sábado, 13 de febrero de 2010

El naufragio del «Príncipe de Asturias», el «Titanic» español.


El naufragio del «Príncipe de Asturias», el «Titanic» español
12 Febrero 2010 - Luis Mollà.- La Razón.

Con ocasión de la publicación de un nuevo libro que escenifica la tragedia del trasatlántico Príncipe de Asturias, conocido popularmente como el «Titanic» español, se ha venido hablando mucho estos días de su naufragio en aguas de Brasil en 1916.
Al igual que su homólogo inglés, el Príncipe de Asturias tenía un gemelo, el Infanta Isabel, orgullo ambos de la compañía Pinillos,. Sin embargo, y esta sea quizás una de las diferencias principales con el Titanic, tras su hundimiento, el Príncipe de Asturias quedó sumergido en 40 metros de fondo, de modo que el valor de la carga y los rumores sobre la existencia de una misteriosa caja fuerte conteniendo joyas y oro atrajeron la atención de los cazadores de tesoros de todos los tiempos y el pecio ha venido siendo objeto de continuos expolios.
De no ser así, los robots submarinos mostrarían hoy imágenes de suntuosos pasillos, salones con paneles de roble tapizados en seda y arañas refulgentes del mejor cristal de Bohemia. De haberse respetado la paz del buque, las cámaras aún podrían permitirnos entrar en la famosa biblioteca estilo Luis XVI y sentarnos a contemplar sus reputadas estanterías de madera de caoba desde los confortables asientos remachados en cuero o caminar por la cubierta de primera clase entre coloridas vidrieras y en el comedor podríamos imaginar a los viajeros más pudientes encender sus puros bajo el paraguas de la enorme cúpula rematada por hermosísimos cristales de colores.
Es posible que los poderosos viajeros del Príncipe de Asturias embarcaran para el que a la postre habría de resultar el último viaje del buque pensando en una exhibición de arrogancia propia de su encumbrada posición social, al menos los de primera clase cuyos camarotes se pagaban a unos once mil euros al cambio actual. Sin embargo, los ocupantes de las humildes literas desplegadas en el sollado de emigrantes, donde un niño podía viajar por menos de doscientos, concentraban seguramente sus pensamientos en las oportunidades que podría ofrecerles la vida al otro lado del Atlántico.
Con la esperanza de unos y la vanidad de otros, el buque zarpó de Barcelona el 17 de febrero en el que debía ser su sexto viaje de ida y vuelta a Buenos Aires. Hizo escala en Valencia, Cádiz y Las Palmas, de donde salió el 23 rumbo a la brasileña Santos, ciudad que nunca llegó a alcanzar. El rol oficial habla de 588 pasajeros y tripulantes. Sin embargo hoy sabemos que entre unos puertos y otros embarcaron más de un centenar de polizones que perecieron ahogados de forma terrible en sus improvisados escondites.
Como suele suceder en un buque de estas características, nada más zarpar surgieron todo tipo de relaciones entre los pasajeros. Había matrimonios recién casados, familias completas y, sobre todo en las clases principales, comerciantes adinerados, escritores ilustres, famosos del mundo del espectáculo y una buena cantidad de niños la mayoría de los cuales desaparecieron con el barco.
Al igual que el capitán del Titanic, José Lotina, un marino vasco con mucha mar a cuestas, fue seleccionado para el mando del barco de entre lo mejor de la oficialidad de Pinillos. Se trataba de un buen capitán en cuya hoja de servicios brillaba algún hecho heroico, sin embargo, y a pesar de los rumores que le señalaron como responsable después del hundimiento, no pudo hacer nada para evitar el horrible final del buque, yéndose a pique con él; un final inexorable que parece aguardar siempre a los capitanes y barcos más gloriosos.
El viaje transcurrió de manera apacible. Los pasajeros, al menos los de las clases más distinguidas, disfrutaban de las muchas comodidades que ofrecía el buque mientras sus poderosos 18 nudos de velocidad los impulsaban plácidamente a su destino. El 28 tuvo lugar un acontecimiento que congregó a todos los pasajeros en cubierta: en su viaje en sentido inverso, el Infanta Isabel se cruzó con el Príncipe de Asturias a apenas cien metros, circunstancia que tuvo la virtud de permitirnos contemplar hoy la última foto del Príncipe de Asturias seis días antes de su hundimiento.
A medianoche del 4 al 5 de marzo, el buque inició su última singladura sometido a los efectos de un fuerte temporal y en medio de continuos chubascos que impedían a los marinos extender la vista más allá de la proa. El capitán apenas durmió esa noche. Está recogido en el cuaderno de Bitácora que hacia las tres irrumpió preocupado en el puente de gobierno. El techo de nubes que les acompañaban desde días atrás le había impedido hacer uso del sextante por lo que la situación era la estimada al rumbo y velocidad anotados, sin embargo las fuertes corrientes de la zona y los desvíos de la aguja magnética como consecuencia de la carga de miles de toneladas de lingotes de hierro en las bodegas le hacían pensar en una posición poco precisa sobre la carta náutica.

Necesitaba recalar en la isla de San Sebastián y para ello, era preciso ver los destellos del faro de la punta de Boi, que advierten al marino de las puntiagudas agujas que flanquean la isla. Lotina tomó todas las precauciones, redujo velocidad y multiplicó los ojos del barco disponiendo serviolas en todos los puntos altos, pero cuando alguien advirtió un tenue brillo por la proa la isla estaba demasiado cerca y una roca afilada rajó los bajos del casco como un cuchillo corta la mantequilla. Inmediatamente miles de toneladas de agua penetraron en el barco y diez minutos después el buque iniciaba su última andadura al fondo del océano. Apenas un centenar y medio de personas consiguió saltar al mar y superar las olas tremendas que arrojaban los cuerpos contra las rocas.
El Príncipe de Asturias tuvo también su Carpatia. A la mañana siguiente, el Vega, un vapor francés, encontró diseminados los restos de la carga en una mar plagada de cadáveres que constituían el festín de centenares de enloquecidos tiburones.
Han sido muchos los buceadores que han bajado a explorar el pecio en busca del supuesto tesoro que nunca ha sido encontrado. Algunas voces se han alzado para responsabilizar a Lotina. Incluso, como en el caso del capitán del Titanic, no faltó quien aseguró falsamente haberle visto dispararse un tiro ante la magnitud de la tragedia ocurrida a su buque.
El hundimiento del Príncipe de Asturias dejó a Pinillos fuera de la ruta de Suramérica. El Infanta Isabel le sobrevivió muchos años rodando de propietario en propietario. En 1935 fue vendido en Japón y al final de la II Guerra Mundial el torpedo de un submarino norteamericano lo envió a pique, como si no pudiera esperar un final diferente al de su hermano gemelo. A los pocos meses de la pérdida del Príncipe de Asturias, Pinillos sufrió otra pérdida sensible cuando el Pio IX se hundió como consecuencia de un corrimiento de carga. Durante un tiempo la otrora orgullosa naviera intentó sobrevivir con un único buque, sin embargo, al hundirse, la compañía desapareció definitivamente con el estertor de su último valor, un buque cuyo nombre aún hoy sigue generando toneladas de misterio: El Valbanera…
Pero esta, aunque sin duda no menos interesante que la de sus hermanos, es otra bella y trágica historia del mar.

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