, en relación con el
lamentable incidente que aquí se ha producido.
No
voy a hacer manifestación alguna en cuanto al asunto de que se viene ocupando
la Cámara, va que, en nombre de esta minoría, con precisa elocuencia, expresó
nuestro criterio el Sr. Alvarez Robles.
Bien
quisiera yo, Sres. Diputados, que la actitud que esta minoría ha tomado en el
incidente, que acaba de producirse, quedara circunscrita a los verdaderos
límites de una significación que yo tengo un grande empeño en que no se
desvirtúe, por ningún concepto.
Sin
ser testigo presencial, por ausencia obligada de la Cámara, de la iniciación
del incidente que nos ocupa, sí he podido contemplarlo en los términos agudos
en que se produjo hace un instante, y temo que decir, de una manera categórica,
que la actitud de este grupo, que en un momento dado intervino en lo más subido
del incidente, ha sido debida, pura y exclusivamente, al deseo de no dejar
desamparado a un Diputado que pudo ser objeto de alguna violencia (Rumores.),
sin que ello signifique una identificación de pensamiento con el Sr. Albiñana,
del cual nosotros nos encontramos apartados en tantos extremos. (Aplausos.)
Ya
demostramos nosotros en la labor parlamentaria de las Cortes pasadas una
discrepancia radical con la política que seguía la Esquerra catalana, cuya más
alta representación era el Sr. Maciá, y esa misma oposición política tenemos que
mantenerla en el momento actual, pero encerrando siempre nuestra oposición
-quiero que quede esto bien claro- dentro de los límites de una cordialidad
exquisita con todos los sectores, aunque sean enemigos nuestros, v, desde
luego, con una corrección que yo quiero para mi minoría, desde el momento en
que la pido para todos los demás, en sus relaciones con nosotros.
Esta
ha sido nuestra actitud, y de ella no tenemos que desviarnos.
Aun
cuando el Sr. Presidente de la Cámara hizo la oportuna rectificación de unas
palabras del Sr. Prieto, quiero que ahora quede hecha una declaración expresa:
de estos bancos no ha salido muera alguno. (El Sr. Gordón Ordás: Ha salido,
porque lo he oído yo. Lo ha dicho eje señor, que no sé cómo se llama.
(Señalando un Sr. Diputado de la minoría popular agraria.) Insisto en que de
esta minoría no ha salido, no ha podido salir un "muera Cataluña",
porque, sean cuales sean las diferencias políticas que nos separen de los que
dominan la política de Cataluña, por encima de ello ponemos el amor a una
región predilecta de España (Muy bien.), y que aun en el caso en que nosotros
tuviéramos que combatir de una manera enérgica su política, quisiera que
quedara muy claro que la combatiríamos precisamente por amor a Cataluña. (Muy
bien.- Aplausos.)
Yo
no quisiera que este incidente, por mi culpa, tomara ninguna proporción que no
debe tomar; pero sí quiero salir al paso de algo que, dirigido a nosotros, en
la actitud de grandes sectores de la Cámara podría parecer un reto. Nosotros
nos hemos levantado aquí para aplaudir al señor Presidente de la Cámara cuando
dijo que, para defender a España, la República no necesitaba de nadie; para
defender a Esparta, que es el móvil de nuestras acciones; para servir a nuestro
país, que es la meta de todas nuestras aspiraciones políticas; para continuar
sirviendo a la Nación en la misma posición que nosotros defendimos el primer
alía, en una posición de lealtad absoluta, de lealtad acrisolada, que nace de
nuestra condición de ciudadanos v de nuestra conciencia de católicos (Muy
bien.), lo podéis creer o no lo podéis creer, pero nuestros hechos hablarán por
nosotros. Lo que no hemos de hacer es venir aquí a suscitar incidentes, para
que al amparo de un viva la República", que quizá en algunos labios sea
perfectamente insencero, se vaya a una unión de política izquierdista, en
contra de lo que es la voluntad popular. (Grandes aplausos en las derechas.)
Y
conste, señores, que podéis hacerlo en la farándula parlamentaria, pero que
nadie os creerá, porque para vosotros (Señalando a los socialistas.) la
República es cosa secundaria; la utilizasteis cuando creísteis que era para
vosotros un medio; la repudiáis ahora, cuando creéis que por otro medio podéis
llegar a la consecución de vuestros fines. Allá otros grupos que quieran
hacerse tributarios de esa política. Aquí nosotros estamos en nuestros puesto,
firmes, a defender a España, donde sea y como sea. Y el día de mañana iremos al
pueblo a descubrir todas vuestras maniobras, incluso las que hacéis en una
sesión necrológica, al margen de un incidente que no debió pasar de una
corrección de la Presidencia. (Aplausos.)
El
Sr. Presidente: El Sr. Primo de Rivera tiene la palabra.
El
Sr. Primo de Rivera: Este Diputado, que no pertenece a ninguna minoría, se
cree, por lo mismo, con la voz más libre para recabar para sí, y se atrevería a
pensar que para todos, esta fiducia: la de que cuando nosotros empleamos el
nombre de España, y conste que yo no me he unido a ningún grito, hay algo
dentro de nosotros que se mueve muy por encima del deseo de agraviar a un
régimen y muy por encima del deseo de agraviar a una tierra tan noble, tan
grande, tan ilustre y tan querida como la tierra de Cataluña. Yo quisiera que
el Sr. Presidente, y quisiera que la Cámara separase, si es que admite que
alguien faltó a eso, a los que, cuando pasamos por esta coyuntura, pensamos
como siempre, sin reservas mentales, en España y nada más que en España; porque
España es más que una forma constitucional; porque España es más que una
circunstancia histórica; porque España no puede ser nunca nada que se oponga al
conjunto de sus tierras y a cada una de esas tierras.
Yo
me alegro, en medio de todo este desorden, de que se haya planteado de soslayo
el problema de Cataluña, para que no pase de hoy el afirmar que si alguien está
de acuerdo conmigo en la Cámara o fuera de la Cámara, ha de sentir que
Cataluña, la tierra de Cataluña, tiene que ser tratada desde ahora y para
siempre con un amor, con una consideración, con un entendimiento que no recibió
en todas las discusiones. Porque cuando en esta misma Cámara y cuando fuera de
esta Cámara se planteó en diversas ocasiones el problema de la unidad de
España, se mezcló con la doble defensa de la unidad de España una serie de
pequeños agravios a Cataluña, una serie de exasperaciones en lo menor, que no
eran otra cosa que un separatismo fomentado desde este lado del Ebro.
Nosotros
amamos a Cataluña por española, y porque amamos a Cataluña, la queremos más
española cada vez, como al país vasco, como a las demás regiones. Simplemente
por eso; porque nosotros entendemos que una nación no es ya meramente el
atractivo de la tierra donde nacimos, no es esa emoción directa y elemental que
sentimos todos en la proximidad de nuestro terruño, sino que una nación es una
unidad en lo universal, es el grado a que se remonta un pueblo cuando cumple un
destino universal en la Historia. Por eso, porque España cumplió destinos
universales cuando estuvieron juntos todos sus pueblos, porque España fué
Nación hacia fuera, que es como se es de veras nación, cuando los almirantes
vascos recorrían los mares del mundo en las naves de Castilla, cuando los
catalanes admirables conquistaban el Mediterráneo unidos en naves de Aragón,
porque nosotros entendemos eso así, queremos que todos los pueblos de España
sientan no ya el patriotismo elemental con que nos tira la tierra, sino el
patriotismo de la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de
la misión, el patriotismo de lo trascendental, el patriotismo de la gran
España.
Yo
aseguro al Sr. Presidente, yo aseguro a la Cámara, que creo que todos pensamos
sólo en esa España grande cuando la vitoreamos o cuando la echamos de menos en
algunas conmemoraciones. Si alguien hubiese gritado muera Cataluña, no sólo
hubiera cometido una tremenda incorrección, sino que hubiera cometido un crimen
contra España, y no sería digno de sentarse nunca entre españoles. Todos los
que sienten a España dicen viva Cataluña y vivan todas las tierras hermanas en
esta admirable misión, indestructible y gloriosa, que os legaron varios siglos
de esfuerzo con el nombre de España. (Aplausos.)
El
Sr. Presidente: El Sr. Rubió tiene la palabra.
El
Sr. Rubió: En nombre de la minoría de Esquerra Republicana de Cataluña, de la
cual fué jefe el insigne desaparecido, el honorable señor Presidente de la
Generalidad de Cataluña, voy a dirigir a la Cámara pocas palabras, las
indispensables para agradecer al Sr. Presidente de la Cámara y para agradecer a
los Sres. Diputados que me han precedido en el uso de la palabra, cuanto han
dicho que sea en elogio, que sea en consideración o que sea de simple
comprensión hacia el difunto y hacia la causa que representaba, y también,
Sres. Diputados, para agradecer a la Presidencia de la Cámara y para agradecer
a los diversos sectores de esta Cámara su presencia en las ceremonias fúnebres
que tuvieron lugar en Barcelona durante la semana pasada, cuya importancia no
pueden comprender, cuyo valor de consuelo para nosotros no pueden comprender
más que aquellos señores que hayan sentido, como nosotros, toda la intensidad
del dolor de la pérdida.
En
cuanto a los Sres. Diputados que han aludido a la conducta del Gobierno de la
Generalidad de Cataluña en la ceremonia fúnebre del entierro, yo les contestaré
simplemente que el Gobierno de la Generalidad de Cataluña, en el acto del
entierro del Sr. Maciá y en todos los actos de su vida, se imitó a cumplir
estrictamente las leyes de la República.
A
los Sres. Diputados que no han sabido ahogar en estos momentos sus pasiones, yo
les contestaré con el más absoluto silencio, porque no quiero empequeñecer la
solemnidad que este acto tiene para nosotros y para la mayoría de la Cámara.
He
sido. Sres. Diputados, designado para intervenir en la sesión de hoy, no por
mis cualidades personales, sino por mi gran amistad con el difunto Francisco
Maciá, amistad que arranca de la época amarga de la vida de Francisco Maciá en
que fué separado del Ejército español; porque en aquellos momentos, una de las
pocas manos que estrecharon la suya fué la de un coronel de Ingenieros, la mano
de mi padre. Desde aquel momento mi amistad con Maciá se fué estrechando; y
hoy, al hablar de él, yo no puedo, Sres. Diputados, hacer su elogio fúnebre. Si
yo quisiera recordar los momentos de amargura de su vida, las campañas parlamentarias
en esta misma Cámara, su destierro y finalmente su victoria, tenga la seguridad
de que la emoción ahogaría mi voz y no podría hablar; porque en estos momentos
siento toda la avaricia que tuvimos los catalanes al denominar a Maciá con el
nombre del «Avi». En realidad debiéramos haberle llamado padre, porque
ciertamente lo fué para todos los catalanes. Y si venciendo la emoción, Sres.
Diputados, si venciendo esas lágrimas que vienen a mis ojos yo intentase hacer
un discurso, ese discurso resultaría pálido al lado de la manifestación que el
pueblo catalán rindió al difunto. En las jornadas del martes y miércoles de la
semana pasada, Cataluña manifestó directamente su sentimiento; en aquellas
jornadas, Sres. Diputados, Cataluña entera tributó su elogio fúnebre a Maciá.
Cuando el pueblo habla directamente, nosotros, sus mandatarios, tenemos que
escuchar los latidos del corazón del pueblo. No es hora de hablar, es hora de
escuchar; pero si realmente no puedo hablar de Maciá ni de su obra, sí he de
hablaros de esa ceremonia fúnebre.
Por
primera vez después de cincuenta años de catalanismo político la representación
del Estado español, la representación política de Cataluña y la unanimidad del
pueblo catalána han vibrado con una sola emoción, con una emoción sin interés
alguno, sin odios, sin esperanzas ni recelos. Esto, Sres. Diputados, es un
hecho nuevo en la historia política de Cataluña, que se ha producido en torno
al cadáver de Francisco Maciá, llamado el primer separatista. Y esto quiere
decir que con lealtad en el corazón y franqueza en los labios es posible
conciliar los más antagónicos intereses, los más contrapuestos puntos de vista.
Cuando el miércoles último veíamos los catalanes desfilar las fuerzas del
Ejército español ante el cadáver de nuestro ilustre Presidente, comprendimos,
Sres. Diputados, la lección póstuma de Maciá; comprendimos que Maciá tenía
razón cuando nos decía que dentro de la República española, dentro de la
Constitución del 31, interpretada fielmente con arreglo a su letra y con arreglo
a su espíritu, cabía una Cataluña libre, completamente libre (Rumores.): la
Cataluña rica y plena de que se habla en las estrofas de nuestro himno
nacional. (Fuertes rumores.)
El
Sr. Presidente: Pero ¿es ésta la primera vez que hemos oído en la Cámara, como
una orientación política, el llamado nacionalismo catalán? ¿Es que nos vamos a
escandalizar de ello ahora? (Protestas en las minorías de derecha.) Yo afirmo
desde aquí que hacen mucho más daño a España aquellos que exageran o desfiguran
en sentimiento patriótico que los que guardan silencio y oyen con respeto a los
señores representantes de Cataluña.
El
Sr. Matesanz: No es eso; no lo ha oído bien el Sr. Presidente.
El
Sr. Rubió: Y entonces nosotros, ante el cadáver de Maciá, los que militamos en
los campos más extremistas del catalanismo, renovamos nuestra promesa de
fidelidad a la República; renovamos nuestra promesa de fidelidad a la
Constitución de 1931. (Un Sr. Diputado: ¿Y a España?.- Rumores.) Altísimo
Maciá, te seguimos de lejos, pero seguiremos siempre tus huellas. (Aplausos.)
El
Sr. Presidente: Tiene la palabra el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.
El
Sr. Presidente del Consejo de Ministros (Lerroux): Sobriamente, Sres.
Diputados, para asociarme, en nombre del Gobierno, con toda sinceridad, a este
homenaje que estáis rindiendo a la figura insigne del primer Presidente de la
Generalidad y que, debiendo haber sido oración piadosa y justa, llena de
emoción, a la memoria de aquel luchador que representaba generosamente un
ideal, que no todos compartían, ha estado a unto de convertirse en función
política. (El Sr. Aragay: Es el cristianismo de esos señores .- Protestas en
las minorías de derecha.) Allá SS.SS. En todo caso, es muy posible que yo
prefiriese estar con el cristianismo de SS.SS. que con el libre pensamiento de
S.S. (Aplausos en las minorías de derecha y radical.)
Como
representantes de la Nación, todos tienen el mismo derecho para levantar aquí
su voz y unirse a este homenaje, pero yo quiero invocar para mí un leve derecho
de preferencia. Nací parlamentariamente en Cataluña en 1901; fuí allí elegido
por primera vez Diputado y lo he sido durante muchos años consecutivamente;
luché allí y luché frente a frente y con la mía bien descubierta, dando el
pecho y la cara, contra aquellos ideales que podían redundar en perjuicio de la
unidad española, del patriotismo como yo lo siento. Pero he de deciros que
todavía entonces no era el Sr. Maciá hombre representativo de ningún ideal en
Cataluña; lo fué más adelante. Y quiero expresar mi consideración, mi afecto, a
la memoria de aquel hombre honrado, porque, fuese cualquiera el punto de
partida para su actuación en la vida pública, seguí con tal serenidad, con tal
fidelidad, con tan honrada lealtad sus ideales primeros, que, como siempre a los
que se expresan en esos términos, yo rendía muda y calladamente al hombre
representativo de aquel ideal que me era tan contrario, el homenaje de mi
admiración y de mi consideración personal.
Se
ha dicho aquí con razón que el Sr. Maciá era un acumulador de energías.
Siguiendo la metáfora, me permitirá el Sr. Ventosa y Calvell yo añada que ha
sido también un transformador de energías, y me ha de permitir la Cámara que,
sin arrogancias de ningún género, yo me atribuya una participación en el
triunfo que convirtió al Sr. Maciá en ese transformador de energías de
Cataluña.
Destacaba
sobre todo en el Sr. Maciá la espiritualidad. Yo no puedo pensar en él, yo no
le podía mirar sin acordarme de aquellos versos de Rubén Darío, porque me lo
representaba siempre, como la figura hidalga del «Hidalgo Manchego»: con la
adarga al brazo, todo fantasía; con la lanza en ristre, todo corazón. Lo dió
todo por sus ideales, y dió tanto, que en le última hora de su vida realizó,
por aquella transformación, aquel ideal por el cual yo hube en cierta ocasión
de ceñir a mi frente los colores de la bandera nacional para ponerla en contra
de los que la vilipendiaban. Tengo que decir que el Sr. Maciá ha rendido en las
postrimerías de su vida el más eminente servicio a la unidad nacional. ¿En qué
ha consistido? Ha consistido en que, haciendo compatibles las libertades de
Cataluña con la libertad de España entera, haciendo posible la personalidad
regional dentro de la unidad nacional, aquel separatismo espiritual que nos
oponía los unos a los otros se haya reducido en términos que ya no tiene sino
de vez en cuando alguna que otra voz, de la cual no se hace responsable ningún
hombre que sea solvente en la vida pública española. (Muy bien.) Son asperezas
que se van reduciendo, son reliquias del pasado, son gritos del dolor de los
vencidos; vencidos que debieran llamarse victoriosos cuando ven que Cataluña en
el seno de España levanta su personalidad caminando hacia más amplias
libertades, que serán compatibles con las de todo el resto del país.
Ahí
se levantó una vez un orador en el momento de un drama histórico a decir,
terminando un discurso: «La Humanidad camina de cumbre en cumbre, y en cada
cumbre va dejando una cruz- ¡mi cristianismo! -, en cada cumbre va dejando una
cruz que señala como un jalón las diversas etapas del progreso moral de la
civilización.» De igual manera quiero yo decir ahora, plagiándome a mí mismo:
la sociedad española va haciendo su historia de cumbre en cumbre, y en cada
cumbre va señalando con una victoria como una hoguera espiritual en que se
encienden luces de esperanza de esa integración, a que es preciso llegar de
todo el país, hoy con la libertad de Cataluña, que cada día se irá haciendo más
compatible, más armónica con las libertades del resto de España; mañana, con
Estatuto de la región vasca; pasado -cumpliendo fielmente la Constitución,
porque ese es nuestro deber y a eso estamos obligados si no queremos ser
desleales a la República y a España- (Muy bien.- Aplausos), con todas esas
etapas, una de esas cruces que destacan en la cumbre, uno de esos sacrificios
es el del Sr. Maciá, que, venciéndose a sí mismo, venciendo acaso inclinaciones
de un dolor que expresaba su protesta en frases que no eran las adecuadas,
contra la tiranía del pasado y contra las injusticias históricas, pudo en
algunos momentos, y debió, suscitar nuestras protestas. Pero posteriormente,
cuando presidía una institución que se subordinaba al Estado, que es compatible
con el Estado, realizó esa transformación a que me he referido y por la cual ya
podemos tender los brazos a todos los catalanes, por encima de la tumba del Sr.
Maciá, que, por eso, se ha convertido en un ara sagrada. (Muy bien, muy bien.-
Prolongados aplausos en varios lados de la Cámara.)
El
Sr. Presidente: ¿Acuerda la Cámara que conste en acta su sentimiento y que se
comunique así a la familia del Sr. Maciá y a la Generalidad de Cataluña?
(Manifestaciones de asentimiento.)
Así
se acuerda.
El
Sr. Albiñana: Con mi voto en contra, Sr. Presidente. (Rumores.)
El
Sr. Presidente: Constará el voto en contra de S.S.
(Diario
de Sesiones, de 4 de enero de 1934.)
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