miércoles, 14 de noviembre de 2012

Edad Media



Germanizacion:

A comienzo del siglo V se produjo en la Península Ibérica una invasión de pueblos germánicos (a través de los Pirineos, ruta tradicional de aportaciones europeas a suelo peninsular).
Estas invasiones consolidaron la quiebra de la organización urbana ya decadente y aceleraron la progresiva ruralización, el debilitamiento de la economía monetaria y el cese de las actividades comercia­les.
Quedó extinta la clase urbana vertebradora de la Hispa­nia romana y ésta cayó bajo la dependencia de nobles visigo­dos o señores hispanos. Pervivió en el campo la esclavitud y el colonato -de herencia hispanorromana- y se extendieron los lazos de dependencia personal -propios de la mentalidad germánica-.
Inicialmente se produjo en la sociedad peninsular un dualismo entre los menos de 100.000 visigodos llegados y los tres o cuatro millones de hispanos roma­nizados asentados principalmente en su periferia oriental y meridional peninsu­lar (quedando estas regiones por un tiempo bajo tutela del Imperio Romano de Orien­te y vinculadas a la cultura y economía mediterráneas).
Fueron numerosos los intentos realizados por la aristocracia visigoda para fundir las dos étnias en una sola clase de hacendados territoriales.

Las pretensiones unificadoras sobre la zona bizantina alcanzaron su máxima expresión a mediados del siglo VI. A pesar de esto, los hispanorromanos fueron los que sacaron adelante el país, impulsaron la legislación (Liber Iudiciorum: intento de lograr la supervivencia de la tradición romana y de establecer un nexo entre lo hispano y la oligarquía goda), la espiritualidad y el relativo auge económico de la monarquía visigoda del siglo VII.

Los hispanos se convirtieron, también, en impulsores de una idea unitaria del Estado que perduraría después del el siglo VIII. Contaron para este empeño con el apoyo de la Iglesia (el carácter confesional católico del Estado le proporcionó un sentido unitario). Como contrapartida ésta perdió su autonomía frente al poder político y le condujo hacia posturas conformistas[1].
La monarquía visigoda, a pesar de todo, continuó llena de contradicciones econó­micas, sociales, étnicas, y religiosas.
El Estado hispanovisigodo tenía a comienzos del siglo VIII escasas fuerzas y confusos propósitos y  la sociedad visigoda presentaba una estruc­tura política e institucional frágil.
En el 711 la oligarquía visigoda capituló ante la invasión musulmana. Lo que pervivió de la Administración visigoda, tras la caída de su Estado, buscó refugio en el norte peninsular y la población visigoda que habitaba Castilla a lo largo de un si­glo se trasladó a Galicia donde quedó extinguida.

 

Islamización e incorporación al mundo musulmán:

En su proceso expansivo el Islam había llegado al norte de Africa. Aprovechando la inestabilidad derivada del carácter electivo de la monarquía visigoda, los musulmanes intervinieron en los asuntos peninsulares y ello significó la quiebra de la continuidad política del Estado visigodo y el hundimiento de su entramado económico, jurídico y espiri­tual.
Para un gran número de los habitantes peninsulares les resultaba tan extraña una Hispania visigoda como podía serlo una musulmana. La nueva situación resucitó tendencias cantonalistas y algunas ciudades y caudillos aceptaron el régimen de autonomía local que el protectorado musulmán les otorgó.
Los conquistadores, en principio, no intentaron modificar ninguna de las estructuras mentales encontradas, aunque sí procuraron hacerse con el mayor lote posible de las tierras confiscadas del dominio público visigodo y de las gran­des propiedades particulares ausentes.
Este afán inicial originó que entre los mismos conquistadores se produjeran serios enfrentamientos y éstos perduraron hasta Abderraman I.[2]

En la península islamizada la clase dirigente (con peso político, administrativo y económico) estuvo integrada por elementos conquistadores; en ella una gran mayoría de los campesinos de las tierras conquistadas por los musulmanes (al sur del Duero y de los Pirineos) se convirtieron a la nueva religión haciendo posible que a mediados del siglo X la Penín­sula presentara una mayoría musulmana (que no mayoría ára­be).
En las zonas islamizadas fue significativo, también, el mozarabismo (integrado por burgueses y artesanos de las ciu­dades que se resistieron a ser asimilados por la nueva religión y, aún viviendo en territorio musulmán, mantuvieron una sinto­nía cultural con los núcleos no islamizados del norte (constituyendo un sustrato importante de la sociedad del Emirato). Estos mozárabes emigraron en masa hacia el norte buscando la protección del avance repoblador (especialmente intenso a finales del IX en el valle del Duero).[3]

En los inicios del siglo X el Islam peninsular, con el Califato de Córdoba, llegó a su cenit político, económico y cultural y se constituyó como un régi­men unitario (en lo económico, militar y político) que lo hizo ser en ese momento el Es­tado más poderoso de Europa  a pesar de serle extraño a ésta.
A partir del siglo XI  se inició su fragmentación y decadencia,, a pesar de los sucesivos intentos realizados para conseguir de nuevo su reunificación.

La invasión musulmana, desde el principio, produjo una dualidad peninsular: las zonas  refractarias a la conquista frente a las que progresivamente se fueron incorporando a las nuevas estructuras a través de su islamización.
Las refractarias se concentraron en dos núcleos diferenciados:
*.- El constituido por los centros irreductibles de pas­tores del norte cántabro[4] y en los que se originó una simbiosis entre los deseos de independencia de sus habitantes frente a la invasión (sus incursiones desde las montañas constituyeron una continua ame­naza para las ciudades, las cosechas, las comunicaciones y las retaguardias de los ejérci­tos islámicos) y los sentimientos de independencia de los administradores y eclesiásticos visigo­dos refugiados en estos lugares ante el progresivo avance musulmán.
*.- Otro núcleo oriental bajo, inicialmente bajo tutela de los francos, que dio origen al particula­rismo navarro (con monarquía propia desde el siglo IX) y al establecimiento de los condados catalanes en los que se produjo la convivencia de la población indígena con los nobles francos, los visigodos exiliados y los hispánicos emigrados.
En estos condados se ex­pansionó el naciente feudalismo y surgió una sociedad claramente dife­renciada de la de los territorios islamizados o la de los montañeses cántabros.

La “Reconquista” que se inició en el Reino de Asturias, único núcleo cristiano durante el siglo VIII, tuvo inicial­mente progresos muy moderados.
Los territorios “reconquistados” fueron ocasionados más por los enfrentamientos habidos entre árabes y berberiscos (éstos últimos tuvieron que abandonar las tierras del Duero) que por el empuje “reconquistador” del núcleo cántabro.
Su vida económica era pobre y aislada, de base agraria apenas tenía comercio y sus ciudades presentaban una marcada decadencia (en contraste con el creciente desarro­llo económico de la coetánea España musulmana).

En el Siglo IX aparecieron nuevos núcleos de “reconquista”:  en el foco oriental, Navarra, Aragón y los Condados catala­nes (independizados del Imperio de Carlomagno y  fuera de la Marca Hispánica).
El Reino de Asturias se extendió hasta el  Duero. Su capitalidad se trasladó a a León y pasó a denominarse, desde ese momento, Reino astur-leonés. Los territorios recién reconquistados se repoblaron en gran medida con los mozárabes emigrados y con habitantes del mismo reino cristiano que descendieron desde las zonas montañosas del norte.[5]
La llegada de los mozárabes a los territorios cristianos del norte, (por su superioridad técnica y cultural), originó una profunda transformación su sociedad, propiciando la evolución desde una colectividad cántabra de guerreros y pas­tores hacia una comunidad expansiva personalizada en la monarquía leonesa). Los mozárabes emigrados fueron también los inspiradores de un legitimismo  “reconquistador” y de un principio monárquico de carácter unitario sobre los terri­torios “reconquistados”.

El siglo X supuso la paralización del avance reconquista­dor motivada, por un lado, por la fortaleza y el poderío del Califato de Córdoba, por el otro, por las internas discor­dias dinásticas del reino astur-leonés (lo que supuso un debilitamiento e hizo posible que se independizara de él el Condado de Castilla) y por la fragmentación de la zona oriental (cinco núcleos cristianos de reconquista) frente a la unidad de la España islámica del momento.[6]
Se inició la progresiva ocupa­ción de las zonas frontera escasamente pobladas y que ofrecían tierras más llanas y productivas que las situadas al norte.
La concesión de pequeñas parcelas en régimen de cultivo directo permitió la transformación de estas franjas recién reconquistadas militarmente pero que permanecían desiertas y que estaban expuestas a sufrir incursiones del enemigo. Estas áreas fronterizas ya repobladas podían ser defendidas por sus pobladores y éstos adquirieron las características propias de los hombres de frontera cuya supervivencia depende casi exclusivamente de su esfuerzo[7].
También se empleó un sistema de repoblación eclesiástica a tra­vés de monasterios con patrimonio territorial propio.

En Aragón, a partir del siglo X, se realizaron concesiones a nobles con jurisdicción territorial. En los Condados Catalanes se hizo una repoblación a base de pequeños pobladores privados sometidos a nobles con jurisdicción con el fin de reafirmar la presencia militar.

Siglo XI:
Se produjo un notable avance en la Reconquista ante la fragmentación de la España islámica por la instauración de los Reinos de Taifas ocasionada por la desmembración del Califato de Córdoba (esta división hizo que en pe­ríodos críticos éstos recurrieran a la ayuda de musulmanes norteafricanos).

A medida que iban consolidándose en el norte los diversos núcleos político/territoriales cristianos cuajaba la idea de recuperar el solar ocupado por los agarenos. En el fondo subsistía la idea de un proyecto unitario, que se articulaba en torno al vocablo latino Hispania o al término romance España.
Y esa idea estaba presente lo mismo en Castilla y León que en Aragón, Navarra o Cataluña. Alfonso el Sabio fue el primero en concebir una "Estoria de España" que dice ser "cerrada en deredor: dell un cabo de los montes Pirineos que llegan fasta el mar; de la otra parte del mar Océano de la otra del mar Tirreno". Pero Alfonso X no está actuando como un centralista que pretendiera uniformarlo todo. Los lazos que existían entre los diversos reyes de la época medieval explican que funcionara esa idea de España. Pero simultáneamente se mantenía la diversidad. Así el cronista catalán Bernat Desclot podía decir en el siglo XIII que las gesta militar de las Navas de Tolosa había sido una empresa del rey de Castilla y "els altres reys d'Espanha". Fernán Pérez de Guzmán afirmaba en el siglo XV, refiriéndose a Fernando I, el iniciador de la dinastía Trastámara en la Corona de Aragón, que "sus fijos e fijas desde rey de Aragón poseyeron todos los quatro reinos de España". Todo ello comprueba la confluencia entre unidad y diversidad.
Este dualismo funcionaba incluso en el interior de cada uno de los grandes núcleos político-territoriales del mundo hispano/cristiano, la corona de Castilla y la Corona de Aragón: en la Corona de Castilla "ay diversas nasciones... ca los castellanos e los gallegos e los viscainos, diversas naciones son, e usan de diversos lenguajes" (Alonso de Cartagena, obispo de Burgos en el Concilio de Basilea, 1434). Establece el prelado un paralelismo entre nación e idioma.
La tendencia a la unión imparable desde la baja Edad Media, dio un paso adelante con los RR.CC., pero la unidad dinástica no supuso la eliminación de las señas de identidad de los diversos integrantes del proyecto común. (VALDEON BARUQUE, Julio: Crónica de España, XLVII)

El Camino de Santiago, aunque de carácter religioso, se convirtió en vía de contacto, difusión cultural, ruta comercial y nexo con Occidente.
Se concluyó la ruptura de los condados catalanes con Francia (el Código de los Usatges definidor del carácter jurídico y so­cial del país). De la monarquía navarra surge la aragonesa. Se acentuó el retraso de los núcleos orientales respecto a los occidentales.

Se produjeron variaciones territoriales en los reinos occidentales como consecuencia del concepto patrimonial de la monarquía (uniones por matrimonios, repartos por herencias, etc). Se consolidó la separación del Reino de Portugal del Reino astur-­leonés. Conquista de Toledo y avance hasta el Tajo (aunque la lle­gada de los almorávides frenó momentáneamente el avance. Sistema de repoblación concejil (Ebro, Sistema Central) a tra­vés de repartimientos y fueros.

Formación de las lenguas romances, derivadas del la­tín, que surgen en la península a partir del siglo XI y que dieron origen a creaciones literarias de gran valor.

El románico hispano en los siglos XI y XII culminó su proceso con los monasterios y las iglesias de peregrina­ción. Se localizó en el Camino de Santiago y, condicionado por la reconquista, en la mitad norte peninsular.

Siglo XII:
Aragón ocupó el valle del Ebro y se produjo su unión definitiva con Cataluña (de carácter matrimonial).
Los reinos occidentales hostigaron a los reinos de Tai­fas que habían recibido ayuda de los almohades.  Aparecen las Cortes en Castilla con repre­sentación de ciudades y villas junto a nobles y alto clero.

Siglo XIII:
Triunfo militar en las Navas de Tolosa (representación de la unión de los núcleos cristianos) que supuso la apertura del valle del Gua­dalquivir al proceso de la Reconquista y la destrucción del ejér­cito almohade.
Castilla, con Fernando III, conquistó el valle del Guadalquivir con Fer­nando III. El gran avance reconquistador supuso un cambio en el sistema de repoblación y repartimiento de las tierras recién conquistadas (grandes extensiones se entregaron a los nobles y Ordenes Militares que habían tomado parte en la empresa militar) y que dio origen a la formación de los latifundios de la mitad sur peninsular.
Castilla no terminó su proceso de reconquista por la pervivencia del reino de Granada. Portugal, con Alfonso III, concluyó su reconquista ocupando el Algarve. La Corona de Aragón, también, terminó su Reconquista (conquista de Valencia y Baleares con Jaime I).

La expansión conquistadora de los siglos XI al XIII se correspondió con un desarrollo económico importante caracterizado por:
*.- Un aumento de la riqueza agraria por el aumento del área cultivada fruto del esfuerzo repoblador, algunas de ellas muy fértiles como las de Valencia y el Valle del Gua­dalquivir (viñedo y olivo) y por una notable mejora de los sistemas de cultivo.
*.- La ganadería fue adquiriendo en Castilla prioridad sobre la agricultura (en parte debido a su escasa densidad demográfica y a las especiales condiciones climáticas de una importante parte de la Meseta). Se fueron constituyendo las asociaciones de ganaderos y éstas en este momento, siglo XIII, se unificaron en el “Honrado Concejo de la Mesta” que contó con la protección sucesiva de los reyes castellanos (Alfonso X, 1273). La Mesta reunió a una mayoría de los grandes nobles, Ordenes Militares, clero y pequeños propietarios de ovejas. Estableció una Reglamentación de itinerarios muy favorable para el tránsito del ganado (cañadas) y de derechos y usos de tierras para pastos. Estos privilegios fueron confirmados posterior­mente por los RR.CC.
*.- Progresivamente fueron resurgiendo las ciudades, la burgue­sía y el comercio. Los artesanos, agrupados en Gremios, de­sarrollaron una producción que sirvió de base a los inter­cambios comerciales a escala regional en ferias y mercados. Un comercio de rutas más amplias se desarrolló, también a través de las relaciones mercantiles con los reinos de Tai­fas.

Se dio una notable expansión demográfica, paralela al avance reconquistador y al desarrollo económico de estos siglos y que se caracterizó por unas altas tasas de natalidad y por la signficativa incorpo­ración de habitantes por conquista.

Las Universidades, fundadas en los diversos reinos hispánicos en la misma época que las europeas, se con­virtieron en centros sintetizadores de la cultura medieval. El Gótico, de carácter urbano, se impuso a partir del siglo XIII y avanzó con la reconquista, levantándose, en las principales ciudades, monumentos religiosos y civiles (cate­drales, lonjas, palacios, edificios públicos, etc.). Su larga duración en el tiempo y su continuo contacto en la Península con el Islam explican la aparición de formas mixtas propias del gótico-mudejar.  

Siglos XIV y XV:
Los siglos XIV y XV presentan, según las regiones y sus fuentes de riqueza, un panorama económico complejo y diversificado:
Señalan una profunda crisis de los Reinos peninsula­res, fenómeno que se ubica en la crisis general de la  Edad Media:
*.- Crisis demográfica producida por las epidemias y el desequilibrio entre población y recursos. Epidemias de peste negra (produciendo tasas de mortalidad eleva­dísimas), hambre en algunas regiones. Esta situación no se empezó a superarse hasta bien avanzado el siglo siguiente.
*.- Crisis agraria derivada de la demográfica y causadas también por la utilización de técnicas inadecuadas y excesivamente dependientes del medio natural. (menos intensa en la Corona de Aragón que en la Corona de Castilla). La agricultura se estancó, fueron frecuentes los años  de malas cosechas que ocasionaron graves problemas de abastecimiento. La ganadería, por el contrario, se desarrolló y aumentó la cabaña y se fortaleció la importancia de la Mesta.
*.- El comercio exterior castellano se apoyó en la exportación, desde los puertos cantábricos, de lanas ha­cia los países textiles del mar del Norte. Su expansión por el Mediterráneo supuso para la Corona de Aragón un notable desarrollo de su industria textil y naval.
*.- Se produjo un incremento de las reivindicaciones de la nobleza frente a la mo­narquía, fenómeno general del XIV y del XV, y pretendían traducir al plano político su ventajosa situación económica y social.
*.- En Castilla la nobleza intentó detentar el poder asegurando sus latifundios, las propiedades ena­jenadas a la Corona, los mayorazgos y señoríos y las concesiones económicas (especialmente de la Mesta).
*.- En la Corona de Aragón, especialmente en Cataluña, se dieron tres movimientos de carácter sub­versivo: remensas contra señores, gremios y arte­sanos contra patricios y nobles contra una monar­quía cada vez más fuerte y autoritaria.
*.- Los campesinos representaron un amplio y complejo grupo que abarcaba desde el siervo de la gleba al mediano propietario casi rico (aunque la situa­ción de cada uno de ellos variaría en función con la época y de su situación geográfica). La situación de los campesinos empeoró como consecuencia de las exigencias que sobre ellos plantearon la no­bleza (revueltas de campesinos en Cataluña, Mallorca, País Vasco, etc.).
*.- La sociedad hispánica presentaba una estructura piramidal propia de una sociedad estamental, semejante a la europea, aunque el feudalismo siempre estuvo matizado en la España medieval por la peculiaridad de la Reconquista y que mantuvo un poder real fuerte (con cierto carác­ter militar) que era compartido con las Cortes.
Las clases privilegiadas (nobleza y clero) por su poder econó­mico ocuparon la cúspide de la sociedad. La burguesía urbana -comerciantes y artesanos-, sin llegar a alcanzar la pujanza de otras zonas europeas, desempeñaron un pa­pel importante en los últimos siglos de la Edad Media peninsular.
Los monarcas se apoyaron en la burguesía como ele­mento amortiguador del choque entre monarquía y no­bleza; en Castilla -donde apenas existía - resultó ca­tastrófico (Guerra Civil), en la Corona de Aragón dio lugar a la expansión marítima y al establecimiento mer­cantilista.

Este período lo fue de intransigencia religiosa (antijudaísmo de mediados del siglo XIV) que tuvo enorme trascendencia por el problema de los conversos y porque supuso el rechazo de quienes poseían los recursos básicos de carácter económico y administrativo[8].

Se cuestionó la organización de los Reinos peninsulares desde el ideal humanista reivindicador de la hispania romana y que se vio actualizado por la presencia de la dinastía Trastámara en Castilla y Ara­gón.
Terminada la Reconquista para la Corona de Aragón y para Portugal, estos reinos se orientaron hacia empresas exte­riores (expansión marítima por las costas atlánticoafricanas Portugal y expansión mediterránea la corona de Aragón).
Castilla intentó asegurar la posesión del Estrecho de Gibraltar con el fin de evitar el peligro de nuevas invasio­nes africanas. La paralización de su proceso conquistador se debió a sus luchas internas dinásticas y nobiliarias y por la naturaleza del terreno del reino de Granada que dificultaba su conquista.

Dichas reconquistas, vistas en su conjunto, aparecen como un fenómeno histórico complejo y lento (que dura ocho siglos) y a la vez irregular (con fases de rápido avance y otras de estanca­miento).

El auge cultural de Toledo y la proyección de su Escuela de traductores (centro de atracción e intercambio de ideas, estudios y lugar de convergencias de intelectuales de muy distinta proce­dencia).
     


[1] España era en principio un territorio, la Hispania de los romanos, identificada con la península Ibérica. Al-Andalus para los musulmanes, Befarad para los judíos, se la denominaba con frecuencia "la piel de toro".
(...) El primer paso en orden al establecimiento de una correspondencia entre el territorio y un poder político concreto y autónomo se dio con los visigodos y su reino de Toledo. Por si fuera poco la conversión de Recaredo al catolicismo añadió el ingrediente que faltaba para poner las bases del "nacional/catolicismo". VALDEON BARUQUE, Julio. Crónica de España XLVII).
[2] Abderramán I se puede considerar como el verdadero organizador del régimen islámico en la Península:  le dio una estructura interna, su independencia política respecto al Islam extrapenínsular y su diferenciación frente a los demás Estados islámicos existentes.
[3]  No todos los mozárabes siguieron este camino, también un considerable número de ellos se islamizaron paulatinamente por las considerables ventajas que les suponía su conversión e incorporación a las estructuras de la sociedad musulmana.
[4] Fenómeno tradicional en estas zonas a lo largo de toda la historia Peninsular.
[5]  En los núcleos occidentales se repueblan las llanuras del valle del Duero, en los orientales se repuebla hasta el Río Llobregat.
[6] El mayor avance se produjo en los núcleos occidentales, en los orientales ni siquiera se había ocupado el calle del Ebro.
[7] En el valle del Duero el sistema de reparto de tierras se fundamentó en la posesión real, por conquista, de las mismas y que, por tanto, podía distribuirlas como estimase más oportuno. La ocupación se hacía por concesión real en pago de servicios militares prestados, en propiedad o en usufructo. En las tierras de baldíos se consumó el derecho de ocupación mediante un refrendo legal posterior.
Debido a la existencia de pequeños propietarios aparecieron numerosas aldeas libres con entidad jurídica propia y en las que predominó el régimen de mediana pro­piedad característico de la Submeseta Norte.
La repoblación del Duero dio lugar a un proceso de democratización de la zona fronteriza al otorgar los monar­cas amplios privilegios a cuantos acudían a poblar las ciu­dades y villas fortificadas de antigua o reciente creación;  surgió así el espíritu castellano (en principio con actitud tran­sigente frente a la diversidad étnica y cultural de moros, judíos y cristianos).

[8] La Edad Media peninsular se caracterizó por la existencia de amplias minorías de origen diversos (judíos, mudéjares y comerciantes extranjeros). La convivencia entre grupos de diferentes religiones y culturas fue diversa a la lo largo del tiempo, con etapas de armonía y de res­peto mutuo y otras de tensiones y violencia.

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