Turbulencias en Ryanair
La caótica cancelación de vuelos de la compañía merece una investigación oficial y una reflexión sobre el papel de las 'low cost'
La línea de bajo coste Ryanair parece haber entrado en un periodo de gestión caótica que ya no puede atribuirse tan sólo a un problema esporádico de gestión administrativa (“la hemos liado con las vacaciones de los pilotos”, fue la extravagante explicación de su máximo responsable, Michael O'Leary a la primera crisis de mediados de septiembre). Si entonces decidió cancelar unos 2.000 vuelos hasta el 28 de octubre con tan peregrino argumento (por el momento, más de 300.000 viajeros afectados), ahora acaba de anunciar una nueva ronda de cancelaciones a partir de noviembre que afectará a unos 400.000 pasajeros. En este caso no hay explicaciones pintorescas; tan sólo la promesa (cuestión de fe) de que con esta decisión ya no serán necesarias nuevas y arbitrarias cancelaciones.
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A la vista del rosario de cancelaciones y del número creciente de aviones en tierra, es lícito suponer que Ryanair tiene un grave problema de gestión y que va a enfrentarse a un no menos grave deterioro de su reputación corporativa. Es muy probable que el origen de esta crisis proceda de una competencia feroz por la contratación de pilotos (Ryanair ha perdido entre 140 y 200 en esta guerra de fichajes), pero en todo caso su incapacidad para responder satisfactoriamente a un desafío del mercado (eso es la pugna por la contratación de pilotos) subraya con insistencia la debilidad de la compañía.
Las irregularidades en el servicio de Ryanair deberían ser objeto de una investigación por parte de las autoridades aéreas europeas y empieza a ser muy probable que también de un expediente sancionador. Una empresa tiene un compromiso con sus clientes y no puede dejar de cumplirlo sin más. Pero también es el momento de reflexionar sobre el papel de las compañías low cost y examinar su rentabilidad para el viajero a la luz de las convulsiones e incidencias como las de Ryanair
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