El problema catalán
MIQUEL PORTA PERALES
EN Cataluña, la historia no se repite. En Cataluña, la
historia empeora. Regresemos al pasado para, después, volver al presente y
sacar las conclusiones oportunas. Detengámonos en el mes de mayo de 1932. En
las Cortes de la II República se discute el Estatuto de Cataluña. José Ortega y
Gasset y Manuel Azaña toman la palabra. Entre una y otra intervención se
perciben coincidencias: el problema catalán existe, los catalanes siempre se
enfrentan con alguien, el particularismo catalanista es un sentimiento que
impulsa a una comunidad a vivir al margen, hay muchos catalanes que -aunque no
se atrevan a decirlo en público- quieren vivir con España, se debe calmar la
deriva soberanista del nacionalismo catalán, cualquier propuesta debe
mantenerse dentro de los límites de la Constitución, la solución reside en la
autonomía de Cataluña, los recursos del Estado que lleguen a Cataluña no pueden
ir en detrimento de los que correspondan a las otras regiones españolas. ¿Cuál
es la diferencia entre ambas intervenciones? José Ortega y Gasset afirma que no
se «puede curar lo incurable» y que el problema catalán «sólo se puede conllevar».
Manuel Azaña cree que la República conseguirá la unión esencial de todos los
españoles al «conjugar la aspiración particularista o el sentimiento o la
voluntad autonomista de Cataluña con los intereses o los fines generales y
permanentes de España dentro del Estado organizado por la República». Por eso y
para eso -concluye Manuel Azaña- «se votan los regímenes autónomos en España,
primero para fomento, desarrollo y prosperidad de los recursos morales y
materiales de la región, y segundo ,
por consecuencia de lo anterior, para fomento, prosperidad y auge de toda
España». Y «todas las dudas, todas las preocupaciones relativas a la dispersión
de la unidad española no están siquiera sometidas a discusión». El pesimista
José Ortega y Gasset frente el optimista Manuel Azaña. Con el tiempo, el
primero se mantendrá en el pesimismo mientras el segundo
abandonará el optimismo como muestra La velada de Benicarló (1939): «Mientras
dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en extremar
el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado,
encaminándose a una separación de hecho».
Las intervenciones parlamentarias de José Ortega y
Gasset y Manuel Azaña, así como el fragmento transcrito de La velada de
Benicarló, se inscriben -afortunadamente- en un contexto muy distinto al actual.
Otro tiempo, sin duda. Pero no es menos cierto que existe una evidente
semejanza entre el ayer y el hoy. Les propongo un ejercicio de política
ficción, pero menos: ¿qué escribiría hoy Manuel Azaña sobre -la expresión es
suya- «el problema catalán»? Por de pronto, tomaría nota de lo leído y oído a
diversos políticos, juristas, articulistas y directivos de equipos de fútbol
catalanes con mando en plaza: «Hay que plantar cara al Estado», «construyamos
una nación soberana»; «la gran oportunidad se está abriendo y durante este
siglo Cataluña será libre»; «hay que ir avanzando hacia mayores cotas de
libertad nacional»; «la Constitución se ha de adaptar a Cataluña y no al
revés»; «el problema de Cataluña se llama España. Cataluña está bloqueada bajo
España, maltratada en España, insultada por España, harta de España y sólo le
queda un camino: la independencia»; «una sentencia negativa del Tribunal
Constitucional sobre el Estatuto sería un golpe muy duro contra la democracia
constitucional. Una decisión faccional no puede imponerse sobre todo un Parlamento,
sobre todo un pueblo. Por dignidad no se puede aceptar»; «romper el Estatuto,
resquebrajar el modelo que aprobaron las Cortes y que el pueblo catalán
refrendó, es un mensaje demasiado inequívoco en el sentido de que está Cataluña
no cabe en España. No es Cataluña la que apuesta por salir de España, es España
la que expulsa a Cataluña»; «espero no tener que crear la República catalana
del FC Barcelona». Ante tal cúmulo de disparates y despropósitos, con los
cuales se bombardea a diario la conciencia del ciudadano catalán, muy
probablemente Manuel Azaña recordaría el siguiente pasaje de La velada de
Benicarló: «En el fondo provincianismo fatuo, ignorancia, frivolidad de la
mente española, sin excluir en ciertos casos doblez, codicia, deslealtad,
cobarde altanería delante del Estado inerme, inconsciencia, traición».
Recordado lo cual, nuestro personaje concluiría que, en Cataluña, la historia
no sólo se repite, sino que empeora.
¿Cuál es el secreto de la persistencia del problema
catalán? Dicha persistencia se explica en función de diversas variables. En
primer lugar, la variable ideológica -la frontera interior romántica- propia de
quien construye una identidad a la carta con el objetivo de diferenciarse del
Otro. En segundo lugar, la variable
psicológica -el narcisismo de las pequeñas diferencias- propia de quien tiende
a exagerar su personalidad y espera ser valorado como una cosa especial en
virtud de su ser. En tercer lugar, la variable antropológica -el chivo
expiatorio- propia de quien cree que carga sobre sí las culpas de los demás
precisamente por ser un cuerpo distinto y no asimilable al colectivo. En cuarto
lugar, la variable económica -la competición por los recursos- propia de quien
se vale de la identidad para obtener ventajas de toda índole. Y, en quinto
lugar, la variable política -la suspensión de juicio propiciada por el
oportunismo- propia de quien busca sacar tajada -el actual gobierno catalán y
el actual gobierno español- de la coyuntura. El problema catalán -ese afán
obsesivo y enfermizo por la búsqueda de la diferencia y el privilegio, ese
considerar Cataluña como una suerte de hecho biológico autótrofo- tiene sus
consecuencias. En Cataluña: sobreexcitación nacionalista, recalentamiento
identitario, unanimismo ideológico, pensamiento predatorio, ideocidio. Y el
aventurerismo, la fantasía, la insensatez y el irredentismo políticos de una
derecha y una izquierda nacionalistas instaladas en su ínsula barataria.
Nacionalistas incapaces de distinguir la Cataluña real de la virtual y de
cuestionar -por ceguera, inmovilismo, providencialismo e interés- el relato que
han construido y que ahora se apuntala en una crisis de infraestructuras que lo
hace verosímil, pero enmascara la realidad. Para el conjunto de España, el
problema catalán -alimentado por la irresponsabilidad y el oportunismo de un
Rodríguez Zapatero que necesita el nacionalismo periférico para mantenerse
«como sea» en el poder- supone la concepción de España como una opera aperta al
albur -como si de un tablero de ajedrez se tratara, con sus movimientos,
réplicas y contrarréplicas- de las lecturas e intereses que de la misma hagan
las partes en cada hora y momento. El «Estado inerme», decía Manuel Azaña. Si
bien se mira, el problema catalán es el nacionalismo catalán. Y el problema
español es un Rodríguez Zapatero -la sonrisa como máscara, el talante y el
diálogo como excusa, la serenidad como pretexto, el progresismo como coartada-
que, en beneficio propio, ha dado oxígeno a unos nacionalismos periféricos detenidos
en el túnel del tiempo de los derechos históricos medievales y el principio de
las nacionalidades decimonónico.
Mientras alguien no ponga límite a tamaño
desatino,mientras la pesadilla continúe, sólo queda recordar el sabio consejo
de José Ortega y Gasset: el problema catalán «sólo se puede conllevar».
Conllevar: sufrir, soportar las impertinencias, ejercitar la paciencia. Si lo
sabré yo, que soy un mal catalán.
El inquietante Montilla
CHARO ZARZALEJOS
MADRID. El presidente de la Generalitat ha estado en
Madrid. Su discurso resultó inquietante y desmesurado. Desmesurado por comparar
un recurso ante el TC con un golpe de Estado e inquietante por lo de la
desafección de Cataluña hacía el resto de España. Para rematar la advertencia,
la descripción o la amenaza, los empresarios catalanes insisten en el discurso
y ERC pide la independencia como mejor solución al conflicto de las cercanías.
Lo dicho por Montilla es probablemente lo más importante de la semana que ahora
acaba. Lo dijo con buenas formas pero es muy serio. Ya pueden echar por delante
la balanza fiscal, porcentajes de inversión y demás fórmulas presupuestarias
que lo dicho por Montilla y reafirmado por Joan Rosell es de muy difícil
comprensión. Resulta lamentable y deprimente que los afectos se midan en dinero
o en kilómetros asfaltados.
Es lamentable e inquietante que hubiera que recurrir a
un Estatuto que in extremis lo salvó el presidente con el jefe de la oposición
a su Gobierno en Cataluña para solucionar la «amenazada identidad» catalana.
Resulta irritante escuchar tanto lamento cuando las partidas presupuestarias
para Cataluña son excepcionalmente importantes.
Es inquietante que de la tensión territorial de la que
hablaba el PSOE cuando llegó al Gobierno se haya pasado a la desafección que
como todos los males serios tienen mucho de silentes y de profundos. Un catarro
es siempre obvio, cuando la enfermedad es más seria no produce síntomas y así,
cada día, nos alejamos más de la propuesta que Kennedy hizo a los americanos
cuando les invitó a no preguntar qué puede hacer el país por ellos sino qué
podían hacer ellos por América.
Ramplonería
Es muy ramplón alabar a Sarkozy sin matices y lo es
desde luego tratar de minimizar su actuación en el Chad. Su foto en Torrejón
causó impacto. «Lo importante es que están aquí no quien les ha traído», dice
José Blanco que se ha quedado mudo ante la foto de Caldera rodeado de bebés
para «vender» los famosos 2.500 euros. Si lo importante es la ayuda efectiva,
¿a qué viene la foto? No es la de Caldera una foto propia de la octava potencia
del mundo, pero todos tan contentos aunque sea de vergüenza ajena.
Posó el ministro al día siguiente de que se conocieran
los datos del paro que en esta ocasión dejó para otro la glosa de los mismos.
El paro va en aumento y las constructoras ya han hecho saber a más de un
diputado que por cada vivienda cuya obra se para o se deja de construir se
genera 2,5 parados más. El cálculo es que en menos de un año el total de
viviendas paradas o no construidas pueden ascender a 400.000 lo que, en
principio, podría generar nada menos que un millón de parados más.
El Gobierno cree que los datos económicos en su versión
negativa no se van a precipitar, que la economía tiene la suficiente
versatilidad como para absorber buena parte del desempleo que se genere en
determinados sectores y que, en fin, «podemos mirar tranquilos al mes de
marzo».
Esta tranquilidad les viene también porque siguen
pensando que la sentencia del 11-M «ha sido un palo» para el PP y por eso
engrandecieron las inoportunas declaraciones de Aznar apresurándose a sacar un
vídeo que tenía patas. Dijeron que no querían mirar para atrás pero a la menor
recrean el pasado creyendo que eso garantiza el futuro. El PP no se quedó atrás
y puso en circulación su argumentario y todo ello sin mover una ceja. Las
órdenes de Rajoy son tajantes y como un solo hombre callan y así van a seguir.
Insistir en el 11-M es tanto como renunciar a ganar las elecciones. El
candidato popular reaparece el próximo fin de semana en la clausura de la convención
y para el día 25 le tienen preparado un baño de masas en Murcia.
La semana nos ha dejado un excelente viaje de los Reyes a las dos
ciudades ya citadas. Hay que atribuir al Gobierno el mérito que le corresponde
que no es poco. Otra cosa es el «amigo impertinente». El embajador marroquí ni
está ni se le espera, la Liga Arabe se pone estupenda. Lo complicado de Marruecos
es que la alternativa a Mohamed, que no es poco, no es otro Mohamed sino un
ayatolá que nos haga temblar. Aquí mismo, en Madrid, Esperanza Aguirre ha
optado, no por llorar, sino por bajar impue
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